jueves, 23 de mayo de 2019

LA EDAD MEDIA....ETAPAS HISTORIOGRAFICAS


Para el historiador de la cultura en cualquiera de sus parcelas, la Edad Media o Medievo ocupa un amplio espacio cronológico que se extiende desde el ocaso del mundo antiguo hasta la era moderna, lo que supone un tiempo total aproximado de un milenio. La etiqueta y el concepto son hoy moneda de uso corriente; sin embargo, los hombres de ese período histórico nunca tuvieron conciencia de vivir en una época distinta, y en ningún caso pensaron que su época era de decaimiento y postración respecto de un legado clásico que, más que respetar, veneraban (de ahí que tantas veces se repitiese la idea de que los hombres del presente eran unos enanitos que se alzaban del suelo gracias a los hombros de unos gigantes, que eran los grandes autores greco-latinos). Aun cuando creían poco menos que imposible emular a los sabios del mundo antiguo, a todos los efectos, los intelectuales de esta época siempre se consideraron continuadores de la tradición cultural clásica. La voz de alerta sólo se dio en pleno siglo XV, durante el esplendoroso Quattrocento italiano, cuando los humanistas, orgullosos de su ventaja intelectual sobre los intelectuales de los siglos previos, engarzaron su empresa cultural y la base de su ideario con el pasado clásico, dejada a un lado una larga época de decadencia que en breve recibiría una denominación propia. La primera referencia, necesariamente peyorativa, a dicha época es del humanista Giovanni Andrea dei Bussi, en una carta de 1469, en que habla de una Media Tempestas, lo que enseguida derivó en alusiones negativas a una larga época de crisis, tinieblas o barbarie.




Debido a lo dicho anteriormente, es muy posible que sea la Edad Media la etapa historiográfica sobre la que pesan un mayor número de tópicos a los cuales el uso, académico y popular, ha hecho casi verdades indiscutibles. La mayoría de ellos, como se ha visto, fueron creados por la sociedad que se fundó inmediatamente después, sobre las ruinas del Medievo, como un signo de distinción y de evolución. Muchos otros, especialmente los que conciernen a las fechas de inicio y de fin, han sido desarrolladas por los propios programas de estudio de la ciencia histórica. Si se observa con atención, el rasgo más destacado de la Edad Media fue su enorme duración temporal, cerca de un milenio, lo cual, como es lógico, supuso tiempos de evolución, tiempos de regresión y tiempos de estancamiento. Este desarrollo cronológico ha sido visto desde diferentes perspectivas por las corrientes de pensamiento de nuestro siglo.
La escuela tradicional, lo que se podría denominar como "la Historia de siempre", aquella que establecía su criterio en elevar el hecho histórico sin parangón como factor de ruptura, dotaba al Medievo con una cronología suficientemente precisa: el inicio, 476, fecha en la que el último emperador romano, Rómulo Augústulo, era depuesto por Odoacro, caudillo de los hérulos, lo que significaba el fin del Imperio de Occidente; con respecto al término, no menos claro de 1453, fecha en la que los turcos selyuquíes tomaban Constantinopla y, a su vez, ponían fin al Imperio romano de Oriente. La Edad Media se definía como la evolución entre la pervivencia de los imperios romanos. En España la cronología era prácticamente similar: comenzaba en 410, fecha de entrada en la península de los invasores visigodos, y finalizaba en el mítico 1492, año de la conquista de Granada, expulsión de los judíos y descubrimiento de un nuevo continente que iba a ser explotado por el futuro imperio español (véase Descubrimiento de América).
La perspectiva de la historiografía evolutiva y lineal dejaba claramente a la Edad Media definida, cronológicamente al menos. Algo después en el tiempo, culminando en los años 60 y 70 del siglo XX, tuvo lugar la eclosión de la historiografía marxista, influida por el pensamiento denominado Materialismo Histórico. Es preciso recordar que el brillante filósofo alemán otorgaba a la lucha de clases el papel de "motor de la historia". Ello significaba que la lucha de un grupo inferior contra otro superior, con privilegios coercitivos, delimitaba el paso de una etapa a otra. Los historiadores partidarios del materialismo histórico ponían el acento de sus análisis no el acontecimiento, sino en los componentes socioeconómicos. Las etapas historiográficas para el materialismo, que quedaban reducidas a tres, concedían al Medievo una importancia tremenda, que ellos denominaron modos de producción: esclavista, feudal y capitalista. El alejamiento cronológico entre una escuela y otra es significativo: el inicio del modo de producción feudal se establecería con el fin del esclavista (siglo II), pero el fin no se llevaría a cabo hasta la abolición de todos los privilegios feudales, esto es, las reformas legislativas tomadas en toda Europa durante los siglos XVIII y XIX. Si antes la Edad Media abarcaba un milenio, la historiografía marxista lo ampliaba a casi dos. En cualquier caso, las aportaciones económicas del materialismo histórico contribuyeron en gran medida a conocer nuevas perspectivas alejadas de lo puramente político, lo cual hay que valorar en su justa medida.



La verdadera revolución historiográfica con respecto a la etapa medieval surgió en los primeros lustros del siglo XX con la llamada ""Escuela de Annales". Con una gran mayoría de historiadores franceses en sus filas, capitaneados por Marc Bloch y Lucien Fevbre, los debates publicados en la revista Annales modificaron sustancialmente los objetos teóricos de toda la historiografía, pero especialmente los referentes a la Edad Media. El énfasis se puso, en este caso, en los acontecimientos sociales, conectando el componente político de la historiografía tradicional con el económico procedente del marxismo. Así, surgieron análisis desde todos los ámbitos, que estudiaban con tanto ahínco los grandes acontecimientos como la vida de los grupos marginales, la política, la economía y las mentalidades (punto este último vital para entender el mundo medieval). Junto a nuevas aportaciones historiográficas, como el marxismo post-estructuralista (con otro francés, Michel Foucault como abanderado), la nueva historia política, la perspectiva feminista de la historia de Género y, en fin, múltiples préstamos de otras ciencias sociales (antropología, sociología o arqueología, por ejemplo), la visión de la Edad Media hoy día es menos oscura, menos positivista y más diáfana para todos sus estudiosos.
A tenor de lo explicado hasta aquí parece una brutal osadía proponer unas características generales de lo que fue la Edad Media; simplemente se pretende, apelando a criterios propedéuticos, establecer grosso modo aquellos esenciales rasgos del Medievo; valga el propósito, se pueden distinguir tales rasgos entre los siguientes:
-Evidentemente, el factor de ruptura respecto a la época anterior fueron las oleadas de pueblos germánicos que, empujados por el poder de los hunos, abandonaron sus primitivos asentamientos más allá de la llanura panónica para establecerse en el antiguo Imperio romano. Sin embargo, el desmoronamiento estructural de Roma no fue, ni mucho menos, tan rápido y espectacular como sus fronteras militares indican, sino que pervivió mucho más allá de su propio tiempo. Romanismo y germanismo han sido, son y serán los ejes básicos de las discusiones historiográficas.
-La desaparición del poder político imperial supuso una fragmentación territorial sin precedentes en Europa, toda vez que los invasores germánicos se distribuyeron en pequeños reinos. El poder centralizado sólo tuvo durante la Edad Media tres herederos: el Imperio carolingio, el Imperio germánico y el Papado, la institución eclesiástica dotada, por mor de la espiritualidad inherente a la época, de un absoluto poder en asuntos temporales. Como quiera que carolingios y germánicos estuvieron conectados, la pugna entre los dos poderes laicos y el eclesiástico (la famosa pugna entre el altar y el trono) actuó en muchas ocasiones como galvanizador del mundo medieval.
-La atomización del poder y la fragmentación territorial, unido a ciertos factores coyunturales como la inseguridad de la población ante las invasiones, produjo un absoluto incremento de los vínculos de dependencia personal como articulación social básica. Es lo que conocemos como relaciones feudo-vasalláticas que dieron origen al feudalismo, en la acepción clásica, o al modo de producción feudal, en la acepción materialista.
-Heredero de las tradiciones romanas, el ámbito medieval tuvo como característica acusada su marcado carácter rural. Sin embargo, la ruralización, factor causante del aumento de las relaciones de dependencia, produjo a su vez un veloz despegue de la economía y un espectacular crecimiento urbano. Muchas de las más grandes ciudades europeas de hoy día tuvieron su origen en el Medievo.
-La extensión del cristianismo trajo consigo que la jerarquía eclesiástica, más concretamente el Papado, obtuviera un poder temporal, esto es, sobre asuntos políticos, capaz de convocar a toda la cristiandad en todas las empresas posibles (como las Cruzadas). La presencia de un poder de otro credo en Europa (como en la península Ibérica), el islámico, validó al Papado como gran conductor de la Edad Media y extendió su influencia a todos y cada uno de los ámbitos de vida cotidiana, por nimios que puedan parecer hoy día, de las gentes de la época.
-La sociedad medieval partió de unos presupuestos totalmente funcionales, en los que cada clasificación social estaba predeterminada para cumplir una función. De características totalmente religiosas, los hombres y mujeres medievales se adscribían a uno de estos tres grupos: bellatores (guerreros), oratores (eclesiásticos) o laboratores (trabajadores). El origen divino ayudó a perpetuar esta clasificación, siendo los dos primeros grupos tanto minoritarios como privilegiados, económicamente, sobre el grupo mayoritario.



Si se toman como buenos los anteriores rasgos generales, el larguísimo marco cronológico de la Edad Media obliga a establecer unas subetapas más concentradas con determinados valores particulares. Como es lógico, una etapa con más de un milenio de duración no es igual en esencia: similar en algunos aspectos era la vida en la Europa de las invasiones que en la de la Peste, pero el desarrollo obliga a puntualizar aún más con las siguientes clasificaciones:



Transición del Mundo Antiguo al Medieval (III-VIII)

Esta etapa de transición tuvo dos referentes máximos a nivel político: el Imperio bizantino, muy influyente en Europa durante esta época, y las invasiones germánicas. La desaparición del Imperio romano de Occidente motivó, en primer lugar, la desaparición del trabajo de los esclavos, que fue sustituido por el de los colonos; por otra parte, el fin de la fiscalidad imperial tuvo como consecuencia más inmediata la adscripción a la tierra de los trabajadores. Como quiera que los vínculos de fidelidad germánicos (el comitatus) también tuvieron una importancia destacada, el trabajo en el campo y las comitivas de guerreros formaron el caldo de cultivo básico para el amplio desarrollo de las relaciones feudo-vasalláticas.
Los asentamientos germanos no pasaron de ser la detentación del poder por una minoría dirigente (visigodo en Hispania, ostrogodos en Italia, francos y burgundios en Galia, jutos y anglos en Britania...) que, poco a poco, se mezclaron con la población autóctona. De entre todos ellos surgió el Imperio carolingio como alternativa de poder centralizado no sólo al Imperio bizantino sino también al Papado. A partir de la presencia efectiva del Islam en Europa (siglo VIII), el poder temporal de Roma fue en aumento.
Económica y socialmente, los campos europeos continuaron con el proceso de recesión económica que ya mantenían en el Bajo Imperio romano, agravado por las tensiones sociales inherentes al cambio de estructura. Comenzaron las primeras divisiones sociales: humiliores y potentiores formaron, sobre todo en el campo, dos grupos plenamente diferenciados. Durante todo el período de transición se sucedieron las oleadas de invasores por toda Europa, especialmente cuando los hunos movían piezas en el tablero. Sin embargo, entre los diversos cambios sociales y económicos Europa se preparaba para grandes acontecimientos.



Alta Edad Media (IX-XI)

El poder centralizado del Imperio carolingio fue heredado por el Imperio germánico, procedente de una de las ramas de aquél; el fenómeno religioso del monacato comienza a ser valorado como un avance en la espiritualidad, lo que sirvió al Papado para crecer en influencia política. Con los Dictatus Papae (1075), la famosa Reforma Gregoriana llevada a cabo por Gregorio VII el pontificado llegó hasta su más alta cúspide de poder, lo que, sin embargo, motivó virulentos enfrentamientos contra el Imperio germánico (la famosa Querella de las Investiduras). La culminación de su influencia en la sociedad europea tuvo que esperar, sin embargo, algunos años más: en el Concilio de Clermont (1096), Urbano II fue capaz de movilizar a toda la sociedad europea para llevar a cabo una empresa de dimensiones desorbitadas: las Cruzadas. Dentro de la Alta Edad Media los reinos germánicos (salvo la excepción del visigodo ibérico, derrumbado por la invasión islámica en el 711) se asentaron y consolidaron, procediendo a la fusión total con la población autóctona. La influencia del Imperio bizantino se aminoró considerablemente.
Pero el gran valor de la Alta Edad Media hay que inscribirlo en el campo económico. Durante los siglos X y XI se produjo una verdadera revolución técnico-agrícola que fue causa del despegue posterior de Europa. Uno de los principales motivos fue la explosión demográfica acontecida entre los siglos X y XI, especialmente en la Europa atlántica, lo que, a efectos económicos, produjo un incremento de la demanda y un crecimiento del consumo, factores ambos que siempre tienden a un crecimiento económico. Había más bocas que alimentar y más brazos para trabajar, por lo que la expansión contaba con suficiente base material, que se veía apoyada por dos factores coyunturales: cierta bonanza climática a partir del siglo XI y unas mejores condiciones de vida que lograron, por ejemplo, reducir las tasas de mortalidad a un 40 por mil.
Además de estos factores, o a consecuencia de ellos, ciertas progresos técnicos redundaron en un mayor aprovechamiento de los cultivos: sustitución del buey como animal de carga por el caballo (más costoso pero más productivo), el uso de abonos naturales, el abandono del barbecho por la rotación de cultivos, la sustitución de las herramientas de madera por el hierro y, en la Europa atlántica de tierras pesadas y húmedas, la sustitución del clásico arado romano por el de vertedera, así como el incremento de los recursos energéticos con maquinaria de todo tipo (molinos, telares mecánicos). Todo ello derivó en un fenómeno de hambre de tierras que se tradujo en fenómenos como la Repoblación, esto es, la ocupación de tierras yermas (bosques y marismas) y el inicio de una incipiente economía de mercado, además del crecimiento urbano. Socialmente, los grupos aristocráticos de la anterior etapa fueron adquiriendo prerrogativas hasta convertirse en nobleza; aunque aún había muchos campesinos libres, la coacción señorial avanzaba poderosamente.




Plena Edad Media (XII-XIII)

Posiblemente se trate esta etapa de la culminación medieval: el gran siglo de las catedrales góticas y las Universidades como centros de irradiación cultural. La fragmentación feudal del poder comenzó a ser absorbida por unas incipientes monarquías que, aunque igualmente feudales, cada vez estaban más asentadas (Castilla, Inglaterra, Francia, Aragón...) y tendían a centralizar las prerrogativas regias. La lucha entre Papado e Imperio comenzó a dar muestras de agotamiento por parte de ambos rivales, especialmente el Papado que, pese a contar con uno de los pontífices más importantes de su historia, Inocencio III, se vio cercada no sólo por los poderes temporales, sino por toda una serie de herejías que amenazaban su poder espiritual: cátaros, valdensesy pseudoapóstoles fueron unos notables enemigos que socavaron hondamente la credibilidad temporal pontificia. Las diputas internas finalizaron con el Gran Interregno imperial, por parte germánica, y el Cautiverio de Avignon, por parte papal.
La economía creció en la Plena Edad Media hasta límites insospechados, llegando a un rango que muchos estudiosos no dudan en calificar de pre-capitalista. Los numerosos excedentes provocaron, por ejemplo, el círculo de grandes ferias en el condado de Champagne. El fenómeno de la repoblación y la explotación de territorios yermos provocó un aumento de la producción que fue convertida en monetario para disfrute de sus cultivadores. Pero también aumentaron los privilegios e inmunidades de los grandes señores feudales, que pasaron de exigir rentas en trabajo a rentas en dinero. Con el fin del proceso de expansión territorial se produjeron los primeros síntomas de agotamiento económico de Europa, hecho que no fue aceptado con agrado por las clases dirigentes, nobleza y clero, quienes pasaron a redoblar sus mecanismos de coacción para no perder su nivel de vida.
En algunos ámbitos europeos, especialmente en Italia y Flandes, estos factores coadyuvaron para que aquellas incipientes ciudades de la Alta Edad Media, convertidas en verdaderas urbes plenomedievales, ganasen más y más espacio en el poder merced a su control de los mercados y al fomento de los intercambios campo-ciudad a nivel económico.


Baja Edad Media (XIV-XVI)

Los últimos siglos de la Edad Media presentan en el análisis varios factores drásticos que han dado en denominar a esta etapa como la Crisis del Feudalismo o Crisis de la Baja Edad Media. En primer lugar, un acontecimiento coyuntural absolutamente devastador para el medievo europeo: la epidemia de Peste Negra que, desde 1348, se convirtió en mal endémico de la sociedad. Cerca de un 40% de la población europea (unos 70 millones de habitantes para la fecha citada) pereció a causa de sus efectos. La escasez de mano de obra influyó negativamente en el trabajo del campo, obligando a todos los reinos a emitir leyes restrictivas sobre precios y salarios que menoscabaron hondamente el nivel económico anterior. Puede decirse que hasta mediados del siglo XVI Europa no recuperó los niveles económicos anteriores al brote de Peste. La bajada de las rentas señoriales repercutió también de manera negativa en los escasos campesinos que aún quedaron con vida pues, lógicamente, las rentas tampoco recuperaron su nivel. Esta "reacción señorial" dio lugar, a su vez, a todo un fenómeno de luchas sociales o, mejor dicho, antiseñoriales, en distintos ámbitos de Europa, como los Ciompi florentinos, la Revuelta Jacquerie o los Payeses de Remença catalanes, que fueron los primeros síntomas de crisis estructural del feudalismo.
El progresivo avance de las prerrogativas y mecanismos de coacción señorial creció durante esta época de forma paralela al desarrollo de un absoluto afianzamiento de las monarquías, ahora nacionales y ya no feudales. Algún historiador ha escrito que, a nivel político, la Baja Edad Media se puede describir como "el paso del vasallo al súbdito"; efectivamente, las monarquías se erigieron como paladines de los menos favorecidos contra la opresión señorial. Sin embargo, el afianzamiento, burocratización y estatalización de las coronas europeas tuvo, a todos los niveles, un alto coste: la guerra.
La Baja Edad Media fue la época de las guerras, no ya contra las múltiples herejías que asolaban Europa (lolardos, husitas...) o entre diferentes reinos (como la Guerra de los Cien Años o Guerra de los Dos Pedros), sino conflictos de índole civil (Guerra Civil Castellana, Guerra Civil Catalana o Guerra de las Dos Rosas) fueron el precio del afianzamiento de las monarquías. Contiendas, Peste, hambrunas y agotamiento de recursos económicos provocaron un brutal hundimiento de los sistemas de articulación social del Medievo. Aunque las influencias sociales y culturales aún persistirían, indudablemente los cambios estructurales propiciaron la llegada de nuevos tiempos... historiográficos al menos.


 
Mas allá de su tiempo,el Medievo presentó una continuidad manifiesta en todos los órdenes, como se verá de inmediato; por esa razón, ésta como otras clasificaciones o periodizaciones ha de tomarse de modo necesariamente flexible. El arte y el pensamiento del siglo XVI, cabe decirlo y se harán precisiones al respecto más adelante, no cortó radicalmente con el pasado medieval, sino que lo continuó en varias maneras: la estética y el pensamiento medievales siguieron vivos tras experimentar transformaciones más o menos profundas; es más, sin apelar al Medievo no podría captarse la esencia de obras etiquetadas como renacentistas. Valga un solo ejemplo de claridad meridiana: sin los manuales para caballeros y príncipes, los viejos tratados y regimientos característicos de la Baja Edad Media, habría resultado punto menos que imposible la redacción de Il Cortegiano de Baldassare Castiglione. Así las cosas, cabe concluir que la Edad Media, durante décadas, no sólo brindó materiales a manos llenas al siglo XVI, sino que permaneció activa o vigente casi hasta el final de la centuria.
Nadie puede afirmar taxativamente, sin incurrir en un craso error, que la Edad Media concluyó con la caída de Constantinopla en manos de los turcos, acaecida en 1453; del mismo modo, no deja de ser una fecha artificial la del mítico año de 1492, verdaderamente trascendental en la historia de España, pues vio el final de la Reconquista, la expulsión de los judíos y el descubrimiento de América; eso mismo se puede decir del cierre natural del siglo XV, ese 31 de diciembre de 1500 que con mayor frecuencia se utiliza como terminus ad quem en los estudios historiográficos, artísticos y literarios en general; de hecho, es la fecha límite para el llamado libro incunable, aquel que vio la luz desde la aparición de la imprenta hasta el último día del siglo XV.
La lógica más elemental confirma que hay unas señas de identidad comunes para los últimos años del siglo XV y para los primeros del siglo XVI; cuando apelamos a esa fecha lo hacemos porque precisamos de categorías y de marbetes a la hora de asimilar cualquier conocimiento, algo que afecta plenamente a la periodización de la historia de la humanidad. Si, como hemos dicho, se etiqueta un libro como incunable por haber visto la luz antes del 1 de enero de 1501, en ningún caso debe dejar de considerarse en términos muy parecidos la producción bibliográfica que vio la luz durante los primeros años del siglo XVI (por ello, los estudiosos hablan de posincunables para referirse a los libros impresos en España y Portugal entre ese año y 1520); del mismo modo, no se debe ignorar la penetración del siglo XV en la centuria siguiente por las vías más diversas...


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