El Concilio
tiene, desde el primer momento, el carácter de un tribunal, en el que
se enjuicia duramente la actuación de los Pontífices, y un objetivo
decidido: la condena de los dos Papas; el tono general es violentamente
contrario a la autoridad del Pontificado. No es una asamblea
deliberativa, ni se producen discusiones, todo transcurre en medio de
una sorprendente unanimidad; cualquier disidente es apartado de la
asamblea.
Al día siguiente de la apertura, los dos Papas fueron declarados contumaces y advertidos de deposición si no comparecían ante la asamblea. Enseguida comienzan a producirse protestas aisladas por la orientación del concilio; el 19 de abril presentaron oficialmente su protesta, que fue acogida entre burlas, los representantes del rey de romanos: dos días después, en medio de un gran escándalo abandonaron Pisa. Pocos días después se produjo otra protesta inglesa, aunque en tono menor.
Al día siguiente de la apertura, los dos Papas fueron declarados contumaces y advertidos de deposición si no comparecían ante la asamblea. Enseguida comienzan a producirse protestas aisladas por la orientación del concilio; el 19 de abril presentaron oficialmente su protesta, que fue acogida entre burlas, los representantes del rey de romanos: dos días después, en medio de un gran escándalo abandonaron Pisa. Pocos días después se produjo otra protesta inglesa, aunque en tono menor.
Tampoco lograron mejor resultado las gestiones de una embajada aragonesa que, durante dos meses, hasta el 22 de mayo, trabajó para impedir que se actuase contra Benedicto XIII ofreciendo su renuncia si, simultáneamente, se producía la de Gregorio XII.
El Concilio redactó una acta de acusación, integrada por 37 artículos, y nombró una comisión encargada de probar aquellas acusaciones a las que, en el curso de la sumaria investigación, añadió 10 nuevos capítulos. Sobre Pedro de Luna y Ángel Correr recaían, entre otras, las acusaciones de herejía y "fautoria" de cisma, junto a otras simplemente fantásticas, que les hacían acreedores a la deposición. El tono de la acusación incluía inverosímiles ataques personales que recuerdan otras campañas anteriores contra Bonifacio VIII o Juan XXII.
La condena de los dos Pontífices, y la consiguiente deposición, fue pronunciada el 5 de junio de 1409. Inmediatamente comenzaron los preparativos para la nueva elección; el sector más radical del concilio propondrá la previa realización de la reforma "in capite et in membris", una profunda reforma de la cabeza y los miembros de la Iglesia; es la primera vez que tal requerimiento, motivo de una gran controversia en el Concilio de Constanza, es presentado de modo oficial. En esta ocasión se impuso sin dificultades la elección en primer término.
Pocos días después llegó una embajada de Benedicto XIII que fue recibida, el día 14, por una comisión de cardenales; no se aceptó intervención alguna de los embajadores: únicamente se les dio lectura de la sentencia conciliar pronunciada el día 5. Al día siguiente, al tiempo que los embajadores pontificios abandonaban la ciudad, los cardenales entraban en cónclave.
Los votos recaían, el 26 de junio, sobre el cardenal Pedro Philargès, arzobispo de Milán, que adoptaba el nombre de Alejandro V. Su origen cretense permitía pensar que, quizá, tuviera mayores posibilidades de acercamiento a la Iglesia oriental.
De Florencia y Siena proceden las primeras adhesiones; le reconoció inmediatamente Francia y Luis II de Anjou, que consideró el hecho como el primer paso de grandiosos proyectos italianos. Con alguna lentitud le reconocieron algunas diócesis y principados alemanes; en agosto, espectacularmente, Venecia abandonaba a Gregorio XII y reconocía al elegido en Pisa; en octubre se produjo el reconocimiento inglés, aunque su efectividad va tomando cuerpo a lo largo del año 1410.
La elección de un tercer Papa, con importantes adhesiones, pero muy lejos del reconocimiento general, supuso un quebranto de las otras obediencias, especialmente de la romana. Sin embargo, Gregorio XII retrasaría todavía varios años su dimisión y Benedicto XIII, con el apoyo de Escocia y de los Reinos hispanos, se disponía a resistir.
El revolucionario intento de terminar con el Cisma había dado lugar a un cisma tricéfalo, disipaba la esperanza de una abdicación de los Papas y, lo más grave, estaba haciendo nacer Iglesias nacionales autocéfalas.
Al día siguiente de la elección de Alejandro V cayó sobre él una lluvia de peticiones de beneficios, a los que fue respondiendo en las siguientes semanas. Francia y el duque de Borgoña reciben lo más sustancial de unos beneficios que recaen, principalmente, en quienes más duramente habían combatido el sistema de provisión de beneficios.
Mayor gravedad ofrecía el programa de reformas que le es presentado; en conjunto significaba desmontar la obra de construcción de la Monarquía pontificia que había acometido el Pontificado durante su estancia en Aviñón; de ser aceptado tal programa, el Pontificado perdería su formidable plataforma fiscal y la posibilidad de conferir un gran numero de beneficios. El objetivo final de estos reformadores era un Pontificado pobre y carente de influencia, es decir, sometido a las Monarquías.
Alejandro V se defendió como pudo, resistiendo en lo más importante -annatas y servicios, cuya renuncia impediría el funcionamiento de la actual administración-, pero dejando en la pugna una parte de la autoridad pontificia. Renunciaba a numerosos ingresos, al derecho de provisión de muchos beneficios y, paralelamente, distribuía alegremente beneficios entre los más destacados conciliares.
Los proyectos de reforma, cuya realización parecía requerir la previa elección de un Pontífice, hecho que había convencido a muchos para dar un paso de tanto riesgo, se evaporaron inmediatamente. Sólo celebró el concilio dos nuevas y anodinas sesiones en las que se tomaron vagas disposiciones de reforma y se anunció la celebración de un nuevo concilio, al cabo de tres años, cuya sede ni siquiera se anunciaba. El 7 de agosto de 1409 se clausuraba el Concilio de Pisa.
Juicio sobre el Concilio de Pisa
A los cardenales les pareció indiscutible su derecho para reunir un
concilio general con la intención de poner fin al cisma a, como
consecuencia del principio natural de descubrir dentro de si mismo
medios de salvación: Salus populi suprema lex esto, i.e., el principal
interés es la salvación de la iglesia y la preservación de su
indispensable unidad. Las tergiversaciones y perjurios de los dos
pretendientes parecían justificar a los sagrados colegios reunidos.
“Nuca, decían, lograremos terminar con el cisma mientras estas dos
personas obstinadas sigan a la cabeza de los partidos opuestos. No hay
un papa indiscutido que pueda reunir un concilio general y como el papa
es dudoso la Santa Sede debe considerarse vacante. Tenemos por
consiguiente un mandato legal de elegir un papa que no sea disputado y
de convocar a la Iglesia Universal para que su adhesión fortalezca
nuestra decisión “.
Famosas universidades apoyaban a los cardenales en esta
conclusión y, sin embargo, desde el punto de vista teológico y
judicial, su razonamiento puede ser falso, peligroso y revolucionario.
Porque si Gregorio y Benedicto eran dudosos, también lo eran los
cardenales que ellos habían creado. En el origen, su autoridad era
incierta y también lo era su competencia para convocar a la Iglesia
Universal y la elección del papa. En realidad esto es argüir en un
círculo vicioso. ¿Cómo podía, pues, Alejandro V, elegido por ellos,
tener derechos indiscutibles a ser reconocido por toda la cristiandad?
Más aún, había que temer que ciertos espíritus harían uso de esta
situación para transformarlo en una regla universal y proclamar la
superioridad del sacro colegio y del concilio sobre el papa y legalizar
asi las futuras apelaciones a un futuro concilio que ya habían
comenzado con el rey Felipe el hermoso.
Los medios utilizados por los cardenales no podían tener éxito ni
temporalmente. La posición de Iglesia quedó aún más precaria; en vez de
dos cabezas, había tres papas errantes, perseguidos y exiliados de sus
capitales. Y sin embargo, como Alejandro no había sido elegido en
oposición a un pontífice generalmente aceptado ni elegido por medios
cismáticos, su posición era mejor que las de Clemente VII y Benedicto
XIII, los papas de Aviñón. La opinión mas generalizada es que tanto él
como su sucesor Juan XXIII, eran los verdaderos papas. El papa de Pisa
Alejandro V era reconocido por la mayoría de la Iglesia: Francia,
Inglaterra, Portugal, Bohemia, Prusia, unos pocos países germánicos,
Italia etc.….mientras que Nápoles; Polonia, Baviera y parte de Alemania
continuaron con la obediencia a Gregorio; España y Escocia siguieron
apoyando a Benedicto.
Teólogos y canonistas se muestran severos con el concilio de
Pisa. Por otra parte, un violento seguidor de Benedicto, Bonifacio
Ferrer lo llama “un conventículo de demonios”. Teodoro Urie, seguidor de
Gregorio, parece dudar si se reunieron en Pisa con los sentimientos de
Datán y Abirón o los de Moisés. S. Antonino, Cayetano, Turrecremata y
Raynald lo llaman abiertamente un conventículo o al menos muestran dudas
sobre su autoridad.
Por otra parte, la escuela galicana o lo aprueba o recurre a las
circunstancias extenuantes. Noël Alexander por otra parte afirma que el
concilio destruyó el cisma hasta donde pudo. Bossuet, a su vez: “Si el
cisma que devastó la Iglesia de Dios no fue exterminado en Pisa, al
menos recibió allí un golpe mortal y el concilio de Constanza lo
consumó”.
Los protestantes, fieles a las consecuencias de sus principios,
aplauden a este concilio sin reservas porque ven en él “el primer paso
hacia la entrega del mundo” y lo saludan como el amanecer de la reforma
(Gregorovio). Quizás sea mejor decir con Belarmino que esta asamblea es
un concilio general ni aprobado ni desaprobado. Debido a sus
ilegalidades e inconsistencias no puede ser llamado concilio ecuménico,
pero no sería justo llamarlo conventículo, comparándolo con el
“latrocinio de Éfeso”, el pseudo concilio de Basilea o el concilio
jansenista de Pistoya. Este sínodo no es una camarilla sacrílega. El
número de padres, su calidad, autoridad, inteligencia y celosa y
generosa intención, la casi unanimidad con la que llegaron a sus
decisiones, el apoyo real que recibieron, alejan toda sospecha de
intriga o cábala. No se parece a ningún otro concilio y tiene un lugar
por sí mismo en la historia de la Iglesia, por la forma ilegal en que
fue convocado, poco práctico en la elección de medios, no indiscutible
en sus decisiones y sin intención de representar a la iglesia universal.
El la fuente original de todos los sucesos histórico eclesiásticos
desde 1409 a 1414y abre el camino a Concilio de Constanza.
Bibliografía
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http://ec.aciprensa.com/wiki/Concilio_de_Pisa
http://www.artehistoria.com/v2/contextos/1267.htm
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