Durante casi cincuenta años, la reina legítima de España estuvo
confinada en un palacio de Tordesillas: según algunos, víctima de una
conspiración de sus parientes todopoderosos; según otros, a causa de
una innegable enfermedad mental
Con su rostro ovalado, su nariz fina y delicada, piel clara y el
cabello rubio, Juana de Castilla fue atractiva desde su niñez. También
era inteligente, ya que aprendió latín y poseía notables aptitudes para
la música, que sería uno de sus escasos consuelos a lo largo de una vida
cada vez más trágica. Lejos de mostrar ningún indicio que llevara a
pensar en su futura condición de «reina loca» de España, Juana parecía
predestinada a convertirse en un brillante ornamento en la corte de
algún insigne príncipe europeo. Y así ocurrió en 1497 cuando, a los 17
años, se trasladó a los Países Bajos para contraer matrimonio con el
archiduque de Austria, Felipe el Hermoso, heredero de las casas de
Borgoña y Habsburgo. Los Reyes Católicos habían ideado una estrategia de
alianzas matrimoniales en Europa con el propósito de rodear a su gran
enemigo, la monarquía francesa, estrategia en la que Juana no era más
que un peón. Pese a ello, y también a pesar de diferencias de carácter
que dieron lugar a numerosas riñas, entre Juana y Felipe surgió un
afecto intenso que se tradujo en constantes embarazos para la infanta,
que acabó dando a luz a seis hijos.
El
destino de Juana como archiduquesa y princesa en Flandes muy pronto se
vio alterado por una serie de fallecimientos en el seno de su familia
española. En octubre de 1497 murió su hermano mayor Juan, a los 19 años,
según se dijo por sus excesos sexuales con su también joven esposa,
Margarita de Austria; casi medio siglo después, el emperador Carlos V,
hijo de Juana, advertiría a su vástago, el futuro Felipe II, que no
debía cometer excesos en los primeros años de desposado porque aquello
había matado al infante don Juan. Un año después falleció la otra
hermana mayor de Juana, Isabel, casada con Manuel I de Portugal. Su hijo
recién nacido, Miguel, quedaba como heredero de España y Portugal, pero
murió antes de su segundo cumpleaños. De este modo, en 1500 Juana se
convirtió en la única heredera de las coronas de Castilla y Aragón, por
lo que su madre, Isabel, le imploró que regresara urgentemente de
Flandes a España.
Por entonces nadie cuestionaba la capacidad de Juana para reinar. Sus arranques temperamentales eran del dominio público, pero se los consideraba un rasgo heredado de su imponente madre, también propensa a sufrir accesos de melancolía. Los dones de Juana solían recibir exaltados elogios.
En 1501, el obispo de Córdoba, enviado por los Reyes Católicos como embajador a Flandes, informaba de que era «habida por muy cuerda y por muy asentada». Ese mismo año, el embajador residente de España había llegado a decir que «en persona de tan poca edad no creo que se haya visto tanta cordura».
En cuanto Juana y Felipe llegaron a España, la reina Isabel lo dispuso todo para que las Cortes de Castilla reconocieran a su hija como heredera legítima al trono. El archiduque Felipe, relegado ignominiosamente al rango de consorte, abandonó España seis meses más tarde, dejando a su mujer embarazada de su cuarto hijo, a quien se impuso el nombre de Fernando en honor de su abuelo materno. La intención de Isabel era que Juana la sucediese en Castilla como reina propietaria, con o sin el apoyo del archiduque; lo que no podía dilucidar de antemano era si tanto Felipe como Fernando el Católico (que legalmente era sólo rey de Aragón) aceptarían tal resolución.
Por entonces nadie cuestionaba la capacidad de Juana para reinar. Sus arranques temperamentales eran del dominio público, pero se los consideraba un rasgo heredado de su imponente madre, también propensa a sufrir accesos de melancolía. Los dones de Juana solían recibir exaltados elogios.
En 1501, el obispo de Córdoba, enviado por los Reyes Católicos como embajador a Flandes, informaba de que era «habida por muy cuerda y por muy asentada». Ese mismo año, el embajador residente de España había llegado a decir que «en persona de tan poca edad no creo que se haya visto tanta cordura».
En cuanto Juana y Felipe llegaron a España, la reina Isabel lo dispuso todo para que las Cortes de Castilla reconocieran a su hija como heredera legítima al trono. El archiduque Felipe, relegado ignominiosamente al rango de consorte, abandonó España seis meses más tarde, dejando a su mujer embarazada de su cuarto hijo, a quien se impuso el nombre de Fernando en honor de su abuelo materno. La intención de Isabel era que Juana la sucediese en Castilla como reina propietaria, con o sin el apoyo del archiduque; lo que no podía dilucidar de antemano era si tanto Felipe como Fernando el Católico (que legalmente era sólo rey de Aragón) aceptarían tal resolución.
Las
Cortes de Toledo reunidas en mayo de 1502 marcaron un punto de
inflexión en la vida pública de Juana, pues fue entonces cuando empezó a
ponerse en cuestión su idoneidad para gobernar. Cuando la reina Isabel
redactó un último testamento poco antes de su muerte, el 26 de noviembre
de 1504, existían serias dudas en torno a la salud mental de Juana.
Aunque Isabel la confirmó como heredera de sus reinos, en el documento
añadía que si la reina Juana, «estando en ellos, no quiera o no pueda
entender en la gobernación dellos», sería Fernando quien ejercería la
regencia en su nombre. En un nuevo intento de impedir una posible
usurpación por parte de Felipe de Habsburgo, la soberana subrayaba su
condición de extranjero y prohibía expresamente que se asignara
cualquier cargo civil o eclesiástico a personas que no fuesen naturales
de sus reinos. Poco importa que, sobre el papel, la expresión «o no
pueda» sea sólo una apostilla de Isabel la Católica: constituye la señal
más sólida de que ahora la madre de Juana dudaba de la capacidad de su
hija para gobernar.
Muchos estudiosos han sostenido que la presunta «locura» de Juana obedecía únicamente a una conspiración política . Dado que suponía un obstáculo para que Felipe o Fernando ejercieran el control absoluto sobre Castilla, inhabilitarla satisfacía los intereses de ambos. Su trastorno mental, alegan, se exageró deliberadamente con objeto de hacerla inaceptable como soberana. Se ha argüido además que su conducta extravagante fue, en realidad, un intento legítimo de reafirmarse en un mundo dominado por los hombres.
Muchos estudiosos han sostenido que la presunta «locura» de Juana obedecía únicamente a una conspiración política . Dado que suponía un obstáculo para que Felipe o Fernando ejercieran el control absoluto sobre Castilla, inhabilitarla satisfacía los intereses de ambos. Su trastorno mental, alegan, se exageró deliberadamente con objeto de hacerla inaceptable como soberana. Se ha argüido además que su conducta extravagante fue, en realidad, un intento legítimo de reafirmarse en un mundo dominado por los hombres.
Existen, sin embargo,
innumerables pruebas que sugieren que Juana de Castilla era
efectivamente demasiado inestable para confiarle el gobierno. Muchas
veces se ha argumentado que Juana heredó su locura de su abuela materna,
Isabel de Portugal. Aunque no hay indicios suficientes para emitir un
diagnóstico clínico, si nos limitamos a decir que Juana era
excesivamente imprevisible para gobernar, entonces las evidencias de un
comportamiento fuera de lo normal resultan abrumadoras. Lo cierto es que
su actitud fue tan anómala que hasta sus últimos días su familia temió
sinceramente que estuviera poseída por el diablo.
Fue en los meses inmediatamente posteriores al abrupto regreso de Felipe a los Países Bajos cuando, por primera vez, Isabel dudó seriamente de las aptitudes de su hija para gobernar. El ferviente deseo de Juana por reunirse con su esposo chocaba con las intenciones de su madre de que aprendiera a gobernar. Las discusiones entre ambas mujeres tuvieron un grave efecto en la salud de ambas, hasta el punto de que la reina sufrió serios dolores en el pecho. Juana fue confinada en el castillo de La Mota,una espléndida construcción de ladrillo ubicada en Medina del Campo, donde se produjo un incidente singular y desconcertante. Según el relato de la propia Isabel, su hija Juana estuvo en el recinto exterior del castillo, descalza y sin ropa de abrigo, hasta las dos de la madrugada de una de las noches más frías del año. Con este gesto, Juana forzó a su madre a concederle una entrevista y, en última instancia, a permitirle partir hacia Flandes en busca de su esposo el archiduque, pero logró su propósito a expensas de su dignidad personal, una cualidad imprescindible en cualquier gobernante.
Fue en los meses inmediatamente posteriores al abrupto regreso de Felipe a los Países Bajos cuando, por primera vez, Isabel dudó seriamente de las aptitudes de su hija para gobernar. El ferviente deseo de Juana por reunirse con su esposo chocaba con las intenciones de su madre de que aprendiera a gobernar. Las discusiones entre ambas mujeres tuvieron un grave efecto en la salud de ambas, hasta el punto de que la reina sufrió serios dolores en el pecho. Juana fue confinada en el castillo de La Mota,una espléndida construcción de ladrillo ubicada en Medina del Campo, donde se produjo un incidente singular y desconcertante. Según el relato de la propia Isabel, su hija Juana estuvo en el recinto exterior del castillo, descalza y sin ropa de abrigo, hasta las dos de la madrugada de una de las noches más frías del año. Con este gesto, Juana forzó a su madre a concederle una entrevista y, en última instancia, a permitirle partir hacia Flandes en busca de su esposo el archiduque, pero logró su propósito a expensas de su dignidad personal, una cualidad imprescindible en cualquier gobernante.
En junio de 1506 ocurrió otro incidente similar. Su esposo y ella habían vuelto a España en abril, dieciséis meses después del fallecimiento de Isabel la Católica. El 28 de junio, Felipe le comunicó que había firmado con su padre la concordia de Villafáfila, en la que se estipulaba que si la nueva reina no quería o no estaba en condiciones de gobernar, Felipe asumiría total autoridad y hasta continuaría siendo rey a la muerte de su esposa. Fernando se comprometió a retirarse a Aragón, aunque conservó la mitad de las rentas que reportaba a Castilla el Nuevo Mundo, así como pleno control sobre las órdenes militares. En un principio a Juana le habían indignado estas negociaciones, pero luego pareció no prestarles atención. En lugar de pronunciarse, sólo pidió recorrer los jardines del conde de Benavente, famosos por su colección de animales. Cuando hubo visto los pavos reales, Juana se alejó a la carrera hasta topar con la casa de una mujer, de oficio tahonera. Refugiada en la cocina, se resistió a salir pese a las súplicas de su esposo y a que la casa quedó rodeada por los soldados alemanes de Felipe.
Estas dos anécdotas arrojan luz sobre los trastornos mentales de Juana. Desde la perspectiva del siglo XVI, es irrelevante que definamos su dolencia como locura o como una forma severa de depresión posparto. Juana se había revelado incapaz de cualquier pensamiento estratégico. Su mente ya no podía ir más allá de las circunstancias inmediatas. Su única obsesión era sentirse libre, pero libre ¿para qué? ¿Para gobernar o para ser gobernada? Ni las murallas de La Mota ni la casa de la tahonera cerca de Benavente llevaban a ninguna parte.
La muerte
repentina de Felipe el Hermoso, el 25 de septiembre de 1506, supuso sin
duda un tremendo golpe emocional para Juana, embarazada de su sexto
hijo. No se han podido verificar las historias macabras sobre su empeño
en reabrir el féretro del esposo, mientras lo trasladaba de un pueblo a
otro de Castilla, a fin de examinar sus restos, quizá para evitar que se
extraviaran o fueran robados. Por el contrario, es importante
concentrarse en los aspectos políticos de su reacción frente a la muerte
del archiduque en Burgos. Al día siguiente, cuando el presidente del
Consejo de Castilla fue a ver a la reina, la soberana en persona le
abrió la puerta del palacio donde se alojaba, la llamada casa del
Cordón, y le dijo que volviera más tarde. Cuando los miembros del
Consejo se presentaron de nuevo tuvieron que perseguir a Juana por toda
la casa y, finalmente, despachar a través de una reja que comunicaba la
capilla con sus aposentos. Al negarse a tratar los asuntos urgentes,
independientemente de que fuera por falta de interés o por enfermedad,
Juana de Castilla había demostrado una vez más su incapacidad para el
gobierno. De este modo, Fernando el Católico se hizo con las riendas del
gobierno de Castilla, además del de Aragón. A su muerte, en 1516, tras
la breve regencia del cardenal Cisneros, el primogénito de Juana,
Carlos, sería proclamado rey sin atender a los derechos dinásticos de su
madre, que quedaría confinada en el castillo-palacio de Tordesillas
desde 1509 hasta su muerte.
Cuando llegó a Tordesillas, Juana estaba acompañada de su hija menor, la joven infanta Catalina, y no se hallaba lejos del cadáver de su marido, depositado provisionalmente en el vecino monasterio de Santa Clara. Sin embargo, su primer guardián se ponía cada vez más nervioso cuando ella se negaba a colaborar, y en 1516 el cardenal Cisneros lo destituyó por maltrato.
A mosén Luis Ferrer, que así se llamaba, le aterraba que la cautiva muriese estando a su cargo y admitió «haber usado de violencia en alguna ocasión para preservarle la vida, pues se negaba a tomar alimento». El segundo gobernador de la casa de doña Juana, Hernán Duque de Estrada, era un hombre culto que la trató con mayor compasión. Escribió al cardenal Cisneros que, si se tenía algo de paciencia, a veces la reina era capaz de períodos prolongados de lucidez, aunque confesaba que «lo que no cabe dudar es cuánto conviene razonarla con amor, porque si se quiere torcer su voluntad por fuerza, todo se desbarata».
Cuando llegó a Tordesillas, Juana estaba acompañada de su hija menor, la joven infanta Catalina, y no se hallaba lejos del cadáver de su marido, depositado provisionalmente en el vecino monasterio de Santa Clara. Sin embargo, su primer guardián se ponía cada vez más nervioso cuando ella se negaba a colaborar, y en 1516 el cardenal Cisneros lo destituyó por maltrato.
A mosén Luis Ferrer, que así se llamaba, le aterraba que la cautiva muriese estando a su cargo y admitió «haber usado de violencia en alguna ocasión para preservarle la vida, pues se negaba a tomar alimento». El segundo gobernador de la casa de doña Juana, Hernán Duque de Estrada, era un hombre culto que la trató con mayor compasión. Escribió al cardenal Cisneros que, si se tenía algo de paciencia, a veces la reina era capaz de períodos prolongados de lucidez, aunque confesaba que «lo que no cabe dudar es cuánto conviene razonarla con amor, porque si se quiere torcer su voluntad por fuerza, todo se desbarata».
El
más criticado en su función de guardián de Juana fue el marqués de
Denia, cuya familia se encargó de vigilar a la reina hasta su muerte en
el año 1555. Siguiendo órdenes de Carlos V, restringió a Juana el acceso
a cualquier información políticamente sensible. Durante cuatro años no
informaron a Juana de que su padre había fallecido. Denia apartó a la
infanta Catalina del cuidado de su madre en 1525, y dos años después se
llevó en secreto el ataúd de Felipe el Hermoso para sepultarlo en la
Capilla Real de Granada.
En contra de la idea de una conspiración masculina contra Juana, cabe destacar el profundo apego que le mostró su familia. Entre 1535 y su muerte, la historiadora Bethany Aram ha calculado que recibió al menos dieciséis visitas de sus hijos y sus nietos, algunas de las cuales duraron varios días. Todos creían sinceramente que Juana sufría una enajenación, e incluso se sospechó que estuviera endemoniada.
Hacia el final de su vida, a su familia empezó a preocuparle que el alma de la reina estuviera en peligro. No quería comer, ni se peinaba, ni tan siquiera se aseaba o vestía y se negaba obstinadamente a oír misa. Desde 1534, su hijo Carlos había intentado en vano conseguir que se confesara. En 1554, Francisco de Borja, jesuita y antiguo conde de Gandía, fue enviado a Tordesillas por el futuro Felipe II con la misión de averiguar el porqué de su negativa a ir a la iglesia. El clérigo reprochó a la reina que viviera sin asistir a los oficios ni tener imágenes sagradas en sus estancias privadas, recordándole que su nieto era ahora rey de Inglaterra y subsistía el riesgo de que los protestantes de aquel país declarasen públicamente que su fe no difería de la de ella. Juana proclamó que las mujeres de la familia de Denia obstaculizaban su vida religiosa y, tras acusarlas de ser «unas brujas empedernidas», demandó que fueran investigadas por la Inquisición.
Juana I de Castilla murió el Viernes Santo de 1555, a los 76 años, tras haber permanecido confinada casi medio siglo. Francisco de Borja atestiguó que sus últimas y balbuceantes palabras habían sido «Jesucristo crucificado, ayúdame». Juana luchó durante toda su vida para ser una buena hija, esposa y madre. Aceptó que enfermaba con frecuencia y que, cuando eso ocurría, era incapaz de gobernar sus múltiples reinos. El mayor tributo que puede rendirle la historia es reconocer sus debilidades.
En contra de la idea de una conspiración masculina contra Juana, cabe destacar el profundo apego que le mostró su familia. Entre 1535 y su muerte, la historiadora Bethany Aram ha calculado que recibió al menos dieciséis visitas de sus hijos y sus nietos, algunas de las cuales duraron varios días. Todos creían sinceramente que Juana sufría una enajenación, e incluso se sospechó que estuviera endemoniada.
Hacia el final de su vida, a su familia empezó a preocuparle que el alma de la reina estuviera en peligro. No quería comer, ni se peinaba, ni tan siquiera se aseaba o vestía y se negaba obstinadamente a oír misa. Desde 1534, su hijo Carlos había intentado en vano conseguir que se confesara. En 1554, Francisco de Borja, jesuita y antiguo conde de Gandía, fue enviado a Tordesillas por el futuro Felipe II con la misión de averiguar el porqué de su negativa a ir a la iglesia. El clérigo reprochó a la reina que viviera sin asistir a los oficios ni tener imágenes sagradas en sus estancias privadas, recordándole que su nieto era ahora rey de Inglaterra y subsistía el riesgo de que los protestantes de aquel país declarasen públicamente que su fe no difería de la de ella. Juana proclamó que las mujeres de la familia de Denia obstaculizaban su vida religiosa y, tras acusarlas de ser «unas brujas empedernidas», demandó que fueran investigadas por la Inquisición.
Juana I de Castilla murió el Viernes Santo de 1555, a los 76 años, tras haber permanecido confinada casi medio siglo. Francisco de Borja atestiguó que sus últimas y balbuceantes palabras habían sido «Jesucristo crucificado, ayúdame». Juana luchó durante toda su vida para ser una buena hija, esposa y madre. Aceptó que enfermaba con frecuencia y que, cuando eso ocurría, era incapaz de gobernar sus múltiples reinos. El mayor tributo que puede rendirle la historia es reconocer sus debilidades.
Este lujoso manuscrito de extraordinaria suntuosidad ilustrado por
Rogier van der Weyden y el Maestro de las Escenas de David del Breviario
Grimani, no solo es singular por ser uno de sus pocos encargos reales,
sino también, porque de todos los primeros manuscritos de la época, es
el más personalizado en texto e imagen.
Fue encargado, con
motivo de su boda, por Juana I de Castilla, hija de la reina Isabel de
Castilla y el rey Fernando de Aragón, madre de dos emperadores y cuatro
reinas, esposa de Felipe el Hermoso, hijo del Santo Emperador romano
Maximiliano de Austria y María de Borgoña.
El manuscrito
contiene un número de textos que habitualmente no se suelen encontrar en
libros de horas, incluyendo una serie completa de textos de catecismo
que podrían haberse considerado apropiados para una esposa joven; un
oficio de Ángel Custodio extremadamente inusual, acompañado por un
retrato de Juana, tres series elaboradas de textos e iluminaciones sobre
la Pasión de Cristo, y una oración a la Virgen poco común, acompañada
por un segundo retrato de la archiduquesa.
Encuadernación, que se reproduce fielmente en el facsímil, en terciopelo de seda natural carmesí sobre tabla con herrajes y cierres de bronce bañados en oro puro de 24 quilates.
El único libro de horas de Juana I de Castilla.
Este es el único libro de horas del que se sabe con certeza que perteneció a Juana I de Castilla, y dicha atribución se acredita triplemente de la siguiente manera: En el fol. 26 se exhiben los escudos de armas vigentes desde la celebración del matrimonio en 1496, con la corona de oro en el caso de la reina de Castilla y sobre la birreta germánica la corona del Habsburgo Felipe el Hermoso, cuyo escudo se compone de la faja de plata austríaca y los colores borgoñones, bajo el pequeño escudo en forma de corazón del centro, con el león rampante de Flandes. Las iniciales P e I, por Felipe y Juana, van entrelazadas en un lazo de amor. Dos divisas enuncian una pregunta y ofrecen una respuesta, pues por dos veces se pregunta QUI VOULDRA, esto es ¿quién querrá? - y se responde una sola vez: IE LE VEUS, ¡yo quiero!. Respecto a la fidelidad del retrato de la orante; conocemos sus rasgos a través de varios retratos de pintores flamencos de hacia 1500 y la idealizada representación en la tumba de su suegro, el emperador Maximiliano, en la Hofkirche de Innsbruck. La identidad de Juana en las Muy Ricas Horas queda documentada porque no solo la está presentando su ángel de la guarda, sino también Juan Bautista, que fue elegido desde que la bautizaron como su santo patrón. En tercer lugar, la acreditada correspondencia con el manuscrito de una de las entradas del inventario de bienes de Juana, redactado en 1545. Allí se describe como: otro libro chiquito de paramino de mano mediano de muchas ystorias e iluminaciones, la primera ystoria es de como pecaron adan y heba y fueron hechados de paraíso comiença especulum conciencia e tiene las coberturas de terciopelo carmesí...
Casi inmediatamente
tras su adquisición por la Biblioteca del British Museum en 1853, el
manuscrito fue destacado por el historiador de arte alemán Gustav
Friedrich Waagen (1794-1868). En su informe sobre los tesoros artísticos
de la Gran Bretaña lo describió memorablemente como: una de las
muestras más delicadas y elegantes de la escuela de Van Eyck. A partir
de entonces, fue repetidamente mostrado en las galerías públicas del
British Museum y posteriormente de la British Library, mencionado en los
principales estudios de los manuscritos iluminados del Sur de los
Países Bajos. Más estudios especializados se han centrado en los
aspectos de la imaginativa ilustración del volumen, incluyendo la
singular apertura del Speculum Conscientiae (fol. 15) y las copias del
icono bizantino de la Virgen Hodegetria (fol. 176v), así como de la
Virgen con el Niño (fol. 287v) de Rogier van der Weyden.Además, el Libro de Horas de Juana I de Castilla (Add. 18852) está reconocido como una parte importante del patrimonio cultural español. Después de todo, es el único devocionario manuscrito que se conserva de las colecciones de una de las princesas más apreciadas del país. El presente códice continúa siendo el único que se puede relacionar con seguridad a ella. De hecho, es palmaria la existencia de dicha relación, no sólo porque se incluyó visiblemente el escudo de armas de Juana y de su esposo Felipe el Hermoso (fol. 26), más por la clara correspondencia con el objeto de una de las entradas del inventario de bienes de Juana I de Castilla, redactado en 1545.
Dr. Scot McKendrick. Conservador General del departamento de Manuscritos Occidentales. The British Library
Thomas Kren, conservador de la J.P.Getty, conjeturó ya en 1983 que la
reina podría estar relacionada con un libro de horas, el Add. Ms. 35313
de la British Library de Londres. Por entonces aún estaba indeciso sobre
si no debería vincularlo con Juan de Austria; sin embargo la miniatura
de las Vísperas de difuntos indica que, probablemente, el destinatario
era una mujer. La inusual miniatura es una copia a gran tamaño del
Libro de horas de María de Borgoña, que se conserva en Berlín. Como el
códice de María de Borgoña pasó a su hija Margarita de Austria, Kren
conjeturó en el catálogo de la exposición de 2003 que la duquesa podría
haber encargado el nuevo manuscrito para ella misma ó quizás para
Juana I de Castilla. Fundamentándose en una sospecha tan vaga, la
edición facsimilar del Add. Ms. 35313, publicada dos años más tarde, se
aventuró sin más a presentar el volumen como el Libro de Horas de Juana I
de Castilla, sin explicar siquiera su procedencia. Sin embargo cuando
necesitó reproducir una imagen de la reina hubo de recurrir a una
miniatura de nuestras Muy Ricas Horas de Juana I de Castilla, Add. Ms.
18852, la del fol. 288. (Ver C. Miranda García-Tejedor 2005, p.25).
E. König. Prof. Experto en manuscritos iluminados, Freie universität Berlin.
· Edición única y limitada a 500 ejemplares numerados y autentificados
notarialmente, todos y cada uno de ellos correspondientes a la Serie
Oro. Patrimonio es la única empresa del mundo que emplea auténticas
piedras preciosas y oro de ley, acreditándolo notarialmente mediante
análisis en laboratorio gemológico.
· Volumen de estudios a cargo
del prestigioso Prof. Eberhard König. Introducción a cargo del Dr. Scot
McKendrick, conservador general del departamento de manuscritos
occidentales de la British Library.
ROMANCE DE LA REINA JUANA...
La reina Juana está hilando
apostada al ventanal.
Enfermó de mal de amores,
¡quién la pudiera sanar!
Cuando a tantos se persigue
ya no es de cuerdos amar.
Tomo el copo, lanza el huso
y otra vez vuelve a empezar.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Llegaron hombres de fuera
hablando un extraño hablar.
Si las encinas les niegan,
rasarán el encinar.
En Castilla ya no mandan
los que debieran mandar.
Vuelan grajos, vuelan tordos,
las palomas volarán.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Las campanas a rebato
llamando a la vencida.
Las siembras en la meseta
comienzan por buen segar.
Y a través de los pinares
se llega hasta el encinar.
Surgen horcas, surgen hoces,
las guadañas surgirán.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Acuden de todas partes
formando comunidad.
Populares comuneros
el pueblo en su dignidad,
ataja por los rastrojos
si hay afrentas que vengar.
El pueblo luchando sigue,
la reina en cautividad.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Castilla ya no es Castilla,
ya solo es tierra de pan.
La tierra ya no es la tierra
que tan sólo es propiedad
y su pan los castellanos
con sudor lo han de amasar
¡Ay, del pueblo, si quisiera
darse nuevo capitán!
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
apostada al ventanal.
Enfermó de mal de amores,
¡quién la pudiera sanar!
Cuando a tantos se persigue
ya no es de cuerdos amar.
Tomo el copo, lanza el huso
y otra vez vuelve a empezar.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Llegaron hombres de fuera
hablando un extraño hablar.
Si las encinas les niegan,
rasarán el encinar.
En Castilla ya no mandan
los que debieran mandar.
Vuelan grajos, vuelan tordos,
las palomas volarán.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Las campanas a rebato
llamando a la vencida.
Las siembras en la meseta
comienzan por buen segar.
Y a través de los pinares
se llega hasta el encinar.
Surgen horcas, surgen hoces,
las guadañas surgirán.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Acuden de todas partes
formando comunidad.
Populares comuneros
el pueblo en su dignidad,
ataja por los rastrojos
si hay afrentas que vengar.
El pueblo luchando sigue,
la reina en cautividad.
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
Castilla ya no es Castilla,
ya solo es tierra de pan.
La tierra ya no es la tierra
que tan sólo es propiedad
y su pan los castellanos
con sudor lo han de amasar
¡Ay, del pueblo, si quisiera
darse nuevo capitán!
Doña Juana está muy triste
¡Sabe Dios por qué será!
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