domingo, 12 de julio de 2015

CARBONARISMO...TRAS LA UNIFICACION DE ITALIA


Término procedente del italiano carbonari (los carboneros). El carbonarismo fue una sociedad secreta de origen italiano, de claro corte masónico y de tendencia política liberal. Fue fundada en la ciudad de Nápoles, en el año 1815, con el objetivo político de lograr la unidad nacional y de derrocar a los gobiernos establecidos por el Congreso de Viena de 1815, por el que Italia quedó dividida en varios estados y áreas de influencia diferentes. Esta sociedad secreta se extendió posteriormente por Francia, durante el período de la restauración, y por España, particularmente como protesta al reinado absolutista de Fernando VII. En España, los carbonarios se reunían clandestinamente en la famosa "Fontana de Oro" de Madrid. El nombre de carbonari se remonta a la Italia medieval, cuando los conspiradores güelfos, para poder escapar de la estrecha vigilancia de los gibelinos, se reunían en los bosques más profundos, es decir, en las cabañas de los carboneros.
Bajo el dominio del ejército de Napoleón, Italia tuvo que seguir las directrices marcadas por Francia. Las diferentes repúblicas que cubrían la península recibieron constituciones inspiradas en el modelo francés. Desde el año 1804, la Italia Septentrional pasó a estar sometida bajo la soberanía directa de Napoleón, quien delegó la regencia en la persona de Eugenio de Beauharnais. La Toscana y el Lacio fueron incorporados directamente al Imperio francés, mientras que el reino de Nápoles fue adjudicado a José Bonaparte y luego al mariscal Murat.
En el año 1814, el Imperio francés empezó a derrumbarse rápidamente. Los austríacos penetraron con facilidad en las posesiones defendidas por Eugenio de Beauharnais, anexionándose con prontitud dichos territorios. Por una parte Murat, viéndose en una posición muy débil, intentó dar un giro en su política, enfrentándose a las tropas francesas. Su objetivo era el de apoyarse en los nacionalistas y así contrarrestar las cada vez más importantes presiones y reivindicaciones del rey Fernando, pretendiente a la corona napolitana. El rey Fernando se sirvió de los carbonarios para derrocar a Murat y también para oponerse a la pretendida restauración monárquica que se estableció en el Congreso de Viena, una vez que Napoleón cayó definitivamente derrotado. Lo cierto es que el provenir de Italia ya no dependía de los italianos, sino de los vencedores de Napoleón: Inglaterra, Austria y Rusia.
El Congreso de Viena (1814-1815) fue celebrado por los países europeos vencedores de Napoleón. Dicho Congreso, dominado por el primer ministro austríaco, Metternich, se impuso como tareas fundamentales la vuelta al status territorial anterior al año 1789, año de la Revolución francesa, y la lucha contra cualquier brote revolucionario que surgiera en el continente. Esto último se logró con la creación de la Santa Alianza (Inglaterra, Austria y Rusia) que garantizaba la intervención de las potencias vencedoras en aquellos países donde fuera necesario reprimir cualquier foco revolucionario que amenazara el status quo impuesto, como por ejemplo sucedió en el año 1823 cuando el rey español, Fernando VII, se ayudó de los 100.000 hijos de San Luis para recuperar el trono perdido.
Metternich, desde su papel de árbitro supremo de la nueva Europa, reorganizó el mapa político de Italia. Los monarcas expulsados fueron repuestos en sus tronos, a excepción de la Lombardía y el Veneto, regiones que pasaron a ser administradas directamente por Austria. El resto de la península italiana se repartió entre: dos reinos, Cerdeña y Dos Sicilias; cuatro ducados, Parma, Módena, Lucca y Toscana; y los Estados Pontificios, regidos por el Papa. Austria controlaba, no sólo el norte de Italia, sino también los cuatro ducados. El Papa, temeroso de los movimientos liberales, era un acólito de la política austríaca. Por su parte, los reinos de Cerdeña y Dos Sicilias también estaban atrapados por la influencia de la corte de Viena y por los intereses británicos. Estos monarcas intentaron contentar a todos los sectores de sus reinos, adoptando medidas liberales con actuaciones de claro corte autoritario; se mantuvo el Código Civil napoleónico, monumento del liberalismo, pero se devolvió la influencia a la Iglesia y a la nobleza terrateniente, montándose convincentes aparatos policíacos bajo la dirección de los austríacos. Esta nueva situación encontró oposición en reducidos sectores de la sociedad italiana, y concretamente entre los sectores patriotas y liberales. Unos veían frustradas sus viejas aspiraciones unionistas, y los otros contemplaban con desagrado el nuevo ascenso del absolutismo. Precisamente, de entre estos sectores desengañados, fue de donde se nutrió principalmente el movimiento de los carbonarios.

Con la caída y muerte del mariscal Murat, en el año 1815, Fernando I se esforzó en recuperar para su régimen a los colaboradores de Murat. Pero este intento resultó en vano, pues pronto se entendieron los liberales y los muratistas. La oposición al absolutismo del monarca se plasmó en las sociedades secretas, sobre todo en el carbonarismo. Como ya se ha dicho, este movimiento nació al servicio de la causa fernandina, pero luego, en vista del giro absolutista de este rey, se convirtió en una fuerza contraria a la Restauración.
La organización de los carbonarios era muy compleja, como correspondía a su forma de actuar y a su modelo masónico. Los carbonarios se dividían en maestros y aprendices. Tenía una organización jerarquizada y escalonada: veinte carbonarios formaban una venta, dirigida ésta por tres luces; los cabecillas de veinte ventas formaban una venta madre, la cual celebraba sus reuniones y sesiones en las denominadas chozas; y los delegados de las diferentes ventas madre formaban la venta alta o Suprema. Los carbonarios, para identificarse entre ellos, utilizaban signos convenidos y sólo conocidos por ellos. A su vez, los novicios tenían que pasar por durísimas pruebas y realizar solemnes juramentos de fidelidad antes de ser admitidos.
Aunque la sociedad nació bajo la precariedad cuantitativa e ideológica, paulatinamente se fueron infiltrando en las unidades militares y en los elementos más importantes de la burguesía italiana. Pronto, la sociedad tuvo seguidores en toda Italia, especialmente en Nápoles, el Piamonte y en los Estados Pontificios.

No obstante, la organización tuvo tres defectos importantes que hizo que fuera diluyéndose con el transcurso de los años. En primer lugar, tenía un marcado elitismo político de corte burgués. En segundo lugar, y en clara interrelación con el primer elemento, poseían una grave inconcreción de su programa, que les impedía conectar con las masas populares y hacerlas partícipes de su acción revolucionaria. Y en tercer lugar, carecían de un auténtico enunciado nacionalista, a diferencia de Phillipe Buonarrotti y los posteriores revolucionarios, como Manzini, Garibaldi y el conde de Cavour, quienes sí tenían clara su idea nacionalista y homogénea. Los carbonarios no tenían una idea muy clara de Italia como nación, defendían a veces una monarquía republicana, u otras un simple estado federal. Fue por eso que fracasaron en las revueltas de 1820 en Nápoles, de 1821 en el Piamonte y toda una serie de pequeños movimientos revolucionarios de 1831; todos ellos aplastados totalmente por las tropas austríacas, que eran los gendarmes del status quo italiano. Finalmente, el movimiento carbonario acabó siendo absorbido por el movimiento de la Joven Italia, liderado por Manzini, alimentando el llamado Risorgimento que desembocó, al cabo de cuatro décadas, en la unificación de Italia.

Bibliografía

  • DUROSELLE, J.B: Europa, de 1815 a nuestros días. Vida política y relaciones internacionales, Barcelona, 1978.
  • HOBSBAWN, E.J: Las revoluciones burguesas (2 volúmenes), Madrid, 1964.
  • SYGMANN, Y: 1848. Las revoluciones románticas y democráticas de Europa, Madrid, 1977.
  • ORSI, P: Historia de Italia, Barcelona, 1960.

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