En Occidente, esta palabra ha sufrido a
lo largo del tiempo un doble desplazamiento, que ha deformado su sentido
originario y que debe aclararse para descubrir el significado del
momento histórico en el que el término tuvo su significado más peculiar y
característico.
El primer desplazamiento de significado estuvo
motivado porque la división de la historia occidental en Edad Media y
Renacimiento condujo a la contraposición entre los métodos literarios y
concepciones de la primera frente a los del segundo. En ese contexto
historiográfico, que oponía tan radicalmente estas dos épocas, el
contenido significativo de la palabra escolástica adquirió cierta rigidez. En este sentido, se suele oponer el método escolástico de trabajar con autores
con las nuevas formas de lectura e interpretación surgidas o resurgidas
en el Renacimiento, y los principios estéticos y literarios del
Renacimiento con la dialéctica, considerada como lo más característico
de la Escolástica medieval. Los humanistas del Renacimiento rechazaron
la excesiva preponderancia del método dialéctico y despreciaron el
lenguaje latino escolástico, al que consideraron bárbaro y degenerado
frente al latín clásico.
El segundo desplazamiento de significado
se origina a partir de la evolución interna de las disciplinas
teológicas motivada por la crisis religiosa que provocó la Reforma
de la Iglesia. La negación protestante del fundamento escriturístico y
patrístico del magisterio católico condujo a controversias que
pretendieron aclarar la existencia o no de ese fundamento, lo que obligó
a los católicos a mostrar la conformidad de los dogmas católicos con
sus primitivas fuentes. Los esfuerzos se acentuaron cuando por la
presión de las tesis luteranas acerca de la primacía absoluta de la
Escritura frente a la tradición y por la tesis de la incapacidad de la
razón para captar el misterio. Mientras Lutero condenaba a la
Escolástica, tanto en su forma como en su contenido, los teólogos
católicos impulsaron una visión crítica del depósito de la revelación
para encontrar las fuentes auténticas y las bases para una reelaboración
racional. Esta rama de la teología fue llamada, a partir del siglo XVI,
teología positiva, mientras que la palabra escolástica
adquirió un sentido peyorativo, al designar con ella una especulación
abstracta cuyos métodos deductivos se consideraban ajenos al
conocimiento religioso de la fe.
El significado etimológico del adjetivo escolástico se encuentra en el término scholasticus, un magister scholae, un sentido institucional que se podría traducir como maestro.
Ya en las crónicas del siglo XI aparece esta palabra usada en este
sentido, que supone una restricción del significado que tomó en el latín
posclásico y presente, todavía, en el lenguaje de Alcuino, para quien escolástico designa a un tiempo al maestro
y al hombre formado que posee un lenguaje distinguido y elegante por
sus estudios de Retórica. En el siglo XII se impone la palabra en su
sentido técnico, institucional y profesional. Scholasticus designa tanto al estudiante como al maestro que se encuentran en la escuela, en especial en las escuelas urbanas o episcopales.
El sentido referencial de la palabra escolástica a la escuela se mantiene con posterioridad al siglo XII, cuando escolástico pasa a significar el método de enseñanza practicado en las escuelas. En éstas la doctrina sacra cristiana no se transmite ni por la liturgia, ni por la catequesis, ni a base de la collatio
monástica, sino organizada como un saber estructurado sistemáticamente
por una razón que actúa con análisis, investigación, concatenación y
síntesis. Por ello los términos lector y magister designan
al que está en posesión de una licencia para enseñar y desempeña su
quehacer docente como un profesional y, por tanto, se halla cualificado,
por su competencia de especialista y por su autoridad jurídica, en el
conjunto de la institución que pronto se llamará universidad.
El
proceso de formación de la escolástica va descubriendo su estructura
como forma literaria y como método científico, en conexión y progresión
de estos tres elementos: primacía de la palabra de Dios (lectio), método de autoridades (auctoritates), confianza en la razón (quaestio, rationes).
a) La lectio. Quien lee un texto en clase es el lector y quien lo comenta y lo explica es el expositor.
En teología, el libro leído y explicado es la Biblia, en gramática
Donato o Prisciliano, en retórica Quintiliano, en dialéctica Boecio...
Dado que en la Retórica se leen y comentan no sólo teóricos de la
disciplina, sino también grandes escritores de la antigüedad, como
Virgilio, Horacio y Ovidio, la palabra auctor, autor, se relacionó en esa época con la creación literaria. Por el prestigio institucionalmente consolidado, estos auctores estaban dotados de una autoridad tal que la palabra auctoritas
terminó por emplearse para designar no a los autores, sino a los textos
que solían comentarse o citarse en clase. Así nacieron los libros de
textos llamados "Colecciones de Autoridades".
El procedimiento fundamental de la técnica docente y de los métodos de pensamiento era, por tanto, la lectio.
Ésta se practicaba de un modo vivo e intenso, como consecuencia de la
difusión, cada vez mayor, de los textos antiguos, que progresivamente se
iban descubriendo, y cuya divulgación recibía un fuerte impulso del
fomento sistemático de la multiplicación de sus copias manuscritas. Este
movimiento imprimió a la cultura un marcado carácter de restauración,
de una admiradora imitación. Fue precisamente en la tensión entre la
imitación de los antiguos y la propia inventiva del espíritu donde
encontró la escolástica su ley interna en medio de éxitos y fracasos. No
pretendieron los escolásticos ni directa ni exclusivamente, saber qué
pensaron los antiguos, sino buscar la verdad basada en el texto y en la
tradición. Esto se aplica también a la doctrina de la salvación, ya que
las auctoritates que llegan por la tradición se ven sometidas a
un tratamiento que va más allá de la exégesis histórica y literaria, y
garantiza una libertad de interpretación de mucho alcance.
Esta lectura
tiene un alcance mayor que el que puede hacer de la Biblia cualquier
creyente o incluso cualquier monje, pues tiene un carácter técnico y
profesional. Así, scholasticus mantiene el sentido originario de la palabra schola.
Los escolásticos son profesores. Ello significa la determinación de su
peculiaridad, la fijación de sus límites y la garantía de su
cualificación profesional y científica. A diferencia de los Padres de la
Iglesia, que estaban dedicados a una intensa actividad pastoral que
exigía dirigir sus escritos a la generalidad de los fieles y
concreciones vitales hacia la enseñanza popular y hacia la vida
cotidiana, los maestros de las escuelas y de las universidades contaban
con un auditorio especial y con una técnica profesional. Incluso cuando
elaboran sermones, como santo Tomás de Aquino, éstos son escolásticos. Y
es que esa técnica apropiada para la enseñanza escolástica era la dialéctica.
Decir
que el escolástico era un dialéctico es hacer una afirmación sumamente
equívoca, puesto que esta palabra designa históricamente a doctrinas tan
diversas como las rationes necessariae de san Anselmo o el sic et non
de Abelardo, la elaboración del tema místico del amor en Ricardo de San
Víctor o el nominalismo de Guillermo de Ockham, las acusaciones de
Berengario de Tours o el dinamismo del itinerarium mentis de san
Buenaventura. Dialéctica significaba de hecho, en todos los casos, el
empleo de la razón, la puesta en función de todos los métodos
racionales. Estos métodos recibieron desde la fe una nueva orientación,
especialmente desde el momento en que se pretendió aplicar los conceptos
humanos al objeto divino. Fue entonces cuando se creó el rasgo más
sobresaliente del método de la ciencia teológica y el logro mayor de la
teología escolástica: la analogía.
b) La quaestio. La curiosidad científica de la razón, que ha sido despertada por la lectio,
aspira a ir más allá de los límites del simple comentario de texto, ya
que el simple contenido del texto, aunque comprendido, plantea ciertas cuestiones
que aparecen en los comentarios de los lectores, sugeridas por pasajes
oscuros del texto. Plantearse estas cuestiones no es lo mismo que interpretar, puesto que ello exige buscar principios de solución que conllevan el abandono del sic et non,
para adentrarse con la inteligencia en el interior mismo del misterio
de la fe. De ahí que a lo largo del siglo XII se desarrolle la
literatura de las quaestiones, al principio dentro de la misma lectio y con posterioridad fuera, en colecciones literarias autónomas.
Poco a poco, la técnica de la quaestio
va extendiendo su campo de aplicación. De la investigación de puntos
discutidos o discutibles se pasa a examinar, con la rigurosidad del
nuevo método, doctrinas ya admitidas. Así, de aclarar dudas, se pasa a
intentar conseguir un conocimiento cada vez más profundo incluso en
aquellas ideas que se admiten con certeza, como ¿existe Dios? o ¿el alma
es espiritual? La palabra metódica que se repite sin cesar en la escuela es la partícula usada como primer miembro de toda interrogación: utrum.
Así, desde el primer momento, el alumno comienza a plantearse como
cuestión lo que había poseído hasta ese momento de un modo puramente
pasivo, y el profesor ya no es un simple comentarista de textos, sino un
magister que determina las cuestiones, no por simple contraposición de autoridades, sino a partir de razones que descubren a la inteligencia las raíces de los hechos.
Cuando
ocurre que a un problema planteado no puede ofrecerse una respuesta
unitaria, ya que los maestros no están siempre de acuerdo, aparece de
nuevo el método del sic et non, pero dentro del plano de las opiniones de escuela. La quaestio conduce así a la quaestio disputata. La aparición y la formalización de este ejercicio de la quaestio disputata
constituyó un acontecimiento importantísimo en el desarrollo de la
teología y de la pedagogía de las universidades. A diferencia del lector, que sigue siendo el profesor que explica el texto, el magister introduce en sus clases el complemento de las quaestiones disputatae, es decir, las controversias y discrepancias que mantiene con sus colegas. Sus respuestas son las sententiae, las sentencias.
Cuando el magister prescinde del texto y reúne las cuestiones por el interés que puedan tener, da cuerpo a lo que se llama una summa quaestionum. Así se inicia la época de las sumas. El artículus de una suma constituye una quaestio disputata reducida a su esquema esencial.
El
desarrollo de la escolástica se extiende a lo largo de siete siglos y
suele dividirse en tres períodos: escolástica primitiva, alta
escolástica y baja escolástica.
a) La escolástica primitiva
es el periodo comprendido entre el siglo IX y el siglo XII. Se
caracteriza porque el factor racional está limitado al análisis de
textos y a la crítica de las auctoritates, pero no llega a ninguna estructuración especulativa, es decir, a formular quaestiones independientes y trabadas sistemáticamente entre sí. En esta época se usan las disciplinas del trivium,
en especial la dialéctica. Aunque con frecuencia esta disciplina fue
reducida a lo puramente gramatical y a meros juegos verbales, cuando se
usó como crítica de los conceptos provocó entusiasmo en las mentes más
abiertas y reacciones airadas entre los defensores de la tradición. Pedro Abelardo es el principal representante de este método y Juan de Salisbury el estudioso de su valor y sus límites.
b) La alta escolástica comprende los años finales del siglo XII y todo el siglo XIII. La quaestio se convierte en la actividad principal, liberándose poco a poco de la lectio textual. El descubrimiento de las obras de Aristóteles, en especial de la Lógica,
dota al filósofo-teólogo de un instrumento de trabajo, en adelante,
insustituible para la sistematización y demostración de sus ideas.
Aunque pueda hablarse a partir de ahora del aristotelismo de la
escolástica, hay que matizar que los filósofos-teólogos escolásticos de
la época desfiguran la prueba aristotélica de una doble manera. En
primer lugar, el esfuerzo por comprender el misterio de la fe hace que
los conceptos utilizados por los magistri del siglo XIII sean
análogos y, por tanto, las pruebas sean pruebas de conveniencia, de
escaso valor para Aristóteles. Además, se emplearon demostraciones de
especies muy diferentes, con frecuencia de carácter más platónico y
neoplatónico que aristotélico.
c) La baja escolástica (siglos XIV y XV). Este periodo se caracteriza por la importancia que adquieren el método y las formas de la disputatio, que se llegaron a colocar en el primer plano del hacer científico de los magistri. Poco a poco, la disputatio
llega a adquirir un carácter autónomo y artificioso, que le hace
separarse del carácter de ejercicio escolar verificado realmente, para
convertirse en algo totalmente independizado de la Sagrada Escritura
como base de su especulación. Es la época de los Quodlibeta.
La palabra escolástica
no designa primariamente una enseñanza o doctrina particular, sino un
conjunto de procedimientos por medio de los cuales la fe busca alcanzar
una comprensión de su contenido. Por ello, la palabra escolástica puede aplicarse a filosofías-teologías de contenido tan distinto como las de santo Tomás de Aquino, Guillermo de Ockham o san Buenaventura, pero no puede decirse de la obra de san Agustín
o de san Bernardo. Desde esta perspectiva, es también legítimo hablar
de una escolástica musulmana o hindú para caracterizar determinados
periodos de estas culturas religiosas.
Pero hay que decir que el
método no nace del deseo de subordinar la vida intelectual a la
religiosa, o de construir un sistema especulativo armonioso entre
filosofía y dogma cristiano. Si los filósofos-teólogos medievales
intentaron lograr un saber y una concepción del mundo en que las
aportaciones de las diversas ciencias confluyeran en una forma sintética
y unitaria de sabiduría, este ideal no es exclusivo de la escolástica,
sino que otros muchos sistemas filosóficos de carácter racionalista,
deísta o místico, como por ejemplo los de Spinoza o Leibniz, han
pretendido lo mismo sin ser escolásticos.
El método escolástico
en la Edad Media tiene un sentido fijo y vigoroso solamente en relación
con la teología. Designa un determinado método, entre otros, de buscar y
conseguir una comprensión de la fe, según la fórmula de san Anselmo fides quaerens intellectum.
Esta expresión representa, por ejemplo frente al método monástico, una
gran confianza en el uso de la razón para penetrar el misterio. Esta
confianza se emplea no sólo para la comprensión de los textos sagrados,
sino también para la elaboración de su contenido objetivo en un saber
orgánico con sus normas propias y más allá de los momentos históricos en
que han sido redactados. La lógica penetrará en el interior de la fe,
implantando en ella todas las técnicas de la razón, como su
desmenuzamiento conceptual, sus análisis y sus juicios, sus definiciones
y divisiones, sus composiciones y enumeraciones, sus deducciones y sus
conclusiones.
Una fase nueva en el desarrollo de la escolástica es la llamada escolástica del barroco,
que tuvo el máximo desarrollo de su actividad entre 1550 y 1650, y en
la que destacaron muy especialmente los filósofos portugueses y
españoles. Esta renovación escolástica está motivada, en parte, por el
grado de decadencia al que había llegado la escolástica medieval y por
la necesidad de pensar, con los instrumentos conceptuales de esa
tradición medieval, un conjunto de problemas nuevos.
La decadencia
de la escolástica medieval alcanzó su máximo punto depresivo a fines
del siglo XV y comienzos del siglo XVI. Las grandes corrientes
escolásticas, como el tomismo, el buenaventurismo y el escotismo
se adentraron en constantes disputas sobre cuestiones de ningún interés
filosófico. Su labor quedaba reducida a repetir, abreviar, comentar o
defender las posturas tradicionalmente heredadas. La causa principal de
esta decadencia ha sido atribuida tradicionalmente a la importancia
concedida a la lógica, lo cual conducía a un exceso de sutilezas y
disquisiciones inútiles. Los maestros de filosofía se convertían en
comentaristas de textos con una fe ciega en las doctrinas aristotélicas y
una obsesión discutidora que no pretendía el hallazgo de la verdad,
sino el triunfo en la polémica con el adversario.
La presencia de
nuevas corrientes intelectuales en Europa, como el erasmismo y el
protestantismo, y los nuevos problemas originados a partir del
descubrimiento de América, que exigían respuestas nuevas, son dos
factores fundamentales que provocaron la renovación y el florecimiento
de la escolástica, especialmente en España. Sus métodos tradicionales
debieron adaptarse para aplicar los grandes principios teológicos a las
cuestiones morales, religiosas, jurídicas y políticas que el momento
planteaba. Esta labor renovadora fue iniciada e impulsada por el
dominico Francisco de Vitoria y continuada por miembros de su orden, como Melchor Cano , Domingo de Soto, Bartolomé Medina , o por franciscanos como Diego de Zúñiga , Alfonso de Castro . Alcanzó su culminación con los grandes maestros jesuitas del barroco español: Gregorio de Valencia , Gabriel Vázquez , Luis de Molina y Francisco Suárez
.
.
En un sentido derivado, la palabra escolástica se aplica también al desarrollo de los pensamientos filosóficos dentro de una escuela o en cualquier ámbito en el que se transmita una doctrina cerrada. Con este significado puede hablarse de escolástica en cada uno de aquellos momentos de la historia de la filosofía en los que el hacer filosófico consista, predominantemente, en elaborar detalles periféricos de doctrina, sin poner nunca en cuestión el núcleo de los principios en que se asientan, o en analizar y reelaborar las ideas recibidas.
En éste y otros sentidos análogos se habla en la
historia de la filosofía de una escolástica platónica o una escolástica
de las diferentes escuelas griegas, como epicúreos;epicureísmo,
estoicos;estoicismo, escépticos;escepticismo. A su vez, el mismo
platonismo ha dado lugar a otras formas de escolástica en la tradición platónico-agustiniana o en el platonismo de Cambridge. Otras formaciones escolásticas se han originado también a partir de sistemas como el cartesianismo, el de Leibniz y Wolff, el de la escuela escocesa, el del kantismo, el del hegelianismo, el del neorrealismo, la fenomenología, el empirismo lógico o positivismo lógico(Véase el apartado "El positivismo lógico o neopositivismo" en Positivismo) , la filosofía lingüística, la filosofía soviética, etc...
Fue Ortega quien delimitó el término escolasticismo cuando lo definió como "toda filosofía recibida", llamando recibida
a aquella filosofía que no es simplemente expuesta, sino aceptada como
propia, aunque pertenezca a un círculo cultural distinto y distante, en
el espacio social o en el tiempo histórico, de aquél en el que es
aprendida y adoptada. Así, el escolasticismo es una categoría histórica,
y no un sistema filosófico frente a otros: "...No se puede
comprender lo que es la realidad histórica llamada filosofía
escolástica, si no se comienza por construir la idea de escolasticismo
como categoría histórica. Es decir, que hace falta ver la filosofía
escolástica sobre el fondo de muchos otros escolasticismos. El
Escolasticismo es solo un caso particular europeo y medieval del
escolasticismo, estructura histórica con el carácter genérico que se ha
dado y se sigue dando en muchos lugares y tiempos..."
Para
Ortega, la actitud escolástica consistía en la confianza ciega en las
jefaturas espirituales, esto es, la ciega creencia de que determinados
textos contienen afirmaciones definitivamente válidas y que el único
problema que plantean es su recta comprensión para entender plenamente
lo que el autor quiso decir al escribir su pensamiento. La filosofía
radical, en cambio, se opone a cualquier filosofía escolástica por la
prioridad que da al problematismo sobre la doctrina. Por eso, para
Ortega, el mal de toda escolástica está ejemplificado en el mal de la
filosofía escolástica medieval: no poder entender las nociones de la
filosofía griega por no haberse planteado con anterioridad los problemas
a los que responde esa filosofía: "...De aquí las dos fallas
principales de la filosofía escolástica: una es que no pudo nunca
entender hasta la raíz las nociones griegas; la otra, más decisiva y
últimamente grave, que no podía plantearse por sí los problemas y como
eso, ser planteamiento de problemas, es formalmente lo primero, y quién
sabe si lo único, que la filosofía es, la filosofía escolástica sólo con
bastante dosis de impropiedad puede llamarse filosofía. De ahí su
estabilización, la lentitud tardígrada de su desarrollo..."
Ortega
apela a la imaginación para contemplar la situación de quien hacía
filosofía en Grecia y la situación de quienes asumieron las respuestas
dadas por los griegos en el siglo XIII; podremos ver la disparidad de
situaciones problemáticas y, por tanto, lo ajeno de las presuntas
respuestas a los problemas reales:
"...En la vida griega, sobre
todo del ateniense acomodado, la ocupación más importante consistía en
conversar. El griego no supo nunca estar solo. Para él, vivir era
formalmente convivir. La existencia en Atenas era una tertulia infinita.
De aquí el triunfo de los sofistas, que eran los técnicos de la
conversación. El clima dulce, la diafanidad de la atmósfera, la belleza
turquí del cielo, invitaban a vivir y convivir al aire libre. En la
plaza pública, en los gimnasios, los varones se juntaban sin que las
mujeres pudiesen cumplir su perenne misión de interrumpir las
conversaciones Contraimaginemos ahora un convento del siglo
XIII en el gélido centro de Europa o en las brumas de Hibernia y en los
andenes de un claustro, donde arcos de ojiva dan bocados al cielo y
dejan ver el pozo en medio del vergel místico que hay en el patio, los
viejos frailes maestros disputar, como si fuesen efebos platónicos, a
los jóvenes novicios de tonsos cráneos morados. Es casi tan
extravagante..."
Fue el mismo Ortega quien opuso ese
pensamiento transplantado a un pensamiento radical y originario, ya que
se transporta sólo el tallo y la flor, y acaso el fruto del año, pero
queda en la tierra de origen lo vivaz de la idea, que es su raíz.
Es este un principio general histórico. Son tantas las llamadas y
avisos de Ortega contra el transplante de pensamiento que difícilmente
podría cualquiera de sus discípulos decirse pertenecer a cualquier
escolástica, ni siquiera a la del propio Ortega: "...No pensamos, no
necesitamos pensar que nuestra filosofía sea la definitiva, sino que la
sumergimos como cualquiera otra en el flujo histórico de lo corruptible.
Esto significa que vemos toda filosofía como constitutivamente un
error, la nuestra como las demás En los sitibundos
desiertos de Libia se suele oír un proverbio de caravana, que dice así:
'Bebe del pozo y deja tu puesto a otro'...".
Bibliografía.
- FRIES, H.: Conceptos fundamentales de la teología, t. I., Madrid: Cristiandad
- GILSON, E.: La unidad de la experiencia filosófica, Madrid
- GILSON, E.: La filosofía en la Edad Media, Madrid
- GRABMANN, M.: Filosofía medieval, Madrid
- ORTEGA Y GASSET, J.: "La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva", en Obras completas,
- http://www.enciclonet.com/articulo/escolasticismo/
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