viernes, 30 de septiembre de 2016

CONVENCION FRANCESA....ETAPAS Y GUERRAS DE LA CONVENCION FRANCESA



Asamblea constituyente que fundó la I República Francesa y gobernó el país desde el 21 de septiembre de 1792 hasta el 26 de octubre de 1795.
La monarquía había sido derogada el 10 de agosto de 1792, por lo que la Constitución de 1791 perdía su funcionalidad. Por este motivo, la Asamblea Legislativa disolvió los Estados Generales y convocó elecciones para una Asamblea Constituyente de 749 miembros, la Convención nacional, encargada de elaborar una nueva Constitución. El 20 de septiembre de 1792, coincidiendo con la victoria en la batalla de Valmy, se llevó a cabo la primera reunión de la Convención, después de unas elecciones marcadas por la desconfianza y el desencanto.
La Asamblea quedó conformada por tres grupos principales:



Girondinos.- Su nombre deriva del origen de la mayoría de sus miembros, generalmente comerciantes bordeleses (de Burdeos, departamento francés de la Gironda). Representaban a la burguesía pudiente, partidarios de la propiedad y el librecambismo; asimismo, eran federalistas y enemigos de los excesos revolucionarios. Sus dirigentes principales eran Brissot, Roland y Verginiaud.



Montañeses.- Llamados así por estar situados en la parte alta de la Cámara, defendían a la pequeña burguesía y a las clases populares. Uno de sus apoyos más habituales fueron los sans-culottes, en parte por afinidad ideológica y de intereses, en parte por que así consiguieron la fuerza popular necesaria para deshacerse de los girondinos. 


La montaña estaba dirigida por, entre otros, Danton, Marat y Robespierre.



Llanura.- Grupo mayoritario (de ahí su nombre, pese a que sus enemigos les llamaban, con bastante desprecio, pantano). Debido a su mayoría, se convirtió en el pivote de la Cámara, pues dependiendo de su inclinación hacia uno u otro grupo, éste controlaría la política de Francia.
Según la preponderancia de uno de los tres grupos se distinguen tradicionalmente tres etapas en la historia de la Convención.





La etapa girondina: hasta el 2 de junio de 1793

Durante este período se produjo la ejecución del rey Luis XVI. Murió guillotinado el 21 de enero de 1793, después de ser juzgado durante el mes de diciembre por traición. Su culpabilidad había sido señalada por la Cámara de manera unánime, si bien sólo 361 de los 721 diputados, es decir, mayoría por uno, votó su inmediata ejecución. Esta decisión marcó profundamente el resto de sus vidas, puesto que la acusación de regicidas fue continuamente lanzada contra quienes habían participado activamente en la votación.

A nivel internacional, los primeros meses del gobierno girondino comenzaron de manera triunfal, pues los ejércitos revolucionarios, defendiendo la teoría de las fronteras naturales, la expansión del espíritu revolucionario y la libertad de los pueblos oprimidos, extendieron las ideas revolucionarias tras ocupar Niza, Saboya, la orilla izquierda del Rin y Bélgica. Ello provocó la formación de una coalición internacional que unió a todas las potencias europeas contra la Francia revolucionaria. Así, ya en la primavera de 1793, la situación había cambiado por completo: el ejercito francés fue vencido en Neerwinden, volviendo así las tropas contrarrevolucionarias a constituir un serio problema. El general francés Dumouriez se pasó al otro bando, por lo que la gironda fue acusada de connivencia con las fuerzas enemigas.
Por lo que respecta a la situación interna, los problemas no eran menores. Los precios seguían subiendo sin freno, provocando graves agitaciones sociales encabezadas, sobre todo, por el grupo de los sans-culottes, que exigía medidas contra la carestía. Con el apoyo de los montañeses, el 31 de mayo de 1793 las capas más desfavorecidas invadieron la Convención y ordenaron el arresto de los dirigentes girondinos, muchos de los cuales, incluido su más fiel representante, Condorcet, huyeron a las provincias.



La etapa montañesa: del 31 de mayo de 1793 al 27 de julio de 1794

La situación, tanto interior como exterior, requería medidas urgentes, al menos según la opinión del grupo dirigido por Robespierre. La primera medida tomada por la Montaña fue la de acelerar el proceso de creación de la nueva Constitución, que fue aprobada el 24 de junio de 1793. Esta Carta Magna fue la más democrática de todas cuantas conoció el liberalismo europeo a lo largo del siglo XIX: aprobaba el sufragio universal y directo para la elección de la Cámara legislativa, que era única y renovable anualmente; el poder ejecutivo quedaba establecido en 24 miembros, subordinados a la asamblea. De igual modo, se recogía el derecho de todo francés al trabajo, a la asistencia estatal y a la instrucción. El problema fue que nunca llegó a ser aplicada, pues durante todo el período se decretó el estado de emergencia, época que la historiografía ha denominado Reinado del terror y que se materializó con la creación del Comité de Salvación Pública. El principal cometido de este organismo era la funcionalidad militar, actuando como gabinete de guerra para proteger la República revolucionaria contra las fuerzas contrarrevolucionarias. En el interior, estas fuerzas reaccionarias alimentaron la revuelta iniciada en la Vendée en protesta contra los alistamientos, hecho que fue utilizado para poner al pueblo en contra de los montañeses. De igual modo, en ciudades como Lyon, Burdeos, Marsella o Artois, los contrarrevolucionarios, a los que se unieron los pertenecientes a la gironda que habían podido escapar de París, agitaron movimientos de tipo federalista.

Ante los ataques a los que estaba siendo sometida, la montaña creó comités que extendieron el Terror como instrumento de gobierno a todos los lugares. Se arrestó a todos los dirigentes enragès y el pensamiento revolucionario extremo, denominado hebertismo, se convirtió en el ideario de esta particular forma de gobierno. Esta situación se hizo cada vez mas insostenible, pues provocó la división interna entre los propios montañeses. La llanura, temiendo por sus propias vidas y para frenar el derramamiento de sangre, llevó a cabo un golpe de estado, el famoso Golpe del 9 de thermidor (27 de julio de 1794). Al día siguiente, Robespierre y los suyos fueron ejecutados bajo el instrumento que tanto habían utilizado: la guillotina.





El Terror Blanco: del 27 de julio de 1794 al 5 de octubre de 1795

Tras el golpe de estado, la situación pasó a ser controlada por los políticos burgueses, mucho menos radicales en sus planteamientos. Se puede hablar en este momento del triunfo de la burguesía conservadora: se suprimieron todas las leyes económicas y sociales aprobadas e implantadas en la anterior etapa, provocando una gravísima crisis económica y una inflación extrema. Por este motivo, se produjo un intento de golpe de estado protagonizado y dirigido por antiguos sobrevivientes montañeses, cuyo fracaso agudizó el denominado Terror Blanco.
En agosto de 1795 se votó una nueva constitución (la del año III) que creó un Directorio colegiado con la atribución del poder ejecutivo, formado por cinco miembros y dos cámaras: la Cámara de los Quinientos y la Cámara de los Ancianos, elegidas por sufragio censitario ligeramente menos restringido que en 1791. La Convención se disolvió en octubre del mismo año, después de la represión del levantamiento del 13 de vendimiario ( 5 de octubre). Con ello se abrió una nueva etapa en Francia: el Directorio.

Las guerras de la Convención (1793-1794) significaron el enfrentamiento entre la Francia surgida de la Revolución de 1789 y las potencias monárquicas europeas, amenazadas por el ejemplo de libertad socio política que, entre los grupos disidentes de los distintos países, representaba el éxito de los revolucionarios franceses. Los estados monárquicos (Inglaterra, Holanda, Rusia, Suecia, Prusia, Austria, Portugal y España) se unieron en una I Coalición para atajar el expansionismo que caracterizó la estrategia internacional del gobierno revolucionario de 1792.
El fracaso final de la Coalición y el triunfo de la draconiana política de defensa nacional francesa, tuvieron como consecuencia la consolidación de la República y el reconocimiento internacional del nuevo Estado francés, pero sirvieron asimismo para paralizar el avance en los logros revolucionarios en un sentido más democrático. De las guerras de la Convención, Francia saldría convertida en un Estado contemporáneo, dominado por una República burguesa que inició un proceso contrarrevolucionario de profundas consecuencias futuras.




A lo largo de 1791, la tensión política entre la monarquía y la Asamblea legislativa estuvo marcada por la amenaza de la guerra exterior. Los reyes, Luis XVI y María Antonieta, fingían prestarse de buen grado a la farsa de monarquía constitucional, mientras preparaban en secreto la intervención de Austria. Convencidos de que Francia no podría hacer frente a una guerra exterior, los monarcas confiaban en que pronto serían liberados por las potencias contrarrevolucionarias.

Entretanto, el 15 de marzo de 1792 subió al poder la facción jacobina de la Asamblea, cuyo hombre fuerte era el ministro de Asuntos Exteriores, Dumouriez, un militar intrigante y oportunista. La muerte del emperador Leopoldo de Austria precipitó los acontecimientos. Éste había dejado preparada la alianza ofensiva con Prusia y su hijo, Francisco II, se dispuso a emprender la guerra contra Francia. El 20 de abril, el gobierno francés se adelantó, declarando la guerra al rey de Bohemia y de Hungría, en un vano intento de mantener al margen al resto del Imperio y a Prusia. La contienda se abrió con la invasión francesa de Bélgica, en la que se puso de manifiesto la inoperancia de un ejército revolucionario indisciplinado y dividido en su lealtad al nuevo Estado francés.
En julio de 1792 la agitación patriótica creada por la guerra exterior alcanzó su cenit en París, donde las masas de voluntarios llegadas para celebrar el tercer aniversario de la toma de la Bastilla exigieron la deposición del rey, acusándole de traición por sus contactos con los austríacos. El enfrentamiento final se produjo el 10 de agosto, acelerado por el temor a la conspiración realista y por la indignación que causó el Manifiesto de Brunswick, jefe de las tropas prusianas y austríacas, que amenazó con convertir la toma de París en un mar de sangre si la familia real llegaba a sufrir algún daño. Una muchedumbre asaltó el palacio de la Tullerías, causando una matanza entre la guardia suiza, mientras la familia real pedía la protección de la Asamblea. Ésta, atenazada por la presión popular, recluyó a los reyes en el monasterio del Temple y se autodisolvió para crear un nuevo gobierno de Convención (idea inspirada por Maximilien Robespierre) que reformara la Constitución en un sentido plenamente democrático. Las elecciones para elegir este gobierno se celebraron por sufragio universal y con aproximadamente un 90% de abstenciones. La Convención, dominada en principio por el ala moderada de la burguesía revolucionaria, los llamados girondinos, inauguraría finalmente sus sesiones en 20 de septiembre de 1792. Así daba comienzo la I República francesa.



Después de un primer momento de desconcierto y derrota, los ejércitos franceses obtuvieron su primera gran victoria en Valmy el 20 de septiembre de 1792, el mismo día en que se abrió la Convención. Las tropas austríacas y prusianas eran todavía relativamente escasas y se enfrentaban a los efectivos superiores de un ejército en formación, en el que los soldados regulares comenzaban a “amalgamarse” con los entusiastas voluntarios, que, cantando el himno revolucionario (la Marsellesa), ponían en práctica una novedosa forma de ofensiva: el ataque frontal en formación profunda.El cañoneo de Valmy, que no pasó de ser una escaramuza de la artillería, significó sin embargo un rotundo triunfo estratégico y, ante todo, moral. Por primera, vez las tropas francesas se enfrentaron a las prusianas, haciéndolas retroceder y demostrando su capacidad de resistencia. Esto frenó el avance hacia París del ejército de Brunswick y obligó a los prusianos a abandonar Verdún, Longwy y Thionville. Los austríacos, aislados, levantaron el sitio de Lille y se replegaron. Los franceses supieron aprovechar con éxito este primer triunfo: se lanzaron a la ocupación de Ginebra, recuperando todo el territorio perdido y cruzaron el Rin, llegando hasta Frankfurt, mientras Dumouriez se adentraba en Bélgica tras conseguir una gran victoria en Jemappes (6 de noviembre de 1792).
Pocos días después caían bajo control francés Amberes, Lille y Bruselas. En el sur, el ejército francés obligó a los sardos, aliados de los austríacos, a evacuar Saboya, cuya incorporación a Francia se pidió de inmediato. También Niza fue conquistada por las tropas al mando de Anselme, quien impuso un gobierno provisional que pidió su adhesión a la “patria primitiva”. A pesar de que estos triunfos estaban lejos de ser decisivos, produjeron una duradera impresión en Europa. Valmy marcó, en efecto, el verdadero inicio de la guerra internacional.
Desde este momento, los girondinos que dominaban la Convención impondrían su concepción de la contienda: en primer lugar, una guerra de propaganda, que habría de dar paso a la conquista y ocupación de los territorios limítrofes a Francia, con el fin de conseguir las “fronteras naturales”, fijadas en los Alpes, los Pirineos y el Rin. Los grupos pro-revolucionarios de los países conquistados habían alentado la intervención francesa, confiando en que de ello se derivaría la liberación de sus pueblos bajo el signo de la revolución.
Por su parte, la Convención proclamó su propósito de auxiliar a todos aquellas naciones que desearan recuperar su libertad. Para ello, se ordenó a los jefes militares disolver los antiguos gobiernos de las zonas ocupadas y establecer administraciones provisionales bajo dependencia francesa. En algunos lugares, como Bélgica, el entusiasmo revolucionario era, sin embargo, escaso y la ocupación francesa se contemplaba como una mera estrategia de conquista. Este hecho produjo el inicio de desavenencias entre Dumouriez, el héroe de Bélgica, y la Convención. Mientras el general entraba en negociaciones para crear una república independiente, los comisarios de la Convención le exigieron que procediera sin más dilaciones a su incorporación a Francia.




Entretanto, dentro de la Convención se dejaban sentir las graves desavenencias que enfrentaban a los moderados girondinos y a los jacobinos radicales o montagnards, que contaban con el apoyo de los sans-culottes de París (masas de obreros radicales que exigían una profunda reforma política y social). Cuando los girondinos intentaron eliminar la influencia de los montagnards, se encontraron con la oposición de los diputados de la Llanura, que eran mayoría. El enjuiciamiento del rey vino a complicar la situación política. En octubre, se descubrieron los papeles secretos que demostraban las artimañas y traiciones de Luis XVI hacia la Revolución, lo que precipitó el proceso del rey. El juicio sumario, que se celebró entre el 11 de diciembre y el 7 de enero de 1793, concluyó con su condena por conspiración contra la nación. Luis XVI fue ejecutado el 21 de enero de 1793.La muerte del rey, la política claramente expansionista de la Convención girondina y la agitación revolucionaria creada en muchos países europeos tras este último acto desafiante, dieron a la crisis internacional una dimensión inesperada. Tras la ocupación de Bélgica, ingleses y holandeses se vieron en la necesidad de defender sus territorios frente a una eventual invasión francesa (pese a que Pitt, jefe del gobierno británico, había manifestado su intención de no intervenir en los asuntos de Francia). La política de anexiones preocupaba enormemente a los estados europeos. Entre el 1 y el 31 de marzo de 1793 se dictaron nada menos que quince decretos de anexión, que incluían a Bélgica, el principado de Salm, los territorios renanos convertidos en República de Rauracia y posteriormente en el departamento de Mont-Terrible, y las regiones del Palatinado y Zweibruecken. Pero, antes incluso de efectuarse esta anexiones, ya la República había declarado la guerra a Gran Bretaña (1 de febrero de 1793) por haber iniciado ésta conversaciones con los austríacos.
La ruptura entre Francia e Inglaterra condujo a la formación de la I Coalición: a Austria, Prusia, Cerdeña e Inglaterra se unieron España (18 de marzo), los principados italianos (excepto Génova y Venecia), los príncipes alemanes del Imperio (22 de marzo) y Portugal, al tiempo que Suecia y Rusia amenazaban con su intervención. Pero no sólo el peligro exterior amenazaba a la Revolución: mientras se reanudaba la guerra contra los aliados, comenzaron a despertarse insurrecciones de carácter realista en el interior de Francia. La amenaza de la guerra civil y exterior, unida a la profunda crisis económica que sufría el país y al malestar social causado por ésta, produjeron una progresiva polarización de las posturas políticas.
Los girondinos perdían rápidamente terreno frente a los radicales jacobinos. Para hacer frente a sus enemigos exteriores e interiores, la Convención decretó en febrero de 1793 la leva de 300.000 hombres. Sin embargo, los grandes efectivos puestos en marcha por la I Coalición hicieron retroceder al ejército francés, que cosechó derrota tras derrota. El laureado Dumouriez, vencido en Neerwinden el 14 de marzo, se apresuró a negociar el armisticio y trató de convencer a sus tropas para marchar sobre París. Abandonado por sus hombres, Dumouriez desertó para pasarse al bando austríaco.
La defección de Dumouriez significó un duro revés para el gobierno girondino, que se vio al pronto abandonado por uno de sus más prestigiosos valedores. Tuvo además el efecto de desorganizar momentáneamente la defensa nacional y de radicalizar aún en mayor grado la actitud de los jacobinos y de los patriotas sans-culottes. Presionados por éstos, durante las jornadas del 31 de mayo al 2 de junio, los montagnards prepararon el derrocamiento de los girondinos, la mayoría de los cuales fueron arrestados durante el asalto a la asamblea por parte de los sans-culottes.



Los montañeses trataron entonces de conjurar el peligro de insurrección generalizada en las provincias que, políticamente más conservadoras, temían la dictadura de los radicales parisinos. La Convención adoptó una serie de medidas sociales que contentaron a los sans-culottes y promulgó una nueva constitución, la del Año I, que establecía el sufragio universal masculino y que, sin embargo, fue aplazada indefinidamente mientras durara el estado de emergencia causado por la guerra.La Convención montañesa era asediada desde todos los frentes. Austríacos y prusianos, principales baluartes de la contrarrevolución, contaban ahora con el apoyo de los británicos (que, a su vez, pagaban a sardos y napolitanos) y de España. Las revueltas interiores que estallaron simultáneamente facilitaron los éxitos iniciales de la Coalición. El verano de 1793 fue dramático. Los aliados penetraron en territorio francés por el norte, abriéndose rápidamente camino hacia París. Los austríacos invadieron la Baja Alsacia, mientras los prusianos avanzaba sobre Maguncia; sardos y españoles atacaron Francia por el sur, al tiempo que, en el interior, los rebeldes realistas provenzales entregaban la plaza de Toulon a los ingleses y entraban en negociaciones para cederles también Marsella.
Pero la principal crisis se daba en el interior de Francia. Los desastres originados por la contienda y la desconfianza hacia el gobierno radical de París provocaron una implosión más peligrosa que la lucha contra las potencias extranjeras. El derrocamiento del gobierno girondino, de gran arraigo en las provincias, provocó insurrecciones en Normandía, Burdeos y en la mayor parte del sudeste, hasta que unos 60 departamentos a lo largo y ancho del país se hallaban levantados en armas contra el gobierno de París. En junio se sublevaron los departamentos del Oeste y de Bretaña, y, simultáneamente, los del sudoeste y los del sudeste. Burdeos, Toulouse, Lyon y Marsella escaparon al control de París, iniciando la persecución de los jacobinos.
Esta situación obligó a la Convención a adoptar una serie de medidas de emergencia con el fin de salvar la Revolución. Desde abril de 1793 el gobierno quedó centralizado en un Comité de Salvación Pública, que asumió poderes casi plenarios (excepto en materia de finanzas y policía). En agosto de 1793, este organismo sufrió una nueva reordenación, convirtiéndose en el Gran Comité, verdadero gobierno de emergencia.
Éste carecía casi por completo de apoyos, ya que, incluso en París, su autoridad era contestada por los grupos más radicales, los llamados enragés, enemigos del régimen constitucional, que creaban una perpetua agitación en las calles. Estos grupos de activistas actuaban mediante unidades de gobierno local, mantenían una policía política paralela y formaban “ejércitos revolucionarios”, bandas paramilitares que aumentaban la confusión. El programa del Comité de Salvación Pública (que contribuyó a elaborar uno de sus principales protagonistas, Robespierre) tenía dos objetivos prioritarios: atajar la anarquía interior y ganar la contienda exterior mediante una movilización nacional sin precedentes. Para ello la Convención otorgó grandes poderes a los doce miembros del Comité, de los cuales los más influyentes fueron Robespierre, Couthon, Saint-Just y el oficial del ejército Lazare Carnot, el “organizador de la victoria”.
Para atajar la contrarrevolución interna, el Comité puso en marcha lo que se conoce históricamente como el Reinado del Terror. Fue este un instrumento esencial dentro de la estrategia de defensa nacional trazada por los montagnards. Mediante la organización de tribunales revolucionarios y la actuación del Comité de Seguridad General, encargado de la policía, se emprendió la persecución de todo aquel sospechoso de conspirar contra la República. Se calcula que, desde fines del verano de 1793 hasta junio de 1794, esta política causó la muerte de unas 40.000 personas en toda Francia. Pero el Terror consiguió su objetivo fundamental: las insurrecciones federalistas fueron dominadas entre septiembre y diciembre de 1793, tras una feroz represión.
La más sangrienta de las sublevaciones regionales, en cambio, no había terminado. En marzo de1793 había estallado la insurrección en los departamentos de la Vendée, Maine-el-Loire y Loire-Inférieure, provocada por el reclutamiento forzoso y la agitación contrarrevolucionaria de los sacerdotes refractarios. Los rebeldes vendeanos (a los que se suele llamar erróneamente chouans) formaban un “ejército realista y católico” que protagonizó un amplio movimiento social que tuvo su apogeo entre los meses de marzo y junio de 1793. Las tropas republicanas mandadas por Kléber les derrotaron el 15 de agosto en Luzon y del 14 al 17 de octubre ante la villa de Cholet, ante cuyas puertas murieron la mayoría de los cabecillas de la rebelión. Pero la guerra continuó.
Después de Cholet, un ejército rebelde de unos 30.000 hombres, al que se habían unido las bandas de insurrectos bretones dirigidas por Jan Chouan y acompañado por una muchedumbre de mujeres y niños, cruzó el Loira con el fin de acercarse a la costa, donde esperaban recibir ayuda británica. Ésta no llegó y, desalentados, los vendeanos emprendieron el camino de regreso. Dio entonces comienzo una implacable persecución. Los rebeldes fueron rechazados en Angers, diezmados en Ancenis y derrotados definitivamente en Le Mans (12 de diciembre) y en la sangrienta batalla de Savenay (23 de diciembre). La rebelión de la Vendée fue sin duda el episodio más dramático de las guerras de la Convención.
La defensa frente a los enemigos exteriores se organizó mediante un esfuerzo de guerra sin precedentes. Mientras se desarrollaba la represión interior, la Convención organizaba un verdadero ejército nacional. Para controlar la actuación militar, el Comité de Salvación Pública mantenía una continua comunicación con los ejércitos dispersos por las fronteras o destacados en la provincias a través de los “representantes en misión”, miembros de la Convención dotados de poderes para resolver las situaciones de emergencia. A fines de agosto de 1793 se había ordenado una leva masiva. Por vez primera, el servicio militar se impuso a todos los hombres físicamente útiles. Toda la nación fue puesta al servicio de la guerra.
Se instituyeron controles económicos para rentabilizar al máximo el esfuerzo bélico, se concentró la producción en el avituallamiento de los ejércitos, se multiplicaron las fábricas de armamento y se puso en vigor una dura legislación sobre el acaparamiento y la circulación de bienes. Se buscó perfeccionar la tecnología militar y el Comité se encargó de proteger a los principales científicos franceses de la época: así, Lagrange o Lamarck colaboraron con el gobierno revolucionario. El telégrafo, perfeccionado por Chappe, y la aerostática, desarrollada por Conté, se utilizaron por primera vez con fines bélicos.





Entre julio y septiembre de 1793 los 300.000 soldados de la primera leva masiva se incorporaron al frente, mientras los reclutas de la leva de agosto proseguían su adiestramiento. La depuración del mando había llevado a una renovación casi completa de la oficialidad, a la que ascendieron rápidamente hombres jóvenes, ambiciosos e imbuidos de ideología revolucionaria. La creación de este ejército nacional se encuentra entre las causas principales de los éxitos franceses, que se sucederían desde el otoño de 1793. Pero hay que tener también en cuenta la desunión e ineficacia estratégica de los aliados, enzarzados en conflictos internos que les impidieron explotar sus victorias iniciales. Las tropas aliadas se hallaban inmovilizadas y fragmentadas por la guerra de asedio. El ejército republicano aprovechó esta situación para lanzar una gran ofensiva. En octubre, las tropas mandadas por Jourdan y Carnot conquistaron Mauberge. El 16 de ese mismo mes, Jourdan derrotaba a los austríacos en Wattignies. En el frente sur, los franceses reconquistaban Saboya y obligaban a replegarse hacia su frontera a los españoles. La invasión era rechazada en todos los frentes.En la primavera de 1794, el descomunal esfuerzo de guerra llevado a cabo por la Convención montañesa había dado sus frutos: las revueltas interiores habían sido reprimidas y se había atajado la invasión extranjera; pero, además, el esfuerzo bélico había dotado a la Francia republicana del mayor ejército nacional conocido hasta entonces, con cerca de un millón de combatientes. Mediante la táctica de la “amalgama”, los antiguos soldados regulares quedaron encuadrados con los voluntarios y los soldados de las levas masivas, en un ejército en el que se dio por primera vez en la historia militar la noción de masa. El Ejército del Año II estaba formado por hombres jóvenes y enardecidos por el adiestramiento ideológico y patriótico, cuyo entusiasmo contrastaba con la indiferencia de las tropas enemigas, a menudo formadas por mercenarios o por siervos obligados a combatir. En la lucha contra la Coalición, la Convención había conseguido superar su inicial desventaja numérica, poniendo en funcionamiento todos sus recursos nacionales.
El ejército republicano se lanzó a la ofensiva en todos los frentes. El 8 de mesidor (26 de junio de 1794) los franceses consiguieron una gran victoria sobre los austríacos en Fleurus. Unos 80.000 soldados republicanos se enfrentaron a unos 70.000 austro-holandeses, con un saldo de 5.000 muertos en cada bando. La victoria de Fleurus dejó nuevamente abierto el camino hacia la conquista de Bélgica. Unos días después, el general Pichegru tomaba Bruselas, Amberes y Lieja. Durante el invierno siguiente se consumó la conquista de los Países Bajos y de los territorios de la orilla izquierda del Rin, excepto Maguncia, donde se seguía combatiendo. También en el sur se sucedieron los éxitos franceses y las tropas republicanas penetraron en España ante la impotencia del gobierno de Madrid, instalándose en un frente que unía la región de Vitoria con la línea del Ebro.




La batalla de Fleurus fue un triunfo póstumo de la Convención montañesa. Mientras el ejército republicano se imponía a los enemigos exteriores, en París se fraguaba la alianza de los enemigos políticos de Robespierre. El 9 de termidor (27 de julio), éste fue proscrito junto a otros cabecillas jacobinos. El 28 de julio Robespierre y sus correligionarios eran guillotinados. Así se iniciaba una política de represión ( el “Terror blanco”) que se prolongaría durante todo el año III (1794-1795). La brusca supresión de las medidas de emergencia del gobierno jacobino disparó la crisis económica. Se desbocó la inflación, la hambruna proyectó su sombra sobre todo el país y la miseria volvió a despertar los motines populares. El más importante de éstos se produjo en París el primero de pradial (20 de mayo de 1795), al grito de “¡Pan y Constitución de 1793!”. La muchedumbre asaltó la Convención, que estuvo a punto de ser disuelta. Pero el gobierno dejó que los amotinados se entendieran con los diputados jacobinos, antes de proceder a aplastar el movimiento, el 22 de mayo, en la matanza del barrio de Saint-Antoine.En lo que a la guerra exterior se refiere, la vuelta de la burguesía moderada al poder significó el retorno del expansionismo bélico. A la batalla de Fleurus había seguido un avance acelerado de los ejércitos franceses en su campaña de conquista. El 1 de octubre de 1795 la Convención termidoriana decretó la anexión de Bélgica al estado francés. Mientras se llegaba a un acuerdo para proceder a la anexión de los territorios renanos, se decretó la instauración de una administración provisional en Aquisgrán, protegida por el ejército francés instalado en la línea del Rin.
Pero había llegado el momento de la paz. El ejército republicano comenzaba a acusar las consecuencias de la eliminación de la política de emergencia: el avituallamiento se redujo drásticamente. Por otra parte, la Coalición internacional se deshacía tanto por los envites del ejército francés como por su escasa solidez interna, a falta de un tratado general que regulara las relaciones entres sus miembros. Pesaba sobre ella la cuestión de Polonia, que venía enfrentando a Austria y Prusia desde el inicio de la guerra. En 1794 una insurrección nacionalista polaca dio el pretexto a Rusia y Austria para una nueva intervención, forzando un tercer reparto de aquel desgraciado país. Prusia, excluida de este acuerdo, se vio obligada a desplazar todo su potencial militar a la frontera oriental y a iniciar negociaciones de paz con la república francesa. Éstas se plasmaron en el tratado de Basilea de 5 de abril de 1795, por el que Prusia reconocía la legitimidad de la república revolucionaria, accedía a la neutralización militar del norte de Alemania y reconocía a Francia la frontera del Rin. Pero el rey de Prusia se negó a firmar una alianza contra Austria, ofreciéndose a cambio a actuar como mediador con los príncipes del Imperio.
El 16 de mayo firmaban también la paz, en La Haya, las Provincias Unidas, que cedían a Francia los territorios del Flandes holandés, Maastricht y Venloo, además de pagar una cuantiosa indemnización de cien millones de florines y de firmar una alianza ofensiva y defensiva. Poco después, el 22 de julio, se acordaba la paz con España, también en Basilea. Según este tratado, España cedía a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo, a cambio de la evacuación inmediata de las tropas francesas de suelo español, y se comprometía a una futura alianza ofensiva con la república. Francia siguió en guerra con Austria, Inglaterra y los estados italianos a excepción de Toscana, con la que se había pactado la paz en febrero de 1795.
La I República francesa había vencido a sus enemigos exteriores, a costa de un esfuerzo titánico del que el país salió exangüe. El gobierno francés había intentado, mediante tratados de paz separados, aislar a Austria y obligarla a claudicar, lo que no consiguió. La guerra proseguiría intermitentemente, mientras en el interior de Francia la Convención termidoriana continuaba la supresión de las conquistas sociales alcanzadas durante el período jacobino. El gobierno del Directorio y la República burguesa (1795-1799) serían los encargados de poner fin a la Revolución de 1789 y de establecer un nuevo orden internacional en Europa.

 http://www.enciclonet.com/articulo/convencion2/
 http://www.enciclonet.com/articulo/convencion-guerras-de-la/

No hay comentarios:

Publicar un comentario