Geiserish, más conocido como Genserico,
fue un longevo rey germano cuyas gestas y proezas ayudaron a que la
palabra vandálico tenga las connotaciones tan peyorativas que tiene. En
los cerca de cincuenta años que ostentó su liderazgo sobre los vándalos asdingos y silingos transformó a su pueblo de tribu errante en el sur de Hispania a indiscutible potencia mediterránea en el norte de África.
Hijo ilegítimo del rey Godegisilio (que significa
“el azote de Dios”) y de madre no germana, probablemente una esclava
romana o alana, no se sabe con certeza su fecha de nacimiento, quizá
alrededor del 389 en las riberas del lago Batalón (a 100 Km. de
Budapest, Hungría) Los vándalos eran originarios de las riberas del
Báltico y, junto a otros pueblos germánicos, fueron migrando hacia
tierras más cálidas hasta toparse con los limes imperiales. Su origen
híbrido hizo que Genserico no fuese el germano típico, alto y rubio,
sino más bien de facciones mediterráneas, moreno de pelo y piel y no muy
alto, algo que siempre le fue recriminado por la nobleza vándala de
pura estirpe germánica.
Su vida transcurrió sin pena ni gloria, a pesar de ser hombre
brillante y ducho en asuntos de armas, hasta que en el 428 fue elegido
rey a la muerte de su hermano Gunderico. Los vándalos
silingos – una de las dos ramas en que se había fragmentado la etnia –
llevaban años asentados en la Bética y el equilibrio forzoso a base de
saqueos, violencia y tensión con romanos nativos y visigodos (federados
de Roma y con el encargo directo del emperador de sacarles de Hispania)
se rompió en beneficio de éstos últimos. Genserico no se lo pensó dos veces.
El futuro de su pueblo no estaba en luchar contra los visigodos en el
devastado y empobrecido sur de Hispania, sino en África y sus inmensas y
fértiles tierras de labor, la despensa de Roma por aquellas fechas. Los
vándalos ya habían asolado en sus correrías Cartago Nova (Cartagena), Híspalis (Sevilla) y otras importantes ciudades y territorios del sur hispano.
La excusa para este movimiento se la facilitó el Comes Bonifacio, el gobernador de la Diócesis de África, por aquellos años enemistado con la verdadera regente del imperio, Gala Placidia, la madre del débil emperador Valentiniano III.
Parece ser que Bonifacio cayó en desgracia ante la corte de Rávena y la
emperatriz llegó a pedir su ejecución. El Comes, temeroso de una
intervención imperial en suelo africano, le pidió protección a
Genserico, facilitándole el acceso al territorio que él controlaba.
Como curiosidad, casi trescientos años después, el musulmán Tariq y
sus hombres desembarcarían en Hispania en ayuda de un aristócrata godo
inmerso en un conflicto sucesorio, realizando esta misma acción a la
inversa… y con un resultado similar: quedarse. Para ellos, la antigua
Bética era la tierra de los vándalos, “La Vandalucía”, o “Al-Andalus”, pues la v no tiene sonido en árabe. De ahí puede venir el nombre.
Así pues, en la primavera del 429, Genserico organizó la mayor
operación naval no romana de la antigüedad tardía, embarcando a 80.000
personas – de las cuales sólo 15.000 eran guerreros – en las costas de
Carteia (Algeciras) y trasladándolas a las playas de Ceuta. A su
llegada, Bonifacio le indicó al rey germano que su ayuda ya no era
necesaria tras haber recuperado el favor de la emperatriz. Los vándalos
no se tomaron muy bien aquel inesperado cambio de planes. Hicieron caso
omiso de la misiva de Bonifacio. En muy poco tiempo ocuparon la
Mauritania romana (actual Marruecos) hasta llegar frente a los fuertes
muros de Hippo Regius (Hipona, hoy Annaba, Argelia), ciudad que resistió
catorce meses el asedio vándalo. Durante este cerco murió el obispo de
la ciudad, Aurelio Augustino (San Agustín)
Un año después de tomar la ciudad, el emperador reconoció a Genserico como regente de la Diócesis y le concedió el título de Rex Vandalorum et Alanorum.
La realidad es que la población estaba cansada de sus amos romanos a
los que no conocían y de las algaradas de los barbari del desierto (de
ahí deriva la palabra berebere) que saqueaban sus tierras. A los
africanos no les resultó complicado aceptar a unos nuevos amos fuertes y
belicosos viviendo una situación tan precaria.
La ambición de Genserico no se aplacó con aquella muestra de
debilidad imperial. En el 435 el rey llegó a un acuerdo con la corte de
Rávena para incluir Numidia en su territorio y ser después reconocido
como foederati (federado) de Roma en África. No fue suficiente. En el
439 Genserico toma Cartago sin motivo alguno ni aviso previo y se
incauta de la flota imperial que allí permanecía amarrada. Esto supuso
un grave contratiempo a la deteriorada armada romana y truncó el
equilibrio de poderes en el Mediterráneo Occidental. En poco tiempo los
vándalos aprendieron el oficio del mar y le arrebataron a Roma las islas
de Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Además, esto supuso el
corte de suministro de cereal africano a la Urbe, que a partir del 439
tuvo que comprárselo al nuevo señor de la feraz provincia de África.
Pero la osadía de Genserico no tenía tope. En el 455 fue asesinado Valentiniano III. Con dicho magnicidio, el rey vándalo consideró vencido su pacto con el finado y fletó sus naves rumbo a Roma. El nuevo emperador, un aristócrata usurpador llamado Petronio Máximo,
fue linchado por el pueblo cuando huía del Palatino cargado de tesoros
ante la inminencia del ataque vándalo. Tres días después de este hecho,
el 22 de Abril del 455, los vándalos entraron en Roma. La ciudad fue
saqueada durante dos semanas. El expolio fue tal que llegaron a
desmontar el techo de oro del templo de Júpiter y no dejaron en pie ni
una obra de arte (ojo, no las destrozaron como hicieron años atrás los
godos de Alarico, se las llevaron a Cartago como obsequio para el
obispo)
En un alarde de soberbia, el Papa León I, el mismo
que ya había mediado años atrás con Atila, salio al encuentro de los
vándalos, inerme y rodeado de su séquito, con intención de negociar con
Genserico un armisticio que evitase su entrada en Roma; El Sumo
Pontífice no pudo evitar lo inevitable. León fracasó en su intento de
conminar al rey vándalo y sólo consiguió que el pueblo no fuese
violentado en exceso ni que la ciudad y sus basílicas fuesen
incendiadas. Quizá en este descalabro pontificio comience la leyenda
negra de los vándalos, fomentada desde entonces por la Iglesia. Sólo
algunos ciudadanos fueron deportados a África, curiosamente entre ellos
se incluían muchos de los mantenedores de los acueductos (bien sabía
Genserico que el correcto uso del agua era vital en sus nuevas y áridas
tierras)
El botín fue cuantioso y, de nuevo, parte de la familia imperial formó parte de él. La emperatriz madre, Licinia Eudoxia la Mayor,
la viuda de Valentiniano, y sus dos hijas, Placidia y Eudoxia la Menor,
fueron conducidas como rehenes a África. Ésta última fue la elegida
para ser desposada con el hijo y sucesor del rey, Hunerico.
Aquel segundo y concienzudo saqueo de la ciudad eterna supuso una
nueva afrenta al moribundo Imperio de Occidente y su nueva religión
universal. Genserico acababa de entrar por la puerta grande en la lista
de indeseables del mundo católico romano.
El Imperio de Oriente se propuso vengar dicha afrenta en el año 468.
La falta de previsión del general bizantino Basilisco sumada a una
brillante argucia de Genserico usando botes incendiarios echaron a pique
a la armada frente al cabo Bon (muy cerca de la actual Túnez), en uno
de los mayores desastres navales romanos de la Historia. Esta nueva
humillación imperial condujo a uno de los éxitos diplomáticos más
notorios del rey vándalo: la firma en el verano del 474 de la Paz Perpetua con la corte de Constantinopla,
por la que el Imperio de Oriente reconoció la soberanía vándala sobre
las Islas Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia y el norte de África.
Gracias a las frecuentes purgas que hizo durante su reinado entre la
díscola nobleza vándala, Genserico llegó a octogenario. Arriano confeso,
desde el 442 eliminó de su corte a todo cristiano o pagano que no
profesase su corriente cristiana, pero siempre respetando a sus súbditos
católicos o de otras minorías cristianas. Confiscó muchos bienes de la
Iglesia pues veía en ella una amenaza a su reino. Murió el 25 de Enero
del 477. Le sucedió su hijo Hunerico.
Los vándalos en general, y Genserico en particular, han sido muy mal tratados por la historia. El término vandalismo, asociado a la violencia y brutalidad sin sentido, no es coetáneo de la Roma Imperial. Entró en uso a partir de la revolución francesa, pues lo gótico era épico y lo vándalo salvaje. Este apelativo no es justo: godos, hunos o incluso los refinados persas fueron mucho más crueles y despiadados con sus enemigos romanos. Pero como decimos hoy… “con la Iglesia hemos topado”http://historiasdelahistoria.com/2010/05/03/archienemigos-de-roma-genserico-rey-de-los-vandalos
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