lunes, 2 de marzo de 2020

CARTAGO,LA CIUDAD QUE SE MIRÓ EN EL ESPEJO DE ROMA


Fundada por mercaderes fenicios hace casi tres mil años, Cartago llegó a ser una potencia capaz de disputar a Roma la hegemonía del Mediterráneo… hasta que los legionarios de Escipión la arrasaron. Siglos mas tarde, con Adriano, llegaría a ser la segunda ciudad más importante del Imperio, después de Roma. Tras pasar por numerosos períodos de decadencia y resurgimiento, su soberbio emplazamiento sobre el golfo de Túnez y su clima sin par la han convertido en la actualidad en una ciudad jardín que muestra orgullosa al mundo las ruinas de su glorioso pasado.
En torno al año 500 a.C., se produjo el ataque de los tartesios a Gades, colonia fenicia fundada en el siglo VIII a.C., apoderándose de la ciudad y dejando a los fenicios únicamente la ciudadela de la isla de San Sebastián . Asimismo, es muy posible que, a la vez que el ataque a Gades, se produjeran otros a las demás colonias y establecimientos fenicios.
Los cartagineses acudieron en auxilio de los atacados, hasta expulsar a los tartesios, iniciándose a partir de estas fechas la colonización púnica de la Península, no siempre hecha “manu militari”, por lo que no tuvo nada de rápida, a la vez que poco intensa. Durante un amplio período de tiempo, la colonización debió limitarse a la explotación de las minas del Sudeste peninsular y al reclutamiento masivo de mercenarios.
Las tensiones entre griegos y cartagineses, que se disputaban el Mediterráneo Occidental, desembocaron entre el 493 y 490 a.C. en una auténtica situación de guerra,  que culminó con un enfrentamiento naval en aguas de Artemisión (Denia) con victoria de los primeros. Todos los textos y hallazgos arqueológicos confirman que, a partir de esta batalla, reinó en Iberia un “statu quo” que facilitaba  las relaciones de los colonizadores entre sí, y también con los colonizados.
Esta poco firme presencia cartaginesa en nuestra Península, se vio aún más debilitada como consecuencia de un nuevo enfrentamiento con los griegos marselleses en el año 340 a.C., adverso también para las armas cartaginesas. La decadencia de la dominación púnica en Iberia se prolongó largo tiempo, y no fue hasta después de su derrota frente a Roma en la I GP, que su interés por nuestras tierras, se despertó de nuevo.



Por antigüedad hay que remontarse a la Cartago fenicia, fundada en el año 814 antes de Cristo por mercaderes procedentes de Tiro, en el Líbano actual, para consolidar sus rutas comerciales en el Mediterráneo. El alma de Cartago siempre fue la colina de Birsa, dominando el mar, donde se levantaba el templo al dios Eschmoun. Las casas descendían por las laderas hasta el puerto y todo el perímetro de la ciudad estaba defendido por una muralla de 34 kilómetros. Hoy sólo quedan ruinas de la época púnica (fenicia) en lo alto de la colina.



Quizá lo más extraordinario de la época fenicia fueran los llamados puertos Púnicos, uno mercante y otro militar, ambos comunicados por un canal. Mientras el puerto mercante estaba jalonado de almacenes y tenía acceso directo al mar, el puerto militar se hallaba encerrado por una imponente edificación circular y una especie de isla artificial techada en el centro, donde se escondían y reparaban cientos de navíos de guerra, que quedaban así ocultos a la vista del enemigo. En lo que era la isla central, los romanos construyeron posteriormente un templo y en la actualidad hay un pequeño museo, donde se exhibe la maqueta que aparece en la imagen.


En la época romana, Adriano convirtió a Cartago en una urbe de casi medio millón de habitantes, que competía con Roma y Alejandría. De esa época, quedan en Cartago numerosas ruinas como las termas de Antonino o el Anfiteatro, aunque ninguna tan importante como el llamado Templo de las Aguas, en Zaghouan, un hontanar de donde se obtenía el agua para abastecer la ciudad por medio de un acueducto de 132 kilómetros, muchos de cuyos tramos aún se encuentran en pie.


Restos del antiguo acueducto Zaghouan

Los cartagineses descubrieron que los acantilados del lejano Cabo Bon estaban compuestos de una maleable y colorida piedra arenisca, de donde extrajeron sin desmayo grandes bloques que transportaban por mar para la construcción de Cartago. Siglos más tarde, los romanos siguieron explotando las canteras e incluso llegaron a extraer de aquí toda la piedra empleada en la construcción del Coliseo romano. Como quiera que la mejor piedra era la de la base, la explotación incluía sofisticadas técnicas mineras con pozos verticales, que en la actualidad sólo pueden verse en una maqueta, ya que, por seguridad, están cerrados al público.


Las ruinas de Kerkouane, una misteriosa ciudad púnica que data del siglo VI antes de Cristo y no fue descubierta hasta 1952, arrojan una gran luz sobre el estilo de vida de la época fenicia, la organización de sus ciudades y de sus hogares. No se han encontrado cultivos de ningún tipo en los alrededores, pero si muchas evidencias de que sus habitantes eran orfebres y canteros. Es muy probable, dada su proximidad a las canteras de El Haouaria, que fuese el lugar donde se tallaba la piedra antes de ser enviada a su destino final. Por su antigüedad, extraordinaria situación encima del mar y estado de conservación, las ruinas de Kerkouane han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad.


A pesar de sus numerosas destrucciones, Cartago siempre ha sabido reinventarse. La legendaria ciudad es hoy un auténtico oasis, un vergel, un paraíso entre cipreses y buganvillas que se asoma a las aguas azules del Golfo de Túnez. Muchos tunecinos pudientes y no pocos extranjeros han establecido aquí su residencia. Próxima a la capital y al aeropuerto internacional y bendecida por un clima privilegiado, Cartago es hoy una especie de ciudad residencial de lujo que se extiende con naturalidad sobre las ruinas de su glorioso pasado. Otro lujo. Uno de los pueblecitos costeros próximas a Cartago, Sidi Bou Saïd, que lleva el nombre de un famoso santo sufi del siglo XIII, comparte con la antigua capital púnica el favor de las nuevas elites tunecinas y de muchos visitantes europeos. Aquí tienen su residencia la mayoría de los embajadores acreditados en el país y personajes como Bettino Craxi lo eligieron también para su retiro dorado. Sin embargo, conserva un aire popular en sus calles empedradas, empinadas y peatonales. Todas sus casas aparecen rigurosamente encaladas, con la carpintería (puertas, ventanas, balcones…)  de un intenso color azul que recuerda de inmediato a los pueblos de Lanzarote, pero con un inconfundible toque bereber: callejones estrechos, escaleras, puertas de ensueño…


Y para terminar, no se puede dejar de mencionar el Museo Nacional del Bardo, escenario de un dramático atentado terrorista no hace tanto. Es el gran museo de Túnez, capital. La mayoría de los objetos y mosaicos que se exhiben allí proceden de Cartago o de barcos hundidos en sus proximidades. Hay auténticas joyas, aunque tal vez ninguna como la extraordinaria colección de mosaicos de todo tipo, maravillosas obras de arte representando las más variadas escenas de la vida cotidiana de la época. Estas obras maestras están formadas por pequeñas piezas que, como si de un rompecabezas se tratara, componen imágenes bellísimas. No hay pintura, todo el color se obtiene de los diferentes tonos de piedra empleados por los artistas y, por lo tanto, no se desvanece jamás. Lo más interesante es que constituyen un documento vivo de las costumbres de la Cartago romana.



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