El Tratado de Almizra lo
firmaron Jaime I el Conquistador y el infante castellano
Alfonso, hijo de Fernando III y posterior rey Alfonso X
el Sabio. El primero tenía treinta y seis años; el
segundo veintitrés. En sus campañas militares de
expansión por la península, sus antecesores
establecieron en el siglo XII una intensa actividad
diplomática para distribuirse la conquista futura de
tierras en poder musulmán. Los Tratados de Tudilén en
1151 (en Navarra, cerca de Aguas Caldas) y de Cazola en
1179 (lugar que algunos investigadores sitúan en la
calzada de Medinaceli a Ariza, en el llamado Corral de
Cacala) dibujaban la frontera de ambas Coronas al sur del
Júcar. Por el acuerdo de Tudilén, suscrito por Alfonso
VII y Berenguer IV, se le adjudicaba a Aragón, además
de las tierras que quedaban al sur del río, el derecho a
anexionarse el Reino de Murcia, salvo los castillos de
Lorca y Vera. Por el de Cazola, que firmaron el aragonés
Alfonso II y el castellano Alfonso VII, se revisaban
estos límites y se desplazaban hacia el norte. La línea
la marcaba, ahora, Biar por el interior y Calpe por el
mar, pasando para Castilla lo que estaba al sur de estas
poblaciones; es decir, el Reino de Murcia. El pacto, con
las habituales menciones de que su vigencia era a
perpetuidad y obligaba a los sucesores, dejaba avisadas a
ambas partes con un compromiso: "que ninguno de los
dos quite o disminuya al otro algo de la parte a cada uno
asignada, ni de otro modo ninguno de los dos maquine
astutamente algún obstáculo contra la ya dicha
división". Nada, por tanto, hacía presagiar
conflictos insalvables entre los dos reinos cristianos.
Sin embargo, las dificultades llegaron sesenta y cinco
años después con nuevos protagonistas.
Para entonces, tras la
conquista de Baleares por la Corona de Aragón, el rey
Jaime I había emprendido con éxito la del Reino de
Valencia, pero las negociaciones que los castellanos
tenían abiertas en 1244 con el alcaide musulmán de
Játiva para que les entregase esta plaza motivó que
Jaime I pretendiera Villena, Sax, Caudete y Bugarra. La
conquista de Játiva correspondía al Reino de Valencia;
la de Villena, Sax, Caudete y Bugarra, que acabaron
entregándose a Jaime I, incumbía a Castilla. Aunque las
relaciones políticas seguían siendo amistosas (prueba de ello era el acuerdo de matrimonio entre
el infante Alfonso con la todavía niña Violante, hija
de Jaime I y su segunda esposa Violante de
Hungría), el peligro de entrar en guerra llevó a
unos y a otros a concertar una entrevista de urgencia en
marzo de 1244. Como lugar de encuentro se escogió el
castillo de Almizra, que estaba ya en poder del Reino de
Valencia.
Durante siglos, sólo una
fuente proporcionó información de lo que ocurrió en su
recinto en cuatro jornadas: la "Crònica" o
"Llibre dels Feits" de Jaime I. El relato
comienza a ocuparse de la cita con la solicitud de
Alfonso. "Enviá'ns messatge l'infant don Alfonso
que es volia veer ab nós, e pregà'ns que li exíssem a
Almiçra", dictó el autor de la
"Crònica", que asistió en compañía de sus
hombres de confianza y su esposa Violante. Jaime I
invitó al infante a aposentarse en el castillo, pero
éste prefirió acampar con sus tiendas a la falda del
monte, "al peu del puig d'Almiçra". El juego
diplomático lo abordaron las dos partes con distinto
estilo. Mientras que Jaime I asumió personalmente las
negociaciones, el infante Alfonso delegó en el Maestre
de Uclés y en Diego de Vizcaya. Con ello no sólo
confiaba el peso de su estrategia a las habilidades de
dos colaboradores más experimentados sino que evitaba la
adopción de decisiones inmediatas, puesto que sus
embajadores demoraban respuestas con la excusa de
tenerlas que consultar.
El litigio sobre Játiva,
cuya plaza llegaron los emisarios castellanos a reclamar
como dote de la hija de Jaime I al futuro matrimonio con
el infante, centró las discusiones y obligó al
Conquistador a poner su ardor en la defensa de esta
población. Jaime I dio de sí mismo en la
"Crònica" una imagen de dureza en el debate,
hasta el punto de atribuirse una amenaza a los
castellanos: "Qui en Xátiva volrà entrar sobre
nós haurá de pasar". La tensión llega a tal
extremo que ordenó, en cierto momento, ensillar la
caballería con el propósito de regresar a sus
posiciones, dando por terminadas las vistas. Sólo las
lágrimas de Violante de Hungría y su insistencia en la
necesidad de llegar a una solución pacífica aportaron
calma, lo que forzó también al Maestre de Uclés y
Diego de Vizcaya a comunicar a Alfonso la oportunidad de
replantear sus peticiones. El desenlace no fue más que
una cesión de ambas partes: Alfonso renunció a Játiva
y, a cambio, recuperaba Sax, Villena, Caudete y Bugarra.
El encuentro se resolvía con el trazado de una frontera
que, según la "Crònica", corría desde
Almizra por Biar, Castalla y Jijona hasta conectar con el
mar. Tras redactar las cláusulas del convenio, el
escribano anotó la fecha: "Data Almiçrano cum ibi
haberent colloquium septimo kalendas Aprilis anno MCCXL
quarto era MCCLXXX secunda", lo que vertido al
calendario actual equivale al 26 de marzo de 1244.
Las consecuencias
políticas del encuentro pueden deducirse sobre cualquier
mapa que represente esta frontera. Castilla aseguraba su
salida al mar a través del Reino de Murcia y cerraba el
avance de un posible competidor, militarmente respetable,
en la futura conquista del sur peninsular. A la Corona de
Aragón, en cambio, la solución le frenaba por ese
extremo (luego, con el Tratado de Corbeil de 1258,
también fijaría su límite por el norte) En realidad,
todo quedaba en Almizra como en el Tratado de Cazola,
pacto que Roque Chabás, el historiador y clérigo de
Denia, ya consideró en 1909 "de funestas
consecuencias" porque sirvió "de barrera a la
expansión aragonesa". Sin posibilidad para la
Corona de Aragón, pues, de extenderse hacia el oeste,
donde lindaba con Navarra y Castilla, Almizra confirmó
lo pactado cuarenta y cinco años antes y subrayaba ese
tope meridional. Cualquier acción futura de expansión
pasaba por una de estas dos opciones: el mar
Mediterráneo o vulnerar los pactos. Esa es la razón por
la que Joan Fuster calificaba también al Tratado de
Almizra como una "hipoteca intolerable sobre el
futur de la Corona".
La estrategia diplomática
de los castellanos merece, en cambio, un comentario. La
historiografía valenciana ha tendido a magnificar la
contundencia política de Jaime I y su papel pacificador
en las jornadas de Almizra, presentando a los castellanos
como vencidos. Los resultados del encuentro y el
análisis de algunos detalles de su propio relato
permiten, en cambio, otras hipótesis. Hay que observar
que los embajadores del infante mantuvieron su
reclamación de Játiva hasta el límite, hasta el
momento en que Jaime I decidió zanjar la discusión.
Pero replegaron velas cuando percibieron el riesgo de no
obtener acuerdo. Esta reacción podría inducir a la
sospecha de que para Castilla no era Játiva el punto
innegociable y que su interés estaba más en clarificar
la frontera al sur del Júcar, solución que, por lo
pronto, contenía la presencia militar de la Corona de
Aragón a las puertas del Reino de Murcia. Vistos los
resultados cabe preguntarse si Játiva, en cuya defensa
puso toda su vehemencia Jaime I, fue durante aquellos
días de marzo de 1244 una verdadera obsesión para los
castellanos o una argucia encubridora de sus verdaderas
intenciones, que posiblemente consistían en asegurar el
cumplimento de lo pactado en Cazola. Es una duda
razonable. De hecho, la vigencia jurídica del Tratado de
Almizra no fue definitiva; se mantuvo sólo sesenta
años. Y no fue Castilla (que incluso recibió,
años después, ayuda militar de Jaime I para defender
ciertos puntos ante revueltas musulmanas) quien la
rompió sino Jaime II, nieto del rey Conquistador, que
ocupó el Reino de Murcia en los últimos años del siglo
XIII, forzando la Sentencia Arbitral de Torrellas del 8
de agosto de 1304 por la que se describió una nueva
frontera. En ella se añadían al Reino de Valencia
poblaciones y tierras que en 1244 quedaron para Castilla:
entre ellas, Villena, Novelda, Alicante, Elche,
Crevillente y Orihuela.
Pero tan apasionante como los sucesos que
concluyeron con el entendimiento pacífico de Almizra es
la historiografía que se ocupó del encuentro. La
"Crònica" es un relato memorial, personal y,
en consecuencia, parcial al que no tuvieron más remedio
que referirse los investigadores hasta la primera década
del siglo XX. Ni el infante Alfonso ni ningún otro
testigo dejaron escrita su versión. No era posible
cotejar, por tanto, el relato de Jaime I con otras
visiones de los hechos. Sólo la documentación podía
confirmar, cuestionar o completar lo contado por Jaime I.
Incluso el trazado de la frontera se conocía por los
topónimos mencionados en la "Crònica", donde
no se citaba su fecha. El texto exacto del documento
suscrito no se conoció hasta 1905, año en que publicó
su primera transcripción latina Andrés Giménez Soler
en las páginas del "Boletín de la Real Academia de
Buenas Letras de Barcelona". Utilizaba la copia
conservada en el Archivo de la Corona de Aragón de
Barcelona. Sin embargo, es muy probable que el
descubrimiento de este documento no se debiera a él sino
a Roque Chabás, tal vez en su visita al Archivo de 1886.
Ya en 1887 este investigador dianense dio en "El
Archivo", la revista histórica que fundó y
dirigió, una fecha muy aproximada del pacto de Almizra (el 24 de marzo de 1244) con un error de dos
días. Difícilmente hubiera podido proporcionar
semejante dato sin conocimiento del papel. Por Teodoro
Llorente sabemos, además, que el documento se conocía
ya en 1889. Con todo, Chabás no publicó su
transcripción latina hasta 1909, cuando ya se le habían
adelantado Giménez Soler y el abogado valenciano
Salvador Carreres Zacarés, que la incluyó y la tradujo
al castellano en su tesis doctoral presentada el 2 de
junio de 1908. Veintiún días después se este acto
académico, se leía una ponencia de Chabás en el I
Congreso de Historia de la Corona de Aragón celebrado en
Barcelona. En ella informaba que el hallazgo del Tratado
de Almizra "fue casual, pues salió de un legajo de
papeles sin catalogar". Al año siguiente, en su
obra "Episcopologio valentino", el dianense
llegaba a más y se atribuía ese hallazgo al aludir al
documento, "encontrado entre las Cartas de papel,
núm 127, del Archivo General de la Corona de Aragón,
por el autor de estos estudios". Nadie se lo
discutió.
El texto del documento
confirmaba el trazado citado por Jaime I. Pero a primeros
del siglo XX todavía estaba pendiente de resolver una
cuestión. ¿Dónde estuvo la antigua Almizra? En la
confusión tenía parte de culpa la primera edición
impresa de la "Crònica", en 1557, en la que se
colaba, junto a la mención "Almizra" la de
"Algezira". Bernardino Gómez Miedes, en su
"Historia del Muy Alto e invencible Rey Don Jaime de
Aragón, Primero de este nombre llamado El
Conquistador" de 1584, perpetró en cambio el primer
desaguisado cuando escribió de Almizra que "agora
es Almansa". La costumbre en siglos siguientes, muy
arraigada en cronistas e historiadores clásicos, de
copiarse unos a otros prolongó la incertidumbre.
Gerónimo Zurita habló de Alcira en el siglo XVI en sus
"Anales de la Corona de Aragón"; Francisco
Diago, en el siglo XVII, también escribía
"Alzira" en sus "Anales del Reyno de
Valencia", mientras que Escolano identificaba el
lugar con Almansa en la primera parte de sus
"Décadas" y suponía en la segunda parte que
estaba cercano a Biar. Juan B. Perales, en las
anotaciones que hizo en 1879 a la obra de Escolano,
insistió en Almansa, lo que no pasó inadvertido a Roque
Chabás en 1887, que le consideró "muy
cándido" y le enmendó: "Una Almizra hemos
visto hemos visto cerca de Gandía y otra Almizra
inmediato a Benejama que con ella pagaba en 1255 la
contribución de quinientos sueldos. Allí se formaron
las paces entre suegro y hierno [sic]".
Aceptando, pues, una
insinuación de Escolano, Chabás imprime un giro en la
historiografía, que a partir de entonces comenzará a
abandonar la posibilidad de que Almizra sea Almansa. Más
decidido estuvo Teodoro Llorente, que ya emparentó el
lugar con Campo de Mirra en 1889. Las sospechas de
Chabás y la manifestación de Llorente debieron
condicionar juicios futuros; pero lo curioso es que la
conclusión a la que se llegaba estaba en el ánimo de
otros desde fines del siglo XVIII. Era el caso del
informe que encargó Francisco Fabián y Fuero, arzobispo
de Valencia, para enviarlo al ministro Floridablanca en
1791. En las anotaciones sobre el "Despoblado de
Almizra" se registraba que "en las
inmediaciones de la partida de Campo había un pueblo
grande con su Castillo llamado Almizra". Campo, que
todavía no disfrutaba entonces de independencia
municipal, fue el nombre anterior de Campo de Mirra hasta
1849. Al no publicarse, este informe no tuvo influencia
alguna en la historiografía decimonónica.
Los titubeos no se
acabaron hasta el siglo XX. Todavía en 1905, al
transcribir Giménez Soler el texto del Tratado, dejó
que se le colara el topónimo Almansa, si bien Carreres
Zacarés no tardó en corregirlo y en transcribir
Almizra. La aparición del alicantino Figueras Pacheco,
que se sumaba a su identificación con Campo de Mirra en
el volumen dedicado a la provincia de Alicante de la
"Geografía General del Reino de Valencia", es
otro capítulo. Las más de mil doscientas páginas del
tomo las escribió este estudioso ciego entre 1912 y
1916. "A juzgar por el nombre que tiene este pueblo
y por su situación en las inmediaciones de Biar y de la
línea divisoria de los antiguos reinos de Valencia y
Murcia –apuntaba–, no parece aventurado
inclinarse por Campo de Mirra, con preferencia a la villa
de Almansa, para fijar el solar ocupado en el siglo XIII
por el castillo de Almizra". Más adelante añadía
que en la cumbre del monte San Bartolomé existían
"vestigios de un castillo o fortaleza, que quizá
sean los de la renombrada Almizra". El debate estaba
cerca de finalizar, aunque la certificación definitiva
no llegó hasta los años veinte, curiosamente de la mano
de alguien que no era historiador.
En 1921 un joven maestro
tomaba posesión de su destino en las escuelas de Campo
de Mirra. Se llamaba Joaquín Cartagena, procedía de
Guardamar del Segura y su inquietud educativa le llevó a
escribir y editar por su cuenta en 1925 un opúsculo
titulado "Notas de Campo de Mirra". En una de
sus páginas incluyó el boceto de escudo de armas local
que contenía "un castillo almenado, símbolo del
famoso de Almizra". Convenció al Ayuntamiento para
que solicitara el reconocimiento oficial del escudo. Se
iniciaron los trámites administrativos, pero al poco
tiempo, en julio de 1926, se recibió un oficio de la
Gobernación de Alicante por el que se comunicaba al
alcalde un informe emitido por la Real Academia de la
Historia. Se desaconsejaba en él el boceto propuesto y
se expresaban algunas directrices que invitaban a
corregir el diseño. Lo trascendente de este informe
residía, en cambio, en una manifestación que confirmaba
las tendencias de últimas décadas sobre la situación
de Almizra. "El actual Ayuntamiento de Campo de
Mirra, corresponde en parte por sus términos
jurisdiccionales, con la antigua población de
Almiçra", aseveraba la copia mecanografiada.
Incluso sugería que en la parte inferior del escudo se
incluyera, con relación al pacto que suscribieron Jaime
I el Conquistador y el infante Alfonso, "dos manos
rectas, opuestas y enlazadas en cuanto en heráldica
denotan paz, alianza y amistad". El dibujo se
adaptó a las recomendaciones académicas y fue aprobado
en noviembre, pero lo importante para la historiografía
que se ocupaba del Tratado de Almizra era que la
iniciativa de un maestro provocó el final de una remota
polémica. Una polémica inaugurada por Bernardino Gómez
Miedes trescientos cuarenta y dos años atrás.
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