Con este nombre se designa a la revuelta
campesina desarrollada en Francia, concretamente en las tierras de
l`Ile-de-France, entre los meses de mayo y junio de 1358.
Etimológicamente, jacquerie deriva del nombre propio Jacques y de su abreviación Jacq, nombre por el que se conocía despectivamente en los ámbitos señoriales a los campesinos franceses. Debido a ello, jacquerie
ha servido para designar a cualquier movimiento de revuelta campesina
acontecido en Francia, aunque el primero y más importante de todos ellos
fue el que se analizará a continuación.
El cronista J. Froissart la denominó en su día la "gran maravillosa
tribulación". Su nombre lo toma de "Jacques Bonhomme", apelativo
genérico con el que se designaba en aquella época en tierras francesas a
los rústicos. Sin duda, el motivo último de la revuelta se inscribía en
la estructura social del mundo feudal, con su conocida dicotomía señores-campesinos. Pero los azotes que habían padecido los franceses en los años anteriores, desde la peste negra y los malos años hasta la negativa evolución de la situación militar en la confrontación con los ingleses,
contribuyeron sin duda a agravar el panorama. A partir de estos datos
se explica la afirmación del historiador H. Neveux de que la Jacquerie
fue, en definitiva, "un acta de acusación".
Aunque no se conoce con exactitud cuál fue la chispa que
encendió la rebelión, lo cierto es que hacia mediados del mes de mayo de
1358 un poderoso contingente de campesinos armados (las fuentes citan
más de 5.000 hombres y mujeres) se concentró en Saint-Luc d´Esserent, en
la confluencia de los territorios franceses de I´lle-de-France y
Beauvaisis. Desde su primigenio alzamiento, la revuelta se extendió en
apenas unos días por las regiones de Picardía y Champagne, llegando
incluso a alcanzar amplios sectores de Lorena, Artois y Normandía. El
movimiento de protesta, con un claro componente anti-señorial, tuvo un
comportamiento violento, saqueando, arrasando e incendiando cualquier
posesión nobiliaria que encontraron a su paso.
Desde los primeros momentos del conflicto la jacquerie
intentó agrupar a todos los campesinos que encontraron a su paso,
organizándose mediante unas divisiones en las que el criterio se
encontraba en la correspondencia a una parroquia determinada, es decir,
tal y como estaban censados en sus lugares de origen. Al frente de cada
peculiar "parroquia" había un jefe con mando militar, mientras que por
encima de todos ellos se alzaba una especie de caudillo, un "general" de
los ejércitos llamado Guillaume Carle. Las noticias sobre la vida de
Carle son confusas, aunque es probable que descendiera de alguna
empobrecida rama nobiliaria o fuese hijo bastardo de algún linaje
picardo. Quien quiera que fuese, lideró a las tropas de la jacquerie
en su largo y violento peregrinar por los campos franceses y llegó,
incluso, a entablar alianza con los partidarios del parisino Etienne Marcel, que había sublevado la Ciudad de la Luz en la misma época atendiendo a criterios que no se alejaban demasiado de las amargas quejas campesinas.
Sin
embargo, la reacción no se hizo esperar por parte de la aristocracia.
Naturalmente, los linajes nobiliarios afectados por los saqueos de la jacquerie
abrieron los contactos con las familias emparentadas con el fin de
detener el desastre. A tal efecto, se formó un contingente de tropas
nobiliarias con mayor peso, más entrenamiento y mejores armas para una
lucha final que no tardaría en presentarse. Por si fuera poco, a la
cabeza del ejército nobiliario se encontraba el rey de Navarra, Carlos el Malo,
un príncipe sin escrúpulos que destacaba tanto por su buena espada como
por sus habituales y fraudulentos métodos.
Así pues, Carlos el Malo
hizo suya la máxima cesariana ("divide y vencerás") y consiguió
atraerse hacia la causa nobiliaria al propio Guillaume Carle, bajo la
promesa (naturalmente, falsa) de recompensar su traición con un título
nobiliario y un señorío a su favor. Privadas de dirección táctica y,
como era lógico, sin la fuerza militar de unos soldados expertos en su
oficio, las tropas de la jacquerie fueron masacradas en la batalla de Mello, pequeña villa situada en las cercanías del actual Clermont-en-Beauvisis (10-VI-1358). No contento con ello, Carlos el Malo, además de mandar a la horca al cándido traidor Carle, ordenó una durísima represión en la que fueron ejecutados más de 3.000 jacqs,
levantando un infranqueable muro de sangre, horror y depravación para
servir de escarmiento a quienes, en un futuro, volviesen a osar
levantarse contra la autoridad señorial.
Tradicionalmente, se ha tendido a explicar la revuelta como uno
de tantos conflictos anti-señoriales de la Baja Edad Media, debido a que
reúne varias características que son esenciales en dichos movimientos,
tales como su efímera existencia, su espontaneidad, la violencia de
todos lo hechos (por todas las partes contendientes) y su carácter
estrictamente anti-nobiliario o anti-señorial, no siendo más que una
reivindicación plausible en el mundo feudal y que, en ningún caso,
pretendía alterar el orden social establecido sino exigir la justicia
del mismo.
Además de ello, varios historiadores han ligado el
atroz levantamiento con una no menos cruda coyuntura económica,
principalmente debida a la crisis demográfica, económica y social
provocada por la Peste Negra
de 1348, de la que, diez años después, no sólo aún se pagaban las
consecuencias sino que éstas se incrementaban con rebrotes endémicos en
bastantes regiones de Francia y del resto de Europa.
Sin embargo, superando los conceptos localistas y las explicaciones coyunturales, se debe razonar que, efectivamente, la jacquerie
fue uno de tantos conflictos anti-señoriales de la Baja Edad Media,
pero, como es lógico, hay que inscribirlo en esos otros tantos. Desde la
expansión de los dominios agrícolas a costa de las zonas de bosque
acontecida en el siglo XII, el campesinado no había dejado de ser un
elemento oprimido por el ansia de riqueza señorial; debido a ello,
durante toda la Plena Edad Media (siglos XI, XII y XIII) los oprimidos
habían mostrado un tenaz espíritu de lucha que, a veces, se manifestaba
mediante violentas revueltas como la Jacquerie y, la mayoría de
ellas, provocaba resistencias pasivas con larga persistencia en la
memoria colectiva, lo que hacía que el odio anti-señorial pasase de
generación en generación. Esta persistencia se vio agravada en los
siglos XIV y XV por la crisis coyuntural que vivió Europa en todos sus
aspectos: a las pérdidas demográficas siguió la caída de la mano de obra
y, por consiguiente, el aumento del precio de ésta. Pero el
intervencionismo señorial hizo equiparar de nuevo salarios y precios al
mismo nivel al que se encontraban antes de 1358 (medida coyunturalmente
buena pero que levantó las iras del campesinado). Además, otro factor
importante fue el hecho de que a la caída de las rentas señoriales, los
terratenientes no optaron por medidas inteligentes, sino que
emprendieron una "huida hacia adelante" pidiendo empréstitos sobre las
futuras cosechas o (la mayoría de las veces) incrementando brutalmente
las cargas al campesinado dependiente.
Por eso, la jacquerie,
pese a tener sentido aisladamente en el contexto del campo francés,
revela su verdadera dimensión en el ámbito de revueltas campesinas que
se extendieron como un torrente por toda la Europa bajomedieval: la
revuelta de los marineros de Flandes , el levantamiento tylerista de Inglaterra o el movimiento taborita
de Bohemia . Por lo que respecta a la Península ibérica, los
procesos sucedieron de modo análogo, como muestran tanto la revuelta de
los Payeses de Remença catalanes o las llamadas Guerras Irmandiñas .
No obstante, la descripción más precisa de la Jacquerie nos la
proporciona el cronista Froissart, cuyas opiniones, como es bien sabido,
reflejaban ante todo los puntos de vista de la alta nobleza francesa.
"Algunas gentes de las villas campesinas se reunieron sin jefes en
Beauvais. Al principio no eran ni 100 hombres y dijeron que todos los
nobles del Reino de Francia, caballeros y escuderos, traicionaban al
Reino, y que sería un gran bien destruirlos a todos... Entonces, sin
otro consejo y sin otra armadura más que bastones con puntas de hierro y
cuchillos, se fueron a la casa de un caballero, realizando actos de
brutalidad sin cuento". Pero continuemos con el relato de Froissart:
"Así hicieron en muchos castillos y buenas casas, y fueron creciendo
tanto que llegaron a 6.000... Estas gentes miserables incendiaron y
destruyeron más de sesenta buenas casas y fuertes castillos del país de
Beauvais y de los alrededores de Corbie, Amiens y Montdidier. Y si Dios
no hubiera puesto remedio con su gracia, la desgracia habría crecido de
modo que todas las comunidades habrían destruido a los gentileshombres,
después a la santa Iglesia, y a todas las gentes ricas de todo el país".
Así pues, Froissart, después de señalar cómo los rústicos carecían de
los elementos definitorios de cualquier ejército (no tenían jefes y no
poseían armas adecuadas), se ceba en los desastres que causaron y pone
el acento en la ruina que se avecinaba, si Dios no ponía remedio
inmediato, para todos los sectores poderosos de Francia, tanto laicos
como eclesiásticos. De todas formas, es innegable que Froissart
generalizaba, pues la violencia campesina únicamente se dirigió contra
la nobleza laica, respetando en todo momento, en cambio, los bienes
eclesiásticos.
A partir de esos textos se elaboraron las primeras interpretaciones historiográficas de la Jacquerie. El movimiento parecía una explosión de cólera, más o menos espontánea, protagonizada por los campesinos de más baja condición. Así fue considerado por la historiografía tradicional. Pero en los últimos años se han matizado notablemente esos puntos de vista. Es innegable, desde luego, que la rabia de los campesinos miserables jugó un papel muy destacado en la insurrección de la Jacquerie. Pero no es menos cierto que en la misma participaron también labriegos de buena posición económica. Es posible incluso que uno de los principales motivos de la revuelta fuera la caída de los precios de los granos. ¿No induce a esa conclusión el hecho de que la Jacquerie se produjera precisamente en una de las principales regiones cerealísticas de Francia? G. Fourquin, para el cual los "jacques" no eran sino una asociación de "pequeñas bandas mal organizadas", ha señalado, no obstante, que la Jacquerie fue, en cierta medida, una revuelta "contra las secuelas de la crisis frumentaria de principios de siglo".
A partir de esos textos se elaboraron las primeras interpretaciones historiográficas de la Jacquerie. El movimiento parecía una explosión de cólera, más o menos espontánea, protagonizada por los campesinos de más baja condición. Así fue considerado por la historiografía tradicional. Pero en los últimos años se han matizado notablemente esos puntos de vista. Es innegable, desde luego, que la rabia de los campesinos miserables jugó un papel muy destacado en la insurrección de la Jacquerie. Pero no es menos cierto que en la misma participaron también labriegos de buena posición económica. Es posible incluso que uno de los principales motivos de la revuelta fuera la caída de los precios de los granos. ¿No induce a esa conclusión el hecho de que la Jacquerie se produjera precisamente en una de las principales regiones cerealísticas de Francia? G. Fourquin, para el cual los "jacques" no eran sino una asociación de "pequeñas bandas mal organizadas", ha señalado, no obstante, que la Jacquerie fue, en cierta medida, una revuelta "contra las secuelas de la crisis frumentaria de principios de siglo".
Por otra parte, el movimiento no fue tan anárquico como en principio podía parecer. Tuvo una organización y tuvo, sobre todo, jefes, a pesar de las opiniones de los cronistas coetáneos. ¿Cómo olvidarnos, por ejemplo, de Guillaume Carle, caudillo indiscutido de la insurrección? Carle organizó dentro del movimiento una especie de cancillería. A el se debía igualmente la idea de ocupar sólo aquellos castillos que en verdad tuvieran interés desde el punto de vista estratégico, evitando ataques innecesarios a los restantes. En cualquier caso, la Jacquerie fue un movimiento de gran intensidad pero de corta duración. Ni los esfuerzos de Marcel, por una parte, ni los de Carle, por otra, lograron que llegara a conectar el movimiento campesino con el que por las mismas fechas había estallado en París. Así las cosas, el 10 de junio de 1358 Carlos el Malo acababa con la resistencia de los "jacques". Su líder, Guillaume Carle, fue hecho prisionero y, posteriormente, ajusticiado. A continuación se puso en marcha una dura represión contra los participantes en la revuelta. Mas aunque fracasada, no se puede olvidar que la Jacquerie dejó una huella muy profunda en la conciencia colectiva del campesinado del país galo.
El periodo comprendido entre los años 1358 y 1378 fue, dentro de lo que cabe, una era de paz social. No puede negarse que si analizamos con un mínimo de detalle los acontecimientos de esos años pueden señalarse movimientos populares en este o en aquel lugar, aunque por lo general todos ellos fueran de escasa incidencia. Tal sería, por ejemplo, el caso de la sublevación que se produjo en la ciudad alemana de Augsburgo en 1368, o de determinados movimientos que tuvieron lugar por esas mismas fechas en el mundo rural inglés. Es posible que ejercieran un peso muy fuerte, en esa situación de relativa paz social, los gravísimos trastornos que habían padecido los europeos en los años medios de la centuria, lo que habría originado un cansancio generalizado en todos los sectores sociales. Pero en 1378 el fuego se reavivó, con inusitada fuerza, inaugurando una etapa, ciertamente breve (apenas duró cinco años, desde 1378 hasta 1383), pero de especial intensidad por lo que a las luchas sociales se refiere siendo la revuelta de los "ciompi" florentinos su máxima expresión.
No obstante, la descripción más precisa de la Jacquerie nos la proporciona el cronista Froissart, cuyas opiniones, como es bien sabido, reflejaban ante todo los puntos de vista de la alta nobleza francesa. "Algunas gentes de las villas campesinas se reunieron sin jefes en Beauvais. Al principio no eran ni 100 hombres y dijeron que todos los nobles del Reino de Francia, caballeros y escuderos, traicionaban al Reino, y que sería un gran bien destruirlos a todos... Entonces, sin otro consejo y sin otra armadura más que bastones con puntas de hierro y cuchillos, se fueron a la casa de un caballero, realizando actos de brutalidad sin cuento". Pero continuemos con el relato de Froissart: "Así hicieron en muchos castillos y buenas casas, y fueron creciendo tanto que llegaron a 6.000... Estas gentes miserables incendiaron y destruyeron más de sesenta buenas casas y fuertes castillos del país de Beauvais y de los alrededores de Corbie, Amiens y Montdidier. Y si Dios no hubiera puesto remedio con su gracia, la desgracia habría crecido de modo que todas las comunidades habrían destruido a los gentileshombres, después a la santa Iglesia, y a todas las gentes ricas de todo el país". Así pues, Froissart, después de señalar cómo los rústicos carecían de los elementos definitorios de cualquier ejército (no tenían jefes y no poseían armas adecuadas), se ceba en los desastres que causaron y pone el acento en la ruina que se avecinaba, si Dios no ponía remedio inmediato, para todos los sectores poderosos de Francia, tanto laicos como eclesiásticos. De todas formas, es innegable que Froissart generalizaba, pues la violencia campesina únicamente se dirigió contra la nobleza laica, respetando en todo momento, en cambio, los bienes eclesiásticos.
A partir de esos textos se elaboraron las primeras interpretaciones historiográficas de la Jacquerie. El movimiento parecía una explosión de cólera, más o menos espontánea, protagonizada por los campesinos de más baja condición. Así fue considerado por la historiografía tradicional. Pero en los últimos años se han matizado notablemente esos puntos de vista. Es innegable, desde luego, que la rabia de los campesinos miserables jugó un papel muy destacado en la insurrección de la Jacquerie. Pero no es menos cierto que en la misma participaron también labriegos de buena posición económica. Es posible incluso que uno de los principales motivos de la revuelta fuera la caída de los precios de los granos. ¿No induce a esa conclusión el hecho de que la Jacquerie se produjera precisamente en una de las principales regiones cerealísticas de Francia? G. Fourquin, para el cual los "jacques" no eran sino una asociación de "pequeñas bandas mal organizadas", ha señalado, no obstante, que la Jacquerie fue, en cierta medida, una revuelta "contra las secuelas de la crisis frumentaria de principios de siglo".
Hay que indicar, asimismo, que la Jacquerie contó con el apoyo de algunos sectores urbanos, particularmente de artesanos. Por otra parte, el movimiento no fue tan anárquico como en principio podía parecer. Tuvo una organización y tuvo, sobre todo, jefes, a pesar de las opiniones de los cronistas coetáneos. ¿Cómo olvidarnos, por ejemplo, de Guillaume Carle, caudillo indiscutido de la insurrección? Carle organizó dentro del movimiento una especie de cancillería. A el se debía igualmente la idea de ocupar sólo aquellos castillos que en verdad tuvieran interés desde el punto de vista estratégico, evitando ataques innecesarios a los restantes. En cualquier caso, la Jacquerie fue un movimiento de gran intensidad pero de corta duración. Ni los esfuerzos de Marcel, por una parte, ni los de Carle, por otra, lograron que llegara a conectar el movimiento campesino con el que por las mismas fechas había estallado en París. Así las cosas, el 10 de junio de 1358 Carlos el Malo acababa con la resistencia de los "jacques". Su líder, Guillaume Carle, fue hecho prisionero y, posteriormente, ajusticiado. A continuación se puso en marcha una dura represión contra los participantes en la revuelta. Mas aunque fracasada, no se puede olvidar que la Jacquerie dejó una huella muy profunda en la conciencia colectiva del campesinado del país galo.
El periodo comprendido entre los años 1358 y 1378 fue, dentro de lo que cabe, una era de paz social. No puede negarse que si analizamos con un mínimo de detalle los acontecimientos de esos años pueden señalarse movimientos populares en este o en aquel lugar, aunque por lo general todos ellos fueran de escasa incidencia. Tal sería, por ejemplo, el caso de la sublevación que se produjo en la ciudad alemana de Augsburgo en 1368, o de determinados movimientos que tuvieron lugar por esas mismas fechas en el mundo rural inglés. Es posible que ejercieran un peso muy fuerte, en esa situación de relativa paz social, los gravísimos trastornos que habían padecido los europeos en los años medios de la centuria, lo que habría originado un cansancio generalizado en todos los sectores sociales. Pero en 1378 el fuego se reavivó, con inusitada fuerza, inaugurando una etapa, ciertamente breve (apenas duró cinco años, desde 1378 hasta 1383), pero de especial intensidad por lo que a las luchas sociales se refiere siendo la revuelta de los "ciompi" florentinos su máxima expresión.
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