FRAY TOMAS DE BERLANGA .....LAS ISLAS GALAPAGOS
Fray Tomás de
Berlanga pertenecía a la orden de Santo Domingo , en el convento de San Esteban de
Salamanca . No sabemos el año de su nacimiento y sólo que vio la
luz primera en Berlanga, pequeña villa de España. Cuando se ordenó
fundar el convento de Dominicos en la isla Española, fue nombrado
Prior, con sujeción al Provincial de Andalucía. En 1528 alcanzó de
Roma la erección de aquella Provincia dominicana con independencia de
las de la Península y el título de Santa Cruz. El Capítulo general de
la Orden aprobó la constitución de la nueva Provincia, y el Padre
General Fray Pablo Butigela nombró primer Provincial al mismo Fray Tomás
de Berlanga.
En
1530 fue presentado el ilustre dominico para Obispo de Panamá. Era el
tercer Obispo de la Diócesis
llamada entonces de Castilla del Oro. Antonio de Alcedo en el "Catálogo
de los Obispos que ha habido en Panamá", señala a Berlanga el
quinto lugar de la serie y pone como primero
a
Don Fray Vicente de Valverde, "electo en 1533" . Hay una
evidente equivocación en ésto: pues si hubiera sido electo el Padre
Valverde en dicho año, no podía ser el primer Obispo, puesto que
Berlanga había sido elegido tres años antes. Además, en 1533 Fray
Vicente Valverde estaba acompañando a Pizarro en Cajamarca. Fue en
aquel año el reparto del rescate ofrecido por Atahuallpa para obtener
la libertad, y cuando se verificó el suplicio del desgraciado Monarca
quiteño, bautizado precisamente por Valverde antes de ser ejecutado. El
P. Valverde fue primer Obispo del Perú, habiendo sido presentado al
Papa Paulo III por la Reina, Doña Juana.
Tan pronto
como llegaron a Tierra Firme las provisiones reales que hemos
mencionado, comenzó el Obispo Berlanga a disponer todo lo concerniente
a su cumplimiento. Terminados los aprestos de un navio en Panamá,
embarcáronse hombres, caballos y bastimentos; y el 23 de febrero de
1535, el Obispo y su gente se dieron a la mar con vientos favorables.
Por siete días brisas variables empujaron el pequeño barco hacia el
Sur. La navegación se hacía entonces en aquel mar sin perder
enteramente de vista las costas de Levante:
los
promontorios y cabos servían de señales y ayudaban a calcular la
posición
de las naves, cuyo avance variaba según la fuerza de los vientos. Desde
el octavo día ,las velas caían flaccidas,
pendían lacias en el bajel de Berlanga que apenas se movía sobre las
tersas aguas. El sol abrasador del trópico fatigaba a los cansados
marineros, y las tierras que aparecían a babor, poco a poco se iban
esfumando en el horizonte.
Ni la más
pequeña brisa hinchaba las velas y sin embargo el barquichuelo derivaba
mar afuera y se engolfaba en las aguas incógnitas del Océano.
Era una corriente marina del Norte, —rama de la de México que se une
con los extremos de la ecuatorial Oeste y, frente a las costas de
Esmeraldas, vuelve al Occidente y se confunde con la Ecuatorial del Pacífico—
la que llevaba el barco, en medio de la calma, con relativa rapidez
hacia desconocida región del Mar del Sur.
A bordo
empezaron a escasear los víveres; pero el mayor tormento era la sed,
pues hombres y caballos habían casi agotado las reservas de agua. En
vano diariamente los angustiados navegantes oteaban el horizonte. Por
todas partes el mar en calma; ni una nube que prometiera lluvia; el sol
de fuego en un cielo de zafiro y la tierra desaparecida por completo en
el Oriente gris. Faltaba, sobre todo, agua y yerba para los caballos. En
los últimos días el Obispo y sus hombres padecieron intensamente y ya
les abandonaban las fuerzas para todo, cuando el 10
de Marzo de 1535 fue
señalada en el horizonte una tierra aislada que debía ser una isla. A
su vista renació la esperanza y la noche pasaron todos
en angustiosa espectativa:
"y
porque en el navio —dice el Obispo en la relación de su viaje— no
había más que agua para dos días, acordaron de echar la barca y
salir en tierra; y salidos no hallaron sino lobos marinos y tortugas y
galápagos tan grandes, que llevaba cada uno un hombre encima, y
muchas iguanas, que son como sierpes. Otro día vimos otra isla mayor
que aquella y de grandes sierras, y creyendo que así por su grandeza
como por su montuosidad que no podría dejar de tener ríos y fuentes,
fuimos a ella, porque la primera bojaría cuatro o cinco leguas y la
otra bojaría diez o doce leguas. Y en esto bebióse el agua que en el
navio había, y estuvimos tres días
en tomar la isla
con
calmas, en los cuales, así los hombres como los caballos padecimos
mucho trabajo. Surto el navio, salimos todos los pasajeros en tierra,
y unos entendían en hacer un pozo y otros en buscar agua por la isla.
Del pozo salió el agua más amarga que la de la mar; en la tierra no
pudieron descubrir otra agua en dos días, y con la necesidad que la
gente tenía, echaron mano de unas hojas de unos cardones como tunos,
y porque estaban zumosas, aunque no muy sabrosas, comenzaron de comer
dellas y exprimirlas para sacar dellas agua, y sacada, parecía
lavadas de legía, y bebíanla como si fuese agua rosada".
Dos días
estuvieron vagando por un laberinto de peñascos y quiebras, farallones
y cráteres, chupando los tallos y hojas de los cactus para apaciguar el
horrible tormento de la sed. El abrupto paisaje desolado y lleno de
misterio, sin señal alguna de vida humana, las rocas estériles,
animales desconocidos, monstruosas iguanas y lagartos que no huían a la
presencia del hombre; las grandes masas de rocas volcánicas que cubrían
las playas y que parecían —dice Berlanga— como si Dios en algún
tiempo hubiera hecho llover piedras, todo sobrecogía el ánimo de los
perdidos navegantes que imaginaban haber sido arrebatados a una región
embrujada y pavorosa. Los españoles llamaron a las incógnitas tierras
a donde les había arrojado el destino, las Islas Encantadas.
El Obispo
Berlanga, para implorar del Cielo un auxilio en la angustiosa situación
en que se hallaban y calmar la desesperación y el ánimo espantado de
sus acompañantes, celebró el domingo, un domingo de Pasión, la misa
en la playa. Pocas veces se habrá oficiado el rito augusto en un
escenario más terrorífico y extraño.
Después de la
misa todos los pobres náufragos, en grupos de dos o tres, se
dispersaron internándose por las quebradas y riscos, llenos de fe en
busca del vital elemento. Un grito de gozo y esperanza les reunió en el
fondo de una quiebra donde el grupo más afortunado había, por fin,
encontrado agua. Ávidamente bebieron hasta saciarse y llenaron todos
los barriles y cántaros vacíos que traía el barco. Ya podían darse
de nuevo a la mar en busca del Continente; pero
en la tierra misteriosa de las Islas Encantadas quedarían los cadáveres
de un hombre, a quien enterró el Obispo, y de dos caballos muertos de
sed; otro hombre murió a bordo después y en total perdieron diez
caballos.
Una muy buena
observación de latitud hecha por Fray Tomás de Berlanga señaló para
ese punto de la isla recientemente descubierta, 0° 30' S. Hallábanse,
pues, en una de las islas centrales del Archipiélago. El hecho de decir
que en ella había "grandes sierras", haría pensar que haya
sido la Albermale, donde hay alturas de 1.134, 1.152, 1.160 y 1.430
metros; pero dice el Obispo:
"Desde
esta isla vimos otras dos, la una muy mayor que todas, que
largamente bojaría quince o veinte leguas; la otra era mediana. Yo
tomé la altura para saber en qué paraje estaban estas islas, y están
desde medio grado a uno y medio de la Ecuatorial a la banda del Sur.
En esta segunda había la misma disposición que en la primera:
muchos lobos marinos, tortugas, iguanas y galápagos;
muchas aves de las de España, pero tan bobas, que no sabían huir,
y muchas tomaban a mano. A las otras dos (islas) no llegamos ni sé
la disposición que tienen. En ésta, en la arena de la playa,
había unas chinas que, así como salimos (a tierra), pensamos que
eran puntas de diamantes, y otras de color de ámbar; pero en toda
la isla no pienso que hay donde se pudiese sembrar una hanega de
maíz, porque lo más della está lleno de piedras muy grandes"
... "y la tierra que hay es como escoria sequísima, que no
tiene virtud para criar un poco de hierba, sino unos cardones, las
hojas de los que dije que comíamos".
Esta
gran isla divisada desde la segunda que tocaron los españoles es
probable que haya sido la Albermale. Nos inclinamos a creer que esta
segunda isla, en donde encontraron agua, haya sido la Indefatigable o
Chávez (Santa Cruz) que se halla en la misma latitud, tiene una
montaña central de 700 metros, la que vista desde la playa debió
parecer muy alta, y en la que se encuentran algunas vertientes de agua
dulce. Probablemente fue en la costa oriental en donde tocaron al
principio, pues la dificultad de desembarcar durante tres
días debióse, sin duda, no sólo a las calmas, sino a los acantilados
que predominan en ese lado de las islas. Pero bien pudo ser, como opina
Ruth Rose, que la primera tierra en donde desembarcaron fue la
Barrington, y aquella en donde se dijo la primera misa y en donde
hallaron el agua, la isla Charles o Floreana, porque la breve
descripción que hace el Obispo de esas tierras, la latitud observada y
el tamaño calculado de ellas se conforman con las condiciones de dichas
islas.
En pocas líneas como vernos,
pinta Berlanga, de manera muy precisa, el paisaje y las características
más notables de aquellas extrañas tierras por casualidad descubiertas.
Sigamos el relato de sus aventuras:
"Pensando
que no estábamos desta tierra del Perú más de veinte o treinta
leguas, —prosigue el Obispo en su relación al Emperador— conténtamonos
con el agua ya dicha, que pudiéramos tomar otras veinte botas de
aquellas; pero hicímonos a la vela y con mediano tiempo navegamos
once días sin ver tierra; y vino a mí el piloto y maestre a
decirme que no sabía donde nos estábamos y que no había más de
una pipa de agua. Yo procuré tomar aquel día el sol y hallé que
estábamos en tres grados de la banda del Sur, y vi que por el rumbo
que llevábamos, que más nos engolfábamos que llegábamos a
tierra, porque íbamos al Sud. Hice virar del otro bordo; y la bota
de agua repartimos desta manera: que la media se dio para las
bestias y con la otra media hízose brebaje que se echó en la pipa
de vino, teniendo por cierto que no podíamos estar lejos de la
tierra, y navegamos ocho días, los que duró la pipa del brebaje,
dando ración a cada uno que se contentaba; y acabada aquella pipa,
que no nos quedaba más remedio, vimos la tierra; y dionos calma dos
días, en los que bebimos vino puro, pero teníamos ánimo en ver la
tierra".
Los vientos
variables alternados con calmas y la corriente marina que les era
contraria, hicieron que pasaran
esos once días sin ver tierra. ( Afortunadamente los
conocimientos astronómicos del Padre Berlanga evitaron que los náufragos
se perdieran en la inmensidad del Océano. Pero si pudo calcular la
latitud y la dirección general, era muy difícil, casi imposible el cálculo
de la longitud, y por eso el error de creer que se encontraban más
cerca de tierra.
El 9 de abril
de 1535, después de tanto sufrimiento, entraron en la Bahía y río de
Caraques.
"Esta
dicha bahía es uno de los lindos puertos que pueden ser en el
mundo, que pueden llegar los navios a barloar con la tierra, y
pueden subir los navios tres o cuatro leguas y no saben si más"
...
Observa el
Obispo que la Bahía "está en medio grado de la banda del Sur, y
en las cartas está en tres grados"; lo cual es exacto. Más de mes
y medio había transcurrido desde que salieron de Panamá; y llegaron no
muy lejos del lugar en donde se había embarcado el Inca Túpac-Yupanqui
cosa de medio siglo antes.
El nombre del
célebre Obispo español descubridor del Archipiélago no debe el
Ecuador echar al olvido. Como un homenaje a su memoria la isla
Barrington o Santa Fe, debería llamarse Berlanga.
Fue
Fray Tomás "prelado muy sabio", según afirma Jiménez
de la Espada. Teólogo muy docto y hábil en cuestiones de política y
de organización; entendido en astronomía y en náutica; espíritu
amplio y progresista, a él se le atribuye la introducción de las
primeras plantas de plátano en América, musácea que se cree
originaria del Indostán; pero era, sobre todo, hombre de sentimientos
humanitarios y de rectitud inquebrantable. Llegado al Perú, requirió
enérgicamente al Gobernador Pizarro y demás oficiales reales mejor
trato para los aborígenes y que tuviesen mucho cuidado de la persona
del Inca que habían elegido para suceder a Atahuallpa; y que si éste
diere motivos de queja,
"pido
a Vuestra Señoría y a vuestras Mercedes —dice en documento firmado
por su mano, que hizo leer el 6 de noviembre de 1535 por el Escribano
Pedro Salinas— que por ningún caso de él hagan justicia en estas
partes más de hacer su proceso y enviarlo con la misma persona del
dicho Inga a su Magostad, para que su Magestad de él mande hacer lo
que fuere servido, porque de otra manera sería su Magestad muy
deservido, como lo fue de la muerte de Atahuallpa, protestando en este
caso todo el daño y pérdida que así a su Magestad como a la tierra
podría de ello suceder".
Formuló el
Obispo Berlanga, mientras estuvo en Lima, varias ordenanzas en favor de
los indios y, según dice el Padre Meléndez, adelantó bajo su protección
y arbitrios la gran fábrica del convento de Santo Domingo.
"Pizarro se mostró demasiado adusto con el enviado y nada atentos
con él los Oficiales reales", según refiere
el historiador P. Ricardo Cappa. "Púsose muy contrario a
cuanto yo disponía", dice el Obispo, refiriéndose a Pizarro, en
su carta al César. Los conquistadores del Perú sólo deseaban quitarse
de encima al Comisionado regio. Este se negó a recibir los presentes
cuantiosos que le ofreció el Gobernador Don Francisco Pizarro y sólo
aceptó una limosna de mil pesos para distribuirla entre los hospitales
de Panamá y Nicaragua.
Fray Tomás de
Berlanga, antes de partir de Lima y regresar desilusionado a su Diócesis,
trató con Pizarro de separar de su Gobernación el Reino de Quito; a lo
que accedió el Gobernador, a condición de que su hermano Hernando lo
gobernase.
No habían
transcurrido aún dos años de la fundación española de Quito, cuando
ya se comprendió la necesidad de establecer un Gobierno separado para
el antiguo Reino. El clarividente Obispo y tinoso delegado del Emperador
Carlos Quinto fue, pues, el primero que trató de dar a este país una
administración propia, teniendo en cuenta, sin duda, la personalidad de
los pueblos que fueron la herencia de Atahuallpa, sus características
especiales y diferencias con los pueblos peruanos, !a extensión de la
tierra, la riqueza de sus recursos propios y la enorme distancia de la
sede del Gobierno de Pizarro.
En
1537 renunció el Obispado y volvió a España. "Fundó un
convento de su orden en Medina de Río-seco en 1543, celebrando la
primera misa que en él se dijo. En su villa natal señaló rentas para
dotar huérfanas y varias capellanías.
Falleció en 8 de agosto de 1551 y se le sepultó en la capilla mayor de
la colegiata de Berlanga al lado de la epístola"
. )
Tal
fue el primer europeo que llegó al Archipiélago de Galápagos o Islas
Encantadas. La relación que hizo el Obispo Fray Tomás de Berlanga de
su aventura y casual descubrimiento, en la citada carta al Emperador
Carlos V, fechada en Villanueva de Puerto Viejo el 26 de abril de 1535
es, como hemos dicho, el primer documento en que se mencionan aquellas
islas y la primera descripción que existe de las mismas
http://efemerides.ec/1/febrero/r_galapagos2.htm
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