Nombre con el que se conoce una serie de
conflictos que tuvieron lugar en la Edad Moderna y en los que tomaron
parte, en mayor o menor medida, todos los países europeos. Se trata de
un conflicto con unas causas muy complejas, repartidas a partes iguales
entre políticas, religiosas y económicas. Además, es una dura pugna que
no sólo se libra en el campo de batalla, sino que las implicaciones de
las diferentes diplomacias ponen en juego intereses aún más complicados,
teniendo lugar gran parte de la resolución final en los despachos de
los consulados o en entrevistas diplomáticas secretas. La idea central
de la Guerra de los Treinta Años es una lucha que, pese a las
diversas ramificaciones que encuentra, se basa en una pelea sin cuartel
contra la preponderancia de la casa Habsburgo en las monarquías
europeas.
Orígenes del conflicto
La dinastía de los Habsburgo, comúnmente denominada la casa de
Austria, controlaba en el siglo XVII los dos estados más importantes del
continente europeo: España y el Imperio Alemán. Lo que los
historiadores han denominado como enlace Madrid-Viena funcionaba a
la perfección, dotando al linaje de una gran cohesión interna en todos
aquellos frentes donde se veía obligado a combatir. Un solo peligro
acechaba tan extraordinario poder: el mantenimiento del status
religioso. En efecto, gran parte de los territorios imperiales, en
especial los de Brandeburgo, Sajonia y Baviera, a la vez que crecía su
importancia económica y social adoptaban la Reforma protestante.
Esta aceptación reformista halló un importante acomodo en ciertas zonas
donde el catolicismo ya había sufrido heterodoxias anteriormente (el
ejemplo de Bohemia y de Carintia es ilustrativo). Todo ello tiene el
añadido de los problemas sucesorios que ocurrían en el Imperio en el
primer tercio del siglo XVII.
En la casa Austria era habitual que
el futuro emperador fuese antes nombrado Rey de Bohemia, como previo
paso al trono imperial. Así pues, en el año 1612 Matías de Habsburgo,
Rey de Bohemia, sucedió a su primo Rodolfo II como emperador. Tras unos
primeros años de tranquilidad, en 1617, el nuevo emperador convocó una Dieta
en la que consiguió la aprobación de la candidatura de su primo,
Fernando de Estiria, como su sucesor en la dignidad, al carecer de
herederos directos. Sin embargo, éste era un príncipe católico muy
intransigente, lo que despertó ciertos recelos en la nobleza checa y
húngara, mayoritariamente protestante. El asunto cobró matices de
rebelión cuando el nuevo canciller del reino de Bohemia (naturalmente
nombrado por el nuevo monarca Fernando), de nombre Lobkowicz, apartó a
la nobleza de los puestos de poder del reino. La situación se volvió
cada vez más tensa hasta que, en 1619, el pueblo levantado bajo el
auspicio de su clase dirigente ajustició a los odiosos oficiales
católicos que sembraban el pánico entre la población. Este incidente es
conocido como la defenestración de Praga y fue la chispa que
desencadenó todos los acontecimientos: Fernando de Estiria, suplantando
la autoridad imperial, decidió el envío de un contingente de tropas con
dirección hacia el reino insurrecto; mientras tanto, los nobles checos
intentaron nombrar una comisión que negociase directamente con el
emperador. Pero, repentinamente, Matías falleció , con
lo que Fernando de Estiria pasó a ser el emperador Fernando II
y anunció su intención de ponerse a la cabeza de las tropas para
prevenir la insurreción. Ante esto, los estados de la corona de Bohemia
(la propia Bohemia, Moravia, Silesia y Lusacia) destituyeron a Fernando
II, se asociaron en una confederación de estados independientes y
proclamaron como rey a Federico V, elector del Palatinado y jefe de la Unión Evangélica.
Y así, al unirse las motivaciones religiosas con las políticas, lo que
en un principio parecía un breve conflicto territorial germano acabó
convirtiéndose en una guerra europea.
Las implicaciones de los distintos países europeos
Poco tiempo tardó el nuevo emperador en hacer realidad su
intención de convertir el Imperio en un estado católico centralizado,
pero ello provocó la reacción en cadena de los diferentes estados
europeos:
1- Por una parte, en 1621, finalizaba la llamada Tregua de los Doce Años
en el inacabable conflicto que enfrentaba a España contra las
Provincias Unidas, lo que hoy conocemos como Países Bajos. Los
protestantes centroeuropeos se sentían amenazados por el férreo
catolicismo imperial, por lo que las Provincias Unidas apoyaron, primero
diplomáticamente y después militarmente, a los calvinistas alemanes.
Por lo que respecta a España, quizá su entrada en el conflicto se deba
achacar únicamente a la necesidad de proteger la ruta terrestre que le
comunicaba con sus posesiones en Flandes, el famoso Camino Español. Pero la ambición del primer ministro español, el conde-duque Olivares,
en busca de una dominación Habsburgo desde el Báltico hasta el
Mediterráneo, hizo de la presencia española una constante. Ésta no será
la única vez que la ambición del conde-duque desempeñe un papel
fundamental en el conflicto.
2- Por lo que respecta a Francia, el gobierno de los cardenales Richelieu y Mazarino
siempre se movió hábilmente en los problemas políticos europeos, sobre
todo, a nivel diplomático. La posición francesa en el conflicto fue muy
ambigua. El tradicional catolicismo del reino chocaba fuertemente a la
hora de establecer una posible alianza con los príncipes protestantes
que luchaban, precisamente, contra los católicos Habsburgo; sin embargo,
la razón de Estado fue más fuerte. Primero Richelieu y después Mazarino
insistieron en la necesidad de detener la amenaza española sobre los
intereses fronterizos de su reino, enfrentándose además contra la idea
de la hegemonía Habsburgo en Europa.
3- Como ya habíamos anunciado brevemente con anterioridad, la
ambición personal de muchos dirigentes europeos sobre todo, Wallenstein
y Bernardo de Sajonia-Weimar hizo a todos los estados europeos poner
en juego sus tropas y su prestigio en un conflicto del que todos
pretendían sacar beneficio.
La guerra en el Imperio (1619-1635)
Pese a la rapidez del inicio del conflicto, lo cierto es que ni
Federico V ni Fernando II se encontraban bien situados para enfrentarse
abiertamente: el primero de ellos sólo contaba con las tropas
insurrectas del reino de Bohemia y enseguida comenzó a tener problemas
entre sus nuevos súbditos debido, como no, a su excesivo autoritarismo.
Para colmo de males, en esta primera fase del conflicto ni Francia ni
Inglaterra ni las Provincias Unidas le brindaron más apoyo que el moral.
Fernando
II tenía los mismos problemas que el elector palatino pero, a
diferencia de éste, desde su entronización imperial se le fueron sumando
apoyos militares: primero el de los electores de Sajonia y Baviera y
después el de las tropas de la Liga Santa, al mando del mariscal belga Tilly. Por si esto fuera poco, en 1620 el monarca español Felipe III prestó su apoyo enviando al general Espínola
de a la cabeza de un ejército que, sin previo aviso, ocupó los
territorios del Bajo Palatinado. La acción continuó con la invasión, por
parte de las tropas de Tilly, del reino de Bohemia. Así pues, el
conflicto terminó como todo parecía indicar: las escasas y poco
organizadas tropas checas fueron derrotadas en la batalla de la Montaña Blanca
Como
era de esperar, la represión que siguió a la derrota de los ejércitos
de Bohemia y Moravia fue durísima. La casa Habsburgo se aseguró
prácticamente la asociación de dichos estados a su linaje y los
dirigentes de la insurrección fueron perseguidos y ajusticiados, pero la
victoria política y militar fue mucho más allá. Se declaró proscrito el
calvinismo en Bohemia al abolir Fernando II, la Carta de Majestad;
a la persecución política le siguió la persecución religiosa, con el
correspondiente éxodo de pastores y fieles, antes de que, fuese
decretado la expulsión definitiva de los eclesiásticos protestantes y,gracias a la reorganización católica llevada a cabo por los
jesuitas, se exhortase a los habitantes a convertirse al catolicismo o
abandonar el país. Era la gran victoria de la Contrarreforma en uno de los marcos tradicionalmente protestantes de la Europa central.
Pese
a ello, el emperador no se contentó y quiso dar un escarmiento ejemplar
a Federico V, huido tras la derrota militar. Consiguió que una Dieta
formada casi exclusivamente por príncipes católicos, dictara la
confiscación de bienes del elector palatino y la pérdida de su dignidad
electoral, que pasó a manos del duque Maximiliano de Baviera, además de
repartir el territorio del Palatinado entre éste y las tropas españolas
de Espínola.
Sin embargo, lejos del lugar del conflicto, se
producen unos cambios que pesarán mucho sobre él. El advenimiento del
nuevo monarca español, Felipe IV , trae consigo un nuevo primer ministro, el conde-duque de
Olivares. Sólo tres años más tarde , el cardenal Richelieu accedió
al poder en Francia: ambas personalidades estaban condenadas a
enfrentarse por sus diferencias de criterios. Además el monarca danés, Cristian IV,
se erigió en la cabeza visible del descontento de los príncipes
protestantes, pues ambicionaba controlar todas las salidas del imperio
hacia el mar del Norte y el mar Báltico para seguir siendo el dueño de
las rutas comerciales, tal y como lo era debido a sus posesiones en el
continente (el istmo de Jutlandia y los obispados de Bremen, Verder y
Osnabrück). El resultado de ello fue la firma, en diciembre de 1625, de
un tratado por el que se comprometía a hacer la guerra contra el
emperador.
Debido al cariz de los acontecimientos, Fernando II decidió reclutar un ejército para no estar dependiendo de la Liga Santa
y de su jefe, Maximiliano de Baviera. El mariscal Albert de Wallenstein
fue el encargado de realizarlo, asegurándose además un inmenso
territorio entre Bohemia y Silesia, así como la dignidad de príncipe del
Imperio
La entrada de Dinamarca en el
conflicto es un hecho, cuando las tropas de
Cristian IV al mando del general Mansfeld penetraron en la Baja Sajonia. Sin embargo, Wallenstein les derrotó en la batalla de Dessau y los daneses se replegaron hacia su territorio y firmaron
un tratado, por el que se comprometían a no intervenir más en
los problemas internos del Imperio y renunciaban a los obispados del
Norte que estaban bajo su jurisdicción.
La intervención de Francia y Suecia.
El otro hecho fundamental que define esta primera fase del conflicto es la promulgación, por parte de Fernando II, del Edicto de Restitución ,
según el cual los protestantes debían restituir todos los bienes
secularizados desde 1552. La oposición de los electores protestantes,
sobre todo los de Sajonia y Brandeburgo, no impidió que las tropas de
Wallenstein y Tilly se encargasen de que la orden fuese cumplida
utilizando las armas, si ello fuese menester. El cambio de fuerzas desde
el sector protestante al católico, así como los continuos contactos
diplomáticos entre Fernando II y el conde-duque de Olivares hicieron que
las potencias europeas tomasen cada vez más conciencia de que lo que
estaba en juego no era otra cosa que una gran alianza Habsburgo por el
dominio de Europa. Incluso varios príncipes católicos, como el propio Maximiliano de Baviera,
se mostraron celosos de la influencia que Madrid tenía en las acciones
del Imperio, a raíz de lo cual iniciaron una leve campaña de protesta.
En
Francia, el cardenal Richelieu cada vez era más consciente del peligro
que la guerra en el Imperio representaba para los intereses de su país,
pero no podía hacer nada más que esperar la ocasión de intervenir. Así
pues, en julio del año 1630, los legados de Francia en la Asamblea
Electoral de Ratisbona, convocada a la sazón por Fernando II para que
éstos ratificasen a su hijo como rey de romanos (previo paso a la
hereditabilidad del trono imperial), supieron explotar hábilmente el
descontento de los electores católicos, recordando continuamente el
peligro de la acción española sobre Europa. Maximiliano de Baviera se
distinguió como el máximo aliado de los intereses de Richelieu, firmando
ambas entidades una tregua de ocho años, después de que la asamblea de
Ratisbona no aceptase la imposición imperial.
En estos años Francia va a contar con un nuevo aliado sorpresa: Suecia. El rey Gustavo Adolfo ardía en deseos de intervenir tras el fracaso de su rival Cristian IV unos años antes. El pretexto que tomó el León del Norte,
como se conocía al monarca sueco en la época, fue la toma, saqueo e
incendio de Magdeburgo por las tropas de Tilly, como consecuencia
de la aplicación del Edicto de Restitución. Escandalizados por
tan cruento acto, varios príncipes alemanes reforzaron sus simpatías por
el rey de Suecia que, gracias al mando efectivo de Bernardo de
Sajonia-Weimar sobre sus tropas, derrotó a Tilly en la batalla de Breitenfield . Lejos de contentarse con dicha victoria, Gustavo Adolfo
se dirigió hacia Renania y Turingia, cruzando el Rin y penetrando en
Maguncia a finales de 1631, donde incluso estableció una especie de
gobierno provisional.
Pese a los intentos de negociación llevados a cabo por la Liga Santa
y por el propio Richelieu, que pensaba que la aventura sueca había
llegado demasiado lejos, Gustavo Adolfo se mantuvo inflexible en su
postura. En abril de 1632 reanudó las hostilidades al invadir Baviera,
derrotando nuevamente a Tilly, que falleció a consecuencia de las
heridas recibidas en el combate y entró en Munich al lado de Federico V,
aunque éste falleció también pocos meses más tarde.
El emperador
Fernando II observaba cómo los acontecimientos se precipitaban en su
contra y tomó la única determinación que le quedaba: volver a rogar al
mariscal Wallenstein que se hiciera cargo de las tropas imperiales, a
cambio, naturalmente, de nuevas promesas sobre gobiernos territoriales y
dignidades varias. El encuentro definitivo tuvo lugar en la batalla de Lutzen. De nuevo, Bernardo de Sajonia-Weimar se reveló como el
mejor estratega del continente, al infligir una derrota impresionante a
las antaño invencibles tropas de Wallenstein. Sin embargo, la valentía
del León del Norte llegó a su capítulo final,
puesto que su inusual costumbre, para la época, de dirigir las cargas de
caballería en primera línea le sirvió para encontrar la muerte en dicha
batalla.
El año siguiente , fue un período de tensa calma
entre las naciones europeas. La coalición sueca, encabezada ahora por el
canciller Axel Oxenstierna (regente del reino durante la minoría de edad de la reina Cristina),
se difuminaba poco a poco, pese a los esfuerzos del canciller por
renovar sus pactos con los reinos protestantes del Imperio. No obstante,
esta vez fue el propio Wallenstein, que se había retirado a sus
posesiones de Friedland donde gobernaba con absoluta impunidad, quien
ofreció secretamente sus servicios a Suecia y a Francia, quizá pensando
en obtener el reino de Bohemia como recompensa a su traición. La
colérica reacción del emperador Habsburgo no se hizo esperar: con la
ayuda y complicidad de varios comandantes de Wallenstein leales a la
causa imperial, mandó asesinarle en febrero de 1634.
El definitivo encuentro entre Suecia y el imperio tuvo lugar en la batalla de Nordlingen , donde la ayuda de contingentes españoles fue crucial para
el éxito del emperador Fernando II. Finalmente, suecos y protestantes
alemanes tuvieron que firmar los acuerdos de Pirna-Praga donde se restituían los status vigentes por el tratado de Augsburgo y se eliminaban las ligas
de contendientes. El acuerdo estuvo rodeado de un amplio consenso entre
los distintos firmantes, por lo que se auguraba una larga paz en
Europa, al menos en los territorios imperiales.
Nada más lejos de la realidad: las tensiones franco-españolas se habían acrecentado. Por una parte, debido a la guerra encubierta
que sostenía Francia contra los intereses españoles y, por otra, a que
la ambición de dichos intereses ensombrecía el panorama de la paz
decretada en los acuerdos. Así pues, el hábil cardenal Richelieu comenzó
la movilización de sus tropas, para lo que contrató a Bernardo de
Sajonia-Weimar, también estableció importantes destacamentos militares
en todas las zonas fronterizas francesas y firmó acuerdos con todos los
países europeos (en especial, con las Provincias Unidas y con Suecia),
haciéndoles ver la existencia de un enemigo común a todos ellos.
Finalmente, aprovechando una excusa, la ocupación de la neutral
fortaleza de Tréveris por los españoles, Luis XIII de Francia declaró la guerra a Felipe IV de España (19-V-1635)
El conflicto franco-español
El impacto
psicológico de dicha declaración fue brutal. Esgrimiendo el argumento
religioso, nadie en toda Europa podía creerse el conflicto desatado
entre los dos países europeos más férreos defensores del catolicismo, en
Francia la guerra fue utilizada en contra de Richelieu por sus
detractores. Tradicionalmente, la explicación que han dado los
historiadores estaba basada en la enconada e inaudita rivalidad que
mantenían los primeros ministros de ambos reinos: el cardenal Richelieu y
el conde-duque Olivares. Sin embargo, más allá de la rivalidad y de los
intereses religiosos, lo cierto es que el enfrentamiento franco-español
se entiende perfectamente si observamos la Guerra de los Treinta Años
no como una guerra de religión sino como la lucha entre dos países, dos
ideas, dos planteamientos socioculturales, por hacerse con la hegemonía
política de Europa.
La guerra no comenzó bien para Francia: a la
lamentable situación económica de su reino se le sumó la declaración de
guerra del emperador Fernando II, naturalmente, obligado por los pactos
de familia. La pretendida invasión de los Países Bajos por Francia
fracasó, a la vez que los españoles se apoderaron de la importante plaza
fuerte de San Juan de Luz y tomaron Corbie, iniciando la invasión de
Picardía
Sin embargo, a finales de año la
situación cambió. Los franceses recuperaron Corbie y las tropas suecas,
que habían comenzado la guerra en el norte del Imperio, lograron
derrotar a los aliados imperiales en la batalla de Wittstock
(4-X-1635). Desde este momento, la confrontación se convirtió en un nudo
de pequeños combates, sobre todo, asedios a las principales ciudades de
los Países Bajos y una toma de posesiones previa a la ofensiva final,
en el caso de que hubiese el dinero necesario para pagar a las
desmotivadas tropas.
El fallecimiento de los antagonistas
Un hecho importante que define estos años es la muerte del emperador Fernando II . El nuevo emperador, su hijo Fernando III,
no concebía la lucha con tanta ansiedad como su padre y, desde luego,
se mostró mucho menos receptivo que éste a la hora de las alianzas con
Madrid. Así pues, las diferencias de criterio que se establecen entre
los aliados españoles se mostraron fatales en el devenir del conflicto.
Entre 1638 y 1642, los éxitos franceses fueron importantísimos,
logrando, en perfecta comunión con sus aliados suecos y centroeuropeos,
dominar la estratégica ciudad de Brisach, situada en el centro de las
comunicaciones terrestres entre España, el Franco Condado y Austria.
Brisach fue tomada en diciembre de 1638 gracias a la pericia que, de
nuevo, mostró Bernardo de Sajonia-Weimar, aunque éste falleció poco
después para alivio de Richelieu, cansado de las continuas peticiones
económicas y territoriales del general sajón. Por si ello fuera poco, el
almirante holandés Tromp logró cortar también la comunicación marítima
entre España y sus posesiones en Flandes destruyendo la escuadra
española en la batalla de Douvres
La
situación en España comenzaba a ser peligrosa: los continuos desastres
en los conflictos europeos, así como el descrédito en el que poco a poco
iba cayendo el conde-duque Olivares, provocaron los levantamientos
secesionistas de Portugal y Cataluña, ambos en 1640. Como era de
esperar, Richelieu se apresuró a sacar el beneficio acostumbrado de las
situaciones extrañas; a tal efecto, firmó un tratado de amistad con el
nuevo reino de Portugal y ordenó la ayuda de un contingente
militar francés que penetró en la Ciudad Condal el mismo mes,
para asistir a la renuncia de la soberanía española sobre Cataluña y
proclamar a Luis XIII como Conde de Barcelona. Al mismo tiempo, el
ejército francés al mando del mariscal La Meilleraye ocupó el Rosellón
con el objetivo de tomar Perpiñán, hecho consumado en septiembre del
mismo año. España se tambaleaba.
Por lo que respecta a la lucha en
el Imperio, los alemanes estaban cada vez más cansados de los
conflictos bélicos, hecho que parecía preparar un amplio consenso para
la paz. El hastío que había producido la guerra en el Imperio tuvo como
efecto más notable la repuesta negativa que el emperador Fernando III
obtuvo en la Dieta de Ratisbona , convocada para obtener dinero de los príncipes y detener la invasión de Bohemia por el mariscal sueco Baner.
Rotos, desmoralizados y sin dinero, los soldados alemanes nada pudieron
hacer, frente a las bien pertrechadas tropas de Baner, quien les
infligió un severo castigo en la segunda batalla de Breitenfield . En diciembre de ese mismo año, falleció el cardenal
Richelieu y, apenas unos días más tarde , el conde-duque
Olivares fue sustituido en el gobierno español. A la vista de los
acontecimientos, Fernando III preparó el terreno de la negociación.
De la batalla de Rocroi a los tratados de Westfalia.
Cuando
toda Europa asistía a lo que parecían ser los prolegómenos de una paz
negociada, el monarca español Felipe IV decidió contratacar,
aprovechando, como hiciese Richelieu tres años antes, la precaria
situación del reino francés. Allí el nuevo dirigente, el cardenal
Mazarino, contó con la negativa en pleno de todo el país al querer
continuar la obra de su predecesor en el puesto. Para aumentar más la
confusión, Luis XIII falleció en mayo de 1643.
Así pues, las tropas españolas, al mando del gobernador de Flandes don Francisco Melo, iniciaron el asedio de Rocroi ,
batalla clave en el desarrollo del conflicto franco-hispano. El
ejército francés, al mando del joven duque D´Enghien, asestó un golpe
definitivo a los antaño invencibles Tercios de Flandes (más de
8.000 muertos). Mazarino, eufórico tras la victoria, decidió acabar la
guerra en el Imperio, ordenando la invasión de Bohemia y Moravia a las
tropas que habían sido de Bernardo de Sajonia-Weimar y que ahora estaban
capitaneadas por el conde de Turena. La victoria francesa en la batalla de Nördlingen amenazó gravemente la integridad física de los Habsburgo
vieneses, que sólo lograron detener el avance de las tropas
franco-suecas firmando la paz de Osnabrück.
El último y desesperado intento español por retrasar la inevitable derrota tuvo lugar en la batalla de Lens , donde el duque D´Enghien, ahora ya príncipe de Condé
tras la muerte de su padre, logró vencer de nuevo al ejército español al
mando del archiduque Leopoldo.
Con esto se confirmaba la debilidad de unas tropas españolas cansadas
de luchar sin tregua desde años atrás. La paz se aprestaba a llegar.
Los tratados de Westfalia.
Con el nombre genérico de Tratado de Westfalia se designan al conjunto de tratados firmados en 1648 por los que se puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Es decir, no se trata de un solo tratado sino de un sistema de paces:
1-Paz de Osnabrück- Firmada entre Suecia y el Imperio.
Como resultado de los intercambios territoriales, Suecia pasó a
controlar las desembocaduras de los grandes ríos alemanes: el Oder, el
Elba y el Wesser, aumentando su control en la zona continental.
2-Tratado de Münster- Firmado entre España y las Provincias Unidas, donde se reconocía la independencia de los Países Bajos.
3-Tratado de Westfalia- Firmado entre España, Francia y el Imperio. Francia logró, como compensaciones territoriales, la mayor parte de Alsacia.
Como resumen, el conjunto de tratados confirmó el declive de
los Habsburgo en la hegemonía continental, que pasó a ser detentada por
dos países: Francia en el sur y Suecia en el norte. Además, fue
instaurada la libertad de culto entre los distintos estados firmantes,
por lo que se puso fin a décadas marcadas por las luchas religiosas.
Atrás quedaban los estados agotados y más de 100.000 muertos. O al menos
eso parecía.
La guerra franco-española (1648-1660)
A raíz de las revueltas de la Fronda y de las
sublevaciones de varias ciudades francesas contra la política del
cardenal Mazarino, Francia se volvió a encontrar en una situación
comprometida. Naturalmente, ello fue aprovechado por los españoles para
continuar la lucha, esta vez sin aliados europeos, salvo el caso de
algunos militares franceses, como Turena y Condé que, cegados por la
ambición, se pusieron al frente de las tropas españolas en el nuevo asedio de Rocroi (1653).
Mazarino logró controlar hábilmente la situación y acabar primero con sus problemas internos (fin de La Fronda
en 1652) para pasar a ocuparse de los externos. Para ello, contó con la
vuelta a la escena europea de, tal vez, la única potencia que aún no
había combatido directamente en el conflicto: Inglaterra. Efectivamente,
las guerras civiles desatadas por los partidarios de la República habían alejado a los británicos de las luchas continentales.
Sin embargo, una vez controlada la situación, Cromwell decidió intentar aprovecharse de la debilidad de sus rivales continentales vendiendo
su alianza. Primero fue España la que contactó con el puritano inglés,
pero éste acabó firmando en 1655 un tratado de amistad con Mazarino, a
cambio de varias ventajas comerciales y la cesión de Dunkerque. Como
resultado de la ruptura de relaciones entre Inglaterra y España, una
flota inglesa se apoderó de las Antillas españolas en 1655, trasladando
los conflictos europeos al Nuevo Continente. Además, Mazarino se
aseguró, en 1658, la neutralidad del resto de países europeos en el
conflicto tras la formación de la Liga del Rin, alianza defensiva comprometida a defender lo firmado en Westfalia.
En
1657, Francia e Inglaterra decidieron solventar el conflicto por la vía
rápida, para lo cual aprobaron la formación de un ejército común de
unos 20.000 soldados que tenía como principal objetivo tomar Dunkerque
por tierra mientras la flota inglesa apoyaba la acción con su artillería
naval. Las tropas francesas al mando de Turena, que había vuelto a la
causa francesa, no sin asegurarse antes varias cesiones territoriales,
se enfrentaron al contingente español, dirigido por Condé y por el
hermano de Felipe IV, Juan José de Austria, quien, en un patético
intento por regresar al pasado glorioso, se hacía llamar Juan de Austria. La derrota española en la batalla de las Dunas confirmó el desastre de los Habsburgo peninsulares: con
el país asolado por las penurias económicas, con la moral bajo mínimos y
con las tropas en situación de motín, España tuvo que iniciar las
definitivas conversaciones de tregua con Francia.
Sin embargo, el apocalipsis bélico tampoco había finalizado en el norte de Europa. El nuevo monarca sueco Carlos Gustavo X,
rey tras la abdicación de Cristina en el año 1654, no se conformó con
las ganancias territoriales obtenidas tras Westfalia y Osnabrück, por lo
que decidió, en 1655, invadir Lituania y Polonia, entrando en conflicto
con Rusia y con Dinamarca. Nuevamente, tuvieron que ser necesarios más
de cinco años de crudos enfrentamientos entre los países del Báltico
para que se llegara a una paz negociada.
Los Tratados de los Pirineos.
Nuevamente, éste es el nombre genérico que se le ha dado a tres tratados, firmados entre 1660 y 1661:
1-Tratado de Oliva- Firmado entre Polonia y Suecia. Esta
última se aseguró para su gobierno la Livonia inferior, a la vez que el
elector de Brandeburgo obtuvo la soberanía de Prusia. Este tratado se
complementa con la paz de Kardis, firmada entre Suecia y Rusia con el resultado de la cesión a Suecia de Ingria y Carelia.
2-Tratado de Copenhague- Firmado entre Dinamarca y Suecia,
en él se dan ciertos intercambios territoriales y algunas garantías de
finalización del conflicto.
3-Tratado de los Pirineos- (Véase Tratado de los Pirineos)
Firmado el 7 de noviembre de 1659 entre Mazarino, en representación
francesa, y don Luis de Haro, en representación española. España perdió
el Rosellón, la Cerdaña y varias posesiones en los Países Bajos y en el
Franco Condado, pues pasaron todas ellas a manos francesas. Además, una
cláusula del tratado obligaba a la infanta María Teresa a contraer matrimonio con el rey francés Luis XIV,
a cambio de pagar una dote de 500.000 escudos de oro. Este hecho será,
en el año 1700, el desencadenante de la llegada al trono español de un
representante de la casa de Borbón: Felipe de Anjou, el hijo del matrimonio pactado en los Pirineos.
Consecuencias de la Guerra de los Treinta Años
Naturalmente, hemos de hablar del desastre demográfico que asoló
Europa durante más de cincuenta años. La crisis no sólo se debió a las
propias bajas militares sufridas por los ejércitos, sino que influyó
negativamente en el crecimiento económico y social de todos los países
contendientes. Además, el hecho de las carencias económicas que
afectaron a todos los participantes derivó, en una gran mayoría de
casos, en un pillaje desmedido cometido por las tropas militares, hecho
que fomentó bastante todas las leyendas negras que se cuentan
sobre los soldados, españoles y franceses, principalmente. Sin embargo,
si hay que quedarse con un sólo dato que defina el conflicto, éste no ha
de ser otro que la ambición. A lo largo de estas líneas han desfilado
toda una pléyade de traiciones, rebeldías, militares mercenarios que se
vendían por prebendas y dirigentes obstinados en sacrificar todos los
recursos de un país en pos de un objetivo imposible. Todo ello sucedió
en Europa, en la misma Europa que ahora se intenta construir unida. Es
de esperar que la lección haya sido aprendida y que los fantasmas del
pasado no descargen su oneroso peso sobre las mismas espaldas sufridoras
de los conflictos militares, pues tanto en aquél caso como en otros más
cercanos, los verdaderos vencidos no fueron otros que los habitantes de
Europa.
BIBLIOGRAFIA-
BENASSAR, B. et al. Historia Moderna.
- Historia del Mundo Moderno. New Cambridge Modern History.
- LIVET, G. La guerra de los Treinta Años.
-
MORAZÉ, Ch. & WOLFF, Ph.- Los siglos XVII y XVIII.
http://www.enciclonet.com/articulo/guerra-de-los-treinta-annos/
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