El genocidio de Ruanda
Hace 21 años comenzaba uno de los episodios más aberrantes de la historia reciente, en el que el 85% de la población hutu exterminó al otro 15% tutsi
Dos días después de que el avión en el que viajaba Juvénal Habyarimana, junto a su homólogo de Burundi, fuese alcanzado por un misil en pleno vuelo.
Con este magnicidio daba comienzo, hace hoy justo 21 años, uno los
episodios más aberrantes, sanguinarios y atroces de la historia
reciente: el genocidio de Ruanda.
REFUGIADO RUANDÉS CON EL CADAVER DE SU HIJO
Fue tal la ola de violencia que se desató en el país africano el 6 de abril de 1994 que, durante cinco meses, fueron asesinados entre 800.000 y un millón de tutsis (y
hutus moderados), provocando, además, más de dos millones de refugiados
según los datos oficiales. El 85% de la población, los hutus, agredió,
torturó y aniquiló de manera sistemática al otro 15% tutsi con un
objetivo claro: exterminarlos.
REFUGIADO HUTU TRAS SUFRIR UN ATAQUE TUTSI
Los métodos utilizados contra las «cucarachas tutsis» –como se las calificaba en la «Radio Mil Colinas»,
que llamaba abiertamente al asesinato colectivo, razón por la cual
algunos de sus periodistas cumplen ahora cadena perpetua– eran
increíblemente despiadados: relaciones sexuales forzadas con mujeres
infectadas con sida, extremidades amputadas a golpe de machete,
violaciones masivas, cientos de personas quemadas vivas en recintos
cerrados o ejecuciones de niños y bebes, entre otras torturas.
Y eso que no había entre ellos ningún rasco étnico ni
lingüístico que les diferencia a simple vista, pero sí una serie
tensiones históricas que se habían iniciado en el siglo XV, cuando los
tutsis invadieron Burundi,
de donde son originarios los hutus. Fue a partir de entonces cuando se
las ingeniaron para monopolizar la política, el Ejército y la economía
de los hutus, a pesar de que los hutus solo conformaban una mínima parte
de la población total. Una pequeña minoría invasora dominando a la gran
mayoría.
Odio enraizado
Ese fue el escenario en el que nació y se enraizó el odio entre hutus y tutsis, hasta que, tras obtener Ruanda y Burundi la independencia de Bélgica en 1962,
los enfrentamientos entre ambos grupos étnicos se fueron
intensificando, dando paso a una época en las que las violaciones de
derechos humanos y los golpes de Estados se convirtieron en la norma
común.
En 1965, por ejemplo, se desencadenó una matanza de hutus,
que volvió a repetirse en 1972 con más virulencia incluso: fueron
asesinadas más de 200.000 personas. En agosto de 1988 y en diciembre de
1991 se repitieron las matanzas. Según un informe de Amnistía Internacional, más de medio millón de hutus fueron ejecutados entre 1965 y 1991.
Los acontecimientos se sucedieron a una velocidad de
vértigo a partir del 6 de abril del 94, una fecha macabra no sólo para
la historia de Ruanda, sino para la historia de la humanidad. Ese día se
produjo el atentado contra el presidente Habyarimana, que durante los
20 años había gobernado Ruanda a favor de los hutus, la etnia a la que
él mismo pertenecía. Y solo un día después era asesinada la primera ministra del país,
también hutu, y los 10 soldados belgas que la custodiaban. Los autores
no fueron descubiertos ni se averiguó jamás a qué etnia pertenecían,
pero la reacción hutu no se hizo esperar.
El «Plan Simbananiye»
Era la hora de la venganza, después de varias décadas
siendo el objetivo de una persecución sistemática que obedecía a un
proyecto maquiavélico dibujado poco después de las matanzas de 1972: el «Plan Simbananiye»,
en referencia al nombre de su autor, que pretendía, como «única
solución democrática», eliminar al número de hutus suficiente como para
que la proporción con respecto a los tutsis se estableciera en un 50%.
El genocidio que se iniciaba en abril de 1994,
ahora de la mayoría hutu contra la minoría tutsi, fue seguido en
directo por Occidente a través de la televisión, dejando imágenes tan
dantescas como difíciles de olvidar.
Según las organizaciones humanitarias, en los dos días siguientes al
asesinato del presidente ruandés, más de 2.000 personas fueron ejecutadas solo en la capital, Kigali.
Probablemente nunca se sabrá el número exacto de muertos,
pero dando por cierta la cifra de 800.000, eso equivaldría al 11% de la
población, un 80% de los tutsis. Tampoco se sabe cuántas víctimas
provocó la reacción estos en aquellos meses de 1994, pero, aunque se
hable del «otro genocidio», parece que no fue en absoluto comparable.
«Caos, desolación, muerte»
El 13 de abril, la misionera Maria Elena Adot ya
hablaba de «caos, desolación, muerte, angustia, matanzas, destrucción y
dolor» para definir la situación del país. «Los militares ruandeses
están desatados, matan a todos los tutsis que se encuentran a su paso»,
antes de contar su traumática experiencia al día siguiente del
asesinado el presidente Habyarimana: «Estábamos todos rezando en la
capilla. Irrumpieron unos militares y nos pidieron a todos la
identificación. Nos dijeron que podíamos seguir rezando. Así lo hicimos.
Cinco minutos después nos hicieron salir. Nos separaron: en una
habitación del piso superior los de raza blanca y un somalí de la ONU;
a otra se llevaron a los de raza negra. Escuchamos unas ráfagas y
disparos sueltos. Ya está, ya los han matado, pensamos. Hasta la mañana
siguiente no pudimos salir de la habitación. Corrimos por el edificio
hasta el lugar donde los metieron. Abrimos la puerta y allí estaban
todos muertos. Mataron a los 15».
Otro testimonio impactante es el de Santos Ganuza, misionero navarro de una parroquia al oeste de Ruanda: «En abril de 1994 llegaron los “Interahamwe”
[grupo paramilitar hutu formado en 1991] y mataron a unos mil tutsis
que se habían refugiado en la iglesia, sin que yo pudiera hacer nada
para evitarlo. Pocos días después, llegaron los militares tutsi y
mataron a 10.000 hutus. Las televisiones occidentales proyectaron las
imágenes de los hutus asesinados en mi parroquia, identificándolos como a
tutsis».
UNA MUJER RUANDESA CON UNA HERIDA DE MACHETE
La antropóloga forense Clea Koff cuenta
en su libro «El lenguaje de los huesos» el procedimiento para acabar
con varios miles de muertos en Kibuye, al oeste de Ruanda, en una sola
masacre: «Según los escasos supervivientes, el gobernador de Kibuye organizó a los gendarmes para que condujera a dos lugares a la gente que él ya había elegido para ser asesinada:
la iglesia y el estadio. El gobernador les dijo que era por su propia
seguridad, que así quedarían protegidos de la violencia que se extendía
por el país. Pero al cabo de dos semanas, eran atacados por la misma
policía y la misma milicia que supuestamente debía protegerlos. Ésa era
la típica táctica de los genocidas de Ruanda».
Koff también describe los controles en las carreteras donde
se pedían los carnés de identidad a los ruandeses, para identificar al
grupo étnico al que pertenecía. «Mientras tanto, los políticos que
planearon el genocidio dejaban bien claro que abril de 1994 suponía la
bajada de bandera para el genocidio de los tutsis y para cualquiera que estuviera casado con un tutsi o cuyas opiniones políticas pudieran calificarse de “moderadas”», explicaba.
Entre 800.000 y un millón de muertos en cinco meses es
demasiado para un país como Ruanda que, en 1994, contaba con menos de
ocho millones de habitantes. El mayor infierno que haya podido ver la
humanidad desde la Segunda Guerra Mundial,
demasiado duro para un país donde, además, la esperanza de vida no
superaba los 44 años, donde 250.000 personas están contagiadas por el
virus del sida y donde más del 70% de la población vivía y vive por dejado del umbral de la pobreza.
http://www.abc.es/internacional/20140405/abci-genocidio-ruanda-hutus-tutsis-201404041327.html
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