lunes, 17 de febrero de 2020

EL VALLE SAGRADO DE LOS INCAS...EL CORAZON DE LOS ANDES




En el siglo XV, dos soberanos incas, Pachacuti Yupanqui y Tupac Yupanqui, crearon un inmenso imperio en Sudamérica, que iba desde el sur de la actual Colombia hasta el centro de Chile y ocupaba gran parte de los territorios andinos de Perú, Bolivia y el norte de Argentina. El imperio de las Cuatro Regiones del Sol, o Tahuantinsuyo, se extendía a lo largo de más de 4.000 kilómetros de norte a sur y estaba articulado por una impresionante red viaria, de 40.000 kilómetros de extensión total. El centro neurálgico de aquel poderoso Estado se situaba en el corazón de la sierra peruana: en una amplia zona a más de 3.000 metros de altitud en la que se alzaba la ciudad de Cuzco, capital del Imperio y corte de los Incas. Esta área estaba atravesada por el denominado Valle Sagrado, un territorio que se extiende a lo largo del río Vilcanota-Urubamba, de extraordinaria riqueza agrícola y jalonado por una serie de espléndidas fortalezas incaicas.
El Vilcanota era un río sagrado para los incas, quienes veían en este curso de agua la contraparte terrestre de la Vía Láctea. El río nace en los glaciares de la cordillera de Vilcanota y cambia su nombre al de Urubamba en su descenso hacia la espesura de las selvas amazónicas en la región andina. En su trayecto une dos de las montañas más sagradas para aquella civilización precolombina: el monte Ausangate y el pico Salcantay. Sus aguas se nutren de la nieve procedente del deshielo del pico Verónica o Wacay Wilca, una montaña femenina considerada «esposa» del Salcantay. Justamente en el extremo de un filo que desciende del Salcantay, sobre un promontorio rodeado por las aguas del río Urubamba, los incas construyeron la extraordinaria ciudadela ceremonial de Machu Picchu, estancia real de los primeros emperadores y centro sagrado para el culto a las montañas circundantes.


El valle del río Urubamba ha sido desde épocas muy antiguas un área privilegiada para el cultivo del maíz, en razón de su moderada altitud y de que se encuentra protegido de los fuertes vientos del altiplano. Ya en tiempos de los incas constituía, además, un importante corredor hacia las selvas nubosas o yungas donde se cultivaba la hoja de coca, de enorme importancia ritual en el mundo andino. En efecto, el cultivo de la coca era una de las actividades productivas de mayor importancia en los alrededores de Machu Picchu, tal como lo acreditan las fuentes históricas y etnológicas.
El nombre de Valle Sagrado se aplica al tramo del valle del río Urubamba que comprende los poblados de Pisac, Calca, Yucay, Urubamba y Ollantaytambo. Aquí, el río discurre entre canchones de cultivo y laderas con empinadas andenerías (las terrazas de cultivo de la zona). Los promontorios rocosos más abruptos están coronados con imponentes ruinas de ciudadelas fortificadas. Hacia lo alto se yerguen los montes Pitusiray, Sahuasiray, Verónica y Chicón, con sus cimas de nieves perpetuas. 
Al igual que Machu Picchu, los más importantes complejos ceremoniales en el corazón del Valle Sagrado fueron construidos a mediados del siglo XV, durante el reinado del primer gobernante histórico inca, Pachacuti Yupanqui (1438-1471). Las ruinas de Pisac y Ollantaytambo brindan testimonio de la habilidad de los incas para combinar las formas del paisaje natural con la arquitectura ceremonial en piedra y los conjuntos de terrazas de cultivos adyacentes. Dichas ciudadelas constituían lugares aptos para la iniciación de los expertos en rituales, en virtud de la proximidad y las vistas de los picos montañosos que las rodean.
Estas  "ciudadelas-fortalezas", que combinan rasgos ceremoniales y defensivos, suelen aparecer emplazadas en las estribaciones orientales de los Andes. Su función consistía en vigilar las fronteras y prevenir ataques sorpresivos por parte de los antis u otros pueblos nómadas que habitaban las forestas. Asimismo, por su monumentalidad arquitectónica y sus cualidades escenográficas, cabe pensar que estos complejos fueron diseñados para causar admiración reverencial en las etnias andinas vecinas, en particular los chancas, tradicionales rivales de los quechuas de Cuzco. 





La más extensa de las fortalezas del Valle Sagrado y de toda la civilización inca es la de Pisac. Enclavada en un abrupto promontorio rocoso, los caminos que conducen a ella desafían precipicios y atraviesan túneles excavados en la roca. El corazón del asentamiento comprende un templo dedicado al Sol o intihuatana, que incluye algunos de los más exquisitos ejemplos de arquitectura incaica en piedra canteada. El sector denominado Kalla Q’asa cuenta asimismo con una cadena de baños rituales.
Las alturas de Pisac dominan visualmente los acantilados rocosos al otro lado de la garganta de Quitamayo, cuyas cuevas fueron
utilizadas con fines funerarios. En tiempos de los incas era frecuente que los cuerpos de los difuntos fuesen colocados en cuevas o machays, a las que se denominaba mallquihuasis o «casas de los ancestros momificados». Lamentablemente, la mayor parte de los enterramientos en la necrópolis de Pisac fueron saqueados por buscadores de tesoros antes de que los arqueólogos los pudieran estudiar. Desde un punto de vista militar, este enclave fortificado situado a los pies de los Andes orientales controlaba el acceso hacia Paucartambo y hacia las frondosas yungas de la Amazonia peruana. Sin embargo, pese a su estratégica localización, no se conocen evidencias que atribuyan a Pisac un papel destacado durante la resistencia inca a la ocupación española.
Un imponente conjunto de andenerías de cultivo desciende por las empinadas faldas de la montaña, en dirección al poblado colonial de Pisac, hoy día famoso por su  pintoresco mercado dominical. Al fondo se yergue la figura del Pachatusan, una montaña sagrada a la que los incas reverenciaban como «sostén del mundo».



Además de las ciudadelas que funcionaban como centros ceremoniales, enclaves fortificados y estancias reales, el Incanato sostenía un sistema de chasquihuasis. Estas pequeñas instalaciones situadas junto a los caminos proveían de alojamiento a los mensajeros o chasquis, quienes cumplían velozmente su labor mediante un eficaz sistema de postas. También existían corpahuasis o casas de peregrinos y acllahuasis, destinados a la reclusión de las mujeres elegidas, a las que los conquistadores españoles denominaron «vírgenes del sol».
Uno de los mejores ejemplos de planificación urbana incaica que subsiste hasta nuestros días es el poblado de Ollantaytambo.
Atravesado por acequias, conserva casi intactas las canchas –corrales para animales,  normalmente llamas– en torno a las cuales se disponen las viviendas, construidas en adobe y techadas en paja.
La ciudadela homónima cuenta con un templo en la cima de la colina, que fue construido con piedras megalíticas transportadas desde una cantera situada al otro extremo del valle. Si bien la construcción del templo quedó finalmente inconclusa, se advierte que el trabajo en piedra es de muy elevada calidad y se cree que los incas habrían empleado para esta tarea a maestros lapidarios procedentes de la región del lago Titicaca. Desde este promontorio, sacralizado con su templo megalítico, descienden empinadas terrazas para el cultivo del maíz, el cual era almacenado en un granero o colca situado a gran altura sobre las abruptas laderas del monte Pinkuylluna, frente a la fortaleza.
Las leyendas atribuyen el topónimo de esta ciudadela a Ollanta, un general de las milicias de Pachacuti, que se habría enamorado de la hija predilecta del emperador. Lo cierto es que durante la conquista europea, Ollantaytambo fue la única fortaleza desde la cual los incas lograron resistir con éxito el embate de la caballería española, comandada por el hermano menor de Francisco Pizarro, Gonzalo.


Durante las cuatro décadas que siguieron a la invasión española, la historia del valle del Urubamba quedó inextricablemente unida a la resistencia ejercida por los Incas rebeldes. En 1536, tras alzarse contra los españoles en Cuzco, Manco Inca instaló sus cuarteles en el poblado de Calca. Sus sucesores, Sayri Tupac, Titu Cusi y Tupac Amaru, lograron mantener viva la resistencia desde la planicie de Vilcabamba, oculta en los contrafuertes andino-amazónicos. Finalmente, a raíz de las negociaciones mantenidas con los conquistadores, el Inca Sayri Tupac emergió de la foresta para visitar Cuzco antes de instalarse en el poblado de Yucay, donde murió en circunstancias sospechosas, al parecer por envenenamiento. Las ruinas de su pequeño palacio constituyen uno de los raros ejemplos de arquitectura incaica posterior a la conquista existentes en el valle.
Actualmente, son numerosos los arqueólogos peruanos y los equipos internacionales de investigadores que estudian los complejos arquitectónicos incaicos junto al río Urubamba. Aventureros, caminantes, amantes del turismo místico y viajeros ilustrados engrosan las filas de visitantes que llegan al valle. Muchos quizá no detengan su apresurado peregrinar hacia el Camino del Inca y Machu Picchu. Sin embargo, en el Valle Sagrado aún es posible caminar con tranquilidad, descubriendo parajes de inusitada belleza natural, mientras se admira el legado de los incas, custodiado en esta majestuosa región de los Andes orientales. 


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