Barbarroja, el célebre corsario de Argel, sembró el terror en el
Mediterráneo occidental durante la primera mitad del siglo XVI. Él y su
hermano mayor, Aruj, navegaron sin temor saqueando puertos y ciudades, y
cargando sus galeras de infinitas riquezas y un número enorme de
cautivos. Pero Hayreddín Barbarroja no fue un simple hombre de fortuna
con patente de corso, sino un diestro guerrero con olfato político que
se convirtió en valioso servidor del sultán otomano Solimán el
Magnífico, desafió a todo un emperador, Carlos V, y fundó en Argelia un
reino cosmopolita y próspero.
Hayreddín era hijo de un albanés que
tras renegar del cristianismo se había asentado en Mitilene, en la isla
griega de Lesbos, donde llevaba una vida modesta como alfarero junto a
su mujer, viuda de un sacerdote griego. Aruj, el hermano mayor, fue el
primero que se lanzó a la aventura del mar, quizás en la marina del
Imperio otomano o tal vez en algún navío mercante o corsario. Pero en
1503 el barco en el que viajaba fue atacado y capturado por un galeón de
la orden de los caballeros hospitalarios, entonces asentada en Rodas.
Apresado, Aruj pasó dos años como galeote en un navío de los caballeros,
hasta que logró escapar y pudo reunirse con su hermano Hayreddín. Ambos
se establecieron entonces en la isla de Djerba, frente a Túnez; el
lugar era una auténtica madriguera de corsarios, a los que se sumaron
con entusiasmo.
Sus ataques contra galeras cristianas que surcaban
la zona, especialmente españolas, les reportaron importantes ganancias y
atrajeron la atención del señor musulmán de Túnez, con el que formaron
una asociación. Su flota ascendía ahora a una docena de navíos, y con
ellos Aruj y Hayreddín se atrevieron a atacar las plazas españolas del
norte de África, como Bugía, donde Aruj perdió un brazo por un tiro de
arcabuz.
El bastión de Argel
A estas alturas, Aruj soñaba con dejar de
ser un simple corsario y convertirse él mismo en jefe de un Estado
soberano de la costa norteafricana. La oportunidad le llegó en 1516,
cuando el gobernador de Argel le pidió ayuda para expulsar a los
soldados españoles del vecino Peñón de Argel. Aruj acudió presto, pero
en vez de combatir a los españoles aprovechó la primera oportunidar para
deshacerse del gobernador –se dijo que lo ahogó cuando estaba tomando
el baño diario en su casa– y proclamarse señor de Argel, ante el
alborozo de sus partidarios.
Con la toma inmediatamente posterior
de Tenes y Tremecén, Aruj creó un poderoso reino en el norte de África.
Era todo un desafío para la monarquía española de Carlos V, y la
reacción no se hizo esperar. En 1518, una armada hispana partió de Orán y
asaltó Tremecén, acorralando a Aruj. En su huida, éste se refugió en un
corral de cabras, y allí un soldado español lo alcanzó con una lanza y
lo decapitó.
En Argel, Hayreddín tomó el relevo de su hermano como
jefe de los corsarios. Frente a la redoblada presión española, hizo
gala de astucia política y decidió buscar la ayuda del sultán otomano. A
cambio de la protección militar prestada por Constantinopla, que envió
enseguida dos mil jenízaros, Argel se convirtió en una nueva provincia (sanjak)
del Imperio otomano. De esta forma, Hayreddín pudo continuar en los
años siguientes con la actividad corsaria y a la vez consolidar su
Estado, conquistando nuevas plazas en Berbería, como Colo y Bona. Pese a
ello, la principal amenaza a su dominio seguía estando a las puertas
mismas de Argel, en el Peñón ocupado por los españoles. En 1529,
mientras Carlos V estaba en Italia para coronarse emperador y Solimán
asediaba Viena, Hay-reddín se lanzó al asalto de la fortaleza cristiana.
Tras 15 días consecutivos de bombardeos, la guarnición española,
diezmada, hubo de rendirse. Las crónicas españolas cuentan que
Barbarroja mandó matar a palos en su presencia al capitán del fortín,
Martín de Vargas.
Héroe de los musulmanes
La fama de
Hayreddín se extendió por todo el mundo musulmán del Próximo Oriente.
Desde Levante llegaron a Argel corsarios experimentados en busca de
fortuna, como Sinán el Judío o Alí Caramán. Del mismo modo, cuando el
condotiero genovés Andrea Doria, a instancias de Carlos V, se adentró en
el Mediterráneo oriental y consiguió capturar los puertos de Corón,
Modón y Naupacto, en el Peloponeso, Solimán mandó llamar de inmediato a
Hay-reddín. Éste se apresuró a atender la convocatoria. Para impresionar
al sultán, abarrotó sus navíos con presentes de lo más suntuoso:
tigres, leones, camellos cargados de sedas y paños de oro, vasos de
plata y oro, y también doscientas mujeres destinadas al harén de
Estambul, así como buen número de esclavos jóvenes. Solimán, sin duda
complacido, nombró a Hayreddín gran almirante de la flota otomana.
Al
mando de 80 galeras y 20 fustas, Barbarroja inició entonces una
vigorosa campaña naval a lo largo y ancho del Mediterráneo. Tras
reconquistar Corón y Naupacto, la armada de Hayreddín aterrorizó las
costas de Italia. En Nápoles, tras intentar prender a la hermosísima
condesa Julia Gonzaga, que logró escapar por muy poco, Hayreddín y sus
hombres saquearon numerosos templos y sepulturas. Barbarroja amenazó
incluso Roma, donde el papa Clemente VII agonizaba, abandonado por los
cardenales que habían huido tras saquear el erario apostólico. Pero, en
realidad, toda la correría de Hayreddín era una estratagema para
distraer la atención de la cristiandad de su verdadero objetivo, Túnez,
que tomó por sorpresa.
El duelo con Carlos V
El éxito de
Hayreddín fue breve, ya que Carlos V se puso al frente de una poderosa
expedición que logró la reconquista de Túnez, tras semanas de duro
asedio y cruentos combates. De vuelta en Argel, Barbarroja no se arredró
y buscó una ocasión para desquitarse. Sin dilación se embarcó con rumbo
a la isla de Menorca, base de la escuadra imperial española. Al llegar a
Mahón hizo colocar en los mástiles los estandartes e insignias de los
barcos españoles hundidos en Argel el año anterior, y de esta guisa
penetró sin resistencia en el puerto. Al darse cuenta del engaño, la
escasa guarnición intentó defender las murallas, pero se rindió al cabo
de unos días bajo promesa de que se respetaran las vidas y los bienes de
los habitantes. El pacto sirvió de poco. Barbarroja saqueó la ciudad y
apresó, según las crónicas, a 1.800 personas para venderlas como
esclavos.
En los años siguientes, Barbarroja, con una flota de 150
naves, siguió con sus razzias por las costas de los territorios
cristianos del Mediterráneo, desde las islas griegas e Italia hasta la
península Ibérica. En 1538 derrotó a una gran armada al mando de Andrea
Doria cuando éste le había acorralado en el puerto otomano de Préveza,
en Grecia, lo que dejó el Mediterráneo oriental en manos de los turcos.
En 1541 también rechazó la gran expedición dirigida por Carlos V en
persona contra Argel. Dos años más tarde Hayreddín emprendió otra de sus
legendarias correrías. De nuevo saqueó las costas del sur de Italia,
capturando cientos de esclavos. Tras tomar la fortaleza de Gaeta,
cuentan las crónicas que se enamoró, ya septuagenario, de la hija del
gobernador español, María la Gaitana, que se llevó consigo.
Aclamado en Estambul
Desde
Italia, Hayreddín se dirigió a Marsella y Tolón, donde fue acogido con
todos los honores por las autoridades, en cumplimiento de la alianza
entre Francia y el Imperio otomano, unidos por su rivalidad frente a
Carlos V. Algunos navíos de Barbarroja recorrieron la costa española,
saqueando diversas ciudades costeras, como Rosas, Cadaqués, Palamós y
Villajoyosa.
En 1545, Barbarroja se retiró a Estambul, donde vivió
el último año de vida, dictando serenamente sus memorias. Falleció el 4
de julio de 1546. Su tumba, el Mausoleo Verde (Yesil Turbe),
construida por el famoso arquitecto Mimar Sinan, «el Miguel Ángel
otomano», aún se alza en la orilla europea del Bósforo, en el barrio de
Besiktas. Durante años, ninguna nave turca abandonó Estambul sin
realizar una salva en honor a su más temido corsario al pasar ante su
sepultura, donde se lee el siguiente epitafio: «Ésta es la tumba del
guerrero de la fe, el almirante Hayreddín Barbarroja, conquistador de
Túnez y Argel. Dios lo tenga en su misericordia».
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