Movimiento
de protesta popular acontecido en Gran Bretaña cuyos tintes religiosos,
espirituales y, especialmente, su relación con el pensamiento de John Wyclif,
el gran renovador oxoniense de la teología bajomedieval, le hicieron
merecedor del calificativo de herejía. Etimológicamente, el término
parece proceder de una onomatopeya inglesa que se aplicaba, con matiz
despectivo, a ciertos predicadores británicos, los poor priest,
cuyo discurso de pobreza, humildad y caridad recorrió el clima
espiritual durante todo el período, prestando el sustento básico para la
difusión de las ideas de Wyclif. Poco después del fin de la principal
revuelta, el vocablo pasó a ser sinónimo de "hereje" y, concretamente,
de los partidarios del pensamiento de Wyclif. Por otra parte, si en
todas las herejías medievales, o los movimientos que sufrieron tal
anatema, resulta bastante difícil deslindar el componente religioso del
componente de revuelta popular, el lolardismo es uno de los más
difíciles de cribar, ayudado también por las particularidades e
idiosincrasias propias del clero de las islas británicas.
Las ideas de Wyclif acerca de una vida caritativa, pura y con
una Iglesia reformada que viviera para los creyentes contaron con unos
predicadores puritanos y errantes, los citados poor priest, que
fueron abanderados del movimiento. Hay que recordar que la reforma
preconizada por el clérigo oxoniense era, en principio, totalmente
intelectual, nacida al abrigo de las complejas disquisiciones teológicas
y filosóficas del mundo académico británico. Dichos predicadores,
empero, se encargarían de "trasladar las ideas de Wyclif del ambiente académico al popular". (Granda, op. cit., p. 262). Los poor priest
fueron los primeros seguidores de Wyclif, cuya acción se pareció mucho
tanto a lo que hicieron las órdenes menores en el XIII, desde el lado
ortodoxo, como a los predicadores valdenses, por el lado heterodoxo.
El
lolardismo completa tres vértices de un triángulo formado por
componentes intelectuales, políticos y populares. En el plano
intelectual, el lolardismo emanó de la Universidad de Oxford, desde la
entrada de Wyclif en ella. Pese a la prohibición existente, las obras
del maestro se seguían copiando en la clandestinidad, la Biblia era
traducida a lengua vulgar (verdadero caballo de batalla tanto de las
últimas herejías medievales como de la inminente Reforma protestante) y los alumnos seguían estando interesados en los Quodlibets de Wyclif.
En
lo que respecta al plano político, la lucha en el Parlamento inglés,
contemporánea a la extensión del lolardismo, era evidente. Dos miembros
del estamento parlamentario y religioso británico, John Latimer (padre
del obispo Hugh Latimer, el que sería apoyo fundamental de Enrique VIII
en la ruptura con Roma) y Gordon Oldcastle, fueron los más acérrimos
defensores de una reforma de la Iglesia basada en las tesis de Wyclif.
Por
contra, Roger Dymnock, Thomas Netter o Reginald Pecock, en los
ambientes políticos y universitarios, combatieron con dureza los nuevos
proyectos políticos basados en lo que ellos consideraban como errores
teológicos. Sin embargo, quizá el apoyo de las masas populares al
espíritu de reforma sustentó todo el entramado lolardista. Alejados de
las sutiles cuestiones teológicas, la crítica a las costumbres y moral
del clero, a acabar con el aparente caos que regía las cuestiones
eclesiásticas británicas, fue lo que, en opinión de Cristina Granda: "les conduciría a las ideas revolucionarias: y es en este punto donde se separan de Wyclif". (Op. cit.,
p. 264). Efectivamente, el lolardismo del pueblo se convirtió en un
movimiento de protesta popular, influido de igual manera por algunas
ideas de la Hermandad del Libre Espíritu o de las teorías milenaristas
de Joaquín de Fiore.
El
gran enemigo del lolardismo, de Wyclif y de cualquier idea de reforma
fue el arzobispo de Canterbury, Robert Courtenay, quien desde las
prohibiciones sobre el maestro oxoniense de 1375 a la promulgación de
las Arundel Constitutions (1389), ya con Wyclif fallecido, no
cejó en tratar de imponerse a quienes preconizaban la secularización de
los bienes del clero y a los que pretendían acercar al pueblo los textos
divinos traduciéndolos a lengua vulgar. Como quiera que la Iglesia
británica, al contrario que sus vecinas europeas, estaba privada de un
mecanismo como la Inquisición,
Courtenay también fue el abanderado de unas nuevas leyes penales, entre
las que el Santo Oficio ocupaba el primer lugar, para controlar las
ideas heréticas.
Antes de que el lolardismo estallara con violencia en Inglaterra, conviene analizar con detenimiento la situación general del reino. Metido de lleno en la Guerra de los Cien Años, las cargas impositivas destinadas a sufragar la contienda bélica no habían hecho sino devaluar la ya de por sí pobre situación del campesinado inglés, puesto que, pese a que el rey lo solicitaba directamente a nobles y clérigos, estos aumentaban los impuestos de sus siervos para no perder en el negocio. Por si fuera poco, ante la tesitura de pagar más para que los intereses británicos fuesen defendidos por mercenarios, la mayoría de comunidades optaron por enviar a sus trabajadores a la guerra, con la consiguiente pérdida de mano de obra agraria y artesanal que repercutiría negativamente en sus economías. Tampoco conviene olvidar la gran mortandad provocada en 1349 por la temida Peste Negra, cuyas reacciones pandémicas continuaban vigentes treinta años después del primer estallido.
El
conflicto comenzó en mayo de 1381, cuando un comisario del Parlamento
para la recaudación de impuestos tuvo prácticamente que huir de los
aperos de labranza agrícolas, convertidos en armas debido a la violenta
situación, para salvar su vida. Desde Londres hasta Suffolk, pasando por
Kent, Essex, Hertfordshire y todo el sudoeste británico, los
trabajadores, arengados por los poor priest e imbuidos de un espíritu mesiánico y justiciero, sembraron el pánico en el reino.
En este primer momento, surgió la figura de Wat Tyler como cabeza del movimiento, de ahí que a los lolardos se les conozca en algunas fuentes también como tyleristas.
En el mes de junio, Wat Tyler y los lolardos tomaron Canterbury, donde
se les unió un personaje que iba a tener una importancia decisiva en el
devenir del movimiento, John Ball. La confusa situación se agravó aún más debido a la minoridad del legítimo rey, Ricardo II,
con lo que al frente de la autoridad se encontraba el personaje más
odiado por los campesinos, el más ácido representante de la clase
nobiliaria y terrateniente, Richard Gloucester, el maléfico duque de
Lancaster, al que los británicos llamaron con su sorna y flema habitual,
The Kingsmaker.
Pese a todo, el alzamiento campesino
sorprendió a éste en Escocia, así que los dirigentes del movimiento se
aprestaron a forzar una entrevista con el rey y sus tutores. Ante la
negativa, varios palacios y casas de la nobleza británica fueron
asaltadas, saqueadas y quemadas, como medida para obtener la cita, que
se produjo el 14 de junio de 1381, y por la cual Ricardo II concedió la
amnistía y la abolición de la servidumbre y del Statute of Labourers. No contentos con ello, los lolardos tomaron al asalto la Torre de Londres y libertaron a todos los presos de la Bloody Tower, con lo que el desconcierto se tornó en un auténtico caos.
Regresado
de Escocia, el duque de Lancaster se aprestó a lanzar al ejército
contra los alborotadores, que se habían quedado sin la dirección de
Tyler (muerto en una emboscada callejera), de resultas de la cual fueron
aniquilados en el mes de julio, lo que no impidió que el tirón del
movimiento lolardo aún provocara acciones similares en Saint Albans,
Norfolk, York y, en general, las ciudades del sur; sin embargo, como
protesta antiseñorial estaba condenado a desaparecer, no sin
derramamiento de sangre inocente, bajo las garras del ejército de la
corona.
La gran mayoría de historiadores que han analizado el conflicto de los lolardos desde el plano social, como Rodney Hilton, están de acuerdo en otorgar un importante papel al Statute of Labourers ('Estatuto de los Trabajadores'), aprobado en 1351, y a todo el sistema impositivo desarrollado posteriormente para impedir una subida salarial desmedida, en el estallido de la revuelta de 1381. Conviene aclarar que, con motivo del déficit demográfico producido por la Peste, el Parlamento británico aprobó un estatuto en el que se congelaban los salarios de los trabajadores al mismo nivel al que se encontraban antes de la Peste, con el fin de evitar la inflación por la escasez de mano de obra. Esta medida, lógica desde el punto de vista de la clase terrateniente (es decir, todos los parlamentarios), únicamente hizo que los agentes reales y la nobleza fueran objeto de las iras antiseñoriales de los campesinos. Por si fuera poco, desde 1371 hasta 1381 el impuesto de capitación inglés, Poll Tax, sufrió incrementos brutales. El hecho de que fuese un asistente regio, un cobrador de impuestos, el primer asaltado en 1381 no debe, vistos estos detalles, extrañar lo más mínimo.
Es decir, desde el punto de vista social se plantean unos
conflictos entre los estamentos populares contra los anacrónicos puntos
de vista de nobleza y clero. No conviene olvidar que las zonas donde el
conflicto latió con más fuerza eran, paradójicamente, las que comenzaban
a vivir, en el campo y en la ciudad, cierto proceso de
pre-industrialización, lo cual chocaba frontalmente con la odiada
servidumbre nobiliaria y con las anacrónicas prerrogativas de
jurisdicción eclesiástica de algunos puntos.
Los habitantes de las
ciudades apoyaron la revuelta lolarda porque su situación, con unas
estructuras gremiales anticuadas y con ciertos privilegios nobiliarios y
oligárquicos que cercenaban la posibilidad de desarrollo económico para
los sectores artesanos de la ciudad, era paralela a la que vivían los
habitantes del campo, en lucha contra parecidas e injustas, según su
punto de vista, prerrogativas. En este sentido, no hubo, en el estallido
lolardo de 1381, enfrentamiento campo-ciudad; más bien, y sin llegar a
la afirmación materialista de la lucha de clases, sí se pudo palpar
constantemente, tanto en el tiempo como en los elementos de análisis
actuales, un problema latente: la crisis del feudalismo.
El
fracaso del movimiento se debió, además de la absoluta falta de
organización inherente a las revueltas sociales de la Edad Media, a que
la adhesión de presos, vagabundos y malhechores llenó las filas lolardas
de elementos de radicalización, lo que enlaza directamente con el
siguiente punto: los factores espirituales que hicieron de los lolardos
una herejía. Sin excluir dicho componente, lo cierto fue que el
lolardismo, al menos desde el punto de vista social, tuvo muchos
elementos similares a varios otros momentos de resistencia antiseñorial
acontecidos en la Europa medieval.
Además de los poor priest, fueron muchos clérigos que participaron de forma activa en la sublevación, especialmente los mendicantes y los miembros del bajo clero. Uno de ellos, John Wrawe, que dirigió el movimiento del sur, se mostró como un acérrimo defensor de la abolición de la servidumbre y de la derogación del Statute of Labourers, leyes a las que también estaban sujetas los clérigos británicos. En cualquier caso, y siguiendo la opinión de Cristina Granda: "si bien hay cierto anticlericalismo, la sublevación no tiene nada de antireligiosa".
Sin
embargo, en la pretendida humanización de las representaciones divinas,
el pueblo inglés había comenzado a interpretar a Jesucristo en
representaciones pictóricas, poemas y cantos, como el primer trabajador
pobre, hecho que podía ser altamente subversivo aún dejando de lado la
humanización ya que, como acertadamente califica Cristina Granda,
igualar a Cristo con un trabajador agrario era un fenómeno comunistizante.
En todo ello tuvo que ver la popularización, a veces manipulación, a su
favor de las ideas de Wyclif en Gran Bretaña. Al unirse las
connotaciones religiosas y espirituales, el lolardismo no finalizó con
la brutal represión señorial de 1381, sino que continuó muy vivo
gracias, entre otras cosas, a los popularistas, exaltados y, a veces,
demagogos sermones de John Ball.
En líneas generales, Wyclif
siempre se manifestó en contra de la revuelta, puesto que sus prédicas
eran pacifistas y nunca preconizaron una subversión del sistema;
realmente, culpar a Wyclif de los asaltos y saqueos sería como hacer que
ahora recayeran en la conciencia de Karl Marx las famosas purgas de Stalin.
Sin embargo, Ball hizo que las facciones "intelectual" y "popular" del
lolardismo se confabulasen para convertir el movimiento en herejía. En
primer lugar, por su insistencia en la comunidad de bienes, en el
igualitarismo y en la abolición de la servidumbre; si todos venimos de
Dios, no es cuestionable la preeminencia de unos sobre otros. Ball hizo
suyo uno de los lemas de 1381: When Adam delved / and Eve span / who was the gentleman.
('Cuando Adán araba / y Eva hilaba / ¿quién era el gentilhombre?').
Aunque extraído sin duda del refranero popular británico, la extremada
habilidad de Ball para argumentar una reivindicación trabajadora en
clave bíblica fomentó la asociación entre los conceptos de justicia
divina y justicia social. Por otra parte, la idea de un gobierno popular
mediante asamblea, negando a los jueces, caballeros y clérigos el papel
que habían desempeñado, le hizo depositario del ideal conciliarista
esgrimido por Marsilio de Padua en 1314, con la publicación de su obra Defensor Pacis.
Por último, las tesis milenaristas atribuidas a Fiore y que había
manejado Wyclif se convirtieron, por el discurso de Ball, en la visión
apocalíptica de un mundo que se aprestaba a llegar al Juicio Final. El
mesianismo, el profetismo y la idea de pobreza como divinidad
contribuyeron a que el lolardismo continuase vigente hasta bien entrado
el siglo XV.
Las sucesivas condenas eclesiásticas (1394, 1396,
1400, todas ellas por el incansable Courtenay) se vieron refutadas con
la declaración, en el Concilio de Constanza
(1415), de John Wyclif como herético y cismático. Por ello, a John Ball
y a la radicalización del movimiento se debe la continuación del
lolardismo más allá del siglo XV, pero también se le debe su definitiva
defunción no sólo como movimiento de lucha social sino también como
cualquier ideal reformista que, en el seno de la propia obediencia de la
jerarquía eclesiástica, tuvieran desde Wyclif a Tyler, pasando por todo
el círculo intelectual oxoniense.
Pese a la desaparición del movimiento, los salarios y, en general, la vida del campesino y artesano inglés sufrió una leve mejoría durante todo el siglo XV. Lo que sí que cambió por completo fue la línea eclesiástica, sobre todo tras la condena de Constanza. La pobreza, la justicia y la honradez fueron eliminadas de los discursos religiosos, pues la identificación con los lolardos y, por ende, con herejes, hizo que la espada de la excomunión pesase más que la conveniencia espiritual de los sermones. La vida se normalizó y, parafraseando a Ball, los hombres volvieron a arar y las mujeres a hilar, pero continuaron los gentileshombres aprovechándose de sus privilegios.
Por otra parte, el estallido popular y la
calificación de herejes hizo que los ideales de reforma, piedad, caridad
y vida espiritual se interiorizasen, vistos los pobres resultados de su
popularización. En efecto, durante el siglo XV tomaría cuerpo la gran
literatura mística británica medieval, con autores Richard Rolle y
autoras como Juliana de Norwich. En el plano político, la conocida
ruptura de Enrique VIII
con la autoridad romana y el surgimiento de la iglesia anglicana hundió
fuertemente sus raíces en la indisoluble polémica del control de los
bienes del clero, polémica que el lolardismo avivó desde sus inicios.
Para finalizar, el aspecto intelectual encontró dos caminos tan
separados como comunes: los miembros más conservadores continuaron
preconizando el valor de la Biblia vernácula y la reforma, la de
Wyclif, como vía de perfección, dando lugar en el siglo XVI y
posteriores al movimiento de evangelización británico. Por otra parte,
por la parte radical del pensamiento espiritual de Wyclif, sus tesis
fueron exportadas por Jan Hus a tierras checas para fundamentar intelectualmente la más peligrosa herejía bajomedieval: el husismo...
Bibliografía
- HILTON, R. Siervos liberados. Los movimientos campesinos medievales y el levantamiento inglés de 1381.
- MITRE, E. & GRANDA, C. Las grandes herejías de la Europa cristiana
- MITRE, E. et al. Las herejías medievales. (Madrid: Cuadernos de Historia
- https://es.pinterest.com/pin/297096906651105375/
- http://www.iglesiapueblonuevo.es/index.php?codigo=enc_lolardos
- http://www.enciclonet.com/articulo/lolardismo/
- https://books.google.es/books?id=5W0vjMci_scC&pg=PA73&lpg=PA73&dq=JOHN+WYCLIF+Y+EL+LOLARDISMO&source=bl&ots=w18H4R4tvl&sig=BJHjr3hoYdRpyyj3TYhz59jMH4w&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwi21cyunrrQAhUF_IMKHRlEBMkQ6AEITDAN#v=onepage&q=JOHN%20WYCLIF%20Y%20EL%20LOLARDISMO&f=false
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