lunes, 21 de noviembre de 2016

JOHN WYCLIF Y EL LOLARDISMO



Movimiento de protesta popular acontecido en Gran Bretaña cuyos tintes religiosos, espirituales y, especialmente, su relación con el pensamiento de John Wyclif, el gran renovador oxoniense de la teología bajomedieval, le hicieron merecedor del calificativo de herejía. Etimológicamente, el término parece proceder de una onomatopeya inglesa que se aplicaba, con matiz despectivo, a ciertos predicadores británicos, los poor priest, cuyo discurso de pobreza, humildad y caridad recorrió el clima espiritual durante todo el período, prestando el sustento básico para la difusión de las ideas de Wyclif. Poco después del fin de la principal revuelta, el vocablo pasó a ser sinónimo de "hereje" y, concretamente, de los partidarios del pensamiento de Wyclif. Por otra parte, si en todas las herejías medievales, o los movimientos que sufrieron tal anatema, resulta bastante difícil deslindar el componente religioso del componente de revuelta popular, el lolardismo es uno de los más difíciles de cribar, ayudado también por las particularidades e idiosincrasias propias del clero de las islas británicas.


Las ideas de Wyclif acerca de una vida caritativa, pura y con una Iglesia reformada que viviera para los creyentes contaron con unos predicadores puritanos y errantes, los citados poor priest, que fueron abanderados del movimiento. Hay que recordar que la reforma preconizada por el clérigo oxoniense era, en principio, totalmente intelectual, nacida al abrigo de las complejas disquisiciones teológicas y filosóficas del mundo académico británico. Dichos predicadores, empero, se encargarían de "trasladar las ideas de Wyclif del ambiente académico al popular". (Granda, op. cit., p. 262). Los poor priest fueron los primeros seguidores de Wyclif, cuya acción se pareció mucho tanto a lo que hicieron las órdenes menores en el XIII, desde el lado ortodoxo, como a los predicadores valdenses, por el lado heterodoxo.

El lolardismo completa tres vértices de un triángulo formado por componentes intelectuales, políticos y populares. En el plano intelectual, el lolardismo emanó de la Universidad de Oxford, desde la entrada de Wyclif en ella. Pese a la prohibición existente, las obras del maestro se seguían copiando en la clandestinidad, la Biblia era traducida a lengua vulgar (verdadero caballo de batalla tanto de las últimas herejías medievales como de la inminente Reforma protestante) y los alumnos seguían estando interesados en los Quodlibets de Wyclif.
En lo que respecta al plano político, la lucha en el Parlamento inglés, contemporánea a la extensión del lolardismo, era evidente. Dos miembros del estamento parlamentario y religioso británico, John Latimer (padre del obispo Hugh Latimer, el que sería apoyo fundamental de Enrique VIII en la ruptura con Roma) y Gordon Oldcastle, fueron los más acérrimos defensores de una reforma de la Iglesia basada en las tesis de Wyclif.
Por contra, Roger Dymnock, Thomas Netter o Reginald Pecock, en los ambientes políticos y universitarios, combatieron con dureza los nuevos proyectos políticos basados en lo que ellos consideraban como errores teológicos. Sin embargo, quizá el apoyo de las masas populares al espíritu de reforma sustentó todo el entramado lolardista. Alejados de las sutiles cuestiones teológicas, la crítica a las costumbres y moral del clero, a acabar con el aparente caos que regía las cuestiones eclesiásticas británicas, fue lo que, en opinión de Cristina Granda: "les conduciría a las ideas revolucionarias: y es en este punto donde se separan de Wyclif". (Op. cit., p. 264). Efectivamente, el lolardismo del pueblo se convirtió en un movimiento de protesta popular, influido de igual manera por algunas ideas de la Hermandad del Libre Espíritu o de las teorías milenaristas de Joaquín de Fiore.
El gran enemigo del lolardismo, de Wyclif y de cualquier idea de reforma fue el arzobispo de Canterbury, Robert Courtenay, quien desde las prohibiciones sobre el maestro oxoniense de 1375 a la promulgación de las Arundel Constitutions (1389), ya con Wyclif fallecido, no cejó en tratar de imponerse a quienes preconizaban la secularización de los bienes del clero y a los que pretendían acercar al pueblo los textos divinos traduciéndolos a lengua vulgar. Como quiera que la Iglesia británica, al contrario que sus vecinas europeas, estaba privada de un mecanismo como la Inquisición, Courtenay también fue el abanderado de unas nuevas leyes penales, entre las que el Santo Oficio ocupaba el primer lugar, para controlar las ideas heréticas.


Antes de que el lolardismo estallara con violencia en Inglaterra, conviene analizar con detenimiento la situación general del reino. Metido de lleno en la Guerra de los Cien Años, las cargas impositivas destinadas a sufragar la contienda bélica no habían hecho sino devaluar la ya de por sí pobre situación del campesinado inglés, puesto que, pese a que el rey lo solicitaba directamente a nobles y clérigos, estos aumentaban los impuestos de sus siervos para no perder en el negocio. Por si fuera poco, ante la tesitura de pagar más para que los intereses británicos fuesen defendidos por mercenarios, la mayoría de comunidades optaron por enviar a sus trabajadores a la guerra, con la consiguiente pérdida de mano de obra agraria y artesanal que repercutiría negativamente en sus economías. Tampoco conviene olvidar la gran mortandad provocada en 1349 por la temida Peste Negra, cuyas reacciones pandémicas continuaban vigentes treinta años después del primer estallido.
El conflicto comenzó en mayo de 1381, cuando un comisario del Parlamento para la recaudación de impuestos tuvo prácticamente que huir de los aperos de labranza agrícolas, convertidos en armas debido a la violenta situación, para salvar su vida. Desde Londres hasta Suffolk, pasando por Kent, Essex, Hertfordshire y todo el sudoeste británico, los trabajadores, arengados por los poor priest e imbuidos de un espíritu mesiánico y justiciero, sembraron el pánico en el reino.
En este primer momento, surgió la figura de Wat Tyler como cabeza del movimiento, de ahí que a los lolardos se les conozca en algunas fuentes también como tyleristas. En el mes de junio, Wat Tyler y los lolardos tomaron Canterbury, donde se les unió un personaje que iba a tener una importancia decisiva en el devenir del movimiento, John Ball. La confusa situación se agravó aún más debido a la minoridad del legítimo rey, Ricardo II, con lo que al frente de la autoridad se encontraba el personaje más odiado por los campesinos, el más ácido representante de la clase nobiliaria y terrateniente, Richard Gloucester, el maléfico duque de Lancaster, al que los británicos llamaron con su sorna y flema habitual, The Kingsmaker.
Pese a todo, el alzamiento campesino sorprendió a éste en Escocia, así que los dirigentes del movimiento se aprestaron a forzar una entrevista con el rey y sus tutores. Ante la negativa, varios palacios y casas de la nobleza británica fueron asaltadas, saqueadas y quemadas, como medida para obtener la cita, que se produjo el 14 de junio de 1381, y por la cual Ricardo II concedió la amnistía y la abolición de la servidumbre y del Statute of Labourers. No contentos con ello, los lolardos tomaron al asalto la Torre de Londres y libertaron a todos los presos de la Bloody Tower, con lo que el desconcierto se tornó en un auténtico caos.
Regresado de Escocia, el duque de Lancaster se aprestó a lanzar al ejército contra los alborotadores, que se habían quedado sin la dirección de Tyler (muerto en una emboscada callejera), de resultas de la cual fueron aniquilados en el mes de julio, lo que no impidió que el tirón del movimiento lolardo aún provocara acciones similares en Saint Albans, Norfolk, York y, en general, las ciudades del sur; sin embargo, como protesta antiseñorial estaba condenado a desaparecer, no sin derramamiento de sangre inocente, bajo las garras del ejército de la corona.


La gran mayoría de historiadores que han analizado el conflicto de los lolardos desde el plano social, como Rodney Hilton, están de acuerdo en otorgar un importante papel al Statute of Labourers ('Estatuto de los Trabajadores'), aprobado en 1351, y a todo el sistema impositivo desarrollado posteriormente para impedir una subida salarial desmedida, en el estallido de la revuelta de 1381. Conviene aclarar que, con motivo del déficit demográfico producido por la Peste, el Parlamento británico aprobó un estatuto en el que se congelaban los salarios de los trabajadores al mismo nivel al que se encontraban antes de la Peste, con el fin de evitar la inflación por la escasez de mano de obra. Esta medida, lógica desde el punto de vista de la clase terrateniente (es decir, todos los parlamentarios), únicamente hizo que los agentes reales y la nobleza fueran objeto de las iras antiseñoriales de los campesinos. Por si fuera poco, desde 1371 hasta 1381 el impuesto de capitación inglés, Poll Tax, sufrió incrementos brutales. El hecho de que fuese un asistente regio, un cobrador de impuestos, el primer asaltado en 1381 no debe, vistos estos detalles, extrañar lo más mínimo.
Es decir, desde el punto de vista social se plantean unos conflictos entre los estamentos populares contra los anacrónicos puntos de vista de nobleza y clero. No conviene olvidar que las zonas donde el conflicto latió con más fuerza eran, paradójicamente, las que comenzaban a vivir, en el campo y en la ciudad, cierto proceso de pre-industrialización, lo cual chocaba frontalmente con la odiada servidumbre nobiliaria y con las anacrónicas prerrogativas de jurisdicción eclesiástica de algunos puntos.
Los habitantes de las ciudades apoyaron la revuelta lolarda porque su situación, con unas estructuras gremiales anticuadas y con ciertos privilegios nobiliarios y oligárquicos que cercenaban la posibilidad de desarrollo económico para los sectores artesanos de la ciudad, era paralela a la que vivían los habitantes del campo, en lucha contra parecidas e injustas, según su punto de vista, prerrogativas. En este sentido, no hubo, en el estallido lolardo de 1381, enfrentamiento campo-ciudad; más bien, y sin llegar a la afirmación materialista de la lucha de clases, sí se pudo palpar constantemente, tanto en el tiempo como en los elementos de análisis actuales, un problema latente: la crisis del feudalismo.
El fracaso del movimiento se debió, además de la absoluta falta de organización inherente a las revueltas sociales de la Edad Media, a que la adhesión de presos, vagabundos y malhechores llenó las filas lolardas de elementos de radicalización, lo que enlaza directamente con el siguiente punto: los factores espirituales que hicieron de los lolardos una herejía. Sin excluir dicho componente, lo cierto fue que el lolardismo, al menos desde el punto de vista social, tuvo muchos elementos similares a varios otros momentos de resistencia antiseñorial acontecidos en la Europa medieval.



Además de los poor priest, fueron muchos clérigos que participaron de forma activa en la sublevación, especialmente los mendicantes y los miembros del bajo clero. Uno de ellos, John Wrawe, que dirigió el movimiento del sur, se mostró como un acérrimo defensor de la abolición de la servidumbre y de la derogación del Statute of Labourers, leyes a las que también estaban sujetas los clérigos británicos. En cualquier caso, y siguiendo la opinión de Cristina Granda: "si bien hay cierto anticlericalismo, la sublevación no tiene nada de antireligiosa". 
Sin embargo, en la pretendida humanización de las representaciones divinas, el pueblo inglés había comenzado a interpretar a Jesucristo en representaciones pictóricas, poemas y cantos, como el primer trabajador pobre, hecho que podía ser altamente subversivo aún dejando de lado la humanización ya que, como acertadamente califica Cristina Granda, igualar a Cristo con un trabajador agrario era un fenómeno comunistizante. En todo ello tuvo que ver la popularización, a veces manipulación, a su favor de las ideas de Wyclif en Gran Bretaña. Al unirse las connotaciones religiosas y espirituales, el lolardismo no finalizó con la brutal represión señorial de 1381, sino que continuó muy vivo gracias, entre otras cosas, a los popularistas, exaltados y, a veces, demagogos sermones de John Ball.
En líneas generales, Wyclif siempre se manifestó en contra de la revuelta, puesto que sus prédicas eran pacifistas y nunca preconizaron una subversión del sistema; realmente, culpar a Wyclif de los asaltos y saqueos sería como hacer que ahora recayeran en la conciencia de Karl Marx las famosas purgas de Stalin. Sin embargo, Ball hizo que las facciones "intelectual" y "popular" del lolardismo se confabulasen para convertir el movimiento en herejía. En primer lugar, por su insistencia en la comunidad de bienes, en el igualitarismo y en la abolición de la servidumbre; si todos venimos de Dios, no es cuestionable la preeminencia de unos sobre otros. Ball hizo suyo uno de los lemas de 1381: When Adam delved / and Eve span / who was the gentleman. ('Cuando Adán araba / y Eva hilaba / ¿quién era el gentilhombre?'). Aunque extraído sin duda del refranero popular británico, la extremada habilidad de Ball para argumentar una reivindicación trabajadora en clave bíblica fomentó la asociación entre los conceptos de justicia divina y justicia social. Por otra parte, la idea de un gobierno popular mediante asamblea, negando a los jueces, caballeros y clérigos el papel que habían desempeñado, le hizo depositario del ideal conciliarista esgrimido por Marsilio de Padua en 1314, con la publicación de su obra Defensor Pacis. Por último, las tesis milenaristas atribuidas a Fiore y que había manejado Wyclif se convirtieron, por el discurso de Ball, en la visión apocalíptica de un mundo que se aprestaba a llegar al Juicio Final. El mesianismo, el profetismo y la idea de pobreza como divinidad contribuyeron a que el lolardismo continuase vigente hasta bien entrado el siglo XV.
Las sucesivas condenas eclesiásticas (1394, 1396, 1400, todas ellas por el incansable Courtenay) se vieron refutadas con la declaración, en el Concilio de Constanza (1415), de John Wyclif como herético y cismático. Por ello, a John Ball y a la radicalización del movimiento se debe la continuación del lolardismo más allá del siglo XV, pero también se le debe su definitiva defunción no sólo como movimiento de lucha social sino también como cualquier ideal reformista que, en el seno de la propia obediencia de la jerarquía eclesiástica, tuvieran desde Wyclif a Tyler, pasando por todo el círculo intelectual oxoniense.



Pese a la desaparición del movimiento, los salarios y, en general, la vida del campesino y artesano inglés sufrió una leve mejoría durante todo el siglo XV. Lo que sí que cambió por completo fue la línea eclesiástica, sobre todo tras la condena de Constanza. La pobreza, la justicia y la honradez fueron eliminadas de los discursos religiosos, pues la identificación con los lolardos y, por ende, con herejes, hizo que la espada de la excomunión pesase más que la conveniencia espiritual de los sermones. La vida se normalizó y, parafraseando a Ball, los hombres volvieron a arar y las mujeres a hilar, pero continuaron los gentileshombres aprovechándose de sus privilegios.
Por otra parte, el estallido popular y la calificación de herejes hizo que los ideales de reforma, piedad, caridad y vida espiritual se interiorizasen, vistos los pobres resultados de su popularización. En efecto, durante el siglo XV tomaría cuerpo la gran literatura mística británica medieval, con autores Richard Rolle y autoras como Juliana de Norwich. En el plano político, la conocida ruptura de Enrique VIII con la autoridad romana y el surgimiento de la iglesia anglicana hundió fuertemente sus raíces en la indisoluble polémica del control de los bienes del clero, polémica que el lolardismo avivó desde sus inicios. Para finalizar, el aspecto intelectual encontró dos caminos tan separados como comunes: los miembros más conservadores continuaron preconizando el valor de la Biblia vernácula y la reforma, la de Wyclif, como vía de perfección, dando lugar en el siglo XVI y posteriores al movimiento de evangelización británico. Por otra parte, por la parte radical del pensamiento espiritual de Wyclif, sus tesis fueron exportadas por Jan Hus a tierras checas para fundamentar intelectualmente la más peligrosa herejía bajomedieval: el husismo...

Bibliografía

  • HILTON, R. Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381.
  • MITRE, E. & GRANDA, C. Las grandes herejías de la Europa cristiana
  • MITRE, E. et al. Las herejías medievales. (Madrid: Cuadernos de Historia 
  • https://es.pinterest.com/pin/297096906651105375/
  • http://www.iglesiapueblonuevo.es/index.php?codigo=enc_lolardos
  • http://www.enciclonet.com/articulo/lolardismo/
  •  https://books.google.es/books?id=5W0vjMci_scC&pg=PA73&lpg=PA73&dq=JOHN+WYCLIF+Y+EL+LOLARDISMO&source=bl&ots=w18H4R4tvl&sig=BJHjr3hoYdRpyyj3TYhz59jMH4w&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwi21cyunrrQAhUF_IMKHRlEBMkQ6AEITDAN#v=onepage&q=JOHN%20WYCLIF%20Y%20EL%20LOLARDISMO&f=false



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