lunes, 7 de septiembre de 2015

EL BIG BEN...CONSTRUCION E HISTORIA




El edificio que hoy alberga al Parlamento británico, en el centro del Londres oficial, cuya majestuosa silueta es consustancial ya con la ciudad, es uno de los edificios más famosos de Inglaterra. A los ojos y en el recuerdo de todos simboliza una democracia centenaria y vital.

En su construcción y decoración intervinieron los países que forman la Commonwealth, y enviaron presentes hasta los países situados en las antípodas de las Islas Británicas, como Australia y Nueva Zelanda. Su fachada, a lo largo del Támesis, es como una plasmación de la propia Inglaterra.
El Big Ben Historia de su Construccion Medidas Reloj en Londres
Vista del Parlamento Inglés

En las horas más sombrías de la historia del país, el sonido de su histórico reloj, difundido por los micrófonos de la BBC (hasta que se sospechó que podría ayudar al vuelo de los bombarderos alemanes en ruta hacia Londres), anunciaba a toda Europa que la democracia no estaba muerta. Sin embargo, el conjunto actual de tan representativo edificio no es muy antiguo: poco más de cien años, ya que fue construido entre 1840 y 1867.

Pero el lugar donde se levanta es un compendio de la historia inglesa. Hace mil años era una pequeña isla en la que había un convento benedictino, conocida todavía por la población con su antiguo nombre de isla de las Espinas. Esta isla fue elegida por un rey, para quien la religión era más importante que la política, como sede de su iglesia preferida, convirtiéndose así, casualmente, aquel lugar en capital de Inglaterra.

Esta elección fue confirmada luego por los reyes normandos que conquistaron el país, lo que determinó salvar la libertad comunal de Londres, entonces muy bien diferenciada administrativa y topográficamente del centro rector situado en la citada isla (cuyo nuevo nombre de Westminster, que significa monasterio occidental, iba desplazando al viejo).

En el punto exacto en el que ahora la sede del Parlamento levanta sus pináculos y sus torres, residieron entonces, desde el año 1050 hasta la época de los Tudor (en el siglo XVI), todos los reyes de Inglaterra, y en dicho lugar se levanta todavía el último vestigio del palacio que ocuparon: la Westminster Hall, que fue la gran sala de representación de la residencia real, construida por el rey Guillermo II el Rojo a fines del siglo XI, y mandada reconstruir por Ricardo II (1394-1399), tres siglos más tarde, bajo la dirección del célebre arquitecto Henry Yevele.

De más de 72 metros de longitud por 20 de anchura y con una altura de unos 28, recibe la luz a través de dos inmensos ventanales en forma de ajimez múltiples (es decir, ventanas divididas en varias partes por columnitas) en los lados más cortos y por una serie de ventanas en ajimez sencillo en los más largos; su elemento más valioso es el magnífico techo artesonado en madera de encina, que es uno de los más antiguos y al mismo tiempo de los más grandes del mundo. El resto del antiguo palacio real (o casi todo) fue destruido por un incendio en 1834.
Pero, en un principio, los comunes no se reunían en la Westminster Hall (únicamente lo hacían cuando, apoyados como convenía a su rango, en una “barra”, el histórico bar, asistían a las audiencias reales), sino en la cercana abadía de Westminster, cuya sala capitular se convirtió, más o menos a partir del reinado de Eduardo III, en el siglo XIV, en su lugar habitual de reunión. En 1547 el palacio fue abandonado como residencia real, siendo ofrecido generosamente al Parlamento por Eduardo VI , o mejor por sus tutores, ya que el joven rey sólo tenía entonces diez años de edad.




En consecuencia, poco después, comunes y lores ocuparon todo el palacio, y así lo hicieron hasta el mencionado incendio de 1834. Fue entonces cuando se hizo necesaria una nueva sede, un “palacio de la democracia” que sustituyese con dignidad al “palacio del derecho divino”. Respecto al lugar en el que tenía que construirse no existían dudas: la nueva sede se debía levantar exactamente en el mismo sitio que la vieja. Demasiadas tradiciones y demasiados recuerdos estaban unidos al lugar para abandonarlo.
Respecto al estilo hubo cierto desacuerdo durante cierto tiempo, las corrientes más “modernas” se orientaron hacia el retorno del estilo gótico. Y éste fue precisamente el estilo que Charles Barry, el vencedor del concurso, eligió para el edificio, animado por el gran propugnador de la tendencia neogótica, Augustus Northmore Pugin (que se asociaría a Barry en la realización de todo el conjunto, proyectando los interiores y los detalles ornamentales), pero también por válidas motivaciones racionales, o por lo menos así lo parecen ahora.
El gótico era el estilo típico de la arquitectura inglesa, que en la isla duró más tiempo que en ninguna otra parte del continente; por lo tanto parecía el más adecuado para la sede de la más inglesa de las instituciones. Asimismo armonizaría mucho mejor con el gusto “romántico” entonces imperante y que tendía más a las sombrías formas de la Edad Media que a las luminosas del arte clásico. Y, por último, también encajaría mejor con la parte superviviente del palacio, la Westminster Hall, y con la vecina y homónima abadía gótica.



El edificio es inmenso; ocupa más de tres hectáreas (32.375 metros cuadrados exactamente) a orillas del Támesis, con una planta que no es del todo regular a causa de la presencia de la Westminster Hall, que obligó a reducir un poco el ala destinada a la Cámara de los Comunes, dos altas torres en los extremos y una elevada cúspide en el centro. Una larga terraza está orientada hacia el río.
Cada una de las ramas del Parlamento (lores y comunes) ocupa una mitad del conjunto, a la izquierda y derecha respectivamente del gran eje central de entrada y que culmina en el amplio vestíbulo central coronado por la aguja. Las torres confieren la mayor asimetría al conjunto; a la izquierda, como mirando el Parlamento desde el río, se levanta, a una altura de 102 metros y medio (altura más que respetable para una torre de manipostería) la Victoria Tower, cuya única función, por lo que parece, es la de indicar la entrada al edificio para las grandes solemnidades (es la llamada Royal Entrame, o sea la Entrada Real) y sostener el mástil con la gran bandera británica que ondea sobre la construcción.




Aunque imponente, la torre de la reina Victoria es mucho menos famosa que su hermana del lado derecho: un característico torreón con una gran cúspide perfilada que lleva el nombre oficial de Clock Tower (“Torre del Reloj”), pero que todo el mundo conoce con el familiar y célebre apodo de Big Ben.
Este nombre le fue aplicado en honor de sir Benjamín Hall, quien instaló en la citada torre la enorme campana, de más de 13 toneladas de peso, que desde hace decenios y con precisión digna del mejor ‘cronómetro suizo (el fallo medio del reloj instalado en el edificio es de dos décimas de segundo cada 118 días, según dicen las guías y los entendidos) toca las horas con una melodía que muy bien puede considerarse como la voz de Inglaterra. La verdad es que el nombre de Big Ben debería referirse tan sólo a la campana, o todo lo más al reloj, pero ha acabado por designar a toda la torre, de la misma manera, que la torre ha acabado por convertirse en el símbolo de Londres.
Las guías de la ciudad enumeran, complacidas, su altura (97 metros y 50 centímetros), el número de escalones del interior (374 desde el suelo al gran reloj), las cifras relativas a su gigantesco cronómetro: un cuadrante con un diámetro de 7 metros,’ cifras de 60 centímetros de longitud, minutero de 4 metros y 25 centímetros y saeta de las horas de 2 metros y 75 centímetros (pero pesa más que la otra).
Para aquellos a quienes pueda interesar, precisar también que el espacio comprendido entre dos minutos sucesivos mide 930 centímetros cuadrados. En el interior, una sucesión de recuerdos, de detalles, de sugerencias del pasado, nutren una larga tradición. Los soberanos ingleses, salvo excepcionales ocasiones, sólo acuden al Parlamento una vez al año, para la apertura oficial de las Cámaras; pero la disposición y nomenclatura de las estancias de entrada al edificio hacen amplia referencia a este acontecimiento: así, después de cruzar la ya citada “entrada real” se sube por la “escalinata real”; luego se cruza el llamado “pórtico normando” (que no es normando, pues fue diseñado por Pugin, del que por cierto es uno de los mejores trabajos^ pero conserva todavía una antigua pilastra normanda que sostiene las bóvedas); viene después la Sala de la Investidura real, una pieza acolchada en tonos rojos y decorada de oro y maderas nobles, donde el soberano —o soberana— se ciñe la corona y se pone las vestiduras parlamentarias


A continuación se pasa por la Galería Real y por un largo y ancho pasillo, en cuyas paredes, pintados al fresco, se pueden ver los personajes más importantes de la historia de Inglaterra (Nelson, que aparece en el momento de su muerte, en Trafalgar, y Wellington en la cumbre de su gloria, en Waterloo), y finalmente se llega a una habitación que no se adorna con el título real, pero poco le falta, porque la cámara del Príncipe (tal es su nombre) está presidida por una imponente estatua de la Reina Victoria y en ella figura también una serie de retratos de los soberanos de la dinastía Tudor (realizados probablemente por un artista muy aficionado al arte bizantino y convencido, por ello, de que el fondo uniformemente dorado era absolutamente imprescindible en estos casos).
Esta sala sirve, por otra parte, como antecámara de los lores. Los lores se reúnen en una gran sala de antiestéticos pero cómodos divanes rojos. En el centro se halla el tradicional “saco de lana”, sobre el que toma asiento el lord canciller y que recuerda los primeros tiempos de la institución, cuando los miembros del Consejo Real se sentaban sobre análogos pero menos elegantes jergones durante sus deliberaciones, o quizá recuerde también la materia prima que hizo la primera fortuna del país cuando la escuadra inglesa aún no dominaba los mares.
Es otro vestigio del pasado, como el trono del fondo, con su elaborado baldaquín, desde el que el soberano lee cada año el discurso oficial de apertura del Parlamento (discurso escrito por el primer ministro); o como la barra (bar), en realidad una reja, que limita, en el fondo de la sala, el espacio destinado a los comunes (a esta disposición hace referencia la fórmula que hasta ahora considera al Parlamento como “el soberano en el trono, los lores espirituales y temporales en los bancos, los comunes en la barra”).
Pero lo cierto es que los comunes, situados tras la barra, detentan el poder efectivo, y de vez en cuando alguno de ellos solicita incluso la abolición de la otra rama de la asamblea, la de los lores, que parece, y en parte lo es, anacrónica. La Cámara de los Lores, de carácter hereditario, está formada por miembros de la nobleza, pero dos tercios de los que tienen derecho a sentarse en ella no han pisado nunca la gran sala de divanes rojos, y del tercio restante algunos no han aparecido más que un par de veces. Grandes estadistas, como Churchill, Macmillan y otros, rechazaron el nombramiento de par del reino para no verse recluidos en ella. Churchill rechazó el título de duque para “no ser puesto en naftalina”, según su propia expresión.


En compensación han sido nombrados lores muchos financieros, industriales e incluso sindicalistas (como el antiguo ferroviario Ernest Popplewel, como premio a una vida dedicada a los trabajadores). Sin embargo, este venerable anacronismo tiene su grandeza, pues conserva el sentido de los valores hereditarios de la nación, representa, con insuperable dignidad, la “voz moral” del país, es el espejo de su conciencia.
Cuando se discuten temas de especial trascendencia (la pena capital, la moral pública o los límites de la censura), la voz de los lores ha encontrado a menudo los acentos más elevados y los conceptos básicos que debían proponerse a la nación. La abolición de esta cámara, si es que llega a producirse, puede esperar todavía. Se viene hablando de ello desde 1917… Por el momento, una reciente estadística ha revelado que a todos los contribuyentes británicos, en el fondo, les gustan los lores.
En cambio, aunque parezca extraño, no puede decirse lo mismo para los comunes. Pero la explicación está en que a ellos los ha elegido la nación, dándoles si no afecto por lo menos confianza. Y lo que pretenden y esperan los electores es que respondan a esa confianza que en ellos han depositado. Su cámara es mucho más modesta que la de los  lores: es de forma rectangular, con el techo de madera y los bancos revestidos de un característico color verde, que es distintivo de los comunes por lo menos desde 1708, quizá de antes.
El asiento del speaker, regalo de Australia a la madre patria, divide la cámara en dos: los partidarios del gobierno se sientan a la derecha del presidente y la oposición de Su Majestad a la izquierda. Tiempo atrás esto significaba también dividir los partidos, puesto que sólo eran dos, whigs y tory, liberal y conservador.
En la actualidad los partidos son tres y la misión que durante tanto tiempo fuera de los whig la han heredado hoy día los laboristas. Pero ello no cambia las tradiciones de la asamblea, ni el estilo de sus debates, ni el peculiar procedimiento que se ha podido imitar pero no igualar, con su pragmática elocuencia y las secas y breves preguntas y respuestas a través de la Mesa de la Cámara.
Aquí tienen su vértice y su símbolo 750 años de tradición, de encarnizada búsqueda de la libertad y de respeto por la dignidad humana, que primero fue un hecho práctico y concreto antes que una declaración sobre papel. Y las etapas de tanto devenir histórico a menudo se han identificado con el nombre mismo de Westminster, como ciertos tratados, alianzas, estatutos. Entre los más recientes figura el estatuto de Westminster, ley que instituía la British Commonwealth of Nations, aprobada por el Parlamento el 11 de diciembre de 1931.
De acuerdo con las deliberaciones de tas conferencias imperiales de 1926 y 1930, tal acto sancionó formalmente la transformación del Imperio británico en una comunidad de estados soberanos, jurídicamente iguales, “sin ninguna relación de subordinación en los respectivos asuntos internos e internacionales, si bien unidos por la común fidelidad a la Corona y asociados libremente”. Como jefe de la Commonwealth fue reconocido el soberano británico, pero los efectos de poder delibera-torio pertenecen tan sólo a la periódica conferencia de los países miembros, en la que participan todos los primeros ministros y todos ellos con igual poder de decisión.



El día 13 de mayo de 1940 resonaron en Westminster las palabras que proclamaron ante el mundo que la democracia iba a combatir conscientemente, con más dureza y tenacidad, contra las dictaduras agresoras. Winston Churchill, al presentar al Parlamento y a la nación su gobierno, declaró que no podía ofrecer más que “sangre, fatiga, sudor y lágrimas. Nos espera una dificilísima prueba. Nos esperan muchos y largos meses de luchas y sufrimientos. El precio que se pagó por ello fue caro. Y entre lo que hubo de pagarse figuraba la destrucción de la Cámara, que fue uno de los objetivos de los bombarderos alemanes.
Pero de nuevo se reconstruyó, tal como era y donde estaba, con la excepción de los estípites de un portal, que se dejaron como los había reducido el bombardeo en recuerdo perenne de la “hora más bella” de Inglaterra. Esa hora que no se debió tan sólo a héroes excepcionales, sino al common man, al pequeño, testarudo y orgulloso “hombre de la calle”, del que el Parlamento inglés es el símbolo y el instrumento.
Una vez más fue el viejo Churchill quien encontró las palabras justas. En 1954, con ocasión de su ochenta cumpleaños, los Comunes, en presencia de la reina, le ofrecieron un obsequio en la histórica sala recién restaurada después de los daños de la guerra: un gran retrato realizado por el pintor Graham Sutherland.
La pintura, en realidad, no era una obra maestra, pero el homenaje fue inmenso, era su solemne proclamación como padre de la patria. El viejo estadista dio las gracias con la voz rota por la emoción: “Éste es el día más bello de mi carrera . Algunos dicen que durante la guerra yo animé la nación. No es del todo exacto . Vosotros erais los verdaderos leones: yo me limité a rugir.” Casi vale la pena creer en la vieja melodía que la gente cantaba bajo las bombas (aunque no tenía mucho éxito): se titulaba “Inglaterra no morirá nunca”.

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sábado, 5 de septiembre de 2015

GUERRAS ANGLO-CHINAS.....PRIMERA GUERRA DEL OPIO




Las Guerras del Opio, también conocidas como las Guerras Anglo-chinas. Se trata de la culminación de las disputas sobre las relaciones comerciales y diplomáticas entre China bajo la dinastía Qing y el Imperio Británico.
El opio se ha conocido en China desde el siglo séptimo y durante siglos se ha utilizado con fines medicinales. No fue sino hasta el siglo 17 que la práctica de opio mezclado con el tabaco para fumar fue introducido en China por los europeos.
La importación de opio a China se situó en 200 cajas en 1729, cuando se promulgó el primer edicto contra el opio. Este edicto fue débilmente cumplido, y a partir de ese momento las autoridades chinas reeditaron la prohibición en términos más crudos, en 1799, habían incrementado la importación (4.500 cajas fueron importados en el año 1800). La década de 1830 fue testigo de un rápido crecimiento en el comercio del opio, y para 1838 se elevó a 40.000 cajas. El aumento continuó después de que el Tratado de Nanking, que concluyó la guerra. .
El tráfico de opio en China había venido de las operaciones de la Compañía de las Indias Orientales en Bengala, la India británica, producida en sus dos fábricas en Patna y Benarés. En la década de 1820, el opio de Malwa en las zonas no controladas por británicos de la India llegó a estar disponible, y que los precios bajaron debido a la competencia, la producción se incrementó.
Estos productos fueron llevados por los comerciantes británicos de la costa de China, donde se venden por un buen beneficio.
Con la fuga de la plata y el creciente número de personas se conviertan en víctimas de la droga, la Daoguang emperador exigió acción. Los funcionarios de la corte, quien abogó por la legalización del comercio con el fin de gravar, fueron derrotados por los que abogaban por la supresión. En 1838, el Emperador envió Lin Zexu a Guangzhou, donde rápidamente arrestado traficantes de opio chino y sumariamente exigió que las empresas extranjeras entreguen sus acciones. Cuando se negaron, Lin se detuvo por completo el comercio y se coloca a los residentes extranjeros en estado de sitio virtual, finalmente, obligaron a los comerciantes a entregar sus opio que ser destruido.
En respuesta, el gobierno británico envió fuerzas expedicionarias de la India, que asoló la costa china y dictó los términos del acuerdo. El Tratado de Nanking no sólo abrió el camino para que más tráfico de opio, pero cedió el territorio, incluido Hong Kong, los aranceles chinos fijados unilateralmente a una velocidad baja, concedido derechos extraterritoriales a los extranjeros en China, una cláusula de la nación más favorecida, y la representación diplomática. Cuando el tribunal se negaba a aceptar los embajadores extranjeros y obstruyó las cláusulas de los tratados comerciales, las disputas sobre el tratamiento de los comerciantes británicos en los puertos chinos y en los mares condujeron a la Segunda Guerra del Opio y el Tratado de Tientsin.
Estos tratados, pronto seguido por acuerdos similares con los Estados Unidos y Francia, más tarde llegaron a ser conocidos como los tratados desiguales, y las guerras del opio representa el comienzo de "Cien años de humillación" de China.





El comercio marítimo directo entre Europa y China se inició con los portugueses en el siglo 16, que alquiló un puesto de avanzada en Macao a partir del 1557, otras naciones europeas siguieron pronto. Los comerciantes europeos, como los portugueses, se insertaron en la red de comercio marítimo de Asia existente, en competencia con los comerciantes árabes, chinos y japoneses en el comercio intra-regional. Gobiernos mercantilistas de Europa se opusieron a la fuga perpetua de plata para pagar por productos asiáticos, y los comerciantes europeos lo busca a menudo para generar beneficios derivados del comercio intra-regional de Asia para pagar por sus compras para ser enviados de vuelta a casa.
Después de la adquisición española de Filipinas, el intercambio de bienes entre China y Europa occidental se aceleró dramáticamente. Desde 1565, el Galeón de Manila anual trajo enormes cantidades de plata a la red de comercio de Asia, y en particular China, de las minas de plata españolas en América del Sur. Dado que la demanda aumentó en Europa, las ganancias los comerciantes europeos generados dentro de la red de comercio de Asia, que se utiliza para comprar bienes asiáticos, fueron reemplazados gradualmente por la exportación directa de lingotes de Europa a cambio de la producción de Asia.


                   

La dinastía Qing, y su predecesor, el Ming, compartían una actitud ambivalente hacia el comercio exterior y la actividad marítima en general. De 1661 a 1669, en un esfuerzo para cortar Ming leales, los Qing emitió un edicto para evacuar todas las poblaciones que viven cerca de la costa del sur de China. A pesar de que fue posteriormente derogado el decreto afectó seriamente las áreas costeras y llevó a muchos chinos de ultramar.
Actitudes Qing también vieron agravadas por el desdén confuciana tradicional hacia los mercaderes y comerciantes. Funcionarios Qing cree que el comercio incitó disturbios y desorden, la piratería promovido y amenazaron con poner en peligro la información sobre las defensas de China. El Qing estableció un conjunto de normas rígidas e incompletas en materia de comercio en los puertos chinos, el establecimiento de cuatro oficinas de aduanas marítimas y un barrido arancelarias del 20 por ciento sobre todos los bienes extranjeros. Estas políticas sólo tuvieron éxito en el establecimiento de un sistema de sobornos y los monopolios comprados que enriquecieron a los funcionarios que administran las regiones costeras.
Aunque los comerciantes y los comerciantes extranjeros negociados con los burócratas de bajo nivel Qing y agentes en los puertos especificados y puntos de entrada, el contacto oficial entre China y los gobiernos extranjeros se organizó en torno al sistema tributario. El sistema tributario afirmó el emperador como el Hijo del Cielo con el mandato de gobernar en la Tierra y, como tal, se requiere gobernantes extranjeros para presentar tributo y reconocer la superioridad de la corte imperial. A cambio, el emperador concedió regalos y títulos a los emisarios extranjeros y les permitió comerciar por períodos cortos de tiempo durante su estancia en China.
Gobernantes extranjeros aceptaron estos términos, por varias razones, a saber, que los dones dados por el emperador eran de mayor valor que el homenaje recibido y que el comercio se lleve a cabo mientras que en China era extremadamente lucrativo y exento de derechos de aduana. Las realidades políticas del sistema varía de un siglo a otro, sino por el período Qing, con los comerciantes europeos que empujan para ganar más acceso a China, las autoridades Qing negaron las peticiones de los privilegios comerciales de las embajadas europeas y asignados a estado "afluente" con las misiones limitadas en la voluntad de la corte imperial. Este arreglo se hizo cada vez más inaceptable para los países europeos, en particular los británicos.


Barcos británicos comenzaron a aparecer con frecuencia en las costas de China a partir de 1635, sin establecer relaciones formales a través del sistema tributario, los comerciantes británicos se les permitió operar en los puertos de Zhoushan y Xiamen, además de Guangzhou. Comercio benefició aún más después de los Qing relajado las restricciones al comercio marítimo en la década de 1680, después de que Taiwan estuvo bajo el control de la dinastía Qing en 1683, y hasta la retórica sobre la "situación tributaria" de los europeos fue silenciado. Guangzhou era el puerto de la preferencia por la mayor parte del comercio exterior; barcos trataban de llamar a otros puertos, pero que no coinciden con los beneficios de la posición geográfica de Guangzhou en la boca de la red de comercio de perlas de río y la larga experiencia de Guangzhou en el equilibrio de las demandas de Beijing con los de los comerciantes chinos y extranjeros. Desde 1700-1842, Guangzhou llegó a dominar el comercio marítimo con China, y este período fue conocido como el "Sistema de Cantón".
Comercio oficial británico se llevó a cabo bajo los auspicios de la British East India Company, que tenía una carta real para el comercio con el Lejano Oriente. El EIC gradualmente llegó a dominar el comercio entre China y Europa, desde su posición en la India.
Baja demanda china de productos europeos, y la alta demanda europea de productos chinos, incluidos el té, seda y porcelana, obligados comerciantes europeos para la compra de estos bienes con la plata, el único producto que los chinos aceptaran. En términos económicos modernos que los chinos exigían divisas o especie como medio de cambio para el comercio internacional de sus productos. Desde la mitad del siglo 17 cerca de 28 millones de kilos de plata fueron recibidos por China, principalmente de las potencias europeas, a cambio de los productos chinos.
Problema de Gran Bretaña se complica aún más por el hecho de que había estado utilizando el estándar de oro de la mitad del siglo 18, por lo que tuvo que comprar la plata de otros países europeos, incurriendo en un costo de transacción adicional. Británicos y otros europeos trataron de reducir el déficit comercial con la importación de té de la India y otros lugares, y los alemanes lograron realizar ingeniería inversa la fabricación de porcelana, pero el déficit se mantuvo.
En el siglo 18, a pesar de la protesta vehemente del gobierno Qing, los comerciantes británicos comenzaron a importar opio de la India. La introducción del opio en China fue causada por la necesidad de Gran Bretaña de enviar algo de regreso a China a cambio de su té chino de alto consumo. Gran Bretaña primero intentó exportar ropa europea, pero los chinos prefieren su propia seda. Los británicos exportan una gran cantidad de plata para el té chino. Con sus campos de amapolas bajo el mando de Gran Bretaña y la India, la opción lógica para corregir el desequilibrio del comercio era empezar de comercio del opio.
Debido a su fuerte atractivo para las masas y la naturaleza adictiva, el opio era una solución eficaz al problema del comercio británico. Un mercado de consumo instantáneo para el fármaco fue asegurada por la adicción de miles de chinos, y el flujo de plata se invirtió. Reconociendo el creciente número de adictos, el emperador Yongzheng prohibió la venta y el fumar de opio en 1729, y sólo permitió que una pequeña cantidad de las importaciones de opio con fines medicinales.



Después de la batalla de Plassey en 1757, en la que Gran Bretaña anexó Bengala a su imperio, la Compañía Británica de las Indias Orientales siguió el monopolio de la producción y exportación de opio de la India. El monopolio comenzó en serio en 1773, ya que el gobernador general británico de Bengala abolió el sindicato de opio en Patna. Para los próximos cincuenta años, el comercio de opio sería la clave para controlar en el subcontinente de la Compañía de las Indias Orientales.
Teniendo en cuenta que la importación de opio en China, había sido prácticamente prohibido por la ley china, la Compañía de las Indias Orientales estableció un régimen para el comercio elaborado basándose en parte en los mercados legales, y el aprovechamiento parcial los ilícitos. Comerciantes británicos que llevan el opio no iba a comprar té en Cantón en el crédito, y que equilibrar sus deudas mediante la venta de opio en una subasta en Calcuta. A partir de ahí, el opio llegaría a la costa china escondido a bordo de buques británicos luego de contrabando a China por los comerciantes nativos. En 1797 la empresa se apretó aún más su control sobre el comercio de opio mediante la aplicación de comercio directo entre los cultivadores de opio y los británicos, y poner fin al papel de los agentes de compra bengalíes. Las exportaciones británicas de opio a China crecieron de un estimado de 15 toneladas en 1730 a 75 toneladas en 1773 - El producto fue enviado en más de dos mil cajas, conteniendo cada una 140 libras de opio.
Mientras tanto, las negociaciones con el emperador Qianlong para facilitar la prohibición de comercio continuaron, llegando a su punto culminante en 1793 bajo Earl George Macartney. Tales discusiones no tuvieron éxito.
En 1799, el Imperio Qing restituido su prohibición de las importaciones de opio. El Imperio emitió el siguiente decreto en 1810:
El opio tiene un daño. El opio es un veneno, minando nuestra buenas costumbres y la moral. Su uso está prohibido por la ley. Ahora, el plebeyo, Yang, se atreve a ponerla en la Ciudad Prohibida. De hecho, él se burla de la ley! Sin embargo, recientemente, los compradores, los comedores y los consumidores de opio han aumentado en número. Comerciantes engañosos compran y lo venden para obtener ganancias. El edificio de la aduana en la Puerta Ch'ung-wen fue creada originalmente para supervisar la recogida de las importaciones. Si limitamos nuestra búsqueda de opio a los puertos marítimos, tememos que la búsqueda no será suficientemente exhaustiva. Debemos también pedir al comandante general de la policía y la policía-censores en las cinco puertas de prohibir el opio y para buscarlo en todas las puertas. Si capturan a los infractores, deben castigar inmediatamente y debe destruir el opio a la vez. En cuanto a Kwangtung y Fukien, las provincias de donde viene el opio, pedimos sus virreyes, gobernadores, y los superintendentes de la aduana marítima para realizar una búsqueda minuciosa de opio, y le cortó su suministro. Ellos deben de ninguna manera considerar este orden en letra muerta y permitir opio que se pasa de contrabando hacia fuera!
El decreto tuvo poco efecto. El gobierno de Qing, sentado en Beijing en el norte de China, fue incapaz de detener el contrabando de opio en las provincias del sur. Una frontera china poroso y la demanda local rampante sólo anima a la Compañía y demasiado ansiosos de las Indias Orientales, que tenía el monopolio sobre el comercio de opio reconocido por el gobierno británico, que sí querían plata. Por la década de 1820 de China fue la importación de 900 toneladas de opio al año bengalí.



Napier Affair y la Primera Guerra del Opio

En 1834 para dar cabida a la revocación del monopolio de la East India Company, los británicos enviaron Señor William John Napier a Macao. Él trató de eludir las leyes de Cantón restrictivas que prohibían el contacto directo con los funcionarios chinos, tratando de enviar una carta directamente al virrey de Cantón. El virrey se negó a aceptarlo, y cerró el comercio a partir del 2 de septiembre del mismo año. Lord Napier tuvo que regresar a Macao y, incapaz de forzar el asunto, los británicos acordaron reanudar el comercio bajo las viejas restricciones.
Dentro del mandarinato chino hubo un debate sobre la legalización de la propia comercio de opio. Incluso el emperador de la época, un adolescente que pasó la mayor parte de su tiempo en la cama con su concubina, Cixi, era un usuario de la droga. Sin embargo, la legalización fue rechazada en varias ocasiones, y en 1838 el gobierno condenó a los narcotraficantes nativos a la muerte. Alrededor de este tiempo, los británicos estaban vendiendo aproximadamente 1.400 toneladas al año a China. En marzo de 1839, el emperador nombró a un nuevo comisionado confuciana estricta, Lin Zexu, para controlar el comercio de opio en el puerto de Cantón.
Su primera línea de acción era hacer cumplir la demanda imperial que haya un cese permanente de cargamentos de droga en China. Cuando los británicos se negaron a poner fin al comercio, Lin bloqueó los comerciantes británicos en sus fábricas y cortó el suministro de alimentos. El 27 de marzo 1839 Charles Elliot, Superintendente de British Comercio-que habían sido encerrados en las fábricas cuando llegó a Canton-finalmente acordaron que todos los súbditos británicos deben entregar su opio para él, que asciende a cerca de la oferta de la droga de un año, a ser confiscados por el Comisario Lin Zexu. En una salida de su breve, prometió que la corona sería compensarlos por el opio perdido.
Mientras que esto equivalía a un reconocimiento tácito de que el gobierno británico no desaprueba el comercio, sino que también obligó a una enorme responsabilidad para el erario. No se puede asignar fondos para una droga ilegal, pero presionado por una indemnización por los comerciantes, esta responsabilidad es citada como una de las razones para la decisión de obligar a una guerra.
Además de apoderarse de los suministros en las fábricas, las tropas chinas subieron a los barcos británicos en aguas internacionales fuera de la jurisdicción china, donde su carga era todavía legal, y destruyeron el opio a bordo. Después fue entregado el opio, el comercio se reanudó con la estricta condición de que no más drogas se introducen de contrabando en China. Lin exigió que los comerciantes británicos firman un vínculo promesa de no tratar de opio, bajo pena de muerte. Los británicos se opusieron oficialmente a la firma de la fianza, pero algunos comerciantes británicos que no se ocupan de opio estaban dispuestos a firmar. Lin tuvo el opio eliminarse por disolución en agua, sal y limón, y el vertido en el océano.
En 1839, Lin tomó la decisión de publicar una carta dirigida a la reina Victoria cuestionar el razonamiento moral del gobierno británico. Citando lo que él entiende como una prohibición estricta del comercio en Gran Bretaña, Lin preguntó cómo podría entonces beneficiarse de la droga en China. Él escribió: "Su Majestad no ha sido antes de lo que oficialmente notificado, y usted puede alegar ignorancia de la gravedad de nuestras leyes, pero ahora me doy mi garantía de que tenemos la intención de cortar esta droga perjudicial para siempre."
De hecho, el opio no era ilegal en Inglaterra en ese momento, y se importaron cantidades comparativamente pequeñas. El gobierno británico y los comerciantes ofrecieron ninguna respuesta a Lin, acusándolo en lugar de destruir su propiedad. Cuando los británicos se enteraron de lo que estaba ocurriendo en el cantón, como las comunicaciones entre estas dos partes del mundo tomó meses en este momento, enviaron un gran ejército indio británico, que llegó en junio de 1840.


La superioridad militar británica se basó en la tecnología recién aplicada. Buques de guerra británicos causaron estragos en las ciudades costeras, el barco de vapor Nemesis fue capaz de moverse en contra de los vientos y de las mareas y apoyar una plataforma de tiro con armas muy pesadas. Además, los soldados británicos fueron los primeros en estar armados con mosquetes y cañones modernos, que dispararon más rápidamente y con mayor precisión que las armas de fuego y artillería Qing, aunque los cañones chinos habían estado en uso desde dinastías anteriores. Después de los británicos tomaron Canton, navegaron por el río Yangtze y se llevaron las barcas de impuestos, un golpe devastador para el Imperio, ya que redujo los ingresos de la corte imperial en Beijing a sólo una fracción de lo que había sido.
En 1842, las autoridades Qing pidieron la paz, que concluyó con el Tratado de Nanking negociado en agosto de ese año y ratificado en 1843 - En el tratado, China se vio obligada a pagar una indemnización a los británicos, cuatro puertos abiertos a Gran Bretaña, y ceder Hong Kong a la reina Victoria. En el tratado complementario del Bogue, el imperio Qing reconoció también a Gran Bretaña como un igual a China y dio a los súbditos británicos privilegios extraterritoriales en los puertos del tratado. En 1844, los Estados Unidos y Francia firmaron tratados similares con China, el Tratado de Wangsia y el Tratado de Whampoa, respectivamente.
La Primera Guerra del Opio fue atacado en la Cámara de los Comunes por un miembro electo del parlamento joven, William Ewart Gladstone, quien se preguntó si no había habido nunca "una guerra más injusta en su origen, una guerra más calculado para cubrir el país con permanente desgracia, no lo sé ".
El secretario de Relaciones Exteriores, Lord Palmerston, respondió diciendo que nadie podía "decir que honestamente creía que el motivo del Gobierno chino que ha sido la promoción de hábitos morales" y que la guerra se está librando para frenar déficit de balanza de pagos de China. John Quincy Adams comentó que el opio era "un mero incidente en la diferencia ... la causa de la guerra es la pleitesía-las pretensiones arrogantes e insoportables de China, que se llevará a cabo relaciones comerciales con el resto de la humanidad, no en términos de igualdad de reciprocidad , pero "sobre las formas insultantes y degradantes de las relaciones entre señor y vasallo.

http://campodocs.com/articulos-utiles/article_103652.html

EL TRIBUNAL DE LA SANGRE...FERNANDO ALVAREZ DE TOLEDO,TERCER DUQUE DE ALBA




Tribunal de la Sangre era el nombre que los holandeses dieron al Consejo de Tumultos o de las Aflicciones.
Fue creado en 1567 por Fernando Álvarez de Toledo, tercer Duque de Alba y gobernador de los Paí­ses Bajos, con el fin de acabar con la rebelión de aquellos territorios y extirpar la herejí­a protestante. Fue un instrumento de centralización polí­tica, pues tuvo capacidad para intervenir en todos los territorios y sobre todos los sectores sociales, incluida la “intocable” nobleza (condes de Egmont y Horn).
Juzgó y confiscó propiedades a más de 12.000 personas de las cuales ejecutó a unas 1.000; sin embargo, no sólo no logró pacificar, sino que extendió el malestar por la dominación española. El horror que causó el Duque de Alba y su “Tribunal de la sangre” quedó reflejado en esta pintura de la época donde aparece el Duque comiéndose a un niño:



El Tribunal de los Tumultos fué un Organo de carácter judicial, instaurado por Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, en los Países Bajos en el mes de septiembre de 1567, que fue clausurado en octubre de 1574. Con la creación de esta institución se pretendía castigar a todos aquellos que hubieran estado implicados en la sublevación general de 1566, sin necesidad de que intervinieran las instituciones locales o el Consejo de Estado.
A mediados de octubre de 1566, llegó a Madrid una carta de Margarita de Parma, en la cual la gobernadora de los Países Bajos informaba a Felipe II de la terrible situación que se vivía en este territorio, tras el estallido de una sublevación a nivel general. Rápidamente el monarca español se reunió con los miembros del Consejo de Estado, para decidir el modo más correcto de proceder. De este modo tras largas deliberaciones y no pocos enfrentamientos entre los consejeros, se decidió, el 29 de octubre, enviar al duque de Alba para que se hiciera cargo de la situación, aunque dicha decisión no le fue comunicada a doña Margarita, que recibió una misiva de Felipe II en la cual se le ordenaba que actuara enérgicamente en contra de los amotinados y se le informaba de la intención del rey de viajar a Flandes en cuanto le fuera posible. Pero a pesar de la rapidez con la que se tomó la decisión, Fernando Álvarez de Toledo no abandonó España hasta el 27 de abril de 1567, fecha en la que partió de Cartagena con destino a Italia, donde el duque debía reunirse con los "tercios viejos", con los que pretendía atacar a los rebeldes.
Finalmente el duque de Alba llegó a las proximidades de Bruselas el 22 de agosto de 1567 y 6 días después entraba en la ciudad, acompañado por una parte de su ejército. La llegada de los tercios no fue bien vista por la población y sobre todo por la gobernadora, que desde octubre de 1566 había tomado las medidas necesarias para recuperar el control de la situación. De este modo a pesar de que ésta había informado puntualmente a Felipe II de sus progresos y había recomendado a su hermanastro que era necesario utilizar la vía de la negociación para acabar con la rebelión, sus consejos no fueron escuchados y tras la llegada del duque presentó su dimisión, ya que su autoridad había quedado seriamente mermada en virtud de las atribuciones que le había concedido el monarca español a éste. Así una vez que fue aceptada la dimisión de Margarita, el duque de Alba se convirtió en el nuevo gobernador.





Una de las primeras medidas del duque de Alba fue la creación, en septiembre de 1567, de dicho Tribunal de Tumultos, el cual tenía como misión principal castigar a todos aquellos que hubieran participado en los desórdenes de 1566. En opinión del historiador británico John Lynch, esta decisión del gobernador fue directamente inspirada por Felipe II, ya que éste le había dado instrucciones concretas para que acabara con todo signo de disidencia política y sobre todo para que se pusiera fin a los avances de la Reforma en sus dominios. Por tanto es posible afirmar que nos encontramos ante la creación de un tribunal con un carácter no sólo político, sino también marcadamente religioso, en el que quedó claramente reflejada la filosofía política de un soldado, el duque de Alba, que pensaba que los reyes habían nacido para ser obedecidos por todos sus súbditos sin discusión.
Por lo que respecta a su organización hay que señalar que el Tribunal de Tumultos gozaba de una independencia extraordinaria, ya que no dependía de ninguna institución, ni siquiera del propio Consejo de Estado. Además ningún otro tribunal tenía unas competencias similares, dado que hasta los tribunales provinciales quedaban bajo su autoridad. Debido a la importancia que dio el gobernador de los Países Bajos a esta institución, que fue tachada de ilegal por gran parte de la nobleza flamenca desde sus comienzos; el propio duque de Alba se puso al frente de la misma en calidad de presidente, reservándose en todo momento el derecho a dictar sentencia. Además de la presidencia el tribunal contaba en un principio con 9 consejeros, entre los que se encontraban: dos juristas españoles, los licenciados Río y Vargas, que a parte del duque eran los únicos que tenían derecho a voto; un antiguo consejero de Margarita de Parma, Barlaymont; el noble flamenco Noircarmes; el canciller de Güeldres; los presidentes de los Estados Generales de Flandes y Artois y por último, dos consejeros, De Blagere y Hessels, que debían encargarse de instruir los sumarios.


Pero el rigor extremo con el que actuó el Tribunal de Tumultos, que condenó durante los años que estuvo en funcionamiento aproximadamente a 12.300 personas, circunstancia que le llevó a ser rebautizado por la población como el Tribunal de la Sangre; provocó la marcha de muchos de los consejeros mencionados anteriormente, puesto que no estaban de acuerdo con el modo de proceder del duque. Los primeros en abandonar la institución fueron Barlaymont y Noircarmes, que dejaron de asistir a las sesiones ante la extrema dureza de las penas, ejemplo que no tardaron en seguir los presidentes de Artois y Flandes y el propio canciller de Güeldes. Así todos los que continuaron participando en las sesiones del Tribunal fueron los miembros de menor rango, salvo lógicamente el duque de Alba, aunque no por ello fueron menos odiados por el pueblo, que en todo momento mostró la animadversión que sentía por el licenciado Vargas y por Hessels, que fueron sin duda los más activos.
En este sentido es necesario destacar que el elevado número de condenas se explica por la febril actividad que desplegó el tribunal durante los años que permaneció en activo, ya que como apuntan algunos investigadores este funcionó 7 horas diarias, repartidas en dos sesiones, una de mañana y otra de tarde, en las cuales era frecuente la presencia del duque, el cual no vaciló en ningún momento a la hora de emitir sentencias condenatorias que se reducían en la mayor parte de los casos a la incautación de bienes o a la muerte; puesto que éste pretendía a través del pánico, no sólo acabar con cualquier intento de sublevación, sino también acabar uno por uno con los todos cabecillas del movimiento.



Esta circunstancia explica porque ordenó a finales del 1567 a Guillermo y a Luis de Nassau comparecer ante el tribunal, ya que éstos eran sin duda los líderes rebeldes más destacados. Así ante la incomparecencia de éstos, que se encontraban bajo la protección de los príncipes alemanes, el 24 de enero de 1568 dictó sentencia, condenado al príncipe de Orange y a su hermano a permanecer fuera de los Países Bajos hasta su muerte, a la vez que se apoderaba de todas sus posesiones. Otro ejemplo del modo de proceder del Tribunal de Tumultos fueron las ejecuciones de los condes de Egmont y Horn, a los cuales de nada les sirvió los importantes servicios que habían prestado en años anteriores a Carlos V y a Felipe II o pertenecer a la Orden del Toisón de Oro.
Las actividades del odiado Tribunal de la sangre finalizaron en el mes de octubre de 1574, fecha en la que se produjo la destitución del duque de Alba, que había visto como todos sus intentos por hacer valer su autoridad habían fracasado desde el año 1568. Así el nuevo gobernador, Luis de Requesens, que había recibido instrucciones de Felipe II, por las cuales debía acabar con la sublevación general de los Países Bajos a través de medios pacíficos; en un intento por ganarse el favor de la opinión pública ordenó la supresión inmediata de esta institución. No obstante a pesar de que el tribunal fue disuelto, su tremendo rigor no fue olvidado en ningún momento por la población, ya que como indica el historiador Manuel Fernández Álvarez éste abrió una herida profunda que no iba cicatrizar fácilmente, herida que fue la causa de la aparición de un claro sentimiento de animadversión hacia todo lo que venía de España y por extensión a Felipe II. Además podemos afirmar que la represión llevada a cabo por el duque de Alba, provocó un gran impacto en toda Europa, como lo demuestra el hecho de que Maximiliano II enviara a Madrid en 1568 a su hermano, el archiduque Carlos, para aconsejar a Felipe II que se mostrara clemente con sus súbditos. Este no fue el único caso ya que Isabel I de Inglaterra también mostró su descontento por esta situación y Dudley, su primer ministro, indicó al embajador español destacado en Londres, que esta situación a la larga podía ir en contra de los intereses de España, como así ocurrió.





Resumiendo...
  

Don Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, nombrado gobernador de los Países Bajos en el s. XVI defenderá los postulados más intransigentes de Felipe II con el fin de afianzar el papel de España en Europa. Entre sus medidas, aumentaría los impuestos (el diezmo si no me equivoco) y crearía un tribunal de tumultos, para ejercer adecuadamente la represión de las revueltas. Don Fernando además de velar por el sueño de los más pequeños, fomentaría la devoción católica y la creación poética entre sus conciudadanos de la ciudad de Gante, este es uno de los ejemplos de la inspiración divina que despertaba....
Diablo nuestro que estás en Bruselas,
maldito sea tu nombre
así en el cielo como en el infierno.
Que este Diablo se marche muy pronto
y con él su Tribunal, falso y sanguinario,
que a diario practica el asesinato y la rapiña;
y a los perros rabiosos venidos de España
devuélvelos al Demonio, su padre.
Amén.
 http://historiasdelahistoria.com/2008/07/10/tribunal-de-la-sangre
http://www.enciclonet.com/articulo/tribunal-de-tumultos/#
https://historiadoreshistericos.wordpress.com/2010/06/08/padre-nuestro-al-duque-de-alba/

viernes, 4 de septiembre de 2015

BATALLA DE QADESH.....LOS EGIPCIOS Y LOS HITITAS




La Batalla de Qadesh aconteció en el año 1274 a.C. en tierras de la actual Siria, enfrentando al ejército de Ramsés II con una coalición de pueblos encabezada por el rey hitita Muwatalli. A pesar de que conocemos otras batallas anteriores, la batalla de Qadesh constituye el primer enfrentamiento bélico cuyas tácticas se encuentran documentadas. Además, es una de las primera batallas en las que podernos afirmar que se empleó el caballo, en este caso tirando de carros que empleaban ambos bandos.


Egipcios e hititas eran ya pueblos rivales un par de siglos antes de que aconteciera la batalla de Qadesh, rivalidad que adquirió especial relevancia durante el mandato como faraón de Ajenatón (1352-1336 a.C.). En este momento los hititas consiguieron anexionarse varias ciudades sirias que estaban bajo control egipcio. Al alcanzar el trono, Ramsés II se propuso acabar con el poder que los hititas llevaban cosechando durante siglos, y puso su punto de mira en Qadesh.




Situada en el valle del río Orontes, la ciudad de Qadesh no sólo hacía de frontera entre el territorio egipcio e hitita, sino que era una localización clave para el control del comercio sirio. A pesar de que no todos los expertos se ponen de acuerdo y algunos creen que la ciudad estaría en realidad hacia el sur, cerca de la actual Gaza, todos coinciden en señalar que su conquista por los egipcios supondría enormes beneficios comerciales.

Sethi I, padre de Ramsés, ya había conquistado la ciudad durante su reinado, pero el dominio egipcio sobre ella fue breve. Muwatalli, rey de Hatti, consiguió pronto recuperar Qadesh, y la convirtió en el punto clave de los planes militares hititas en Siria.


Ramsés II ascendió al trono de Egipto con apenas 20 años. Con un reinado de casi ocho décadas, es sin duda uno de los faraones más famosos. Se cree que era pelirrojo, y se dice de él que desde su más tierna infancia mostró interés por los asuntos administrativos y políticos de Egipto. No obstante, la faceta del poder que más atraía a Ramsés era la guerra, lo cual demostró comenzando sus campañas militares en Asia y Nubia nada más convertirse en faraón. Conocido como El Grande, fue famoso por su múltiple descendencia, fruto de sus uniones con sus esposas, princesas extranjeras y decenas de concubinas, así como por sus proyectos arquitectónicos, en muchos de los cuales queda reflejado lo ocurrido en la batalla de Qadesh.
Muwatalli, en cambio, no le ha sonreído la fama histórica. Sabemos que accedió al trono como sucesor de su padre Mursil II, que su hermano Hattusil II también sería rey y que antes de gobernar sobre los hititas ostentó los cargos de gran mayordomo, general y jefe de la división de carros. Militar tremendamente activo, se enfrentó con egipcios, gasgas, y el pueblo de Arzawa. Además, tuvo que soportar una rebelión interior encabezada por el noble Piyamaradu. Convencido de que el pueblo hitita debía extenderse a costa de los egipcios, trasladó la capital del reino de Hattusa a Tarhuntassa, mucho más cerca del territorio de los faraones.

Confiados, los egipcios dividieron sus escuadras y acamparon a diferentes distancias de la ciudad, pero fueron sorprendidos por el ejército aliado, que tomó por sorpresa a la división de Amón y atacó también a la de Ra. Asustados, los soldados egipcios comenzaron a desertar. Pero fue entonces, y según las crónicas egipcias, cuando Ramsés montó a caballo y salió en busca del enemigo acompañado por la guardia de élite. Gesto de valentía que fue suficiente para que el ejército egipcio recuperara el valor y siguiera a su faraón.


En el verano de 1274 a.C. cuatro divisiones egipcias bautizadas con nombres de divinidades (Amón, Ra, Ptah y Set), compuestas por carros, arqueros y lanceros, partieron de Per-Ramsés hacia Amurru, junto con un cuerpo de élite destinado a la protección del faraón, de nombre naharina. En total eran cerca de 20.000 hombres. Al lado del faraón iban dos de sus hijos. Un mes después alcanzaron la ciudad de Qadesh.

En Qadesh esperaba Muwatalli, quien, sabiendo de la cercanía de los egipcios, había construido una alianza con cerca de veinte pequeños estados de Siria y Anatolia (Ugarit, Kargamis y Gubla entre otros). Se trataba de un ejército heterogéneo y poco entrenado, formado por hititas, licios y misios entre otros pueblos, y que alcanzaba los 27.000 efectivos. La sección más temible era la formada por los 2.500 carros de guerra hititas.





A partir de ese momento, los carros egipcios dominaron por completo la situación. Los relieves de los templos egipcios muestran como la llanura donde se situaba Qadesh quedó cubierta por cadáveres enemigos.
Muwatalli, quien en los relatos egipcios aparece como un rey cobarde que fue incapaz de entrar en batalla, envió una carta de rendición a Ramsés y alabándolo como soberano. El faraón decidió entonces avanzar con sus tropas hacia el sur sin tomar la ciudad. Había triunfado, y así lo narraría la historia egipcia que ha llegado hasta nosotros.



¿Quién ganó la batalla de Qadesh?

¿Por qué Ramsés no tomó Qadesh? ¿Por qué no acabó con la vida de Muwatalli? Queda claro para los investigadores dedicados a este hecho de la historia egipcia que Ramsés ganó en el campo de batalla y que Muwatalli pidió el fin de la guerra. Pero los egipcios se marcharon sin conquistar la ciudad; quizás porque su ejército estaba tan diezmado que no querían arriesgarse a perder en un nuevo enfrentamiento. Por ello, el faraón decidió ir a la conquista de otras tierras, venciendo en Kheta, Naharin, Retenu y Katna.
Con su propaganda, Ramsés consiguió que un enfrentamiento sin claro vencedor se convirtiera en una victoria épica, a pesar de que los hititas recuperaron el control sobre Amurru y se hicieron los señores de la zona Siria. Poco después comenzaba un segundo periodo de reinado para Ramsés, caracterizado por la paz y la construcción de monumentos conmemorativos de sus hazañas de guerra.
 http://revistadehistoria.es/la-batalla-de-qadesh-egipcios-contra-hititas/



jueves, 3 de septiembre de 2015

BATALLA DE CUNAXA....LA RETIRADA DE LOS DIEZ MIL





En el año 401 a.C., diez mil mercenarios griegos que luchaban a las órdenes del príncipe Ciro el Joven quedaron abandonados en medio del Imperio persa. Liderados por Jenofonte, emprendieron un épico viaje de regreso a casa.
El 3 de septiembre del año 401 a.C., los griegos obtuvieron una de las más señaladas victorias de toda su historia. En Cunaxa, en plena Mesopotamia, un lugar situado a escasa distancia de Babilonia, unos diez mil soldados hoplitas combatieron, aliados con las fuerzas del príncipe persa Ciro el Joven, contra la enorme masa del ejército de Artajerjes II, el Gran Rey de Persia. Ante la durísima crisis económica en la que se hallaba sumida Grecia, los griegos habían buscado en la expedición un medio para ganarse la vida, tentados por las promesas que les había hecho el príncipe, que aspiraba a desbancar del trono a su hermano Artajerjes. Por ello, cuando el Gran Rey lanzó su ataque definitivo contra ellos, entonaron el peán, el cántico de guerra en honor a Apolo, y respondieron con fiereza. Los persas emprendieron la huida y los griegos quedaron dueños del campo.


Al día siguiente, los combatientes helenos descubrieron que, antes de aquel lance final de la batalla, Ciro había sido abatido cuando se arrojó temerariamente contra el Gran Rey y su guardia acorazada. Así pues, la victoria final de los griegos no había servido para nada. Peor aún: su situación era de lo más comprometida, pues se encontraban abandonados en tierra hostil, a miles de kilómetros de sus hogares, sin víveres y a expensas del ánimo vengativo de Artajerjes y de sus decenas de miles de guerreros. Unos días después acordaron una tregua con el rey persa, que seguía temiendo su fuerza y que les prometió provisiones y seguridad en su camino de regreso. Pero poco después, Tisafernes, el ministro de confianza del Gran Rey, tendió una trampa a los jefes griegos. Tras invitarlos a un banquete, hizo detener a cinco de los generales griegos y a un nutrido grupo de capitanes y los hizo pasar a cuchillo.
Los griegos quedaron, así, descabezados, embargados por el desánimo y la tristeza, sin saber qué hacer a continuación. Los contingentes del ejército ni siquiera se juntaban, sino que cada uno acampaba en cualquier lugar, sin preocuparse del resto. Los soldados se echaban a dormir cada uno por su lado, dispuestos a dejar pasar los días y las noches hasta que los persas los atacaran y acabaran con ellos. Perdida toda disciplina, los hombres vagaban, desconcertados, sin pensar en el modo de encarar la adversidad.




La revelación de un nuevo líder

Fue entonces cuando de entre ellos surgió una voz. El joven ateniense Jenofonte, un aventurero que había marchado con Ciro y los Diez Mil, trató primero de animar a aquellos que más autoridad tenían entre los soldados a fin de convencerles de que debían tomar una decisión. Luego se reunieron todos los soldados en una asamblea y Jenofonte les expuso la situación con claridad. No podían entregar las armas al Gran Rey, como éste les exigía, pues eran ellos quienes habían vencido en la batalla; de hecho, Artajerjes no les atacaba porque sabía que eran militarmente superiores. Por tanto, sólo les quedaba la opción de buscar por cualquier medio un camino de vuelta a casa. También les recordó el crimen cometido por los persas contra la hospitalidad y los juramentos al asesinar a sus generales; por ello, los dioses estarían con ellos y defenderían su causa. Tras exponer su estrategia, Jenofonte preguntó si alguien tenía otra mejor y, como todos callaron, continuó: «El que esté conforme que levante la mano». Todos aprobaron su propuesta. De esta forma, un simple ejército se convirtió en una auténtica comunidad en movimiento, en la que cada miembro participaba en la toma de decisiones; los soldados no servían a Jenofonte ni a otro, sino a sí mismos, teniendo como objetivo la salvación común.
Sin embargo, las dificultades a las que se enfrentaban eran enormes. La principal era la necesidad de hacer acopio de alimentos; aunque existían en el camino aldeas y ciudades donde podrían encontrar sustento, los griegos temían que éstas estuviesen ya en manos del enemigo, quien buscaría dificultarles la huida por todos los medios. Al fin y al cabo, ¿qué prestigio podría quedarle al más poderoso señor del mundo civilizado, como era el Gran Rey, si un puñado de hombres armados podía pasearse impunemente por su reino, tomando sus aldeas y saqueando los campos de su propiedad?



Con el enemigo en los talones

Al emprender la marcha, los griegos organizaron sus fuerzas en formaciones cuadradas, de modo que la impedimenta, los bagajes y los carros quedasen resguardados en el centro de la formación. Jenofonte, por su parte, se hizo cargo de la retaguardia, que debía cubrir cualquier ataque persa. Al no contar con fuerzas de caballería, los helenos temían quedar en inferioridad de condiciones frente a los magníficos jinetes persas, pero nuevamente Jenofonte les exhortó a abandonar cualquier temor, pues, decía, nunca en la guerra alguien había muerto de un mordisco o una coz de caballo, y sí por el filo de una lanza griega. La caballería persa, en efecto, hostigó a la retaguardia griega, a lo que Jenofonte respondió con un contraataque que sus compañeros censuraron por demasiado temerario. Finalmente, los helenos acordaron crear una fuerza de asalto integrada por rodios y cretenses, célebres por su dominio del arco y la honda, con la que frenaron las posteriores incursiones del enemigo contra su zaga. Los griegos se ensañaban con los cadáveres de los persas a los que lograban abatir, desfigurando sus rostros para provocar el pánico y disuadir a los demás de atacarles.
Ante la imposibilidad de cruzar el caudaloso Tigris, los griegos optaron por seguir una áspera y peligrosa ruta por las montañas hacia Armenia. En sus estribaciones vivían los carducos, un pueblo belicoso y hostil, que no dudaron en abandonar en masa sus casas y poblados para presentar batalla a los invasores en los desfiladeros y las colinas, lanzando contra ellos piedras y proyectiles. Para evitar retrasos, los griegos abandonaron entonces a la mayor parte de los esclavos y bestias de carga, a la vez que se servían como guías de prisioneros capturados en escaramuzas o de rehenes apresados en las aldeas. Obligados a avanzar a marchas forzadas, perdieron a menudo muchos hombres en las refriegas por ocupar los pasos de montaña antes que el enemigo. Los amigos de los caídos se dolían de la pérdida, pero seguían adelante, sin dar oportunidad al abatimiento.
Como los carducos les presionaban a cada paso, Jenofonte y los generales reorganizaron el ejército, dividiéndolo en compañías independientes; así ganaban movilidad para tomar las cimas que abrían los pasos de montaña. Llegados al río Centrites, en la frontera con Armenia, que era difícil de vadear, fueron acosados por un gran ejército carduco. Para evitar el ataque mientras cruzaban el río, Jenofonte ideó una curiosa estratagema: mientras parte de los helenos pasaban a la otra orilla, la retaguardia, comandada por él mismo, hizo amagos de ataque en medio de un gran griterío, con lo que logró ahuyentar a los carducos y facilitar a las tropas la travesía del río. Ya en Armenia, los griegos acordaron una tregua con el gobernador persa Tiribazo, aunque la intención de éste era, en realidad, atacarlos en las montañas. Los griegos, desconfiados, advirtieron la treta y atacaron preventivamente, logrando una nueva victoria.



«¡El mar, el mar!»

Ni la lluvia ni la nieve, que hacían mella en sus cuerpos, doblegaban en cambio el espíritu de los griegos. Sin embargo aumentaban los enfermos, a causa de la mala alimentación o por comer plantas tóxicas para combatir el hambre con lo que fuese. Algunos heridos pedían que los degollaran, al no poder continuar, pero Jenofonte enviaba con ellos a los más jóvenes para que, por medio de palabras de ánimo o incluso golpes de bastón, les hiciesen seguir la marcha. Habrían de salvarse todos o ninguno.
Sin detenerse en ningún momento, los griegos continuaron haciendo frente a cada pueblo que quería expulsarlos de sus tierras hasta que finalmente llegaron al pie de una montaña llamada Teques. Al coronar la cima, la avanzadilla empezó a proferir gritos, de suerte que Jenofonte, a la zaga, pensó que se trataba de un ataque inesperado o una trampa. Cuando ya todo el contingente corría para auxiliar a los compañeros advirtieron que los gritos decían: «¡El mar! ¡el mar!». Tenían ante sus ojos el mar Negro, y con él una ruta segura por la costa hasta la ansiada patria. Los griegos se abrazaron, lloraron y erigieron un monumento, un gran túmulo sobre el que colocaron pieles de buey, bastones y escudos de mimbre capturados en la guerra. Conmemoraban, así, su fabulosa huida, pero, sobre todo, a los caídos en el camino.

BIBLIOGRAFIA.
  Borja Antela. Profesor de Historia Antigua. Universidad Autónoma de Barcelona 

http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/8628/retirada_los_diez_mil.html#

OLIVER CRONWELL....ESTADISTA Y POLITICO INGLES



Político británico nacido en Huntingdon el 25 de abril de 1599 y muerto el 3 de septiembre de 1658. Fue el principal dirigente de la guerra civil inglesa y de la República, así como el artífice del Protectorado. Dirigió el ejército parlamentario que derrotó a las fuerzas del rey Carlos I y el impulsor del juicio en el que se condenó a muerte al monarca en 1649. Desde 1653 hasta su muerte, Cromwell ejerció el título de lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda y ejerció el poder de forma dictatorial.
Cromwell fue educado en Huntingdon por Thomas Beard, un estricto puritano que influyó notablemente en su joven pupilo. Posteriormente ingresó en el Sidney Sussex College y completó sus estudios académicos en la Universidad de Cambridge, donde estudió leyes.
Después de contraer matrimonio en 1620 con Elizabeth Bourchier regresó a su localidad natal para hacerse cargo del patrimonio familiar. En 1628 fue elegido para el Parlamento en representación de Huntingdon, cargo que ocupó hasta 1629. Como parlamentario se distinguió por su intransigencia con respecto al catolicismo y su fervor puritano. En 1636 se trasladó por motivos familiares a la localidad de Ely.
En medio del conflicto entre el rey y los escoceses por motivos religiosos, Carlos Ise vio obligado a convocar el Parlamento en 1640 con el objeto de obtener los fondos necesarios para someter a los rebeldes; entre abril y mayo de 1640 se reunió el llamado Parlamento Corto, ya que los diputados protestaron por los abusos cometidos por la Corona y fue rápidamente disuelto. En este momento Cromwell regresó a la vida política y se incorporó tanto a este Parlamento como al siguiente, conocido con el nombre de Parlamento Largo, que, convocado también en 1640 ante los incesantes avances de la revuelta escocesa, estuvo bajo el control de los puritanos, los cuales tenían mayoría parlamentaria.
Ante las exigencias parlamentarias, Carlos I se encontraba indefenso, sin la ayuda de sus aliados naturales. La aristocracia estaba debilitada por la decadencia económica y profundamente dividida en sus lealtades políticas y religiosas; la jerarquía eclesiástica se encontraba aislada y sus divisiones internas eran muy profundas; la Administración central y la corte estaban desmoralizadas; y las fuerzas armadas destrozadas por las derrotas.
En 1641 se aprobó el Acta Trienal por la cual el Parlamento debía ser convocado al menos una vez cada tres años, lo que suponía un importante victoria del parlamentarismo sobre las prerrogativas regias, al mismo tiempo que suponía un punto de fricción entre ambos poderes. Poco después el Parlamento lograba otra importante victoria, al declarar ilegales las instituciones fiscales de carácter medieval que eran el sustento de la Casa Tudor. El rey por su parte intentó buscar apoyos entre los escoceses y los católicos, lo que fue mal visto por el Parlamento; el enfrentamiento entre ambos poderes parecía inevitable.
En 1642 la batalla entre parlamentaristas y monárquicos continuó favoreciendo a los primeros, que lograron arrancar al rey los últimos vestigios de las añejas prerrogativas regias de carácter medieval. El mando del Ejército y de la Armada pasó a depender directamente del Parlamento, sin que el rey pudiese oponerse. Carlos I entró en la Cámara de los Comunes con la intención de detener al líder del Parlamento, John Pym, pero éste pudo escapar y logró que el rey apareciese ante el pueblo como un tirano y un inepto. En esta situación, Carlos I viajó a Escocia en busca de un ejército con el que enfrentarse al Parlamento. El 22 de agosto de 1642 se inició la guerra civil entre el Parlamento puritano, los denominados Cabezas Redondas (por su cabellos muy cortos a la moda puritana), y los monárquicos, denominados Caballeros, donde se englobaba la alta aristocracia y la mayoría de los anglicanos y católicos. Cromwell, por su parte, reclutó un regimiento de caballería y se puso a las órdenes del Parlamento. Tras la derrota inicial de Edge, Cromwell entendió la necesidad de crear una caballería de élite, con la cual logró un consolidado prestigio militar tras derrotar en varias ocasiones a las tropas realistas, hasta el punto de que en 1644 fue ascendido a lugarteniente de Edward Montagu. Ese mismo año derrotó a las tropas del rey en la batalla de Marstoon Moor, en la que tanto él como su regimiento de caballería fueron apodados como Ironsides.
En 1645, Cromwell se convirtió en el lugarteniente del jefe militar del parlamentarismo, Thomas Fairfax, del que recibió el encargo de reorganizar el Ejército, lo cual hizo según el modelo de su escuadrón de Ironsides. Al mando de este regimiento participó en la decisiva batalla de Naseby el 14 de junio de 1645, en la que el ejército real fue aniquilado.
Tras la derrota de Naseby los monárquicos se rindieron y entablaron negociaciones con los parlamentaristas para alcanzar una paz que beneficiase a ambos bandos. Con Inglaterra gobernada por el Parlamento la sociedad se dividió en varias facciones, los levellers (secta protestante que propugnaba la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y exigía la libertad absoluta de conciencia y culto), los puritanos, los episcopálianos, los presbiterianos, y el resto de caballeros y clérigos que discutían sobre los destinos del reino y el camino a tomar una vez suprimida la monarquía. Todos estos elementos extremistas fueron depurados, al igual que la oposición de anglicanos, presbiterianos y católicos.
En 1648 se produjo un nuevo rebrote de la guerra civil tras la fuga del rey a Escocia, donde reunió un nuevo ejército y marchó sobre Inglaterra. Cromwell volvió a coger las armas, reprimió un intento de rebelión en Gales e hizo frente a los escoceses, a quienes derrotó en Preston. Tras esto y pese a la opinión del Parlamento, Cromwell se negó a reiniciar las conversaciones con Carlos I. En el mes de noviembre expulsó a la oposición del Parlamento (véase: Parlamento Rabadilla) e inició los trámites para que el monarca fuese juzgado por alta traición. El 30 de enero de 1649, Cromwell logró que el rey fuese ajusticiado y decapitado, lo que supuso la abolición de la monarquía, el Consejo Real, la Corte del Tesoro, el Almirantazgo e incluso la Cámara de los Lores; Inglaterra quedó bajo el gobierno exclusivo del Consejo de Estado y del Parlamento Rabadilla.
Tras la muerte del rey se estableció la República, dirigida por Cromwell, en la cual el poder legislativo pasó a manos del Parlamento y la política interior y exterior a un Consejo de Estado de 41 miembros, pertenecientes a una oligarquía religiosa y defendido por el Ejército. Nada más hacerse con el poder, Cromwell dedicó sus energías al sometimiento de Irlanda y Escocia. Logró someter a la nobleza, controlar la prensa, derrotar la rebelión de los levellers en Burford y aniquilar las facciones más radicales de la Revolución. Entre 1650 y 1653 se desató una ola de persecuciones y matanzas contra los irlandeses y contra los escoceses. Por el Acta de Asentamientos de 1653, los católicos irlandeses fueron deportados al territorio de Connaught; por su parte, los presbiterianos escoceses lucharon por la restauración de los Estuardo pero fueron derrotados por los ejércitos de la República.
El Parlamento Rabadilla degeneró rápidamente en un órgano estéril e inmovilista controlado por las oligarquías dominantes, lo que motivó que el Ejército empezase a desconfiar del Parlamento. Ante la negativa parlamentaria a disolverse, Cromwell lo disolvió por la fuerza de las armas el 21 de abril de 1653. El Parlamento Rabadilla fue sustituido por un nuevo Parlamento, denominado Parlamento de los Santos, compuesto por puritanos, que defendió un programa de reformas en materia educativa, social y fiscal, pero que pronto se mostró tan inútil como el anterior. El 12 de diciembre de 1655, Cromwell disolvió el Parlamento y aceptó una nueva constitución en la que se instauraba un nuevo sistema de gobierno, el Protectorado, fórmula mixta entre la monarquía y el parlamentarismo. Al mismo tiempo fue nombrado por la nueva constitución como lord general del Ejército y lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda. En principio, Cromwell compartía el poder con un Consejo de Estado compuesto de 21 miembros, que en realidad estaba sometido por entero a sus dictados. Cromwell se convirtió en un monarca de hecho, pero supo rechazar sabiamente el uso del título real que podía haberle costado la pérdida del apoyo del Ejército. Se instauró un régimen de total austeridad puritana: cierre de teatros, cabaret, carreras y combates de gallos, entre otras medidas.
Sus principales objetivos fueron lograr un gobierno estable y tolerante para todas las sectas puritanas. En 1657 aceptó una petición del Parlamento para crear una segunda cámara parlamentaria y la potestad de nombrar a su sucesor, pero se negó a aceptar el título de rey. El éxito de Cromwell se basó en el mantenimiento de la paz y la estabilidad, y en el fomento de la tolerancia religiosa para cualquier credo no católicos; un buen ejemplo de ello fue el regreso de los judíos en 1655, tras su expulsión de 1290.
En política exterior, Cromwell, mantuvo un poderoso Ejército y una temible Armada con los cuales ganó el respeto y el temor de Europa. En alianza con Francia arrebató a España la plaza de Dunkerque en 1658, desde donde partió hacia Calais. Pero el mantenimiento de este esfuerzo militar dejó maltrechas las arcas públicas, por lo que Cromwell no tuvo más remedio que incrementar la presión impositiva sobre el reino con la consiguiente pérdida de popularidad.
El 3 de septiembre de 1658 Cromwell falleció y fue enterrado en la abadía de Westminster. Le sucedió al frente del gobierno su hijo, Richard Cromwell, que fue incapaz de mantenerse en el poder. En 1660 la monarquía fue restaurada en Inglaterra, en la persona de Carlos II. El nuevo rey inició su reinado en medio de sangrientas venganzas, ordenó duros castigos contra los asesinos de su padre, hizo exhumar el cadáver de Cromwell para que fuese ahorcado por traidor, y confiscó todos los bienes de la República, además de relevar de sus cargos a todos los republicanos, a lo que hay que añadir la sustanciosa pensión conseguida de la Asamblea, hechos todos que confirieron al rey un poder casi absoluto, con la nación completamente a su merced. La cabeza de Cromwell fue exhibida en Westminster.
Pese a su innegable capacidad como estadista, Cromwell fracasó en su intento de consolidar la República en Inglaterra, debido a que no fue capaz de hacer frente a los diferentes grupos de oposición, el Ejército, los nobles, los puritanos y el Parlamento, los cuales acabaron formando un frente unido contra el dictador. Los monárquicos nunca le perdonaron el asesinato del rey y los republicanos le acusaban de traicionar a la República al establecer el Protectorado. Su gran fracaso consistió en no lograr acabar con la arraigada tradición monárquica de Inglaterra.
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