Tras la caída de Toledo en manos musulmanas, el derrumbamiento del estado godo parece ya imparable, bajo la dirección de los generales Tarik, Muza y Abd al-Aziz. Una gran parte de la población abjura del cristianismo y se convierte al islam, para obtener un estatuto más favorable. Al mismo tiempo, una serie de nobles visigodos, antiguos dignatarios del reino, prosiguen la resistencia por su cuenta. Para ello se refugian, en el año 714, en las poblaciones asturianas, aprovechando la defensa natural que les ofrecen los Picos de Europa. Estas escaramuzas míticas permitirán el establecimiento del eminente reino de León.
El rechazo más importante al dominio islámico en Hispania se produjo en las montañas de Asturias, donde grupos de refugiados supieron añadir su esfuerzo a la tradicional resistencia montañesa para impedir el control de su territorio por los musulmanes, a los que derrotaron en Covadonga, en el 722. Esta batalla, de pequeña importancia pero de enormes consecuencias histórico-legendarias, afianzó a Pelayo en el trono del recién formado reino astur. En los reinados de Ordoño I y Alfonso III, se da un amplio proceso de anexión territorial y colonización. Se llegó a la línea del Duero y se fundaron y repoblaron plazas como Oporto, Coimbra, León, Astorga, Zamora, Toro, Sahagún, Burgos y Osma, en un proceso en el que se destaca como gran protagonista la iniciativa individual o de pequeños grupos. Asturias y León estaban en el centro de esta nueva realidad; Galicia al Oeste, con su prolongación hasta las líneas del Duero y de Montego. Castilla, por su parte, formada en 912, se encontraba al Este, en la zona más expuesta a los ataques musulmanes procedentes del valle del Ebro y de mayor relación con los vascones.
El detenimiento de la expansión leonesa hacia el sur coincide cronológicamente con el fortalecimiento del poder político en Córdoba; un fortalecimiento que tiene como hitos referenciales la llegada de Abd al-Rahman III al emirato en 912 y su proclamación como califa en 929. Sin embargo, se intensifica la acción en el flanco oriental del reino, zona amenazada por la penetración musulmana por el valle del Ebro y por la que León estrechará una alianza con Pamplona que perdurará durante casi todo el siglo X.
El traslado de la capital de Oviedo a León en el 914, así como el descubrimiento del sepulcro de Santiago, que convierte a Compostela en la segunda sede apostólica de Occidente después de Roma, hace de León el reino cristiano más poderoso. O al menos, eso consideró el monje Cesáreo de Montserrat cuando a mediados de siglo pretendió restaurar la sede arzobispal de Tarragona y en lugar de acudir a Roma se hizo nombrar por los obispos leoneses. Aún así, la hegemonía real corresponde a Navarra durante la segunda mitad del siglo X, cuyos monarcas intervinieron en el nombramiento y destitución de los reyes leoneses.
Las diferencias entre los territorios que conforman el reino astur leonés desembocarán en la escisión de Galicia y Castilla, convirtiéndose esta última en condado hereditario e independiente desde mediados de siglo tras haber sido unificada por Fernán González, quien gozó de amplios poderes en su condado y, si bien ya no regresó a León para besar la mano al rey Sancho I El Craso, todavía manifestaba su vasallaje con obsequios y atenciones.
A la muerte de Ordoño II, sus hijos se dividen el reino, de tal modo que León no recupera su unidad hasta el gobierno de Ramiro II (932-950), que intenta adherir a los cristianos contra el califa, apoya a los rebeldes toledanos, refuerza la alianza con Navarra e intenta atraerse a los musulmanes del Ebro a enfrentarse a Abd al-Rahmán, al que derrota en Simancas (939), victoria que le permite consolidar las posiciones leonesas en el valle del Duero y repoblar Sepúlveda, Ledesma y Salamanca.
Las victorias no impidieron que, como he indicado antes, el conde castellano Fernán González se sublevara y pusiera las bases de la independencia del condado, efectiva a la muerte de Ramiro II, con la que se inicia la decadencia del reino leonés. Los monarcas son nombrados por castellanos y navarros, tan pronto aliados como enfrentados entre sí, y ambos sometidos a la tutela de los omeyas, en cuya corte hallan refugio los monarcas destronados y los aspirantes al trono, y a los que acuden condes y reyes para buscar la salud militar o reconocer su dependencia de Córdoba.
Fernán González y la reina Toda ponen y quitan reyes a su antojo llegando en ocasiones a unirse con los musulmanes, lo que no evitará que leoneses, navarros y castellanos sean derrotados por Al-Hakam (963), igual que no sorteará la destrucción de Zamora por Al-Mansur ni la derrota ante Rueda.
El reino leonés, debilitado por las guerras civiles que se suceden desde mediados del siglo X, es incapaz de ampliar sus fronteras al disgregarse el califato y no puede evitar la presión castellana, que será sustituida por la navarra al morir el conde García II (1029) e incorporarse Castilla a los dominios de Sancho el Mayor. Sus tropas llegaron a ocupar León, donde algunos documentos dan a Sancho el título de emperador, quizá para indicar su poder y autoridad en tierras leonesas. Fernando I, hijo de Sancho El Mayor de Navarra, convertido en rey de castilla desde 1035, derrotará dos años más tarde al último rey leonés, Vermudo III, y se proclamará rey de León. Incorpora los condados de Sobrarbe y Ribagorza y obtiene el vasallaje del conde de Gascuña, y no sin razón, pues afirma que su reino se extiende desde Zamora -victoria en el "Llano de la Polvorosa" sobre los musulmanes cuando estos van a sitiar Benavente- hasta Barcelona, si bien su autoridad es muy desigual.
Siguiendo el dictado del derecho pirenaico, Fernando I entrega el núcleo de su reinado al hijo primogénito. Así, cede a Sancho el reino de Castilla y el cobro de parias de Toledo; a García, Galicia, y Alfonso, la corona de León. Sancho II derrota a Alfonso el 19 de julio de 1068 en Llantada, territorio fronterizo próximo al Pisuerga. En 1071, acuerdan unir sus fuerzas para derrotar a su hermano García, que es capturado en Santarem y despojado de Galicia. Poco tiempo duró la cooperación, ya que en enero de 1072 vuelven a enfrentarse en las vegas del río Carrión y Alfonso es encerrado por su hermano en el castillo de Burgos.
Sancho se proclama rey de León el 12 de enero de 1072, pero no goza del respaldo del obispo leonés, Pelayo, ni con el de la nobleza. Algunos miembros de esta resistencia se hacen fuertes en Zamora, protegidos por Urraca, su hermana, por lo que el nuevo rey tiene que acudir a tomar la plaza. Durante el asedio, Bellido Dolfos acaba con la vida del joven Sancho atravesándole con un venablo.
Alfonso VI El Bravo
Alfonso VI se presenta entonces como el heredero legítimo de la corona castellano-leonesa, que asume ante Rodrigo Díaz de Vivar, de que no había participado en la muerte de su hermano. En 1073, por petición de su hermana Urraca, encierra a su otro hermano, García, en el castillo de Luna en León con lo que acaba con cualquier posibilidad de rebelión. En 1080, doña Urraca manda construir el templo de San Isidoro de León, obra atribuida al maestro Deustamben.
El monarca, además de conceder una carta de inmunidad a Rodrigo Díaz de Vivar, otorga privilegios a los mozárabes de Toledo en 1101, una vez la ciudad se haya rendido de forma pacífica, de tal manera que la inmunidad se convierte en uno de los más importantes elementos de la sociedad feudal. Una bula del papa Urbano II hace de la capital del antiguo reino visigodo la sede primada de la iglesia hispana, símbolo de la unidad religiosa como León lo era de la política.
Alfonso inicia una política de desgaste contra los reinos de taifas, intentando empobrecerlos mediante tributos. Esta presión creciente hace que surjan numerosas sublevaciones en los reinos de taifas, que facilitan una posterior ocupación por Castilla.
Los almorávides, dirigidos por Yusuf Ibn Tasufin, desembarcan en Algeciras con la intención de recuperar Toledo invocando la Guerra Santa. El caudillo musulmán derrota a los cristianos en la dehesa de Sagrajas, el 23 de octubre de 1086.
Dos años más tarde se produce una campaña del Cid en Levante, donde somete Valencia, Alpuente y Albarracín, mientras el conde García Jiménez ataca Lorca desde la fortaleza de Aledo, fundada por el emperador leonés para lanzar ataques sobre la taifa de Murcia. Alfonso VI y el Cid rompen su relación a raíz de estas campañas.
Estas ofensivas provocan una segunda llamada a Yusuf, que en el año 1088 vuelve a la península para levantar el cerco sobre la región murciana. Ante el escaso éxito de la campaña, los almorávides regresan a África con la intención de retornar como consecuencia de la corrupción generalizada que observaron en las taifas. De esta manera, en 1090 se produce una tercera campaña, que tiene el objetivo de unificar Al-Ándalus. Primero incorporaron Granada, después Málaga, Tarifa, Córdoba, Sevilla, Carmona, Mértola, Ronda, Almería, Jaén, Murcia, Játiva y Denia.
Alfonso VI recibe durante estos años Cuenca, Ocaña, Consuegra y Uclés y solicita un tributo extraordinario para hacer frente a la amenaza almorávide. En 1092, el monarca castellano-leonés inicia una campaña contra Valencia, que resulta un fracaso. Al año siguiente, Yusuf ocupa la taifa de Badajoz en 1094, poniendo fin a la dominación cristiana sobre estas ciudades, cuya defensa había sido encomendada a Raimundo de Borgoña. La situación vuelve casi a su aspecto anterior: los reyezuelos taifas vuelven a verse divididos por rencillas internas, y los cristianos se recuperan e incluso se permiten exigir el pago de las parias.
A la muerte de Alfonso VI sin hijos varones (1109), la situación militar hizo aconsejable un segundo matrimonio de Urraca, viuda de Raimundo de Borgoña. Entre los posibles candidatos, fue elegido Alfonso I el Batallador. De haber prosperado el matrimonio, este podría haber supuesto la unión de León-Castilla y Navarra-Aragón, pero ni hubo entendimiento entre los esposos ni los súbditos de Urraca aceptaron el matrimonio. Tras varios años de guerra civil entre estos y los partidarios de su marido, es reconocido como rey Alfonso VII, el hijo de Raimundo de Borgoña, quien a la muerte de el Batallador será coronado como emperador. Entre sus vasallos se encuentran los reyes de Navarra y de Aragón, los condes de Barcelona, reyes musulmanes y el conde de Portugal, que favorecido por la guerra civil, actúa en su condado con total independencia.
La unión con Castilla
El emperador dividió el reino entre sus dos hijos: Sancho III es designado rey de Castilla y Fernando II de León. La polémica frontera entre ambos reinos, Tierra de Campos, será atribuida a Castilla convertida en infantado. Las hostilidades entre hermanos se recrudecen cuando la independencia eclesiástica, y con ella, la independencia política de León, se ve amenazada con el sometimiento del clero al arzobispo de León o Braga. Pera evitar que las tropas castellanas y portuguesas cierren en Extremadura el paso hacia el sur del reino, Fernando II se aliará con los almohades en 1169, quienes firmarán la paz con Castilla en 1173 haciendo gala de un gran espíritu acomodaticio.
Todos los intentos de consolidar las alianzas fracasaron y solo en 1197, tras un nuevo ataque almohade, se llega a una nueva alianza, ratificada esta vez por el matrimonio del hijo de Fernando II y Urraca de Portugal Alfonso IX, y la castellana Berenguela, que llevaría como lote la zona del litigio, la Tierra de Campos.
Este matrimonio hará posible la unión política de ambos reinos en la persona de Fernando III, que recibiría de Berenguela el reino de Castilla al morir sin heredero varón su hermano Enrique I (1217) y el reino de León de Alfonso IX, en 1230. Sin embargo, no es hasta un año después, con el pacto de Toro, cuando el padre de Fernando acepta las negociaciones -había alzado rebeldías contra su vástago- poniendo fin a la última guerra entre León y Castilla.
Fernando III, de sobrenombre El Santo, ampliará considerablemente a costa de los musulmanes la extensión de los dominios recibidos. Con la ayuda de un rey de Granada tomará Córdoba en 1236, mientras que el lado musulmán extendía su autoridad a Málaga y Almería e intentaba ocupar Murcia. En 1246, el rey de Granada entrega Jaén, con lo que se completa la conquista de la alta Andalucía y se inicia la más importante campaña de Fernando III, la conquista de Sevilla, que tomará finalmente en 1248.
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