La batalla de Bannockburn, cerca de Stirling, tuvo
lugar el 24 de junio de 1314, y constituye uno de los episodios
históricos más celebrados por los escoceses, nacionalistas o no. La
razón de que este acontecimiento sea incluso hoy día rememorado con
orgullo tiene que ver, evidentemente, con sus consecuencias prácticas: Escocia obtuvo, de facto tras esta victoria, la independencia de Inglaterra,
independencia que se confirmaría jurídicamente en 1328, tras los
tratados de paz entre el líder escocés Roberto I Bruce (o 'Brus', ya que
era de origen normando) y el monarca inglés Eduardo II.
Esta batalla supuso de hecho el momento más relevante de la que se ha dado en llamar Primera Guerra de Independencia escocesa,
conflicto que se desarrolló entre 1296 y 1328, y que comenzó con la
invasión de Escocia por parte del rey inglés Eduardo I, el conocido como
Martillo de los escoceses, y concluyó tras la firma del Tratado de Edimburgo-Northampton en 1328.
A partir de este momento, Escocia, liderada por el rey Roberto I
(Bruce), mantendrá su independencia hasta que en 1603 se produzca la
conocida como Unión de las Coronas (Union of the
Crowns): en virtud de ella, el rey escocés Jacobo VI, que accedió al
trono inglés tras la muerte sin descendencia de la reina Isabel Tudor, se convirtió en Jacobo I, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, y se trasladó con su corte a Londres intentando, sin éxito por la oposición inglesa, que ambos parlamentos se unieran.
Lo cierto es que, hasta la famosa batalla de Bannockburn en 1314, la
historia reciente de Inglaterra y Escocia había sido de relativa
tranquilidad ,pero la muerte sin descendencia del rey
escocés Alejandro III, y posteriormente de su nieta la Doncella de Noruega creó cierta confusión en torno a la sucesión escocesa (la conocida como Gran Causa, the Great Cause).
Esta situación fue la que animó a Eduardo I a invadir Escocia y
apoderarse de sus instituciones, siguiendo el mismo impulso colonizador
que explica en parte su Edicto de Expulsión de los judíos en 1290, y la conquista de Gales que culminó.
Wallace era un simple terrateniente escocés, no pertenecía a la nobleza y carecía de formación militar
Es en este contexto en el que surgen las figuras de William Wallace y de Robert Bruce, eterno pretendiente al trono escocés. Wallace, que era un simple terrateniente escocés no perteneciente a la nobleza (y por tanto sin formación militar),
aparentemente de origen galés, y del que históricamente se sabe muy
poco, fue nombrado, tras su sonada victoria en la Batalla del Puente de
Stirling en 1297, Guardián de Escocia (Guardian of Scotland), convirtiéndose en héroe de esta Primera Guerra de Independencia escocesa.
Considerado inicialmente por los ingleses poco más que un forajido, Wallace (de enorme estatura y fuerza,
a juzgar por la que se considera su espada, conservada en su Museo a
las afueras de Stirling) se reveló como un notable estratega, capaz de
derrotar al poderoso ejército inglés básicamente a través de una
inteligente guerra de guerrillas. Apresado finalmente por los ingleses
en 1305, Wallace fue cruelmente torturado, ahorcado y descuartizado;
este escarmiento, que pretendía desmoralizar a los escoceses, consiguió,
por el contrario, convertirlo casi inmediatamente en leyenda.
Es justo tras su muerte, en 1306, cuando Robert Bruce es
coronado rey de Escocia en Scone, continuando con éxito la guerra
contra Eduardo y revitalizando el sentimiento escocés tras la
celebración de un parlamento en la histórica ciudad de St Andrews. Su
meritoria y célebre victoria en Bannockburn, en 1314, consagró el
triunfo escocés abriendo un periodo de casi trescientos años de independencia.
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