jueves, 4 de junio de 2015

TRATADO DE TRIANON...UN NUEVO ORDEN MUNDIAL





Ninguno de los tres grandes imperios europeos -Rusia, Alemania, Austria-Hungría- sobrevivió a la guerra. La I Guerra Mundial provocó en efecto una de las más profundas transformaciones del orden internacional de toda la historia. Ello fue negociado y acordado por los vencedores en una gran conferencia internacional celebrada en París entre el 18 de enero de 1919 y el 20 de enero de 1920, y quedó plasmado en la serie de relevantes tratados (Versalles, Saint-Germain, Neuilly, Trianón y Sèvres) que de aquella se siguieron. El punto de partida fueron los 14 puntos que el presidente norteamericano Wilson había hecho públicos en enero de 1918 y que constituían la única exposición sistemática de objetivos de guerra de los aliados. El punto de llegada -habida cuenta de los conflictos de intereses entre las principales potencias y de los problemas domésticos de todas y cada una de ellas- fue, sin embargo, muy otro.
El programa de Wilson incluía las siguientes propuestas: acuerdos de paz negociados abiertamente y fin de la diplomacia particular y secreta; libertad absoluta de navegación por los mares; supresión de barreras económicas y establecimiento de condiciones comerciales iguales para todas las naciones que laborasen por la paz; reducciones garantizadas de armamentos; acuerdos sobre los problemas coloniales respetando los derechos de las poblaciones autóctonas y los intereses de las metrópolis; evacuación de todos los territorios rusos ocupados; evacuación y restablecimiento de Bélgica; devolución a Francia de Alsacia y Lorena; rectificación de las fronteras italianas; garantía inmediata de un desarrollo autónomo para los pueblos de Austria-Hungría; evacuación de Rumanía, Serbia y Montenegro; seguridad absoluta de existencia para las regiones no turcas bajo dominación del Imperio otomano; creación de una Polonia independiente; creación de una asociación general de naciones para regular el orden internacional.
El presidente Wilson, que permaneció en París hasta julio de 1919 y responsable principal del resultado de la conferencia (junto con los otros "tres grandes", Lloyd George, Clemenceau y Orlando, jefe del gobierno italiano), tuvo particular interés en lograr ese último punto: la creación de una Sociedad de Naciones. La delegación francesa estuvo interesada ante todo en su seguridad y en la imposición de sanciones y reparaciones de guerra a Alemania (no contempladas, como ha podido verse, en el plan norteamericano, y que tampoco apoyaban los ingleses). Italia luchó para que se le concediera lo que le había sido prometido en 1915 a cambio de su entrada en la guerra -Trento, Trieste, Istria, etcétera-, a lo que en los puntos de Wilson se aludía sólo de forma muy ambigua. Gran Bretaña, muy poco interesada en la Sociedad de Naciones, quiso ante todo defender sus intereses coloniales, mejorar la parte que le correspondiese de las reparaciones alemanas y asegurarse su antigua supremacía naval.
Wilson acabó haciendo numerosas concesiones a cambio de asegurarse la aceptación de la Sociedad de Naciones. El Tratado de Versalles pudo así ser presentado a Alemania en mayo de 1919 y fue finalmente aceptado por el gobierno alemán, que lo rechazó en primera instancia, el 28 de junio. El Tratado obligaba a Alemania a devolver Alsacia y Lorena a Francia, a entregar sus colonias a Gran Bretaña, Francia y Sudáfrica bajo la fórmula de "mandatos" (y las de Asia, a Japón, Australia y Nueva Zelanda), a ceder también parte de sus territorios del este a la nueva Polonia y Schleswig a Dinamarca. La región del Saar quedó bajo administración de la Sociedad de Naciones y ocupación francesa hasta 1935; la del Rin fue desmilitarizada y ocupada por fuerzas aliadas (Gran Bretaña no evacuó la zona hasta 1926 y Francia, hasta 1930).
En el este, se reconstruyó efectivamente Polonia. Danzig, ciudad de mayoría alemana en territorio polaco, fue declarada Ciudad Libre pero se trazó un "pasillo polaco" entre Danzig y la frontera alemana para permitir el acceso de Polonia al mar, cortando así Prusia oriental del resto de Alemania. En el otro extremo de Prusia oriental, el puerto de Memel fue entregado, bajo control internacional, a Lituania. El ejército alemán quedó reducido a 100.000 hombres. Por la cláusula 231, el Tratado declaró a Alemania "culpable de la guerra" y le hizo responsable de las pérdidas y daños causados, si bien se dejó la estimación de la cantidad a pagar por reparaciones a una comisión (que en abril de 1921 las fijó en 6.500 millones de libras, más los intereses). Mientras, se obligaba a Alemania a entregar a los aliados, como anticipo, sus flotas mercante y de guerra (los marineros hundieron esta última antes de hacerlo), ciertas cantidades de carbón y las propiedades de los ciudadanos alemanes en el extranjero. Finalmente, se prohibía la posible unidad de Alemania con Austria. El Tratado de Versalles dejó sin efecto el de Brest-Litovsk. Además de Polonia, también Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia fueron reconocidos como países independientes.
Los Tratados de Saint-Germain (con Austria) y Trianón (con Hungría) dividieron el Imperio austro-húngaro. Austria quedó reducida a un pequeño país de 6 millones de habitantes. Hungría perdió dos terceras partes de su territorio; el nuevo Estado tenía una población de 8 millones (frente a los 20 millones de la antigua Hungría). Transilvania se entregó a Rumanía pese a contener un alto porcentaje de población magiar. Checoslovaquia, representada en París por Benes, y Yugoslavia, formada por la incorporación a Serbia de Croacia, Eslovenia y Bosnia-Herzegovina, fueron reconocidos como países de pleno derecho. Galitzia quedó incorporada a la nueva Polonia (cuya frontera oriental con Rusia fue trazada en 1920 por el ministro de Exteriores británico, Lord Curzon: también la Alta Silesia, antes alemana, se integró tras un plebiscito en Polonia). La Bucovina fue entregada a Rumanía. El sur del Tirol (Trento), Trieste y la península de Istria -pero excluyendo el puerto de Fiume (Rijeka)- pasaron a Italia. Por el tratado de Neuilly, Bulgaria cedió la Dobrudja del sur a Rumanía y Tracia occidental a Grecia (y perdió así acceso directo al Mediterráneo).
Mayores dificultades surgieron en torno al Imperio otomano, objeto del Tratado de Sévres. El Sultán Mohamed VI (1918-1922) se mostró dispuesto a ceder Tracia oriental a Grecia, a dejar que la ciudad turca de Esmirna (Izmir) fuese administrada por Grecia durante cinco años, a desmilitarizar los Estrechos y a que los territorios no turcos del Imperio (Armenia, Kurdistán, Siria, Líbano, Palestina, Iraq y Transjordania) se constituyeran en Estados o independientes o autónomos. Pero la dureza de los términos provocó la reacción del nacionalismo turco, liderado por Mustafá Kemal (1881-1938), general-inspector del 9° Ejército, estacionado en Anatolia. Kemal ocupó rápidamente esa Península -la parte sustancial del Imperio-, organizó elecciones, reunió un Parlamento Nacional en Ankara, que le designó jefe del gobierno en abril de 1920, y declaró la guerra a Grecia.
La aceptación por Mohamed VI del Tratado de Sévres en agosto de 1920 volcó la contienda del lado de Kemal. Tras derrotar en varios combates a los griegos, expulsarles de Esmirna y obligarles a aceptar un armisticio (octubre de 1921), abolió el sultanato -y en marzo de 1924, el califato, dignidad de sucesión de Mahoma-, proclamando la República (29 de octubre de 1923). Los aliados, después que los ingleses, estacionados en Chanak, en los Dardanelos, se vieran al borde de la guerra, aceptaron revisar el Tratado de Sévres. Y en efecto, por el nuevo Tratado de Lausana (12 de julio de 1923), reconocieron a Turquía, Anatolia, Armenia, Kurdistán, Tracia oriental y la posesión neutralizada de los Estrechos. Los aliados abandonarían además Constantinopla (Estambul), que había quedado bajo su control desde el 30 de octubre de 1918. Turquía no pagaría indemnizaciones de guerra. A cambio, renunciaba a los territorios no turcos de Oriente Medio, también ocupados, como se recordará, por ingleses, franceses y árabes desde la guerra mundial.
En esa región, se había logrado ya un acuerdo. Francia y Gran Bretaña proclamaron en 1920, y así les fue reconocido por la Sociedad de Naciones, sus mandatos respectivos sobre Siria y Líbano (Francia) y sobre Iraq, Transjordania y Palestina (Gran Bretaña), más o menos según el pacto secreto que en mayo de 1916 habían negociado los diplomáticos sir Mark Sykes y François Georges-Picot. El reparto desdecía las promesas hechas por los mismos ingleses -el alto comisariado Henry McMahon y Lawrence de Arabia- al emir Hussein del Hijaz y a sus hijos de crear un reino unitario árabe en la zona. Con todo, Gran Bretaña reconoció a Hussein como rey del Hijaz, hizo a Abdullah emir de Transjordania y a su hermano Feisal, expulsado por los franceses de Siria, rey de Iraq (agosto de 1921).
El presidente norteamericano Wilson pudo, pese a todo, ver materializada su mayor ambición. El 16 de enero de 1920 se constituyó en Ginebra la Sociedad de Naciones, el organismo que, a modo de asamblea democrática de naciones soberanas (inicialmente 42 países), debía garantizar la cooperación entre ellas y la resolución mediante el arbitraje y la diplomacia abierta de conflictos y disputas internacionales. La Sociedad de Naciones se completó, además, con la Organización Internacional del Trabajo, para extender la legislación laboral, y con el Tribunal Internacional de justicia, con sede en La Haya.

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