domingo, 21 de julio de 2019

LAS GUERRAS ICONOCLASTAS...LA ICONOCLASIA E ICONODULIA


Conflicto civil acontecido durante los siglos VIII y IX en el Imperio Romano de Oriente. El motivo central de la disputa se centró en la existencia de dos interpretaciones del cristianismo: los iconódulos, partidarios de la adoración de imágenes, y los iconoclastas; estos últimos, posiblemente influidos por la prohibición islámica acerca de la veneración de figuras que representasen a la divinidad, se enzarzaron en un agrio combate contra los que, según opinión, cometían idolatría al rezar ante efigies de Cristo, ya que no reconocían otro elemento digno de veneración que la cruz. Al igual que en el resto de los movimientos heterodoxos de la Edad Media, el barniz espiritual del conflicto no quita para que también existieran hondas complicaciones sociales y políticas entre los diferentes grupos de población y de poder del imperio bizantino; a este respecto, hay que señalar la importancia de la guerra civil provocada por la irrupción de la iconoclastia, puesto que la debilidad interna de la organización imperial provocó, a lo largo de los más de ciento cincuenta años de conflicto, una serie de intentos, tanto del Islam como del Imperio búlgaro, por recortar la autoridad bizantina en Oriente y en los Balcanes. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que la querella iconoclasta provocó el cisma entre las iglesias de Oriente y Occidente, además de ser causa, aunque indirecta, de la consolidación del gran rey franco Carlomagno como el principal poder político de Occidente.
El imperio bizantino estaba regido por la dinastía heráclida desde los tiempos del esplendor de Justiniano I, en el siglo VI. Sin embargo, apenas doscientos años más tarde, la maquinaria gubernamental del brillante legislador oriental comenzaba a dar muestras tanto de decadencia interna como de incapacidad fiscal, administrativa y militar para hacer frente al entonces emergente poder del Mediterráneo: el Islam. Así pues, tras un largo y constante asedio del califa musulmán Sulayman contra territorio imperial, un antiguo sirviente de Justiniano II y Anastasio II, León de Germanicia, hizo valer su condición de strategos (gobernador civil y militar) de Anatolia para, apoyándose en las tropas anatolias, armenias e isáuricas, sublevarse contra el legítimo emperador, Teodosio III. La debilidad del último emperador heráclido hizo entrar alstrategos sin ningún problema en Constantinopla, donde fue coronado emperador en marzo del año 717 con el nombre de León III. Dejando de lado las brillantes acciones militares que se llevaron a cabo bajo su mando contra la presión fronteriza islámica, el nuevo emperador, elevado a tal dignidad gracias al apoyo de parte del ejército bizantino, quiso controlar a la poderosa jerarquía eclesiástica imperial, para lo cual utilizó el problema de las imágenes; pese a esta visión un tanto política de la cuestión, tampoco se debe descartar que sus propias convicciones religiosas (era sirio, por lo que pudo haber entrado fácilmente en contacto con las ideas islámicas) desempeñaran un papel importante en su militancia iconoclasta.
La cuestión de la devoción por las imágenes comenzaba a ser un grave problema cristológico entre los sacerdotes cristianos. Según las investigaciones del historiador Franz Georg Maier: "a las imágenes se les atribuían poderes milagrosos y poco a poco fueron sustituyendo a las reliquias como principales objetos de devoción en las iglesias" (Maier, Bizancio). Hay que recordar que las imágenes habían estado prohibidas en la época primitiva del cristianismo, así como la expresa prohibición que figura en las páginas del Antiguo Testamento; pese a ello, fueron aceptadas como parte del culto cristiano en el Concilio del año 692. Las otras dos religiones del Libro, judaísmo e islamismo, también proclamaban acusaciones de idolatría contra aquellos que orasen ante imágenes religiosas, lo que, unido al dogma de fe de la imposibilidad de representar la esencia divina de Dios, dejaba a los teólogos cristianos de Oriente en una delicada situación a la hora de debatir con representantes de otros credos. Las primeras voces discordantes comenzaron a escucharse hacia el año 732, cuando Constantino de Nacolia y Tomás de Claudiópolis se enfrentaron agriamente con el patriarca de Constantinopla, Germán, personaje clave en la querella iconoclasta por su fervorosa defensa de las imágenes. La chispa definitiva se encendió en el año 726, cuando el emperador León III mandó retirar una representación pictórica de Jesucristo que presidía su palacio; la gran masa de población constantinopolitana se agrupó ante los soldados citados a tal efecto y se produjeron gravísimos incidentes, con un número indeterminado de fallecidos. Roto el equilibrio político y social, se inauguraba una época de terribles enfrentamientos civiles.
Las diferentes reacciones ante las noticias de Constantinopla no tardaron en llegar. El papa de Roma, Gregorio II suspendió las relaciones con el emperador de Oriente (especialmente el envío de impuestos), acusándole de interferir arbitrariamente en cuestiones de fe; al mismo tiempo, los cristianos orientales de Grecia, los helladikoi, enviaron un ejército al mando de Cosmas para "liberar al Imperio de la impiedad de León III" (Maier, Bizancio). Al parecer, en los primeros tiempos de enfrentamiento entre iconoclastas e iconódulos la formación de partidarios de uno y otro bando estaba más o menos definida: toda Grecia y los cristianos occidentales estaban a favor de las imágenes, además de todas las instituciones monacales de Oriente (sus riquezas y su prestigio alimentaban las ansias imperiales por hacerse con ellas) y el patriarca Germán de Constantinopla; por el lado opuesto, el ejército, la nueva dinastía Isauria y los pobladores orientales del Imperio, precisamente aquellos que estaban más en contacto con las religiones islámica y hebrea, eran contrarios a lo que creían una muestra de paganismo e idolatría. Es muy posible también que en la formación de los dos "partidos" influyeran cuestiones de índole política, puesto que siempre fueron los habitantes y militares de las themas (organización territorial bizantina de defensa) los más predispuestos a la iconoclastia al ser su situación era más desfavorable contra la presión militar de los enemigos del Imperio.
Ante la tenaz resistencia de los focos iconódulos bizantinos, el emperador León III intentó conseguir la aprobación conciliar de la destrucción de las imágenes. En el año 730, el patriarca Germán recibió la orden de aprobar el edicto imperial Honomakoncontra la adoración de representaciones divinas. Al negarse a hacerlo, el consejo supremo del Imperio, el Silention, condenó a Germán, lo desposeyó de su dignidad y nombró nuevo patriarca en la persona de su antiguo ayudante, Anastasio. Mientras otro motín popular se levantaba contra los soldados imperiales en la capital del Imperio, el papa Gregorio II reaccionó con rapidez: ante la solicitud de ayuda lanzada por el resto de los patriarcas orientales, el pontífice romano lanzó anatema contra la iconoclastia, excomulgó a Anastasio y declaró cismática a la línea religiosa propuesta por León III. La respuesta del emperador fue la de hacer prisioneros a los legados papales en Constantinopla y enviar un poderoso ejército a la península italiana, con el objetivo de secuestrar las rentas de Roma y pasarlas al tesoro real; asimismo, las provincias bizantinas orientales (Italia, Sicilia e Iliria) fueron retiradas de la jurisdicción de Gregorio II y puestas en manos del patriarca de Constantinopla. La política religiosa de los Isaurios siempre fue la de sojuzgar a la Iglesia y utilizar sus recursos para invertir en la necesidad más grande del Imperio: los ataques islámicos en Oriente y los ataques balcánicos en Occidente. Tanto León III como su hijo y sucesor, Constantino V, obtuvieron grandes victorias contra los califas abbasíes de Bagdad en la defensa del imperio. El prestigio obtenido por las victorias hizo a Constantino V llegar, en el año 754, a la celebración de un concilio ecuménico que proclamó la iconoclastia como dogma del cristianismo oriental. Como opina Maier:
 "el hecho de que el Emperador controlara la elección de los patriarcas y presidiera los Concilios facilitó evidentemente el cambio". (Maier, Bizancio).
 Tres años antes, la capital bizantina de Italia, Rávena, había caído en manos del rey lombardo Astolfo ante la pasividad de los habitantes, que no querían defender a un emperador impío. La ruptura de relaciones entre las antaño capitales imperiales, Roma y Constantinopla, trajo consigo el que Esteban II solicitase la ayuda del rey de los francos, Pipino el Breve, en el mismo año de la declaración iconoclasta (754).
Durante el gobierno del emperador Constantino V (741-775) se celebró, en el palacio de Hieria, un concilio "ecuménico" en el que se aprobó el famoso Horos, en el que se ordenaba la destrucción de las imágenes en los edificios bizantinos, y se anatematizó a los principales doctores iconódulos (Germán de Constantinopla y Juan Damasceno, principalmente). La persecución a los partidarios de las imágenes fue grande y sangrienta, pero su resistencia fue tenaz y en constante aumento. El papa Esteban IIIcondenó la iconoclastia en un sínodo celebrado a la par y separó sus intereses definitivamente de Constantinopla. Como opina Maier: "el primer movimiento iconoclasta condujo de manera inevitable a la constitución de una Iglesia occidental independiente y a la aparición del Sacro Imperio Romano, que de manera tan decisiva influirían en la consolidación de la Europa medieval". (Maier, Bizancio).
Tras la muerte de Constantino V, sus hijos León IV  y Constantino VI opusieron la cruz y la cara del conflicto que enfrentaba a los habitantes del Imperio. El primero de ellos, pese a su militancia iconoclasta, cesó las persecuciones sangrientas pero fortaleció el control imperial de la iglesia acaparando todas las potestades en el nombramiento de cargos religiosos, incluso los monacales. Sin embargo, su repentina muerte apenas cinco años de iniciado su gobierno deparó, además de los citados problemas, la querella por la sucesión. Finalmente, Constantino VI, que contaba a la sazón diez años de edad, fue elevado al trono gracias a la labor de su madre, la futura emperatriz Irene. Ambos eran iconódulos declarados, por lo que, con la ayuda de la burocracia palaciega y el apoyo del papa Adriano I, se celebró el séptimo Concilio Ecuménico en Nicea , en el que se volvió a instaurar el culto a las imágenes. Detrás del asunto espiritual estaba el puro interés político, ya que la regente Irene estaba siendo acosada por los partidarios de la dinastía Isauria (encabezados por Nicéforo, hermano de Constantino V y tío del emperador). Irene actuó con rapidez y, después de hacerse con el control y el apoyo de la Iglesia, aprovechó una derrota de su hijo contra los musulmanes y la consiguiente pérdida de apoyo popular de éste para destituirlo como emperador, cegarle los ojos y encerrarlo en un remoto palacio.
Los años del gobierno de Irene,fueron especialmente decisivos para el problema religioso. Además de contar con sus innegables dotes de mando y el apoyo de los dos militares más prestigiosos del Imperio, Estauracio y Aecio, la situación de los iconoclastas había sufrido un vuelco total. En el período transicional entre ambos siglos, la política de donaciones imperiales para la construcción y fomento de edificios iconódulos había esquilmado a la población de Constantinopla mediante constantes impuestos; debido a ello, los comerciantes constantinopolitanos habían pasado a engrosar las filas del "partido" iconoclasta, formando una oposición constante. Además, la situación en el exterior también le era desfavorable, puesto que a pesar de la pacificación de los Balcanes, el avance del Islam continuaba siendo imparable en las provincias orientales. Por último, las relaciones con el papado no habían sido resueltas por el concilio de Nicea, ya que un sínodo pontificio celebrado en el año 794 había condenado las propuestas de Nicea pese a contemplar una vuelta a la ortodoxia, además de que la coronación de Carlomagno como emperador de Occidente (800) se hiciese tras poner la  excusa de que el trono imperial estaba ocupado por una mujer. Aunque ello sólo significaba que Roma ya no necesitaba al imperio de Oriente para mantener su actividad, lo cierto fue que la oposición acabó por dar un golpe de estado apoyada en una nueva revuelta iconoclasta, cuyo resultado fue la coronación imperial del hermano de Constantino V: Nicéforo I. Atrás quedaba la política de construcción iconódula de Irene, que legó al mundo uno de sus más bellos templos: la basílica de Santa Sofía en Constantinopla.
La muerte de Nicéforo en una campaña contra los búlgaros  llevó al trono a Miguel I, un iconódulo convencido que trató de sofocar cualquier levantamiento y que hizo cuantiosas donaciones para reparar los desagravios anteriores. Sin embargo, las convulsiones iconoclastas iban a regresar tras la muerte de Miguel en el campo de batalla contra los búlgaros . El funesto suceso fue aprovechado para un armenio,strategos de Anatolia, para coronarse emperador con ayuda de sus soldados: León V. Los primeros años de su reinado estuvieron presididos por las intervenciones militares: el khan búlgaro Krum asedió Constantinopla en el 814, pero León el Armenio logró derrotar a las tropas balcánicas y firmar una paz estable. Mientras tanto, las disidencias internas entre los musulmanes facilitaron su política interior, continuando con las reformas de su antecesor. Con respecto al problema religioso, León el Armenio volvió a establecer las prácticas iconoclastas, como prueba de continuidad dinástica. Ayudado por los consejos de Juan Gramático y el obispo Antonio Casimatas, celebró un sínodo en el año 815 mediante el cual se restituía el Horos del año 754. El siguiente paso fue el de destruir todas las imágenes divinas de la basílica de Santa Sofía, entre disturbios callejeros causados por los enfrentamientos entre diferentes partidarios de uno y otro bando. La inexistencia de unión en el "partido" iconódulo fue la causa del  dominio de la Iglesia por parte del emperador. Sin embargo, una conjura urdida por los funcionarios de palacio acabó por asesinar a León el Armenio mientras Oficiaba la  Misa . Se eligió como emperador, pese a la traición y el sacrilegio cometido, a la mano causante de tales hechos: Miguel II.Las reformas militares y fiscales ocuparon más el gobierno de Nicéforo I que las cuestiones religiosas, pues la extrema situación a la que la política de donaciones iconódulas de sus antecesores había llevado al fisco imperial amenazaba con convertirse en una losa infranqueable en la defensa de Bizancio. El emperador se preocupó más de tener en la jerarquía eclesiástica hombres de su confianza que de las verdaderas creencias de éstos. El retroceso del "partido" iconódulo se debió más bien a las disidencias internas entre sus miembros que a la persecución imperial, pese a que algunas medidas tomadas contra los monjes, por ejemplo, fueron utilizadas en los documentos como auténticas persecuciones religiosas en lugar de medidas políticas, que es lo que fueron realmente.

La turbia situación que vivía Bizancio auspició el levantamiento de uno de los más reputados militares imperiales: Tomás el Eslavostrategos de Anatolia. Tras requisar los impuestos de su Thema y recibir el apoyo de las ciudades (entre ellas Cibirra, donde se encontraba la flota del imperio), se dirigió a Constantinopla con un gran número de tropas formadas por todas las minorías oprimidas por el gobierno (armenios, eslavos, asirios y caldeos), además de contar con el apoyo tácito de los iconódulos. Tras dos años de agrias disputas en los que Tomás llegó, incluso, a aliarse con el califa al-Mamoun, finalmente fueron reducidas las fuerzas rebeldes en el año 823.
Aunque finiquitado casi antes de nacer, el intento de golpe de estado efectuado por Tomás el Eslavo había sido lo suficientemente fuerte para que el sucesor de Miguel II, Teófilo I, tomase plena conciencia de las diferentes implicaciones que podría tomar una hipotética reorganización del "partido" iconódulo. Debido a ello, desde el mismo momento de su coronación (829) comenzó a dictar medidas contra la iconodulia, incluida la legalización de la tortura como medio de lograr la definitiva imposición de los postulados iconoclastas. Aunque es muy posible que las fuentes (todas favorables al culto de las imágenes) exageren la crueldad de los métodos, no se puede negar que el destierro, la prisión y los procesos más procaces fuesen aplicados con frecuencia a los iconódulos, especialmente a los miembros de comunidades monacales. A pesar de ello, el ideal monástico encontró un hueco en el organigrama imperial a raíz de la propagación de una corriente heterodoxa mucho más peligrosa que la iconodulia: el paulicianismo. Las predicaciones de los monjes en los más insospechados lugares servirían para erradicar el movimiento herético, lo que, unido a la amplia y exitosa cantidad de reformas efectuadas por Teófilo, uno de los grandes emperadores bizantinos, sirvió para que tras su muerte, ocurrida en el año 842, el regreso al culto de las imágenes fuese establecida por el patriarca Metodio, durante un sínodo efectuado en el año 843, ya en época de Miguel III. El absoluto control de la Iglesia y del ejército por parte del emperador, y el clima de bonanza económica que respiraba Bizancio, hicieron posible que la querella iconoclasta terminara de soliviantar los ánimos orientales. Además, el cansancio, las muertes, los destierros y los innumerables conflictos acontecidos durante más de un siglo minaron cualquier tipo de protesta, acabando así con el que los historiadores llaman, algo injustamente, el siglo perdido de Bizancio.

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