Hubo un tiempo en el que las Islas Canarias, llamadas así
por los romanos al hallar grandes mastines en sus tierras –algo que la
arqueología no ha podido demostrar–, era un lugar casi mitológico
poblado por los guanches: nativos supuestamente de gran envergadura,
cabellos rubios, ojos claros y
avanzadas técnicas de astronomía. No en vano, la visión grecorromana
simplificaba lo que era un archipielago poblado por muy distintas
tribus, desde los guanches de Tenerife a los Canarii de Gran Canaria. Y
con la apertura de las grandes rutas marítimas,
aquel paraíso incierto se convirtió en objeto de deseo de españoles,
italianos, franceses y portugueses. Durante casi 100 años, Castilla
acometió una hercúlea campaña militar para someter a su fiera población
local, que llegó a su conclusión en 1496. Hasta entonces, ni siquiera
las acciones militares del mítico pirata Pedro Fernández Cabrón,
quien regresó a su Cádiz natal con la boca torcida a causa de una
pedrada de un guerrero nativo, pudo amansar la resistencia local.
La larga duración de la conquista de las Canarias se
explica por la dificultad de reducir a una población especialmente defensora y por las distintas realidades de cada isla. Lo que allí
pudieran encontrarse los europeos de finales de la Edad Media era un
misterio, puesto que durante mil años, entre los siglos IV y XIV,
las islas desaparecieron de la historia. Así, los primeros que
renovaron el interés por unas tierras mencionadas por griegos y romanos
fueron los navegantes mallorquines, portugueses y genoveses que
empezaron a visitarlas con cierta frecuencia a partir del siglo XIV. En
1402 comenzaron los intentos por establecer colonias permanentes. El
barón normando Jean de Bethencourt desembarcó con 53 hombres en Lanzarote en busca de orchilla, un colorante natural para teñir tejidos (con las mismas propiedades de la cochinilla americana).
Aunque sus esfuerzos corrían por iniciativa particular, la falta de
recursos obligó al normando a entregar sus conquistas al Rey de
Castilla.
JEAN DE BETHENCOURT
Con el dominio de Lanzarote, Fuerteventura, el Hierro y la Gomera, los Reyes Católicos se plantearon en 1478 tomar posesión de las islas más grandes : Gran Canaria, La Palma y Tenerife. Comenzó entonces la fase más épica y sangrienta de la conquista de las Islas Afortunadas.
Tras varias intentonas que fracasaron por la escasez de tropas, los
Reyes designaron al capitán aragonés Juan Rejón para encabezar una
expedición de 650 soldados castellanos con el objetivo de anexionar Gran
Canaria –un territorio poblado por casi 40.000 habitantes– ya fuera de
forma pacífica o militar. Poco después de desembarcar en la isla,los guerreros nativos cayeron sobre Rejón.
No obstante, los canarios cometieron el error de presentar un ataque
campal, en vez de aprovechar su conocimiento de la geografía para
hostigar a los castellanos. La caballería europea mató durante su carga a 300 nativos,
que usaban como armamento piedras y lanzas de madera. La exitosa
aventura de Rejón se completó meses después con el hundimiento de una
flota portugués que trataba de establecer una colonia.
Pedro Fernández Cabrón el pirata que da nombre al insulto
El carácter rudo y despótico de Rejón provocó una lucha
interna que terminó en la expulsión del capitán aragonés con rumbo a
España. Sin embargo, los Reyes Católicos tomaron parte por Rejón y le enviaron de vuelta a la isla junto a 400 soldados y el pirata Pedro Fernández Cabrón.
Este oscuro personaje gaditano (cuyo nombre según varias fuentes empezó
a utilizarse como término despectivo a raíz de sus maldades) fue
destinado a abrir un nuevo frente al sur de Gran Canaria. Cabrón, al
frente de 300 hombres, se internó hasta la caldera de Tirajana, donde sufrieron una emboscada a base de pedradas. Los canarii mataron así a unos doscientos castellanos y dejaron con la boca torcida al pirata y esclavista gaditano, que perdió la mayor parte de los dientes.
Tras un nuevo complot contra Rejón que acabó con la
ejecución de uno de los cabecillas, los Reyes Católicos se convencieron
de enviar a un capitán que no fuera cuestionado con tanta frecuencia. El 18 de agosto de 1480 alcanzó la isla Pedro de Vera
con un nuevo refuerzo de hombres. Sus primeras acciones, sin
embargo, acabaron en sonadas derrotas contra los nativos que, desde la
escabechina que sufrió Cabrón y sus hombres, habían tomado la medida a
los españoles.
Dispuesto a acabar con el espíritu guerrero de los aborígenes canarios, Vera atacó a su líder, Doramás, en la zona de Arucas. En inferioridad numérica (los castellanos, como haría décadas después Hernán Cortés en la batalla de Otumba contra los aztecas) sabían que sus posibilidades de vencer pasaban por abatir a su líder al principio del combate. Las crónicas citan que un jinete llamado Juan de Flores le atacó con su lanza desde el caballo, pero Doramás desmontó al castellano con su espada de madera quemada y lo abatió. Finalmente, fue el propio Vera quien acometió una lanzada mortal en el pecho del líder nativo.
La muerte de Dormás abrió las puertas al avance castellano. Con el colapso de la resistencia local en 1483, una horda de 600 guerreros y 1.000 mujeres se internó en la isla en un desesperado éxodo.
La dureza del terreno hizo que este grupo no tardara en dispersarse en
busca de alimentos, dejando vía libre al dominio español.
Hacia 1493, todas las islas del archipiélago estaban ya bajo mando castellano, salvo la isla de Tenerife. Las tropas castellanas de Alonso Fernández de Lugo se encontraron con una resistencia mayor de la esperada en esta isla. Cuando los castellanos regresaban del barranco del Acentejo con un abundante ganado capturado a los guanches, un ejército nativo mandado por el jefe tribal Bencomo emboscó a los castellanos. El enfrentamiento contra los españoles (asistidos por aborígenes de Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria) comenzó con la estampida del ganado, sembrando el caos en las filas
castellanas. La jornada se saldó con abundantes bajas españolas y cientos de
heridos, entre ellos el propio Lugo con la cara destrozada por una
piedra.
Sin embargo, Alonso Fernández de Lugo supo rehacerse de la derrota en los siguientes meses
y recuperó su fuerza original gracias a refuerzos. Al contrario,
Bencomo se aferró a su superioridad numérica y comenzó a tomar riesgos
excesivos. En noviembre de ese mismo año, el líder guanche presentó batalla campal en el llano de Aguere.
La caballería castellana contuvo la habitual lluvia de piedras el
tiempo suficiente como para que 600 canarios aliados de los españoles aparecieran por sorpresa en la retaguardia de los guanches.
La derrota nativa quedó sellada tras esta batalla, la cual desató una
epidemia de peste letal para la población local. La conquista finalizó
oficialmente con la Paz de Los Realejos de 1496, aunque algunos indígenas mantuvieron focos de resistencia en las cumbres hasta avanzado el siglo XVI.
http://www.abc.es/espana/20150129/abci-pirata-cabron-canarias-conquista-201501281759.html
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