Al-Hakam I
El emir Hisham I, postergando a su primogénito Abd al-Malik, había
designado sucesor a su segundo hijo Abu-l-Así al-Hakam. El nuevo emir,
conocido históricamente como al-Hakam I, comenzó su reinado en
796 con las rebeliones de sus tíos Sulayman y Abd Allah. Éstos
se encontraban desterrados en el Magreb, por orden de Hisham I, por pretender
hacerse con el trono. El primero en alzarse fue Abd Allah que regresó
a al-Andalus e intentó, sin conseguirlo, sublevar en beneficio propio
Zaragoza, capital de la Marca Superior, cuyos habitantes habían estado
desde casi siempre en contra de la autoridad de Córdoba. Al no conseguirlo,
marchó con sus dos hijos a Aquisgrán donde se presentó
al rey franco Carlomagno en 797. El propósito de Abd Allah era ofrecer
su ayuda para conquistar Barcelona y los territorios del delta del Ebro. En
ese mismo año, el gobernador musulmán de Barcelona Zado, también
ofreció a Carlomagno abrir las puertas de la ciudad a la primera columna
franca que apareciese.
Simultáneamente, en el verano del año 796, al-Hakam
I envió una expedición a tierras del norte. Las tropas cordobesas,
después de someter a los jefes musulmanes insurrectos de la zona, subieron
por el valle del Ebro, conquistaron Calahorra y prosiguieron hasta llegar a
la costa desde donde regresaron a Córdoba con un importante botín.
En el año 797, los muladíes que habitaban mayoritariamente
Toledo, capital de la Marca Media, decidieron emanciparse de Córdoba
y ponerse bajo la autoridad del rebelde Ubayd Allah ben Jamir. Para reprimir
la rebelión, al-Hakam I envió a Toledo al jefe de Huesca, el muladí
Amrús ben Yusuf, con amplios poderes. Cuando llegó, la primera
actuación de Amrús fue deshacerse de Ubayd matándolo en
una emboscada. Después, asesinó a los personajes más importantes
de la ciudad en la llamada “jornada del foso”. Lo hizo
con una estratagema que consistió en invitarlos a un ágape en
su castillo en honor del joven príncipe Abd al-Rahman, que acompañaba
a un ejército que fingía pasar por la ciudad para dirigirse a
una supuesta campaña. Según iban acudiendo los invitados, los
sicarios de Amrús los llevaban de uno en uno por un estrecho pasillo
y les cortaban la cabeza. Luego los tiraban al foso. El terror que provocó
esta actuación paralizó el espíritu rebelde de los toledanos
durante varios años.
En el año 798, el otro tío de al-Hakam I, Sulayman,
se presentó en al-Andalus, reclutó tropas y marchó contra
Córdoba. Unas seis veces, en el transcurso de dos años, se enfrentó
a al-Hakam I y siempre fue derrotado. Por último, intentó sublevar
las tierras de Mérida pero fue vencido y muerto por el jefe de la ciudad.
Obligado a emplear todos los medios para sofocar las sublevaciones
de sus tíos y la de los focos que surgían en diferentes lugares
de al-Andalus, al-Hakam I no pudo realizar aceifas durante varios años.
En 798, el rey asturiano Alfonso II aprovechó la forzada tregua para
conquistar Lisboa y apoderarse de un gran botín.
En aquel año de 798, el rey Luis (Ludovico Pío)
de Aquitania, hijo de Carlomagno, inició los primeros movimientos para
hacer posible la toma de Barcelona. Primeramente se apoderó sin lucha,
gracias a los pactos con los rebeldes musulmanes, de las tierras situadas entre
Gerona y el alto valle del río Segre, donde creó el condado de
Ausona (Vic) que confió al conde franco Borrell. Más tarde, realizó
una correría victoriosa sobre Lérida y Huesca. A continuación,
envió una columna de godos al mando de Bera para asediar Barcelona. Como
el sitio se prolongara durante dos años, Ludovico tuvo que enviar un
poderoso ejército al mando de sus mejores jefes. Un tercio de las tropas,
al mando del propio rey, quedó de reserva en el Rosellón; otro
tercio, al mando del conde Rostagno de Gerona, sitió la ciudad; el resto
se situó al sur de la misma para repeler cualquier ayuda. El gobernador
musulmán Zado, que había vuelto a la obediencia de Córdoba,
pidió socorros al emir. Éste le envió tropas que intentaron
levantar el sitio, pero la presencia de los francos al sur de Barcelona las
obligó a dirigirse hacia el reino de Asturias donde, después de
alguna victoria, fueron derrotadas. Barcelona no pudo resistir el cerco y se
rindió en el año 801. Tras la conquista, el rey de Aquitania creó
el condado de Barcelona y lo puso bajo el mando del godo Bera. Con este condado
y los formados anteriormente definió la Marca Hispánica que integró
en la gran Marca Meridional, cuya jurisdicción militar correspondía
al duque de Tolosa.
Anteriormente, en el año 800, Abd Allah había
regresado de Aquisgrán y se había apoderado de Huesca, aunque
por poco tiempo, ya que fue desalojado por un agitador llamado Bahlul ben Marzuq.
Este Bahlul, en 796, se había proclamado independiente en Zaragoza, pero
un ejército cordobés lo había obligado a huir hacia el
norte. A continuación, Abd Allah se dirigió a tierras de Valencia
para proseguir con su rebelión. Al no tener éxito, renunció
a sus aspiraciones y pidió la paz a al-Hakam I. El emir, después
de unos tres años de negociaciones, lo perdonó y le concedió
el gobierno de la zona de Levante, pero con la condición de permanecer
siempre en Valencia, de ahí su sobrenombre de al-Balansí (el
valenciano). Sus dos hijos fueron llamados a Córdoba y casados con
dos hermanas del emir.
En 802, para restablecer el orden en la Marca Superior, donde
Bahlul señoreaba Huesca y los miembros de la familia de los Banu Qasi
se sublevaban constantemente, al-Hakam I, volvió a contar con Amrús
ben Yusuf al que trasladó desde Toledo a Zaragoza con poderes dictatoriales.
Amrús persiguió y mató a Bahlul, castigó a los muladíes
de Huesca por su persistente rebeldía y reforzó las defensas de
la ciudad. Se apoderó del feudo de los Banu Qasi y fortificó Tudela,
donde instaló una fuerte guarnición.
En el año 805, varios notables de Córdoba conspiraron
para derrocar a al-Hakam I. Enterado el emir, mandó crucificar a los
72 principales conjurados. La sentencia acrecentó el descontento de la
población hacia el emir, que ya tenía fama de hombre cruel, impulsivo,
despótico e injusto en su política fiscal. Al año siguiente
se produjo un motín originado por el descontento de los comerciantes
por un asunto de policía de mercados en el barrio cordobés del
Arrabal, situado en la orilla izquierda del río Guadalquivir y unido
a la ciudad por el puente romano. El emir que estaba asediando Mérida,
volvió y sofocó la algarada crucificando a muchos de los involucrados.
La antipatía de los cordobeses hacia el emir aumentaba peligrosamente.
El asedio referido anteriormente a Mérida, capital de
la Marca Inferior, fue la respuesta de al-Hakam I a la rebelión de muladíes,
bereberes y mozárabes, que encabezó el antiguo jefe leal Asbag
ben Wansus. A pesar de la muerte del cabecilla en 807, la rebelión continuó
y acabó pacíficamente en 813.
En 808, una expedición mandada por un hijo del emir
recuperó Lisboa y pacificó el territorio hasta Coímbra.
En ese mismo año, Luis de Aquitania se apoderó de Tarragona y,
en su intento de tomar Tortosa, fue rechazado por una columna musulmana al mando
del príncipe Abd al-Rahman.
En 812, después de un largo periodo de paz en la Marca
Superior, Ludovico Pío volvió a atacar a Tortosa. Amrús
tuvo que acudir con sus tropas para ayudar a las del príncipe Abd al-Rahman.
El éxito de la campaña hizo que Amrús tantease a sus generales
la conveniencia de independizarse de Córdoba. El emir se enteró
de la conspiración y envió a Abd al-Rahman con un ejército.
Al encontrar las puertas de Zaragoza cerradas, volvió a Córdoba
confirmando las sospechas. Amrús fue llamado por el emir, y las relaciones
se restablecieron. Poco después Amrús murió y Musa ben
Musa, de los Banu Qasi, aprovechó la ocasión de apoderarse de
Tudela, de la que Yusuf, hijo de Amrús, era gobernador. Para reconducir
la situación, llegó Abd al-Rahman que se hizo cargo de la Marca
Superior. Restituyó a Yusuf y dejó a Musa como segundo en Tudela.
Poco después nombró gobernador de Zaragoza a Yusuf y a Muza de
Tudela.
En marzo de 818, estalló un gran motín en Córdoba
que provocó una feroz represión por parte del emir. La gota que
derramó el vaso del descontento de la población fue la imposición
de nuevos impuestos extraordinarios que, además, tenían que cobrarlos
un no musulmán. La chispa que prendió la mecha del motín
saltó en el barrio del Arrabal cuando un soldado de la guardia del emir
mató a un artesano en una tonta disputa. Al-Hakam I, que regresaba de
una cacería, al atravesar el barrio fue increpado por los vecinos. Lo
soldados cogieron a diez manifestantes y los crucificaron inmediatamente. Las
gentes respondieron armándose de palos, cuchillos y hachas para intentar
asaltar el Alcázar. Las milicias, que habían asegurado el orden
en el interior de la ciudad, reunieron en las proximidades del puente todas
las tropas disponibles del palacio para impedirles la entrada. Los amotinados
estaban a punto de romper las defensas cuando la caballería, reunida
urgentemente, salió de la ciudad por otro punto y se situó a espaldas
de los sublevados. Éstos, cogidos entre dos fuegos, iniciaron la desbandada.
El motín terminó pero la represión comenzó. Durante
tres días se produjo una gran matanza en el Arrabal que acabó
gracias a los ruegos de un ministro al emir. La secuela del motín fue
que trescientos responsables de los amotinados fueron asesinados y crucificados,
los habitantes del Arrabal fueron expulsados de al-Andalus y el barrio fue arrasado,
roturado y sembrado. Durante casi dos siglos, estuvo prohibido edificar en aquellos
terrenos.
En mayo de 822, al-Hakam I proclamó sucesor a su hijo
Abd al-Rahman, y para evitar problemas dinásticos, también invistió
a su otro hijo al-Migira como sucesor del príncipe heredero. Quince días
después, el 21 de mayo, murió al-Hakam I. Dejaba un reino casi
totalmente pacificado, una administración bien organizada y una hacienda
saneada.
http://www.geocities.ws/reyesmedievales/andalusemiralhakam1.htm
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