lunes, 14 de octubre de 2019

LA COLUMNA TRAJANA....CELEBRACION DE LA VICTORIA TRAJANA SOBRE DACIA




Hace casi dos mil años el emperador Trajano mandó construir un foro presidido por una columna de mármol de 38 metros de altura y decorada con 155 bajorrelieves para conmemorar sus victorias sobre la Dacia.
 Invadió la Dacia en el año 101 de nuestra era, donde libró batallas sin solución de continuidad hasta el año 106. El emperador Trajano reclutó decenas de miles de soldados romanos, cruzó el Danubio por dos de los puentes más largos que ha conocido el mundo antiguo, dos veces derrotó a un poderoso imperio bárbaro en su propio territorio montañoso y acto seguido lo borró sin contemplaciones de la faz de Europa.
La guerra de Trajano contra los dacios, una civilización ubicada en la actual Rumania, fue el hito por antonomasia de sus 19 años al frente del Imperio. De ella regresó con un botín fabuloso. Un cronista de la época se jactaba de que la conquista había reportado cerca de 250.000 kilos de oro y casi medio millón de kilos de plata, además de una fértil provincia nueva.
Tamaño botín de guerra cambió el paisaje de Roma. Para conmemorar la victoria, Trajano mandó construir un foro que incluía una amplia plaza columnada, dos bibliotecas, un enorme edificio público conocido como la basílica Ulpia y es posible que incluso un templo. El foro era «único en el mundo», escribía extasiado un historiador antiguo, con construcciones «indescrip­tibles e imposibles de repetir por otros mortales».
Imponente, se erguía por encima de todo una columna de piedra de 38 metros de altura, coronada por una estatua de bronce del conquistador. Ascendiendo en espiral en torno a ella se desplie­ga un relato de las campañas dacias: miles de romanos y dacios esculpidos con todo detalle marchan, construyen, luchan, navegan, se escabullen, negocian, suplican y perecen en 155 escenas. Completada en el año 113 de nuestra era, la columna lleva más de 1.900 años en pie.



Es difícil distinguir los erosionados bajorrelieves más arriba de las primeras secuencias de la historia. La columna se alza solitaria en medio de ruinas, pedestales vacíos, losas hendidas, pilares quebrados y esculturas fracturadas que permiten adivinar la magnificencia original del foro de Trajano, hoy vallado y cerrado al público, testimonio de pretéritas glorias imperiales.



La columna es una de las esculturas monumentales más distintivas que sobrevivieron a la caída de Roma. Durante siglos los clasicistas han visto en los bajorrelieves una historia visual de las guerras, con Trajano en el papel de héroe y Decébalo, rey de los dacios, como su digno adversario. Los arqueólogos han examinado las escenas para obtener información sobre los uniformes, las armas, los pertrechos y las tácticas del ejército romano.
Y como quiera que Trajano arrasó la Dacia, la columna y las esculturas de soldados vencidos que aún quedan en pie y que otrora decoraron el foro constituyen para los rumanos de hoy una valiosa referencia de qué aspecto pudieron tener y cómo pudieron vestir sus antepasados dacios.




La columna ejerció una enorme influencia, pues inspiró monumentos posteriores tanto en Roma como a lo largo y ancho del Imperio. Con el paso de los siglos, a medida que los monumentos emblemáticos de la ciudad se iban desmoronando, la columna continuó fascinando e impresionando. Un papa renacentista sustituyó la estatua de Trajano por una de san Pedro para santificar el monumento. Los artistas se descolgaban desde lo alto, dentro de cestos, para estudiar de cerca los bajorrelieves. Más adelante la columna se convirtió en un importante hito tu­­rístico; Goethe subió los 185 escalones interiores en 1787 para «disfrutar de unas vistas incompara­bles». En el siglo XVI empezaron a hacerse vaciados en yeso de las escenas, y gracias a esos moldes se conservan detalles que han sucumbido a la lluvia ácida y la contaminación.



La construcción, el significado y, sobre todo, la exactitud histórica de la columna continúan siendo objeto de debate. A veces se diría que hay tantas interpretaciones como figuras en los relieves, y hay 2.662 figuras.

El arqueólogo e historiador del arte Filippo Coarelli, un distinguido italiano de setenta y muchos años, escribió el libro por excelencia sobre la columna Trajana. En su soleada sala de estar de Roma, extrae de una estantería la histo­ria ilustrada del monumento. «La columna es una obra fabulosa –dice mientras hojea las fotografías en blanco y negro de los bajorrelieves, deteniéndose para admirar las escenas cargadas de dramatismo–. ¿Dacias torturando soldados romanos? ¿Dacios envenenándose entre lágrimas para que no los capturen vivos? Es como una serie de televisión.»
 Cuando se construyó, la columna se alzaba entre las dos bibliotecas, donde quizá se cus­todiase el relato sobre las campañas dacias escrito por el propio emperador-soldado. En la interpretación que hace Coarelli, los bajorrelieves se asemejan a un rollo, un formato más que probable del diario de guerra de Trajano. «El artista (y en aquella época los artistas no hacían lo que les viniera en gana) tuvo que actuar según los deseos de Trajano», apunta.
Trabajando bajo la supervisión de un maestro, prosigue Coarelli, los escultores siguieron un plan: crear una versión gigantesca del rollo de Trajano en 17 tambores de mármol de Carrara.
El emperador es el héroe de la narración. Aparece 58 veces, representado como comandante astuto, estadista consumado y soberano piadoso: arengando las tropas, en meditabunda consulta con sus consejeros, supervisando un sacrificio a los dioses… «Es el intento de Trajano de no quedarse en un mero hombre de armas y ser también un hombre de cultura», dice Coarelli.
Huelga decir que Coarelli está especulando. Fuera cual fuese su formato, las memorias de Trajano desaparecieron hace una eternidad. De hecho, ciertos detalles de la columna y varios hallazgos arqueológicos de Sarmizegetusa, la capital dacia, sugieren que los relieves hablan más de los afanes romanos que de su historia.




Jon Coulston, experto en iconografía, armas y equipo militar romanos de la universidad escocesa de Saint Andrews, dedicó meses al estudio de la columna desde el andamio levantado para su restauración en las décadas de 1980 y 1990. Su tesis doctoral versó sobre ella. Desde entonces ha seguido fascinado por la columna de Trajano… refutando interpretaciones ajenas con pertinacia. «La gente está empeñada en verla como el “telediario” de la época o como una película –dice–. Y caen en sobreinterpretaciones, como siempre. Los relieves de la columna son genéricos, la obra de obreros ordinarios. No podemos creer ni una palabra de lo que vemos en ella.»
Coulston sostiene que los relieves no sa­­lieron de una mente maestra. Ligeras diferencias de estilo y errores de bulto (ventanas en medio de una escena o desproporciones de altura) lo han convencido de que los escultores labraron la columna sobre la marcha, basándose en lo que habían oído sobre las guerras. «Por mucho que guste la idea a los historiadores del arte, no hubo un gran intelecto creativo al mando de la obra –dice–. La composición la crean los canteros in situ a golpe de cincel, no se proyectó en un estudio.»
En su opinión, se trata de una obra de arte "inspirada" y no "basada" en la historia de Trajano. Basta observar la temática de los relieves: relatan la historia de dos guerras, pero no se ven demasiados combates. Las batallas y los asedios no suponen ni la cuarta parte del friso, y en ningún momento aparece Trajano en plena lid.
Por el contrario, los legionarios (la altamente cualificada espina dorsal de la maquinaria de guerra romana) se dedican a construir fuertes, puentes, calzadas e incluso a cultivar la tierra. La columna los presenta como una fuerza de orden, civilizadora, no destructiva y conquistadora. Y se diría que también invencible, ya que no se ve ni un solo soldado romano muerto.




La columna subraya la vastedad del Imperio romano. Las huestes de Trajano incluyen jinetes africanos con rastas, iberos armados con hondas, arqueros del Levante mediterráneo con cascos aguzados y germanos con el torso desnudo, algo que debía de antojarse exótico a ojos de los romanos togados. Todos ellos hacen la guerra a los dacios, transmitiendo el mensaje de que cualquiera, por estrafalario que fuese su pei­nado o su atuendo, podía convertirse en romano. (El propio Trajano, hijo de padres romanos, nació en Hispania.)
Algunas escenas son ambiguas y de interpretación controvertida. ¿Alargan la mano los da­cios asediados para asir un cáliz con ponzoña y quitarse la vida antes que verse humillados a manos de sus conquistadores? ¿O simplemente tienen sed? Cuando los nobles dacios se congregan alrededor de Trajano en una escena tras otra, ¿están rindiéndose o negociando?
¿Y qué decir de la sobrecogedora estampa de unas mujeres torturando con teas encendidas a unos cautivos descamisados y atados? Expertos italianos interpretan que son romanos cautivos atormentados por mujeres bárbaras. Ernest Oberländer-Târnoveanu, director del Museo de Historia Nacional de Rumania, les lleva la contraria: «Sin la menor duda son prisioneros dacios torturados por las furibundas viudas de los soldados romanos caídos». Como en buena parte de la columna, cada cual ve una cosa en función de lo que opine sobre los romanos y los dacios.
Entre los políticos romanos, "dacio" era sinónimo de "doblez". El historiador Tácito habló de los dacios como de "un pueblo que nunca es de fiar". Eran famosos por sus extorsiones: cobraban del Imperio en concepto de protección al tiempo que sus guerreros saqueaban las ciudades fronterizas. En el año 101 Trajano dio el paso de castigar a los díscolos dacios. Tras casi dos años de guerra, Decébalo, su rey, negoció con Trajano un tratado que quebrantó ipso facto.
Roma no iba a consentir otra traición. En la segunda invasión Trajano no se anduvo con chiquitas. A la vista están las imágenes del saqueo de Sarmizegetusa o de poblaciones incendiadas.
Las campañas fueron terribles, muy violentas (afirma Roberto Meneghini, el arqueólogo italiano al frente de las excavaciones del foro de Trajano). "Fíjese en los romanos que combaten con una cabeza decapitada entre los dientes". La guerra es la guerra. Las legiones romanas eran conocidas por su violencia y ferocidad.
Una vez derrotados, los dacios se convirtieron en un tema favorito de los escultores romanos. El foro de Trajano alberga decenas de estatuas de gallardos y barbudos guerreros dacios, un orgulloso ejército de mármol en el corazón de Roma.
El mensaje parece ir dirigido a los romanos, no a los dacios supervivientes, la mayoría de los cuales fueron vendidos como esclavos. "Los da­cios que quedaron no habrían podido admirar la columna (dice Meneghini). Se erigió pensando en la ciudadanía romana, para hacer exhibición del poder de la maquinaria imperial, capaz de conquistar un pueblo tan noble y aguerrido."






Bien puede ser que la columna de Trajano sea pura propaganda, pero los arqueólogos identifican en ella un componente de verdad. Las excavaciones de yacimientos dacios, entre ellos Sarmizegetusa, no dejan de revelar vestigios de una civilización mucho más sofisticada de lo que podría sugerir el término "bárbaro", la despectiva calificación que les dedicaban los romanos.
Los dacios carecían de escritura, de modo que todo cuanto sabemos de ellos pasa por el filtro de las fuentes romanas. Hay sobradas pruebas de que durante siglos constituyeron toda una potencia regional que saqueaba y gravaba a sus vecinos. Eran hábiles metalúrgicos que extraían y fundían hierro y lavaban oro, y con ambos metales creaban ornamentadas joyas y armas.
Sarmizegetusa era la capital política y espiritual dacia. Sus ruinas yacen en los montes de la Rumania central. En tiempos de Trajano los 1.600 kilómetros que la separaban de Roma se traducían en un mes de viaje como mínimo. Para acceder hoy al yacimiento, hay que recorrer la pista de tierra cuajada de baches que serpentea por el mismo valle imponente al que se enfrentó Trajano. Entonces los puertos se vigilaban desde complejas fortificaciones; ahora no hay más guardia que unas pocas casitas de campesinos.
Las altísimas hayas que se han adueñado de Sarmizegetusa bloquean la luz del sol y proyectan una sombra helada aun en los días más calurosos. Una ancha carretera empedrada conduce desde los gruesos muros semienterrados de una fortaleza hasta un prado amplio y llano.
Esa extensión verde (un bancal allanado en la ladera) fue el corazón religioso del mundo dacio. Se distinguen restos de edificaciones, una mezcla de piedras originales y reproducciones de hormigón, lo que queda del intento frustrado de reconstruir el lugar en la época comunista. Un triple anillo de columnas de piedra marca el que fuera un impresionante templo, que recuerda vagamente los edificios circulares dacios esculpidos en la columna Trajana. Junto a ellas, un altar circular de poca altura en cuya piedra se distingue un motivo solar: el centro sacro del universo dacio.




Desde hace seis años Gelu Florea, arqueólogo de la Universidad de Babeș-Bolyai en Cluj-Napoca, pasa el verano excavando en el yacimiento. Las ruinas desenterradas, junto con piezas saqueadas y posteriormente recobradas, hablan de un animado centro manufacturero y ritual. Florea y su equipo han hallado pruebas de que a Sarmizegetusa habían llegado la tecnología militar romana y la arquitectura e influencias artísticas griegas. Con ayuda de imágenes aéreas, han identificado más de 260 bancales artificiales que se extienden casi cinco kilómetros valle abajo. El asentamiento entero ocupaba más de 280 hectáreas. «Es asombroso comprobar lo cosmopolitas que eran en las montañas –dice Florea–. Es el asentamiento más grande, más representativo y más complejo de la Dacia.»
No hay indicios de que los dacios cultivasen a esa altitud. No hay terrenos agrícolas. En lugar de eso, los arqueólogos han localizado restos de talleres y viviendas, además de hornos para el refinado de mena de hierro, toneladas de torchos listos para la fragua y decenas de yunques. Da la impresión de que la ciudad era un centro metalúrgico que suministraba al resto de los dacios armas y herramientas a cambio de oro y grano.
El yacimiento es un reducto de verdor y de paz. Cerca del altar brota un manantial que quizá proveyese agua para los ritos religiosos. Cuesta imaginar las ceremonias que se celebraban aquí… y su terrible final. Florea evoca el humo y los gritos, el saqueo y la matanza, los suicidios y el pánico esculpidos en la columna Trajana cuando un trueno interrumpe su discurso y el cielo se vela, amenazador.
La caída de Sarmizegetusa concluyó con la destrucción de los templos sagrados. "Los romanos lo desmantelaron todo (dice Florea). En la fortaleza no quedó un edificio en pie. Fue una demostración de poder." El resto de la Dacia también quedó devastado. Cerca del ápice de la columna se vislumbra el desenlace: una aldea arrasada por las llamas, dacios huyendo, una provincia en la que solo quedan vacas y cabras.
Necesariamente las dos guerras tuvieron que saldarse con decenas de miles de muertos. Un contemporáneo dejó escrito que Trajano hizo 500.000 prisioneros, 10.000 de los cuales transportó a Roma para que combatiesen en los juegos de gladiadores que durante 123 jornadas celebraron la victoria.
El orgulloso rey de la Dacia no quiso verse humillado y rendido. Su final está esculpido en la columna de su archienemigo. Arrodillado al pie de un roble, se traspasa el cuello con un cu­chillo largo y curvo. "Ocupada su capital y todo su territorio, en peligro de caer cautivo, Decébalo se quitó la vida; su cabeza fue llevada a Roma (escribió el historiador romano Dion Casio un siglo más tarde). De este modo la Dacia quedó bajo dominio romano."


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