A lo largo de varios siglos los cosacos han tenido un papel clave en
las guerras y en la formación del Estado ruso. Mediante una larga
transformación de una explosiva mezcla de grupos de aventureros y
buscadores de libertad con las tribus que habitaban las estepas entre
los mares Negro y Caspio nació una casta militar que a juicio de muchos
extranjeros que la vieron “en acción” fue una caballería única e
incomparable en el mundo.
Jinetes natos, los cosacos se mostraban también brillantes guerreros
polifacéticos, sabiendo sobrevivir y vencer en combates de todo tipo.
Los cosacos pudieron resistir asedios de tropas enemigas muy superiores
actuando como artilleros y zapadores. En las largas marchas por
desiertos y estepas y en condiciones de agua racionada y escasez valían
más que la caballería regular de cualquier país, Rusia incluida.
Menos conocida e incluso más importante que sus proezas y audacia en la
guerra fue el duro servicio de los cosacos en las extensas fronteras
rusas y su lucha contra las incursiones de pueblos nómadas (de los que
adquirieron varias de las tácticas y maniobras “de estepa” que tanto
sorprendían a la caballería regular de los países europeos, por ejemplo
en la guerra contra Napoleón). Los destacamentos cosacos hicieron una
importante labor de escolta de numerosas expediciones de geógrafos,
oficiales de inteligencia militar, exploradores y topógrafos rusos y
también sirvieron de guardianes de embajadas rusas en Estados asiáticos.
El origen étnico de los cosacos es aún una cuestión en estudio, pero en
cualquier caso con el tiempo entre ellos empezó a predominar la etnia
eslava y la religión cristiana ortodoxa.
El origen exacto de los cosacos modernos se desconoce pero existen
muchas teorías al respecto, que se pueden clasificar en dos grandes
grupos: “migratorio” y “autóctono”.
La idea básica del primer grupo de teorías es que los cosacos son
descendientes de los cherkeses del Cáucaso, los kasogos (tribu de origen
tártaro), los pechenegos, los torkos y bródnicos (tribu nómada de
origen eslavo) entre otros pueblos.
El segundo grupo de teorías defiende la idea de que las comunidades
cosacas se formaron a partir de grupos de rusos y ucranianos que en la
Edad Media huyeron de sus señores. Otra versión de esta teoría es que se
desplazaron por razones económicas (teoría de la colonización).
Los principales núcleos de población cosaca se encuentran en las
regiones de los ríos Don y Dniéper. A finales del siglo XIV en estas
regiones se formaron varias comunidades grandes cerca de las vías
comerciales más importantes de la época. En el siglo XVI las comunidades
cosacas formaron dos potentes organizaciones territoriales
independientes, las llamadas “huestes”: la Hueste del Don (en los
meandros bajos del río Don) y la Hueste de Zaporozhie (en el río
Dniéper, también llamada “Zaporózskaya Sech”). Estas comunidades
sirvieron de imán para todo tipo de buscadores de fortuna, aventureros,
siervos huidos de sus amos… Varios historiadores afirman que los
destacamentos cosacos también incluían pueblos de origen turco.
Más tarde, con el crecimiento del Estado ruso y la incorporación a
Rusia de Ucrania (en cuyo territorio se ubicaba la Hueste de
Zaporozhie), en el territorio ruso surgieron otras “huestes” de cosacos.
A inicios del siglo XX en el país había once huestes cosacas: la del
Don, la del Kubán, la de Oremburgo, la de Siberia, la de los Urales
(denomida “del Yaik” hasta la sublevación de Pugachov), la del Amur, la
de Semirechie, la de Astracán, la del Ussuri, la del Térek y la del Yeniséi.
En 1917, año en que estalló la revolución rusa, en el país había 4 434 000 cosacos.
Hoy por hoy no existen datos oficiales sobre el número de cosacos y sus
descendientes ya que en la elaboración del censo no se pregunta sobre
el origen étnico. Según diferentes sondeos, en Rusia residen cerca de
cinco millones de cosacos.
Inicialmente los principios básicos de la organización interna de las
comunidades cosacas eran la libertad personal de todos sus miembros, la
igualdad social, el respeto mutuo y la libertad para expresar su opinión
en el Círculo de Cosacos, el máximo organismo administrativo de la
comunidad. Cualquier cosaco podía votar en la elección de los atamanes,
así como ser electo a este cargo administrativo.
Hasta el siglo XVIII los cosacos fueron totalmente independientes en
cuanto a su administración militar y civil, jurisdicción, relaciones
exteriores, etc. Pero durante este siglo el Imperio ruso les exigió el
servicio militar y lealtad a cambio de tierra, salario y otros
privilegios. La paulatina subordinación de las comunidades cosacas al
poder de los zares con frecuencia llevaba a sublevaciones de estos
guerreros, muchos de los cuales recordaban los relatos de sus
antepasados sobre los años de su independencia. El control estatal,
recrudecido sobre todo durante el gobierno de Pedro I
desembocó en varias sublevaciones (a veces protagonizadas por
campesinos pero siempre encabezadas por cosacos), las más importantes de
las cuales fueron las de Stepán Razin (en el siglo XVII), Kondrati
Bulavin (durante el reinado de Pedro I) y la lucha campesina liderada
por cosacos con Yemelián Pugachov a la cabeza (durante el reinado de Catalina II).
Los pronunciamientos de los cosacos recibieron siempre una contundente
respuesta punitiva de las autoridades rusas. Por ejemplo, tras la
sublevación de Bulavin, la Hueste del Don fue oficialmente privada de su
autonomía. Para castigar la fuerte y violenta insurrección campesina de
Pugachov, liderada por los cosacos de la Hueste del Yaik, Catalina II
mandó, además de privar a los cosacos de la zona de autonomía que les
quedaba, cambiar el nombre tanto del río Yaik como de la propia hueste
cosaca, que, como el río, recibió entonces el nombre de “Ural” en uno de
los pocos casos de la historia en los que un cambio de nombre no se
efectuó para recordar sino para olvidar. La misma Catalina ordenó la
disolución de la Hueste de Zaporozhie y el derribo de la fortaleza de
estos cosacos ucranianos por temor a que brindaran apoyo a Pugachov.
Como consecuencia de ello parte de los cosacos de Ucrania hubo de
retirarse a las orillas del río Kubán, donde formaron la Hueste del
Kubán.
A inicios del siglo XIX los cosacos constituían una clase social
reconocida en Rusia, siendo los principales defensores de las fronteras
del país (aunque el Gobierno también tuvo que enviar tropas regulares a
sus fronteras meridionales para defenderse de las incursiones de los
tártaros de Crimea). El contingente cosaco participaba además en todas
las guerras que llevaba a cabo Rusia e incluso formaba parte de la
guardia personal de los emperadores. Como recompensa a su servició
militar recibieron una amplia autonomía social, tierras de cultivo y la
exención del pago de impuestos.
A partir de 1815, un año después de la derrota definitiva de Napoleón, a
la que inestimablemente contribuyeron los cosacos, todas las Huestes
pasaron a ser administradas por el Estado Mayor del Ministerio de
Defensa. Además, también después de las guerras napoleónicas, tres
regimientos de cosacos se incorporaron a la guardia rusa. Se estableció
que el servicio militar de los cosacos durase veinte años (reducidos a
dieciocho años en 1909), cinco de ellos a tiempo completo y el resto en
la reserva. Cabe destacar que el Gobierno daba tanta importancia a esta
espina dorsal de la caballería rusa que a partir del 1827 el atamán
formal de todas las Huestes cosacas era también heredero al trono
imperial.
Durante la guerra civil(1927) rusa la mayoría de los cosacos intervino en
contra del poder soviético. Pese a que algunos tomaron partido por el
lado bolchevique (quizá el más conocido de ellos fue Semión Budionny,
futuro mariscal del Ejército Rojo), las regiones con población cosaca
fueron un baluarte del movimiento blanco. Sus agrupaciones más numerosas
fueron el ejército del Don, en el sur de Rusia, y los ejércitos de
Oremburgo y los Urales, en el este.
Sin embargo, al inicio de la guerra civil, los cosacos se limitaron a
expulsar a los bolcheviques de sus tierras sin brindar apoyo al
emergente movimiento blanco. Varios cosacos de la Hueste del Don tenían
planes para fundar su propio Estado y otra parte de los cosacos se unió
al Ejército Blanco. Cuando el movimiento antibolchevique fue derrotado,
los cosacos se quedaron solos ante el Ejército Rojo.
Durante la guerra civil la población cosaca fue sometida a represiones
masivas, que comenzaron en 1919 por decisión del Comité Central del
Partido Bolchevique. Lev Trotski
fue totalmente tajante: “Los cosacos son la única parte de la nación
rusa capaz de alcanzar la autodeterminación. Por esta razón deben ser
eliminados”, afirmó el fundador del Ejército Rojo y segunda persona más
importante del país. Lenin
respaldó el macabro fallo y empezó la llamada “descosaquización”:
fusilamientos, arrestos y deportaciones. Las tierras cosacas fueron
repobladas por personas leales al nuevo régimen. Gran parte de los
cosacos que participaron en el movimiento blanco emigró. En el exilio
algunos de los que durante las guerras anteriores habían formado parte
de los destacamentos de plastuný
sirvieron de instructores de combate cuerpo a cuerpo en la Legión
francesa y en unidades de la Infantería de Marina estadounidense.
Plastuný
|
En 1936 las tropas cosacas renacieron en la Unión Soviética y los
cosacos volvieron al Ejército por decreto especial del Gobierno. Sin
embargo, durante la Segunda Guerra Mundial una parte, sobre todo
emigrados, batalló del lado alemán.
En 1945 los “cosacos colaboracionistas” (parte de los cuales no eran
ciudadanos soviéticos) fueron extraditados por las tropas británicas a
la URSS. Distintas fuentes indican que se trataba de entre 45 000 y 50
000 personas. Los generales y oficiales colaboracionistas fueron
ejecutados. Los cosacos de unidades colaboracionistas fueron condenados a
distintas condenas de exilio y trabajos forzados. En 1955 fueron
amnistiados.
No obstante las anteriores persecuciones, la mayoría aplastante de
cosacos, sobre todo del Kubán y del Térek, peleó heroicamente por la
patria en unidades de caballería
y cuerpos mecanizados de caballería creados en 1943. Asimismo los
cosacos del Térek y Kubán integraron los famosos batallones y hasta
divisiones de plastuny, con permiso para llevar fuera de combate el uniforme tradicional de sus respectivas Huestes.
Además de las unidades puramente cosacas, muchos cosacos destacaron individualmente. Los más famosos fueron el armero Fiódor Tókarev, diseñador de la famosa pistola TT-30/33
y el fusil semiautomático SVT-40; el oficial tanquista Dmitri
Lavrinenko, el mejor de las tropas blindadas soviéticas, que destruyó 52
tanques alemanes hasta su muerte en diciembre de 1941; el teniente general Dmitri Kárbyshev,
especialista de fama mundial en fortificaciones, torturado hasta la
muerte en 1945 junto con otros 500 prisioneros del campo de
concentración de Mauthausen; y el almirante Arseni Golovkó, comandante
de la Flota del Norte durante la guerra.
Matvéi Plátov, Fiódor Tókarev, Semión Budionny y Dmitri Lavrinenko
|
En los años de postguerra los cosacos fueron vistos por el Gobierno
como simples campesinos, aunque con tradiciones folclóricas y trajes
regionales propios. Hasta finales de los años ochenta del siglo XX,
durante la perestroika de Mijaíl Gorbachov, los descendientes de cosacos no comenzaron a reavivar sus tradiciones. Tras la desintegración de la URSS los cosacos participaron activamente en varios conflictos militares en el territorio del extinto país.
Actualmente el Gobierno ruso está impulsando el restablecimiento de los
cosacos como casta militar. Se fundan nuevas escuelas de cadetes que se
rigen por las antiguas reglas del Imperio ruso.
Hasta el siglo XVI las relaciones entre los cosacos y el poder central
ruso se caracterizaron por los esfuerzos del Gobierno por canalizar la
actividad y belicosidad cosaca en provecho del país… en caso contrario
estos atrevidos amantes de la libertad podrían lanzarse en alguna
empresa peligrosa.
Bastaría como ejemplo de esta política de contención la fundación en
1589 a orillas del Volga de la ciudad de Tsaritsin, llamada a defender
esta importante vía fluvial de las incursiones cosacas, y que a mediados
del siglo XX entraría en la historia de la Segunda Guerra Mundial bajo
el nombre de “Stalingrado” (ahora Volgogrado).
Sin embargo, mediante una colonización económico-militar los cosacos
unieron a Rusia vastos territorios en las estepas al sur del país que
ahora forman parte de Rusia y Ucrania. Pero un regalo aún más importante
fue entregado a Rusia en el siglo XV, cuando un destacamento de 500
cosacos encabezado por el atamán Yermak Timoféyevich conquistó Siberia
e, incapaz de retener tal extensión de tierra, recurrió a la ayuda del
Gobierno ruso.
Terminado el periodo de caos y guerra civil en Rusia que siguió a la
muerte del entonces zar ruso Borís Godunov, fueron los cosacos los que
procedieron a una colonización normal de Siberia hasta el océano
Pacífico y fundaron fortalezas que pronto se convirtieron en ciudades.
Ahora estas ciudades y puntos geográficos llevan los apellidos de estos
cosacos, como el cabo Dezhnev, el punto más oriental de Asia, en la costa ártica de Siberia, o la ciudad de Jabárovsk, llamada así en honor a Yeroféi Jabárov.
Conquista de Siberia
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A medida que el Gobierno ruso estrechaba sus lazos con los cosacos con
el envío de “salario” y pertrechos (plomo y pólvora), las comunidades
cosacas, sobre todo la Hueste del Don, se iban sintiendo más
dependientes de Rusia. Finalmente los cosacos del Don optaron por
recuperar su independencia absoluta tomando la ciudad de Azov, el punto
más importante de las tierras adyacentes al estratégico mar Negro y mar
de Azov, desde el cual podrían controlar las rutas comerciales del área.
En 1637 los cosacos del Don, dirigidos por Mijaíl Tatarin (por cierto,
apellido que significa “tártaro”) y en alianza con los de Zaporozhie,
empezaron el asedio de esta ciudad, parte entonces del Imperio otomano.
Los trabajos de ingeniería, durante los que se voló un fragmento del
muro de la fortaleza, fueron dirigidos por un cosaco “de la tierra
alemana”, según los manuscritos. En menos de tres meses, tras un
ingenioso asedio, la fortaleza fue tomada por asalto y la guarnición
turca eliminada.
Los cosacos declararon que la ciudad sería la capital de la Hueste del
Don… tremenda bofetada al poderoso Imperio otomano. Durante las
conversaciones con el Gobierno turco, Rusia condenó la incursión cosaca,
pero tal como siempre había defendido, afirmó que los cosacos son
independientes de Rusia. Además la permanencia de cosacos en Azov relajó
considerablemente la presión sobre las fronteras rusas por parte de los
tártaros de Crimea (vasallos de Turquía) y redujo drásticamente la
cantidad de incursiones tártaras en el sur de Rusia. Los cosacos
recibieron (en secreto) cantidades adicionales de pertrechos.
Los turcos tardaron años en reunir un ejército para recuperar la
ciudad. Inicialmente la contraofensiva se postergó debido a una guerra
contra Irán y a la muerte en 1640 del sultán Murad IV. El nuevo sultán,
Ibrahim I, envió un enorme ejército turco, calculado en 240 000
guerreros, en 1641.
Unos 7500 cosacos se defendían en la fortaleza. Tras un intento fallido
de asalto, los turcos procedieron al asedio, que empezó en junio de
1641, hostigando la fortaleza con la artillería e intentando minar sus
muros. Pero los cosacos resultaron superiores a los turcos en el arte de
la guerra de minas: las contraminas cosacas volaban las galerías
subterráneas turcas con los zapadores dentro. Aunque en agosto la
artillería turca había prácticamente arrasado los muros de la fortaleza,
los turcos cesaron los ataques, con graves bajas y totalmente
desgastados. El veintiséis de agosto el ejército turco de retiró. Los
cosacos pagaron cara su sorprendente victoria: tan solo mil defensores
sobrevivieron.
Los supervivientes se dieron cuenta de que en lo sucesivo no podrían
resistir ante un enorme imperio y enviaron una embajada a Moscú para
solicitar, como sucediera en Siberia durante el reinado de Iván el Terrible,
que “tomara la ciudad bajo el mando del zar ruso”. Esta vez Rusia, tras
largas discusiones, rechazó el “regalo” cosaco y recomendó a los
guerreros que abandonasen la ciudad.
En 1642 los cosacos se marcharon de Azov.
En 1695 Rusia quiso repetir la hazaña de los siete mil cosacos pero el
numeroso ejército enviado fracasó en la misión. Un año después, y con el
propio Pedro I a la cabeza, otro gran ejército ruso se enfrentó al
reto. En esta ocasión lo superó, pero con multitud de bajas. Sin
embargo, en 1711 Rusia tuvo que devolver la ciudad a Turquía.
Finalmente, tras otra guerra ruso-turca, en 1739 la ciudad pasó
definitivamente a formar parte de Rusia.
Los méritos de los cosacos del Don en la lucha contra la invasión
napoleónica son ampliamente conocidos. Hasta la toma de París, todas las
tropas cosacas estuvieron bajo las órdenes del conde Matvéi Plátov,
legendario atamán de la Hueste del Don.
En todo el Ejército ruso y hasta en Europa se dio a conocer la
extraordinaria promesa de Plátov contraída durante la retirada de las
tropas francesas. El afamado general prometió la mano de su hija María
(las mujeres cosacas tenían fama de ser muy hermosas) y dos mil rublos
(una suma colosal, puesto que en aquella época una vaca costaba entre
dos y tres rublos) a cualquier soldado que hiciese prisionero a
Napoleón.
El teniente Jean-Baptiste Nicolas Savin-Dernier, el último veterano vivo de la Grande Armée,
se quedó a vivir en Rusia y durante sesenta años sirvió de profesor en
un colegio de Sarátov. El antiguo militar recordaba que cuando fue
llevado ante Plátov, el furioso general le golpeó en la cara y mandó que
le llevasen un vaso de vodka para que no se congelara.
“Los cosacos son la mejor caballería ligera de todas las existentes. Si
los tuviera en mi ejército, cruzaría todo el mundo con ellos”, afirmó
Napoleón sobre este pueblo. Sin embargo, pronto abandonaría los elogios…
En su huida de Rusia, el emperador se detuvo en Varsovia, donde en
presencia del asombrado Gobierno polaco narró que había tenido que
pelear en Rusia contra bárbaros y contra cosacos que no eran sino
demonios transformados en seres humanos. “El diablo está dentro de los
cosacos”, asustó a su auditorio el emperador.
El mismo retrato fue repetido por Napoleón en vísperas de la toma de
París por las tropas aliadas. En toda la ciudad se desplegaron imágenes
de cosacos con cara de feos diablos prendiendo fuego a casas. Sin
embargo, los parisinos vieron atractivos jinetes, perfectamente
formados, uniformados y disciplinados. Según recordó el famoso escritor
Victor Hugo, los cosacos se mostraron apacibles y corteses.
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