Movimiento religioso de tipo cristiano cuyos puntos fundamentales eran la importancia suprema de la pobreza y la predicación, el rechazo de la validez de los sacramentos administrados por sacerdotes indignos, un pacifismo radical y la desobediencia a los preceptos de la Iglesia que no tuvieran base en la Escritura y especialmente en el Evangelio.
Movimiento heterodoxo del cristianismo,
cuyo principal foco de acción estuvo centrado en el sur de Francia y
noroeste de Italia. Al albor del siglo XII, debido al distanciamiento
entre el pueblo y la iglesia institucional católica, especialmente
resquebrajado tras la Querella de las Investiduras,
la Europa de la Plena Edad Media conoció la presencia de fenómenos que,
con una gran carga de conciencia religiosa, propugnaban una mayor
flexibilidad en lo espiritual, preconizando la llegada del espíritu
reformista de las órdenes mendicantes. Uno de esos movimientos fue el valdismo, cuyos seguidores fueron llamaron valdenses por el nombre del primero de sus predicadores y verdadero organizador del movimiento: el comerciante lyonés Pedro Valdo.
Origen y doctrina valdense
Como
bien han señalado algunos historiadores, la historia del fundador del
movimiento valdense guarda hondas reminiscencias con una figura
posterior, la de San Francisco de Asís, que sería de vital importancia
en el devenir de la religiosidad occidental. Ciertamente, Pedro Valdo (o
Pedro Valdés, según otras fuentes) fue un rico comerciante de la ciudad
de Lyon que, tras escuchar a un juglar la historia de la vida de San
Alejo, abandonó todas sus riquezas y su vida material para dedicarse a
cumplir el precepto evangélico: "Si quieres ser perfecto ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres". (Mitre, op. cit.,
p. 117). Dicha repentina conversión ha sido fechada en el año 1173;
desde entonces, Pedro Valdo se dedicó a formar una congregación
espiritual de laicos que tenían como principal misión evangelizar a los
pobres y que orientaron su vida hacia la más absoluta de las pobrezas,
en consonancia con las predicaciones que la orden cisterciense había
hecho algunos años atrás para concienciar a los ricos de la existencia
de otros congéneres necesitados. Quizá el éxito obtenido por Valdo se
deba a que supo conectar con el despertar religioso de un incipiente
grupo social, la burguesía urbana, que se encontraba en franco
desarrollo en la Plena Edad Media. Para llevar a cabo sus prédicas,
Pedro Valdo y sus discípulos no dudaron en traducir algunos pasajes de
la Biblia a lengua vulgar, utilizando para la evangelización
tanto a hombres como a mujeres que no siempre contaban con una gran
preparación letrada, pero cuya vida austera y su facilidad para conectar
con el auditorio deparó el apoyo de grandes masas de población a la
congregación valdense. El ideal de pobreza y la vida religiosa
encontraron muchas almas afines entre la población del sur de Francia.
Los valdenses, huyendo de los opulentos ritos y liturgias de la iglesia
ortodoxa, celebraban sencillas reuniones en las que todos los fieles,
bajo la guía de los presbíteros (generalmente, los más ancianos), leían
la Sagrada Escritura para finalizar con una oración y un sermón de los
miembros de la congregación (llamados Perfectos, pero a los que no hay que confundir con los de la Iglesia cátara).
El enfrentamiento con la autoridad
Debido,
entre otras cosas, a estos dos asuntos mencionados, los valdenses
entraron en conflicto con la jerarquía eclesiástica, que se atribuía la
potestad de la evangelización y que propugnaba que, pese a reconocer la
ortodoxia de Valdo y sus seguidores, ninguno de sus ministros podía
equipararse en conocimientos con los suyos. Valdo apeló tal decisión en
el marco del III Concilio de Letrán (1179), donde fue recibido con grandes honores por el pontífice Alejandro III;
sin embargo, el papa prohibió a los valdenses efectuar sus
predicaciones sin la correspondiente autorización del obispo. Desde este
preciso momento, los diversos enfrentamientos se sucedieron entre
valdenses y autoridad eclesiástica y acabaron por la nominación oficial
de herejes a los primeros, acción efectuada por el pontífice Lucio III
en el año 1184. Realmente, los anatemas lanzados contra los valdenses
respondían a una división efectuada dentro de ellos mismos, pues a la
pureza de sentimientos de su fundador y los primeros miembros (el grupo
moderado) había sucedido un grupo más radical que, influido por
corrientes maniqueas y por movimientos como el de la Pataria, habían
comenzado a preocuparse de otras asuntos, tales como cuestionar la
autoridad del Papa, el valor de las indulgencias, los sacramentos o las
oraciones... Es decir, el sentimiento religioso se había convertido en
factor de protesta social, pese a que Pedro Valdo nunca se planteó nada
que no fuese espiritual.
Extensión e influencia del valdismo
En
los años siguientes a la anatematización pontificia, la extensión de
los predicadores valdenses alcanzó gran parte de las ciudades del norte
de Italia, donde eran llamados humiliati y donde sus postulados
radicales continuaron vigentes hasta bien entrado el siglo XIII. El otro
foco de expansión del valdismo fue la corona de Aragón, donde el rey
Pedro II los reprimió con severidad, llevando a algunos de ellos a la
hoguera. Mas la llegada al solio de San Pedro de Inocencio III,
provocó nuevos cambios en la lucha contra estos; efectivamente, el
pontífice se propuso intentar que volviese a la obediencia ortodoxa la
rama moderada del valdismo, hecho que logró con la "re-conversión" de
uno de los principales predicadores valdenses: el hispano Durán de
Huesca (1206). Con el fin de que los célibes laicos pudiesen seguir con
una vida de pobreza, castidad y oración, Inocencio III aprobó su
conversión en una especie de órdenes menores que, posteriormente, serían
absorbidas por la fuerza de franciscanos y dominicos. La resistencia de
los valdenses radicales fue difícil, pese a que aún siguieron
existiendo comunidades importantes a lo largo del siglo XIII,
especialmente en el norte de Italia. Sin embargo, no hay que olvidar que
el valdismo había nacido en el seno de la propia iglesia católica y que
únicamente postulaba una vía de pureza religiosa, una especie de
"reforma" para la vuelta a las condiciones espirituales del cristianismo
primitivo. Y, por lo que respecta a las autoridades, en pleno siglo
XIII se encontraban totalmente inmersos en la batalla contra el
catarismo, una verdadera herejía al plantear una "contra-iglesia" a la
ya existente. La coincidencia entre los lugares de irrupción de valdismo
y catarismo (ambos en el Midi francés) ha hecho sospechar a numerosos
historiadores la existencia de vínculos entre ambas concepciones, no
tanto intelectuales como personales; ello significa que, posiblemente,
los valdenses radicales del sur de Francia pasasen a engrosar las filas
cátaras. También se encuentran reminiscencias valdenses en pensadores
como Jan Hus,
puesto que en Italia, Bohemia y Alemania las comunidades valdenses
sobrevivieron hasta los siglos XIV y XV, llegando a existir incluso
predicadores itinerantes para no perder la fuerza de su doctrina.
Posiblemente, muchos de estos grupos fueran parte de la base popular
sobre la que se asentó la Reforma luterana del siglo XVI.
Bibliografía
-
MITRE, E. & GRANDA, C.- Las grandes herejías de la Europa cristiana. (Madrid, Istmo)
http://www.enciclonet.com/articulo/valdismo/
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