Abraham Lincoln...
El 14 de abril de 1865, los ciudadanos de los estados del norte de
Estados Unidos tenían motivos de sobra para sentirse satisfechos. El
general confederado Lee se había rendido pocas fechas atrás y no sólo la
guerra civil iniciada en 1861 parecía a punto de terminar, sino que
además la conclusión iba a ir acompañada del mantenimiento de la unidad
nacional y del final de la esclavitud. Sin embargo, ese mismo día el
presidente Lincoln fue asesinado e inmediatamente se destaparon los
rumores más variados sobre la persona o personas que habían ordenado su
muerte. ¿Había sido el Vaticano deseoso de impedir la consolidación de
un estado protestante poderoso en el continente americano? ¿Se había
debido a las ansias de poder de algunos rivales de Lincoln? En realidad,
¿quién ordenó el asesinato del presidente?
El
14 de abril de 1865, Viernes santo, fue un hermoso día de primavera.
Lincoln, tal y como era su costumbre habitual, se levantó pronto y sobre
las siete de la mañana se dirigió a su oficina. Tras dejar una nota
para Seward convocando una reunión de gabinete a las once del mediodía y
escribir otra invitando al general Grant a asistir a ella, fue a
desayunar con su esposa y su hijo pequeño Tad. Tras atender a algunas
personas, el presidente se dirigió al departamento de la guerra para
saber las últimas noticias del general Sherman. No había llegado ninguna
y regresó a su oficina, donde le estaba esperando Grant. El general le
relató algunos pormenores de la capitulación de Lee y le señaló que en
cualquier momento podrían llegar las noticias de que el ejército
confederado de Johnston se había rendido a Sherman. En ese momento,
Lincoln dijo que estaba seguro de que sería pronto porque la noche
anterior había tenido un sueño premonitorio.
Cuando acabó la reunión, Grant explicó a solas al presidente las razones por las que no podía quedarse a la representación de Nuestro primo americano
de Laura Keene, que tendría lugar en el teatro Ford aquella misma
tarde. Ambos estaban deseando coger esa misma tarde el tren que se
dirigía a Philadelphia para ver a sus hijos, que se encontraban en Long
Branch, New Jersey. Tras comer ligeramente, Lincoln regresó a su
oficina. Allí firmó el perdón de un desertor comentando que seguramente
el muchacho podía servirles más sobre la tierra que bajo tierra; revocó
la sentencia de muerte que pesaba sobre un espía confederado y estampó
su firma en otros documentos. Hacia las cuatro, había conseguido
librarse del trabajo para dar un paseo con su esposa del que regresaron a
las cinco de la tarde.
Tras la cena, el presidente volvió a realizar una visita rápida al departamento de guerra. Sobre las ocho y cuarto, Lincoln y su esposa se encaminaron a la casa del senador Ira Harris, cuyo hijastro Rahtbone y su hija Clara habían aceptado la invitación del presidente para sustituir a los Grant. Finalmente, a las ocho y media, Charles Forbes, el cochero de la Casa Blanca, se detuvo ante el Teatro Ford.
Cuando
el presidente entró en la sala la obra se interrumpió y resonaron las
aclamaciones y los aplausos mientras un acomodador conducía al grupo
hasta un palco adornado con la bandera norteamericana. Rathbone y la
señorita Harris tomaron asiento en la parte delantera del palco, la
señora Lincoln se sentó atrás y el presidente, tras agradecer la
ovación, se acomodó en una mecedora cercana al fondo. La sensación de
seguridad era tan considerable que John F. Parker, el guardaespaldas
que, habitualmente, cuidaba de la seguridad del presidente abandonó el
palco y decidió disfrutar de la representación.
A
una distancia del teatro inferior a una manzana, en el momento en que
Lincoln y sus acompañantes entraba a ver la función, un grupo de hombres
se hallaba sentado en la casa Herndon entre las calles Novena y F. El
jefe del grupo era un actor con experiencia en interpretar a Shakespeare
llamado John Wilkes Booth. Natural de Maryland y miembro de una familia
de actores, Booth había simpatizado con los confederados a pesar de lo
cual no había tenido ningún problema para circular por el territorio
controlado por la Unión. Constituido tiempo atrás, el grupo tenía desde
hacía tiempo la misión de secuestrar a Lincoln para canjearlo por
prisioneros confederados y una paz negociada. La rendición de Lee había
convertido el plan en un absurdo y ahora Booth estaba señalando a sus
acompañantes que debía ser cambiado por el de asesinar al presidente. La
sugerencia de la muerte de Lincoln había causado el abandono de algunos
de los reclutados y ahora junto a Booth se encontraban sólo Lewis
Payne, George Atzerodt y Davy Herold. Finalmente, la reunión se
disolvió.
Booth
cabalgó en una yegua gris hasta el callejón situado detrás del teatro
Ford, salió nuevamente a la calle principal, entró en el salón Taltuvall
y pidió un whisky. Cuando la representación, con la que, al parecer,
Lincoln estaba disfrutando considerablemente, se encontraba en el tercer
acto, un hombre llegó hasta Forbes, el cochero de la Casa Blanca, que
estaba sentado en el pasillo cercano al palco del presidente, y le
tendió una nota. Forbes la examinó y le dejó pasar. El hombre, que no
era otro que Booth, entró en el palco, cerró la puerta por dentro, sacó
un revolver Derringer y a continuación descerrajó un disparo sobre la
parte posterior de la cabeza de Lincoln. Una nube de humo, seguida de un
grito, salió del lugar que ocupaba el presidente.
A
continuación, con considerable rapidez, Booth saltó del palco al
escenario. Cayó mal y esa circunstancia le ocasionó la fractura de un
tobillo. Entonces, blandiendo un cuchillo gritó las palabras “Sic semper
tyrannis” (Así suceda siempre a los tiranos). La frase era el lema del
estado de Virginia pero constituía, ciertamente, un lema apropiado para
expresar las motivaciones del crimen porque no sólo había asesinado al
presidente porque lo considerara un tirano, sino también por el daño
ocasionado al sur.
Lincoln fue trasladado a una casa cercana con la cabeza sangrando. No recuperaría ya el conocimiento pero lucharía con la muerte nueve horas hasta que, a las siete y veintidós minutos de la mañana del 15 de abril de 1865, expiró.
Como
resulta fácil comprender, de manera inmediata comenzaron a aparecer
diversas explicaciones que apuntaban al cerebro situado detrás del
asesinato de Lincoln. Una de las primeras fue la de que había sido un
atentado fraguado por la Santa Sede. A fin de cuentas, el papa Pío IX
ciertamente había sido el único jefe de estado que había reconocido a la
confederación; la práctica totalidad de los conspiradores eran
católicos y Surrat, que logró escapar del país, encontró refugio en el
Vaticano y se convirtió en un miembro de la guardia papal. Por si fuera
poco, no faltaron las voces que indicaron los malos ojos con que la
Santa Sede debía contemplar la consolidación nacional de una democracia
de raíces protestantes e incluso los supuestos testigos de que Lincoln
temía un atentado católico.
En
opinión de otros, el cerebro situado detrás del asesinato de Lincoln se
hallaba en las filas radicales del partido republicano. De acuerdo con
esta teoría, un sector del partido republicano no contemplaba con buenos
ojos la política de mano tendida que Lincoln pretendía desarrollar
hacia los antiguos estados rebeldes del sur. La muerte del presidente
permitía conjurar ese peligro y sustituirlo por una ocupación militar
del sur. Según los distintos defensores de esa teoría, el responsable
habría sido o el presidente Johnson o el secretario Stanton.
Finalmente, no faltaron los que atribuyeron la muerte del presidente a una conspiración de los nacionalistas sureños dirigida directamente por el presidente confederado Jefferson Davis.
A decir verdad, los aspectos señalados en relación con una conspiración católica eran ciertos –con la excepción quizá del temor de Lincoln a ser asesinado por católicos– pero en ningún caso se desprendía de estas circunstancias que la Santa Sede hubiera planeado u ordenado el asesinato de Lincoln. Por lo que se refiere a Stanton y Johnson demostraron un innegable celo para atrapar a los conspiradores. Finalmente, las diversas investigaciones judiciales dejaron de manifiesto que ni Jefferson Davis ni ninguno de sus ministros planeó la muerte de Lincoln.
¿Cuál
fue el proceso seguido para el crimen? Como señaló Booth en la reunión
previa al asesinato, había existido un plan para secuestrar a Lincoln y
canjearlo por presos de guerra confederados. Booth no se lo indicó a sus
compañeros pero hoy en día está fuera de duda la implicación de los
servicios de inteligencia confederados en ese plan. Los nacionalistas
sureños habían urdido un plan que contaba con posibilidades de éxito,
pero cuando se iba a ejecutar tuvo lugar la rendición del general Lee
con lo que las posibilidades de la confederación de ganar la guerra –si
es que aún quedaba alguna– desaparecieron por completo.
En buena lógica, los conspiradores debían haber abandonado su proyecto, pero Booth, y no hay constancia de que recibiera órdenes superiores, contempló la situación de otra manera. Si lograban asesinar a Lincoln y a algunos de los miembros del gabinete, la suerte de la guerra podría cambiar. Los intentos –perpetrados aquella misma noche– de matar a miembros del gobierno de Estados Unidos fracasaron, pero Lincoln sí cayó bajo el disparo de Booth.
Se trató de una muerte inútil que, paradójicamente, perjudicaría a los nacionalistas sureños. Durante los años siguientes, el sector radical del partido republicano inició un proceso de Reconstrucción que distó mucho de la política de mano tendida concebida por Lincoln. Así, el asesinato del presidente no sólo no revertió en la victoria del sur, sino que además privó a la nación de un hombre excepcional en los momentos más necesarios.
Tras la cena, el presidente volvió a realizar una visita rápida al departamento de guerra. Sobre las ocho y cuarto, Lincoln y su esposa se encaminaron a la casa del senador Ira Harris, cuyo hijastro Rahtbone y su hija Clara habían aceptado la invitación del presidente para sustituir a los Grant. Finalmente, a las ocho y media, Charles Forbes, el cochero de la Casa Blanca, se detuvo ante el Teatro Ford.
Lincoln fue trasladado a una casa cercana con la cabeza sangrando. No recuperaría ya el conocimiento pero lucharía con la muerte nueve horas hasta que, a las siete y veintidós minutos de la mañana del 15 de abril de 1865, expiró.
Finalmente, no faltaron los que atribuyeron la muerte del presidente a una conspiración de los nacionalistas sureños dirigida directamente por el presidente confederado Jefferson Davis.
A decir verdad, los aspectos señalados en relación con una conspiración católica eran ciertos –con la excepción quizá del temor de Lincoln a ser asesinado por católicos– pero en ningún caso se desprendía de estas circunstancias que la Santa Sede hubiera planeado u ordenado el asesinato de Lincoln. Por lo que se refiere a Stanton y Johnson demostraron un innegable celo para atrapar a los conspiradores. Finalmente, las diversas investigaciones judiciales dejaron de manifiesto que ni Jefferson Davis ni ninguno de sus ministros planeó la muerte de Lincoln.
En buena lógica, los conspiradores debían haber abandonado su proyecto, pero Booth, y no hay constancia de que recibiera órdenes superiores, contempló la situación de otra manera. Si lograban asesinar a Lincoln y a algunos de los miembros del gabinete, la suerte de la guerra podría cambiar. Los intentos –perpetrados aquella misma noche– de matar a miembros del gobierno de Estados Unidos fracasaron, pero Lincoln sí cayó bajo el disparo de Booth.
Se trató de una muerte inútil que, paradójicamente, perjudicaría a los nacionalistas sureños. Durante los años siguientes, el sector radical del partido republicano inició un proceso de Reconstrucción que distó mucho de la política de mano tendida concebida por Lincoln. Así, el asesinato del presidente no sólo no revertió en la victoria del sur, sino que además privó a la nación de un hombre excepcional en los momentos más necesarios.
http://www.libertaddigital.com/otros/revista/articulos/12045856.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario