lunes, 15 de julio de 2019

LA REVUELTA JACQUERIE


Con este nombre se designa a la revuelta campesina desarrollada en Francia, concretamente en las tierras de l`Ile-de-France, entre los meses de mayo y junio de 1358. Etimológicamente, jacquerie deriva del nombre propio Jacques y de su abreviación Jacq, nombre por el que se conocía despectivamente en los ámbitos señoriales a los campesinos franceses. Debido a ello, jacquerie ha servido para designar a cualquier movimiento de revuelta campesina acontecido en Francia, aunque el primero y más importante de todos ellos fue el que se analizará a continuación.
 El cronista J. Froissart la denominó en su día la "gran maravillosa tribulación". Su nombre lo toma de "Jacques Bonhomme", apelativo genérico con el que se designaba en aquella época en tierras francesas a los rústicos. Sin duda, el motivo último de la revuelta se inscribía en la estructura social del mundo feudal, con su conocida dicotomía señores-campesinos. Pero los azotes que habían padecido los franceses en los años anteriores, desde la peste negra y los malos años hasta la negativa evolución de la situación militar en la confrontación con los ingleses, contribuyeron sin duda a agravar el panorama. A partir de estos datos se explica la afirmación del historiador H. Neveux de que la Jacquerie fue, en definitiva, "un acta de acusación". 


Aunque no se conoce con exactitud cuál fue la chispa que encendió la rebelión, lo cierto es que hacia mediados del mes de mayo de 1358 un poderoso contingente de campesinos armados (las fuentes citan más de 5.000 hombres y mujeres) se concentró en Saint-Luc d´Esserent, en la confluencia de los territorios franceses de I´lle-de-France y Beauvaisis. Desde su primigenio alzamiento, la revuelta se extendió en apenas unos días por las regiones de Picardía y Champagne, llegando incluso a alcanzar amplios sectores de Lorena, Artois y Normandía. El movimiento de protesta, con un claro componente anti-señorial, tuvo un comportamiento violento, saqueando, arrasando e incendiando cualquier posesión nobiliaria que encontraron a su paso.
Desde los primeros momentos del conflicto la jacquerie intentó agrupar a todos los campesinos que encontraron a su paso, organizándose mediante unas divisiones en las que el criterio se encontraba en la correspondencia a una parroquia determinada, es decir, tal y como estaban censados en sus lugares de origen. Al frente de cada peculiar "parroquia" había un jefe con mando militar, mientras que por encima de todos ellos se alzaba una especie de caudillo, un "general" de los ejércitos llamado Guillaume Carle. Las noticias sobre la vida de Carle son confusas, aunque es probable que descendiera de alguna empobrecida rama nobiliaria o fuese hijo bastardo de algún linaje picardo. Quien quiera que fuese, lideró a las tropas de la jacquerie en su largo y violento peregrinar por los campos franceses y llegó, incluso, a entablar alianza con los partidarios del parisino Etienne Marcel, que había sublevado la Ciudad de la Luz en la misma época atendiendo a criterios que no se alejaban demasiado de las amargas quejas campesinas.
Sin embargo, la reacción no se hizo esperar por parte de la aristocracia. Naturalmente, los linajes nobiliarios afectados por los saqueos de la jacquerie abrieron los contactos con las familias emparentadas con el fin de detener el desastre. A tal efecto, se formó un contingente de tropas nobiliarias con mayor peso, más entrenamiento y mejores armas para una lucha final que no tardaría en presentarse. Por si fuera poco, a la cabeza del ejército nobiliario se encontraba el rey de Navarra, Carlos el Malo, un príncipe sin escrúpulos que destacaba tanto por su buena espada como por sus habituales y fraudulentos métodos. 

Así pues, Carlos el Malo hizo suya la máxima cesariana ("divide y vencerás") y consiguió atraerse hacia la causa nobiliaria al propio Guillaume Carle, bajo la promesa (naturalmente, falsa) de recompensar su traición con un título nobiliario y un señorío a su favor. Privadas de dirección táctica y, como era lógico, sin la fuerza militar de unos soldados expertos en su oficio, las tropas de la jacquerie fueron masacradas en la batalla de Mello, pequeña villa situada en las cercanías del actual Clermont-en-Beauvisis (10-VI-1358). No contento con ello, Carlos el Malo, además de mandar a la horca al cándido traidor Carle, ordenó una durísima represión en la que fueron ejecutados más de 3.000 jacqs, levantando un infranqueable muro de sangre, horror y depravación para servir de escarmiento a quienes, en un futuro, volviesen a osar levantarse contra la autoridad señorial.



Tradicionalmente, se ha tendido a explicar la revuelta como uno de tantos conflictos anti-señoriales de la Baja Edad Media, debido a que reúne varias características que son esenciales en dichos movimientos, tales como su efímera existencia, su espontaneidad, la violencia de todos lo hechos (por todas las partes contendientes) y su carácter estrictamente anti-nobiliario o anti-señorial, no siendo más que una reivindicación plausible en el mundo feudal y que, en ningún caso, pretendía alterar el orden social establecido sino exigir la justicia del mismo.
Además de ello, varios historiadores han ligado el atroz levantamiento con una no menos cruda coyuntura económica, principalmente debida a la crisis demográfica, económica y social provocada por la Peste Negra de 1348, de la que, diez años después, no sólo aún se pagaban las consecuencias sino que éstas se incrementaban con rebrotes endémicos en bastantes regiones de Francia y del resto de Europa.
Sin embargo, superando los conceptos localistas y las explicaciones coyunturales, se debe razonar que, efectivamente, la jacquerie fue uno de tantos conflictos anti-señoriales de la Baja Edad Media, pero, como es lógico, hay que inscribirlo en esos otros tantos. Desde la expansión de los dominios agrícolas a costa de las zonas de bosque acontecida en el siglo XII, el campesinado no había dejado de ser un elemento oprimido por el ansia de riqueza señorial; debido a ello, durante toda la Plena Edad Media (siglos XI, XII y XIII) los oprimidos habían mostrado un tenaz espíritu de lucha que, a veces, se manifestaba mediante violentas revueltas como la Jacquerie y, la mayoría de ellas, provocaba resistencias pasivas con larga persistencia en la memoria colectiva, lo que hacía que el odio anti-señorial pasase de generación en generación. Esta persistencia se vio agravada en los siglos XIV y XV por la crisis coyuntural que vivió Europa en todos sus aspectos: a las pérdidas demográficas siguió la caída de la mano de obra y, por consiguiente, el aumento del precio de ésta. Pero el intervencionismo señorial hizo equiparar de nuevo salarios y precios al mismo nivel al que se encontraban antes de 1358 (medida coyunturalmente buena pero que levantó las iras del campesinado). Además, otro factor importante fue el hecho de que a la caída de las rentas señoriales, los terratenientes no optaron por medidas inteligentes, sino que emprendieron una "huida hacia adelante" pidiendo empréstitos sobre las futuras cosechas o (la mayoría de las veces) incrementando brutalmente las cargas al campesinado dependiente.

Por eso, la jacquerie, pese a tener sentido aisladamente en el contexto del campo francés, revela su verdadera dimensión en el ámbito de revueltas campesinas que se extendieron como un torrente por toda la Europa bajomedieval: la revuelta de los marineros de Flandes , el levantamiento tylerista de Inglaterra  o el movimiento taborita de Bohemia . Por lo que respecta a la Península ibérica, los procesos sucedieron de modo análogo, como muestran tanto la revuelta de los Payeses de Remença catalanes o las llamadas Guerras Irmandiñas .
No obstante, la descripción más precisa de la Jacquerie nos la proporciona el cronista Froissart, cuyas opiniones, como es bien sabido, reflejaban ante todo los puntos de vista de la alta nobleza francesa. "Algunas gentes de las villas campesinas se reunieron sin jefes en Beauvais. Al principio no eran ni 100 hombres y dijeron que todos los nobles del Reino de Francia, caballeros y escuderos, traicionaban al Reino, y que sería un gran bien destruirlos a todos... Entonces, sin otro consejo y sin otra armadura más que bastones con puntas de hierro y cuchillos, se fueron a la casa de un caballero, realizando actos de brutalidad sin cuento". Pero continuemos con el relato de Froissart: "Así hicieron en muchos castillos y buenas casas, y fueron creciendo tanto que llegaron a 6.000... Estas gentes miserables incendiaron y destruyeron más de sesenta buenas casas y fuertes castillos del país de Beauvais y de los alrededores de Corbie, Amiens y Montdidier. Y si Dios no hubiera puesto remedio con su gracia, la desgracia habría crecido de modo que todas las comunidades habrían destruido a los gentileshombres, después a la santa Iglesia, y a todas las gentes ricas de todo el país". Así pues, Froissart, después de señalar cómo los rústicos carecían de los elementos definitorios de cualquier ejército (no tenían jefes y no poseían armas adecuadas), se ceba en los desastres que causaron y pone el acento en la ruina que se avecinaba, si Dios no ponía remedio inmediato, para todos los sectores poderosos de Francia, tanto laicos como eclesiásticos. De todas formas, es innegable que Froissart generalizaba, pues la violencia campesina únicamente se dirigió contra la nobleza laica, respetando en todo momento, en cambio, los bienes eclesiásticos.
A partir de esos textos se elaboraron las primeras interpretaciones historiográficas de la Jacquerie. El movimiento parecía una explosión de cólera, más o menos espontánea, protagonizada por los campesinos de más baja condición. Así fue considerado por la historiografía tradicional. Pero en los últimos años se han matizado notablemente esos puntos de vista. Es innegable, desde luego, que la rabia de los campesinos miserables jugó un papel muy destacado en la insurrección de la Jacquerie. Pero no es menos cierto que en la misma participaron también labriegos de buena posición económica. Es posible incluso que uno de los principales motivos de la revuelta fuera la caída de los precios de los granos. ¿No induce a esa conclusión el hecho de que la Jacquerie se produjera precisamente en una de las principales regiones cerealísticas de Francia? G. Fourquin, para el cual los "jacques" no eran sino una asociación de "pequeñas bandas mal organizadas", ha señalado, no obstante, que la Jacquerie fue, en cierta medida, una revuelta "contra las secuelas de la crisis frumentaria de principios de siglo". 



Por otra parte, el movimiento no fue tan anárquico como en principio podía parecer. Tuvo una organización y tuvo, sobre todo, jefes, a pesar de las opiniones de los cronistas coetáneos. ¿Cómo olvidarnos, por ejemplo, de Guillaume Carle, caudillo indiscutido de la insurrección? Carle organizó dentro del movimiento una especie de cancillería. A el se debía igualmente la idea de ocupar sólo aquellos castillos que en verdad tuvieran interés desde el punto de vista estratégico, evitando ataques innecesarios a los restantes. En cualquier caso, la Jacquerie fue un movimiento de gran intensidad pero de corta duración. Ni los esfuerzos de Marcel, por una parte, ni los de Carle, por otra, lograron que llegara a conectar el movimiento campesino con el que por las mismas fechas había estallado en París. Así las cosas, el 10 de junio de 1358 Carlos el Malo acababa con la resistencia de los "jacques". Su líder, Guillaume Carle, fue hecho prisionero y, posteriormente, ajusticiado. A continuación se puso en marcha una dura represión contra los participantes en la revuelta. Mas aunque fracasada, no se puede olvidar que la Jacquerie dejó una huella muy profunda en la conciencia colectiva del campesinado del país galo.
El periodo comprendido entre los años 1358 y 1378 fue, dentro de lo que cabe, una era de paz social. No puede negarse que si analizamos con un mínimo de detalle los acontecimientos de esos años pueden señalarse movimientos populares en este o en aquel lugar, aunque por lo general todos ellos fueran de escasa incidencia. Tal sería, por ejemplo, el caso de la sublevación que se produjo en la ciudad alemana de Augsburgo en 1368, o de determinados movimientos que tuvieron lugar por esas mismas fechas en el mundo rural inglés. Es posible que ejercieran un peso muy fuerte, en esa situación de relativa paz social, los gravísimos trastornos que habían padecido los europeos en los años medios de la centuria, lo que habría originado un cansancio generalizado en todos los sectores sociales. Pero en 1378 el fuego se reavivó, con inusitada fuerza, inaugurando una etapa, ciertamente breve (apenas duró cinco años, desde 1378 hasta 1383), pero de especial intensidad por lo que a las luchas sociales se refiere siendo la revuelta de los "ciompi" florentinos su máxima expresión.


No obstante, la descripción más precisa de la Jacquerie nos la proporciona el cronista Froissart, cuyas opiniones, como es bien sabido, reflejaban ante todo los puntos de vista de la alta nobleza francesa. "Algunas gentes de las villas campesinas se reunieron sin jefes en Beauvais. Al principio no eran ni 100 hombres y dijeron que todos los nobles del Reino de Francia, caballeros y escuderos, traicionaban al Reino, y que sería un gran bien destruirlos a todos... Entonces, sin otro consejo y sin otra armadura más que bastones con puntas de hierro y cuchillos, se fueron a la casa de un caballero, realizando actos de brutalidad sin cuento". Pero continuemos con el relato de Froissart: "Así hicieron en muchos castillos y buenas casas, y fueron creciendo tanto que llegaron a 6.000... Estas gentes miserables incendiaron y destruyeron más de sesenta buenas casas y fuertes castillos del país de Beauvais y de los alrededores de Corbie, Amiens y Montdidier. Y si Dios no hubiera puesto remedio con su gracia, la desgracia habría crecido de modo que todas las comunidades habrían destruido a los gentileshombres, después a la santa Iglesia, y a todas las gentes ricas de todo el país". Así pues, Froissart, después de señalar cómo los rústicos carecían de los elementos definitorios de cualquier ejército (no tenían jefes y no poseían armas adecuadas), se ceba en los desastres que causaron y pone el acento en la ruina que se avecinaba, si Dios no ponía remedio inmediato, para todos los sectores poderosos de Francia, tanto laicos como eclesiásticos. De todas formas, es innegable que Froissart generalizaba, pues la violencia campesina únicamente se dirigió contra la nobleza laica, respetando en todo momento, en cambio, los bienes eclesiásticos. 



A partir de esos textos se elaboraron las primeras interpretaciones historiográficas de la Jacquerie. El movimiento parecía una explosión de cólera, más o menos espontánea, protagonizada por los campesinos de más baja condición. Así fue considerado por la historiografía tradicional. Pero en los últimos años se han matizado notablemente esos puntos de vista. Es innegable, desde luego, que la rabia de los campesinos miserables jugó un papel muy destacado en la insurrección de la Jacquerie. Pero no es menos cierto que en la misma participaron también labriegos de buena posición económica. Es posible incluso que uno de los principales motivos de la revuelta fuera la caída de los precios de los granos. ¿No induce a esa conclusión el hecho de que la Jacquerie se produjera precisamente en una de las principales regiones cerealísticas de Francia? G. Fourquin, para el cual los "jacques" no eran sino una asociación de "pequeñas bandas mal organizadas", ha señalado, no obstante, que la Jacquerie fue, en cierta medida, una revuelta "contra las secuelas de la crisis frumentaria de principios de siglo".
Hay que indicar, asimismo, que la Jacquerie contó con el apoyo de algunos sectores urbanos, particularmente de artesanos. Por otra parte, el movimiento no fue tan anárquico como en principio podía parecer. Tuvo una organización y tuvo, sobre todo, jefes, a pesar de las opiniones de los cronistas coetáneos. ¿Cómo olvidarnos, por ejemplo, de Guillaume Carle, caudillo indiscutido de la insurrección? Carle organizó dentro del movimiento una especie de cancillería. A el se debía igualmente la idea de ocupar sólo aquellos castillos que en verdad tuvieran interés desde el punto de vista estratégico, evitando ataques innecesarios a los restantes. En cualquier caso, la Jacquerie fue un movimiento de gran intensidad pero de corta duración. Ni los esfuerzos de Marcel, por una parte, ni los de Carle, por otra, lograron que llegara a conectar el movimiento campesino con el que por las mismas fechas había estallado en París. Así las cosas, el 10 de junio de 1358 Carlos el Malo acababa con la resistencia de los "jacques". Su líder, Guillaume Carle, fue hecho prisionero y, posteriormente, ajusticiado. A continuación se puso en marcha una dura represión contra los participantes en la revuelta. Mas aunque fracasada, no se puede olvidar que la Jacquerie dejó una huella muy profunda en la conciencia colectiva del campesinado del país galo.
El periodo comprendido entre los años 1358 y 1378 fue, dentro de lo que cabe, una era de paz social. No puede negarse que si analizamos con un mínimo de detalle los acontecimientos de esos años pueden señalarse movimientos populares en este o en aquel lugar, aunque por lo general todos ellos fueran de escasa incidencia. Tal sería, por ejemplo, el caso de la sublevación que se produjo en la ciudad alemana de Augsburgo en 1368, o de determinados movimientos que tuvieron lugar por esas mismas fechas en el mundo rural inglés. Es posible que ejercieran un peso muy fuerte, en esa situación de relativa paz social, los gravísimos trastornos que habían padecido los europeos en los años medios de la centuria, lo que habría originado un cansancio generalizado en todos los sectores sociales. Pero en 1378 el fuego se reavivó, con inusitada fuerza, inaugurando una etapa, ciertamente breve (apenas duró cinco años, desde 1378 hasta 1383), pero de especial intensidad por lo que a las luchas sociales se refiere siendo la revuelta de los "ciompi" florentinos su máxima expresión.

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