miércoles, 3 de junio de 2015

EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA....CONDENADO A PENA DE MUERTE



Álvaro de Luna comenzó su carrera en la corte castellana en 1410, durante la minoría de edad de Juan II, en plena regencia de su madre Catalina de Lancaster y su tío Fernando de Antequera (hermano del difunto rey Enrique III, el Doliente), aunque de forma muy modesta pues era entonces un simple paje del joven monarca – contaba en aquellos momentos seis años de edad -. Pero poco a poco se fue ganando la voluntad del rey tal y como señalan los cronistas … e así por tan gran afección  a él era inclinado, que todas las cosas quería el Rey hacer é cumplir a su voluntad. Tanto era así que algún otro cronista, menos partidario de D. Álvaro, como es el caso de Alonso de Palencia, se referiría a esas relaciones del siguiente modo: Como quiera que el rey D. Juan ya desde su más tierna edad se había entregado en manos de don Álvaro de Luna, no sin sospecha de algún trato indecoroso y de lascivas complacencias por parte del privado en su familiaridad con el Rey. Otros llevan más allá su mala intención, como Gonzalo de Hinojosa, quien afirma que Juan II tenía un amor tan profundo hacia D. Álvaro que non podía nin folgar sin él, nin quería que durmiese otro con él en su cámara. No es posible, de todos modos, adentrarnos en esos confusos recovecos.



 Lo cierto es que Álvaro de Luna, ahí se encuentra una de las claves de su rápido ascenso, se mostró desde el principio partidario acérrimo del fortalecimiento de la autoridad monárquica.
¿Le movía también la ambición personal ¿ Es probable, pero ello no obstaculiza en modo alguno su trayectoria política. El cronista Gonzalo Chacón lo califica como gobernante celoso del bien público y de la gloria de su soberano. Lo que no cabe duda es que, según la Crónica de Pedro Carrillo, Este condestable don Álvaro de Luna alcanço tanto en castilla, que no se falla por crónicos que hombre tanto al anchase, ny tan gran poderío tuviese, ni tanto amado fuese de su Rey; como él era. Ca no era cosa en el reyno que no venía de su mano, así de lo seglar como de lo eclesiástico. Añadamos, para completar la imagen del favorito de Juan II que, Álvaro de Luna se casó con Elvira de Portocarrero, perteneciente a un linaje nobiliario de  Castilla, y que recibió de Juan II, poco después de su acceso a la mayoría de edad, una importante merced, el señorío de San Esteban de Gormaz.
El reinado de Juan II fue muy azaroso en lo que se refiere a las luchas por el poder entre el monarca y sus primos, los infantes de Aragón, hijos de Fernando de Antequera, quien hubo de abandonar la regencia y Castilla para convertirse en rey de Aragón, gracias al compromiso de Caspe (1412). El primer acontecimiento que puso en peligro la autoridad de Juan II se produjo en 1419 –año de la proclamación de su mayoría de edad- en el llamado atraco de Tordesillas, lugar donde habían sido convocadas Cortes; Enrique de Aragón, maestre de la Orden de Santiago, en un audaz golpe, se apoderó del palacio real, convirtiendo en rehén al propio rey. Esta situación duró un año, hasta que Álvaro de Luna preparó la huída del rey, aprovechando una partida de caza. Esta hazaña le valió el título de Condestable de Castilla (sret. 1423); sin embargo, el apoyo del rey de Aragón, Alfonso V y del rey de Navarra, Juan, hermanos ambos de Enrique, prisionero en Madrid, obligó a ceder a Juan II y Álvaro de Luna fue desterrado a la villa de Ayllón (set. 1427).
El regreso de Álvaro de Luna abrió el camino para la confrontación militar entre éste y el bando aragonés, obteniendo para ello una importante cantidad de dinero de las Cortes de Illescas (1429), enfrentamiento que se saldó con una nueva victoria de las tropas de Álvaro de Luna y la firma de las treguas de Majano (1430) –con una duración prevista de cinco años- que significaba la expropiación de los bienes de la nobleza levantisca. Uno de los beneficiados fue Álvaro de Luna, que recibiría el maestrazgo de la Orden Militar de Santiago y demás posesiones de Enrique de Aragón.
En 1431, Álvaro de Luna, viudo de su primera esposa, casó con Juana Pimentel, perteneciente también a la nobleza castellana. Este mismo año obtuvo grandes éxitos políticos y militares (Paz de Portugal y victoria en la Higueruela sobre los musulmanes granadinos).



El fin de las treguas de Majano (1435) abrió nuevamente el enfrentamiento de Álvaro de Luna y los infantes de Aragón, junto con gran parte de la nobleza, celosa de las prebendas que continuamente recibía el Condestable – el castillo de Montalbán-. Los nobles argumentaban contra Álvaro de Luna la libertad del rey, la restauración de la legalidad y el fin de los abusos, pero lo que ocultaban era su pretensión de acabar con el personalismo del favorito del rey, que perjudicaba sus intereses. Su presión consiguió un nuevo destierro de Álvaro de Luna en su villa de Escalona (1439) durante seis meses.
Ahora cuenta Álvaro con un nuevo enemigo, el príncipe heredero, Enrique, quien conspiró contra aquél en apoyo de los infantes de Aragón, especialmente de Juan, convertido en rey de Navarra a la muerte de su esposa Blanca. Todo ello terminó con el tercer destierro de Álvaro de Luna (1441) esta vez por seis años; hecho que facilitó el golpe de estado de Rámaga, por el que Juan de Navarra tomó prisionero al rey. Esta arrogante actitud de Juan de Navarra provocó el recelo de importantes linajes de la nobleza castellana y del príncipe heredero Enrique que veía peligrar sus aspiraciones al trono, por lo que entablaron conversaciones con Álvaro de Luna; conversaciones que culminarán con la lucha abierta entre ambos bandos, la liberación de Juan II de Castilla y la definitiva derrota de los infantes de Aragón en Olmedo (1445) batalla en la que perdió la vida el propio infante Enrique. Precisamente en Olmedo se habían reunido las Cortes, en las cuales se reconocía la autoridad incontestable del monarca – cabeça e coraçon e alma del pueblo con un poderío tal que non lo ha de los homes sino de Dios – a cambio de conceder a las Cortes un mayor control sobre el sistema tributario.
Una vez más se procedió al reparto de los despojos de los derrotados y Álvaro de Luna recibía el condado de Alburquerque. El clima de euforia hizo posible el perdón de los nobles derrotados en la concordia de Astudillo (1446) y el nuevo matrimonio – por recomendación del propio Álvaro de Luna – del rey Juan II –viudo de su primera esposa- con Isabel de Portugal (1447), quien le daría dos hijos, Isabel – la futura reina Católica- y Alfonso.
El matrimonio, también en segundas nupcias, de Juan de Navarra con Juana Enríquez, perteneciente a un importante linaje castellano – y madre del futuro Fernando el Católico – provoca la guerra civil entre Carlos de Viana, hijo de Juan y de su primera esposa, la reina Blanca de Navarra, por sus derechos al trono –según el testamento de su madre-, que su padre no respetó. En esta guerra, Álvaro de Luna apoyaría al príncipe Carlos, en contra de Juan de Navarra apoyado por el príncipe castellano, Enrique.
D. Álvaro de Luna
No solamente la enemistad con Enrique, sino también la influencia de la reina Isabel – en complicidad con su hijastro- hicieron que cambiara la actitud de Juan II hacia quien durante tantos años fuera su hombre de confianza. La dura realidad  es que Álvaro de Luna iba a terminar su vida de forma trágica. En efecto, fue degollado en la plaza mayor de Valladolid, por orden expresa del propio rey, en 1453.El motivo inmediato que acabó con su vida fue la oscura muerte de Alonso Pérez de Vivero, antiguo colaborador de Álvaro de Luna, a quien traicionó, por lo que se sospechaba que éste fue instigador del crimen, lo que provocó su prisión en Burgos. De ahí fue trasladado al castillo de Portillo. La sentencia iba más allá de este asunto y recoge los reproches de que había sido objeto a lo largo de sus continuos enfrentamientos con la nobleza, lo cual parece corroborar su condena como un ajuste de cuentas, en suma, una venganza por parte de sus muchos y poderosos enemigos: … ha seydo usurpador de la Corona Real, é ha tiranizado é robado vuestras rentas, que le sea cortada la cabeza é puesta en un clavo sobre un cadalso ciertos días, porque sea ejemplo á todos los Grandes de vuestro Reyno. A finales del mes de mayo, el rey de Castilla firmó la sentencia y el 1 de junio el prisionero, a quien no se le había notificado la sentencia, fue trasladado a Valladolid a lomos de una mula. Cuentan que mantuvo en todo momento la serenidad pues, delante del prisionero un pregonero iba gritando: Esta es la justicia del rey, por las maldades y deservicios de este tirano usurpador de la corona real. Una vez se equivoco y dijo: … por los servicios… a lo que Álvaro de Luna, con voz serena y apacible exclamó: Bien dices, hijo, por los servicios me pagan así.  Después subió al estado y desde allí dijo al caballerizo del príncipe Enrique: Te ruego que digas al príncipe que dé mejor galardón a los criados que el que me ha dado el Rey a mí. Dicho esto, se desabrochó el collar del jubón, se arregló la elegante ropa que llevaba puesta y le dijo al verdugo, mientras se tendía, que comprobara si tenía el puñal bien afilado pues quería morir rápido. El verdugo pasó el puñal por su garganta, le cortó la cabeza y la colgó de un gancho, donde estuvo expuesta al pueblo durante nueve días.
La pena de muerte incluía la pérdida de títulos y confiscación de bienes, fabuloso botín que esperaban repartirse sus enemigos, pero que se los reservaría el rey – más bien la reina - para su hijo Alfonso. Además suponía la deshonra de la familia, y la humillación de ser sepultados sus restos a las afueras de la ciudad, como a los malhechores; aunque pocos días después, a petición del rey, fueron trasladados al monasterio de San Francisco, dentro de la ciudad. Años después, durante el reinado de Isabel la Católica, se permitiría que sus restos y los de su esposa, Juana Pimentel, reposaran en el lugar que había elegido: la catedral de Toledo, en la capilla de Santiago.
No corrieron buena suerte tampoco quienes se vieron implicados en su muerte; el rey Juan II moriría, presa de una enfermedad depresiva, al año siguiente (1454); Isabel, su esposa, enloquecería y sería víctima de la crueldad de su hijastro Enrique IV,. Éste hubo de sufrir humillaciones tanto en el terreno personal – calificado de impotente, se le negó la paternidad de Juana, a la que se apodó La Beltraneja – e institucional – se cuestionó y ridiculizó su autoridad y su figura a modo de monigote en la farsa de Ávila - .
Entre los enemigos del Condestable D. Álvaro de Luna se encuentran dos grandes escritores de la época, que en sus versos muestran su animadversión hacia él:

 MARQUES DE SANTILLANA

De los diez mandamientos,
Señor, no guardé ninguno,
Ni limosnas ni el ayuno,
Ni cuaresmas ni advientos,
Ni de tales documentos
Puestos so cristiano yugo
No los hice ni me plugo,
Mas todos tus vendamientos.
A cualquier pecador
o que más o menos yerra,
un pecado le da guerra
o se le hace mayor;
a mí cual sea menor
de los siete no lo sé,
porque de todos pequé
igualmente, sin temor.
No ministro de justicia
Eres tú, Dios solamente,
Más perdonador clemente
Del mundo por amicicia;
Mi soberbia y mi codicia,
Ira y gula no te niego,
Pereza, lascivo fuego,
Envidia y toda malicia.
A los menguados no harté;
Alguno si me pidió
De vestir, no lo halló,
Ni les pobres receté;
Cautivos no los saqué,
Ni los enfermos cuitados
Fueron por mí visitados,
Ni los muertos sepulté ….


 JORGE MANRIQUE

Pues aquel gran Condestable
Maestre que conocimos
Tan privado
No cumple que dél se fable,
Sino sólo que lo vimos
Degollado;
Sus infinitos tesoros,
Sus villas y sus liugares,
Su mandar,
¿Qué le fueron sino lloros?,
¿Qué fueron sino pesares
 al dexar?

(Extraído de la revista del centro EL LABERINTO, nº 3 de Diciembre del 2004 
http://www.iescondestable.es/index.php/nuestro-centro/el-condestable-d.-%C3%A1lvaro-de-luna/104-el-condestable-d-alvaro-de-luna3

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