Resulta curioso que una encíclica del año 1891 escrita por el sumo pontífice León XIII, en la que se imparte doctrina sobre la situación que vivía la sociedad obrera de la época, sea tan actual y aplicable en el momento en el que vivimos.
Si
analizamos
este insigne documento pastoral, así como otros elaborados por este
gran visionario, caeremos en la cuenta de cómo debemos abordar el eterno
conflicto que subyace de la llamada “cuestión
social”.
Este
Papa, no
solo desarrollo su doctrina en el análisis de la situación que vivía
la clase obrera de la época, sino que dibujó las líneas maestras sobre
temas tan capitales para el hombre, como el fundamento
de toda sociedad humana, que es la familia, el sacramento del
matrimonio, tan despreciado en la época actual, sobre el origen del
poder civil, sobre los deberes de los ciudadanos y la libertad
del hombre por encima de todo planteamiento económico y político.
La encíclica
Rerum Novarum,
es especial ante todas las demás,
ya que aporta al género humano, las normas más fiables para la
consecución de la “paz” y poder asentar los cimientos necesarios para la
construcción de un nuevo orden social que confronte y
supere los problemas de convivencia resultantes de “la cuestión
social” y del enfrentamiento entre los que poseen el capital y los que
“solo” tienen la fuerza de su trabajo.
En
el siglo
XIX coincidiendo con la irrupción de un nuevo sistema económico y
con la polarización de la sociedad humana, en dos clases: una poseedora
de la casi totalidad de los bienes de la época y otra
cada vez más precaria y excluida, cuya única razón de ser, era
liberarse del yugo que los primeros les imponían, apareció esta Carta
Encíclica, en la que proclamaba con total valentía “los
derechos y deberes a que han de atenerse los ricos y los proletarios,
los que aportan el capital y los que ponen el trabajo” (Rerum Novarum, 1), así como
cual es el papel de la Iglesia y de los poderes públicos.
Además
existe
durante todo el desarrollo de este planteamiento doctrinal, un tema
se suma importancia en el momento actual, que no es otro que la defensa
de la “familia” como primer agente socializador de
persona y “germen” de toda sociedad conocida.
El Papa Juan
Pablo II, nombrado beato hace ya algún año, afirma en su encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”
(1987), que León XII, por medio de la Rerum Novarum,
dio comienzo en la Iglesia a la creación de un cuerpo doctrinal, que
buscara soluciones a los problemas del hombre, al desarrollo de los
pueblos, a la justicia social, y en definitiva a instruir
a los hombres en el descubrimiento de que son ellos los que
verdaderamente tienen que contribuir a la creación de una sociedad que
viva en comunión y no en permanente conflicto.
1.
APORTACIONES DE LA “RERUM NOVARUM”.
Si
repasamos
los beneficios y aportaciones que se han producido desde la
irrupción de esta encíclica, constataremos que la importancia de la
misma ha sido capital para el desarrollo de las naciones y las
posteriores doctrinas sociales elaboradas por la Iglesia y otras
corrientes de pensamiento.
Las novedades
fundamentales de la esta obra pueden quedar agrupadas en tres espacios principales:
I.El reto de la
Iglesia ante la cuestión social.
II.El papel del
Estado.
III.El
comportamiento de las partes interesadas en el conflicto
1.1.
EL RETO DE LA IGLESIA ANTE LA CUESTIÓN SOCIAL.
Como
punto de
partida, León XIII señaló que la Iglesia durante toda su historia ha
sido la única capaz de acabar con el sufrimiento del hombre o hacerlo
más soportable por medio de el ejercicio de la caridad,
pilar fundamental de la vida cristiana. Este hecho es constatable en
el momento actual, si analizamos la situación de un gran número de
personas que desprotegidas y desamparadas por los poderes
públicos, se refugian y fían sus necesidades de alimento, vestido,
vivienda, salud, etc, a las
Instituciones y Organizaciones de la Iglesia Católica
que en un ejercicio de responsabilidad y reconocimiento del “otro”
como persona y superior al resto de la creación, deciden compartir la
carga de numerosas familias que atraviesan las más duras
situaciones de exclusión y pobreza.
Si
repasamos
la historia de la sociedad actual, nos daremos cuenta que la
doctrina social y económica que ha promulgado la Iglesia Católica, por
medio de los diferentes Papas, ha ido siempre en defensa de los
más pobres y desprotegidos de la sociedad, realizando siempre una
denuncia de la distribución justa de las riquezas y el reconocimiento de
la persona por encima de las cuestiones político-
económicas de cualquier régimen conocido.
Una
de las
afirmaciones que fundamentan todo el análisis del estado de la
cuestión social y del conflicto de clases que subyace del mismo, es que
tal como afirma el mismo León XIII “Es
mal capital, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una clase
social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza
hubiera dispuesto a
los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en el perpetuo
duelo….: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin
el capital”. (Rerum Novarum, 14).
Este
planteamiento, aunque parece sencillo resume de manera muy acertada,
cual es el problema del hombre, cuando cegado por la codicia no acepta
el papel que tiene que desempeñar en la sociedad que le
ha tocado vivir y focaliza su objetivo en la búsqueda de la riqueza y
en la confrontación como la solución a los problemas sociales que
aparecen en el desarrollo vital de cualquier pueblo.
La
solución
que se aporta en esta encíclica al conflicto de las clases sociales
enfrentadas, pasa por el llamamiento al cumplimiento de sus deberes
respectivos, respetando los términos de la justicia
social.
De
esta
manera podría lograrse que los dueños del capital, no consideren
meros instrumentos de producción a los trabajadores, sino que
dignifiquen su posición como asalariados y refuercen aquellas
carencias que se pudieran producirse en otros espacios vitales de la
persona, velando de una manera especial porque el trabajo que tenga que
desarrollar cualquier persona no sea superior ni a sus
fuerzas ni capacidades y que se adecue a su sexo y edad.
Otra
aportación en este sentido es la protección del más débil, ya que “han
de evitar cuidadosamente los ricos, perjudicar en lo más mínimo los
intereses de
los proletarios, ni con violencias, ni con engaños…., mientras más
débil sea su economía, tanto más debe considerarse sagrada”. (Rerum Novarum, 15).
Tras
la
aparición de Rerum Novarum, muchos Papas han profundizado en los
conflictos que se producen en la sociedad humana y en todo lo relativo a
la “cuestión social”.
Así Pablo VI,
declaró en la “Populorum Progressio” (1967), la universalidad del problema de la “cuestión social” y de los conflictos que se derivan de ella (lucha
de clases, subdesarrollo de sociedades, etc.…), ya que según las palabras de la misma Encíclica “cada uno debe
tomar conciencia” de este hecho, precisamente porque interpela directamente a la conciencia, que es la fuente de las decisiones morales.
Por lo tanto
para enfrentarnos a la solución de la llamada cuestión social,
los responsables de la política, los ciudadanos y el resto de agentes
sociales, tienen la obligación moral de tener en cuenta en las
decisiones que tomen, este carácter universal y dependiente del problema
que subsiste entre la forma de comportarse de unos con el
subdesarrollo de otros.
1.2. EL PAPEL DEL
ESTADO.
En
este
apartado, trataremos de sintetizar de manera clara, qué respuesta
debe esperarse del Estado, ante el fenómeno del la lucha de clases, la
cuestión social, el desarrollo de los pueblos, y demás
cuestiones objeto de este artículo.
Parece
de
sentido común, que la misión del Estado es relativamente sencilla,
ya que lo único que se espera de los que gobiernan es que cooperen con
la fuerza de las leyes que producen, en la creación de
una sociedad, de la cual nazca espontáneamente la prosperidad del
hombre, de su familia y por tanto de la sociedad que les rodea, ya que
esta es la misión del servicio “público” que lleva
intrínseco la política y el deber de los gobernantes que la forman.
Debe
tenerse
en cuenta que el Estado como “padre” de los miembros de una
sociedad, debe preocuparse por todos sus “hijos”, pero en el ejercicio
de su responsabilidad como “padre”, debe poner especial interés
por aquellos “hijos” más débiles o desprotegidos.
Así
aunque
todos somos ciudadanos y debemos contribuir al bien común de la
sociedad, esta aportación no debe ser igual para todos, ya que no todos
poseemos lo mismo. Por lo que para que exista una sociedad
equilibrada y justa, las autoridades públicas tienen que asegurarse
que los más débiles de la sociedad reciben algo de lo que aportan al
bien común, asegurando así los derechos fundamentales
de alimento, vestido, sanidad, vivienda, y educación. De esto se desprende que los gobiernos deben
fomentar aquellas prácticas que resulten favorables a la clase trabajadora y a los más vulnerables de la sociedad.
Aunque
hay
que tener en cuenta que ningún individuo ni familia debe ser
absorbido por la intervención del Estado, ya que hay que dejar a cada
uno la libre facultad de actuar hasta donde le sea posible, sin
que esta libertad dañe a nadie y no ataque el bien común de la
sociedad. Esto no quiere decir que el Estado permanezca impasible ante
las situaciones de injusticia o las de desamparo que sufren
algunas personas, que bién por su historia o bién por su falta de
competencias y recursos no son capaces de procurarse lo suficiente para
el desarrollo de una vida digna.
Por
lo tanto
el Estado debe anticiparse a los conflictos de clases que puedan
producirse en situaciones futuras, elaborando leyes y desarrollando
políticas que defiendan los derechos de los débiles, las
familias y de aquellos que sólo poseen la fuerza de su trabajo.
En
cuanto a
las protecciones que debe ofrecer el Estado debemos poner especial
interés en mencionar a la familia, ya que esta es el núcleo fundamental
de toda sociedad conocida y es el “sistema” en el que
toda persona se prepara para las exigencias de la vida futura y el
que te da soporte en las situaciones de dificultad.
Así
León XIII
afirma que la familia o sociedad doméstica, bien pequeña, es cierto,
pero verdaderamente sociedad y más antigua que cualquier otra, es de
absoluta necesidad que posea unos derechos y unos
deberes, totalmente independientes de la potestad civil (Rerum
Novarum).
Si
los
ciudadanos de cualquier sociedad, si las familias participes en la
convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos
perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos
más bien que una tutela de los mismos, la sociedad resultante, más
que deseable, sería digna de repulsa (Rerum Novarum, 10).
Resulta
alarmante ver como en las últimas décadas, uno de los principales
objetivos de muchos gobiernos ha sido controlar la natalidad por medio
de la difusión de agresivas campañas en contra de ella y
del papel de la mujer dentro de cualquier familia, en contra de la
identidad cultural y religiosa de la sociedad a la que ataca y coartando
de una manera cobarde la libertad de decisión de las
personas afectadas, con el fin de someterlas a esta nueva forma de
opresión y control injustificado.
Desde
la DSI,
este hecho es totalmente condenable ya que la Iglesia reconoce al
hombre y por extensión a la familia, como aquello que está por encima de
todo y como núcleo inviolable.
Así el Papa
Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987), recoge: “no
se puede negar la existencia –sobre todo en la parte Sur de nuestro
planeta- de un problema demográfico que crea dificultades al desarrollo.
Es preciso afirmar
enseguida que en la parte Norte este problema es de signo inverso:
aquí lo que preocupa es la caída de la tasa de natalidad, con
repercusiones en el envejecimiento de la población, incapaz de
renovarse biológicamente. Fenómeno éste capaz de obstaculizar de por
si el desarrollo. Como tampoco es exacto afirmar que tales dificultades
provengan solamente del crecimiento demográfico; no
está demostrado que cualquier crecimiento demográfico sea
incompatible con un desarrollo ordenado”.
1.3. EL RETO DE LAS PARTES
INTERESADAS EN EL CONFLICTO.
Si se realiza una revisión histórica desde la fecha en la que se público la Rerum
Novarum, hasta nuestros días podremos comprobar que independientemente
del desarrollo industrial, de las leyes que existieran,
del color político que gobernara, y de otros muchos factores que
afectan al funcionamiento de cualquier sociedad, caeremos en la cuenta,
que aunque parezca algo simplista “la cuestión social”,
puede quedar resumida en la confrontación entre los que poseen los
medios de producción y los que poseen la fuerza de sus manos.
Muy
acertadamente León XIII, demuestra en la encíclica que los patronos y
los mismos obreros tienen mucho que hacer en la solución del conflicto
que subyace de la “cuestión social”, dando especial
protagonismo a las asociaciones que aparecieron en la época, ya sean
de obreros, empresarios, o ambos juntos, ya que son estas las que
pueden acercar una clase social a la otra.
Estas
se han
de construir y gobernar de tal modo que proporcionen los medios
idóneos y convenientes para el fin que se proponen, consistente en que
cada miembro consiga de la sociedad, en la medida de lo
posible, un aumento de los bienes del cuerpo, del alma y de la
familias. (RerumNovarum, 42).
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